28 – DE
FEBRERO – MARTES –
1ª
SEMANA DE CUARESMA – A
SAN ROMAN
Lectura del libro de
Isaías (55,10-11):
ESTO dice el
Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo».
Palabra de Dios
Salmo: 33,4-5.6-7.16-17.18-19
R/. El Señor libