15 – DE
FEBRERO – MIERCOLES –
6ª SEMANA DEL T. O. – A
SAN CLAUDIO DE LA COLUMBIERE
Lectura del libro del
Génesis (8,6-13.20-22):
Pasados
cuarenta días, Noé abrió la claraboya que había hecho en el arca y soltó el
cuervo, que estuvo saliendo y retornando hasta que se secó el agua en la
tierra.
Después soltó la paloma, para ver
si había menguado el agua sobre la superficie del suelo. Pero la paloma no
encontró donde posarse y volvió al arca, porque todavía había agua sobre la
superficie de toda la tierra. Él alargó su mano, la agarró y la metió consigo
en el arca.
Esperó otros siete días y de nuevo
soltó la paloma desde el arca. Al atardecer, la paloma volvió con una hoja
verde de olivo en el pico.
Noé comprendió que el agua había
menguado sobre la tierra. Esperó todavía otros siete días y soltó la paloma,
que ya no volvió.
El año seiscientos uno, el día
primero del mes primero se secó el agua en la tierra. Noé abrió la claraboya
del arca, miró y vio que la superficie del suelo estaba seca.
Noé construyó un altar al Señor,
tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el
altar.
El Señor olió el aroma que aplaca y
se dijo:
«No volveré a maldecir el suelo a
causa del hombre, porque la tendencia del corazón humano es mala desde la
juventud.
No volveré a destruir
a los vivientes como acabo de hacerlo. Mientras dure la tierra no han de faltar
siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche».
Palabra de
Dios
Salmo:
115,12-13.14-15.18-19
R/. Te ofreceré, Señor, un
sacrificio de alabanza
V/. ¿Cómo
pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R/.
V/. Cumpliré
al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R/.
V/. Cumpliré
al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R/.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos (8,22-26):
En aquel tiempo, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Le trajeron un
ciego pidiéndole que lo tocase.
Él lo sacó de
la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las
manos y le preguntó:
«¿Ves algo?»
Empezó a
distinguir y dijo:
«Veo hombres,
me parecen árboles, pero andan.»
Le puso otra
vez las manos en los ojos; el hombre miró; estaba curado, y veía todo con
claridad.
Jesús lo mandó a casa diciéndole:
«No se lo
digas a nadie en el pueblo.»
Palabra del Señor
1. Es posible que la
curación de este ciego esté redactada casi con los mismos detalles de la curación
del sordo (Mc 7,32-37).
En ambos casos, se advierte una clara
influencia de los relatos de curaciones que existían en la literatura helenista
(J. Gnilka). Y puede tener el sentido de criticar a los discípulos de Jesús por
su falta de visión (“¿Tenéis ojos y no veis?”: Mc 8, 18) (Marcus Joel).
2. Pero, en realidad, ¿qué se nos
enseña aquí?
Ante todo, que Jesús cura la ceguera que
con tanta frecuencia tenemos los humanos. Y la cura hasta hacernos ver con
claridad, con precisión, para distinguir cada cosa, para precisar lo que son
seres humanos y distinguirlo de lo que no son.
Es evidente que a eso se refiere el
proceso de creciente clarificación hasta que el hombre llega a distinguir los
hombres de los árboles.
3. No es fácil la curación de nuestras
cegueras. Es tan complejo ese proceso curativo, que fácilmente confundimos lo
humano con lo que no es humano, los hombres con los árboles. Y por eso
confundimos las necesidades humanas con otras necesidades que hasta pueden ser
inhumanas. Cuando la tecnología se ha perfeccionado hasta hacer posible que veamos,
con nitidez y en directo, lo que ahora mismo está ocurriendo a miles de
kilómetros, el progreso tecnológico nos ciega para ver el retroceso humano que
eso puede (y suele) llevar consigo.
Porque vemos con toda precisión un partido
de futbol que se juega en las antípodas, pero no vemos el sufrimiento, la
soledad, la humillación que sufre el que está junto a nosotros.
Además, ni sospechamos que la altísima tecnología, que
disfrutamos, es posible a costa de consumir y empobrecer a millones de seres
humanos.
Estamos más ciegos que el ciego que curó
Jesús. Y ni siquiera vemos que la nitidez de los criterios evangélicos, antes
que un mensaje religioso, nos traen la luz que necesitamos para entender
lo que realmente ocurre en este mundo. A partir de ahí, podremos ver el papel
que debe desempeñar el Evangelio en nuestras vidas.
(año 1641 -1682)
En
la Iglesia Católica hay 12 santos que se llaman Claudio, y éste es el más moderno.
Tiene el honor de haber sido el director espiritual de la propagadora de la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús, Santa Margarita María Alacoque.
Nació
cerca de Lyon, en Francia, en 1641. De familia
muy piadosa y acomodada, al principio sentía mucho temor a entrar a una
comunidad religiosa. Pero llevado a estudiar a un colegio de los Padres
Jesuitas, adquirió un enorme entusiasmo por esta Comunidad y pidió ser admitido
como religioso jesuita. Fue admitido y en la ciudad de Avignon hizo su noviciado
y en esa misma ciudad dio clases por bastantes años.
El
año en que fue declarado santo San Francisco de Sales (1665) los superiores
encomendaron a Claudio de la Colombiere que hiciera el sermón del nuevo santo
ante las religiosas Salesas o de la Visitación. Y en aquella ocasión brillaron
impresionantemente las cualidades de orador de este joven jesuita, y las
religiosas quedaron muy entusiasmadas por seguir escuchando sus palabras.
El
Padre Claudio preparaba con mucho esmero cada uno de sus sermones, y los
escribía antes de pronunciarlos. No los leía al público, porque la lectura de
un sermón le quita muchísima de su vitalidad, pero antes de proclamarlos se
esmeraba por ponerlos por escrito. En Avignon, en Inglaterra, y en París
impresionó muy provechosamente a los que lo escuchaban predicar.
Uno
de los más provechosos descubrimientos de su vida fue el de la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús, tomado de las revelaciones que recibió Santa
Margarita. Cuando Claudio cumplió los 33 años se propuso, después de hacer un
mes de Retiros Espirituales, morir al mundo y a sus vanidades y dedicarse
totalmente a la oración, a la vida interior, a la predicación y a la enseñanza
del catecismo, y a dirigir cuantas más almas pudiera, por el camino de la
santificación.
En
1675 el Padre Claudio fue nombrado superior del colegio de los jesuitas en
Paray le Monial, la ciudad donde vivía Santa Margarita. Esta santa se
encontraba en un mar de dudas, y no hallaba un director espiritual que lograra
comprenderla. Le había contado a un sacerdote las revelaciones y apariciones
que le había hecho el Sagrado Corazón de Jesús, pero aquel sacerdote, que sabía
poco de mística, le dijo que todo eso eran engaños del demonio. Entonces ella
se dedicó a pedirle a Nuestro Señor que le enviara un santo y sabio sacerdote
que la comprendiera, y su oración fue escuchada.
Escribe
así Santa Margarita: "El Padre Claudio vino a predicarnos un sermón, y
mientras él hablaba oí en mi corazón que Jesucristo me decía: ‘He aquí al
sacerdote que te he enviado’. Después del sermón fui a confesarme con él, y me
trató como si ya estuviera enterado e informado de lo que me estaba sucediendo.
En la segunda confesión que hice con él le informé que yo sentía una gran
aversión y repugnancia a confesarme, y me dijo que me felicitaba por esto, pues
con vencer la tal aversión podía cumplir aquel mandato de Jesús que dice: ‘El
que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo’. Este piadoso sacerdote me fue
guiando con gran sabiduría, y demostrando un gran respeto por mi alma me fue
diciendo todo lo bueno y lo malo que había en mi corazón, y con sus consejos me
consoló muchísimo. Me insistía continuamente que aceptara cada día el que se
cumpliera en mí todo lo que la Santa Voluntad de Dios permitiera que me
sucediera, y me enseñó a apreciar los dones de Dios y a recibir las
comunicaciones divinas con fe y humildad".
Claudio
no sólo dirigió espiritualmente a la santa que el Sagrado Corazón escogió para
hacerle sus revelaciones, sino que dedicó toda su vida restante y sus muchas
energías en propagar por todas partes la devoción del Corazón de Jesús.
Fue
enviado el santo sacerdote a Inglaterra, y allí, como predicador de los altos
empleados del gobierno, logró muchas conversiones de protestantes hacia el
catolicismo. Su tema favorito era la devoción al Sagrado Corazón. Pero los
protestantes, que eran muy poderosos en aquel país, le inventaron toda clase de
calumnias y obtuvieron que fuera puesto preso y condenado a muerte. Sólo la
intervención del rey Luis XIV de Francia logró que no lo mataran. Pero los
meses pasados en la prisión le destruyeron casi por completo su salud.
Fue
expulsado de Inglaterra a Paray le Monial, la ciudad desde donde se propagó a
todo el mundo la devoción al Corazón de Jesús. Santa Margarita le anunció que
él moriría en aquella ciudad, y así sucedió el 15 de febrero del año 1682.
Santa Margarita recibió una revelación en la cual se le decía que el Padre
Claudio estaba ya en el cielo.
El
Papa Juan Pablo II lo declaró santo en 1992.
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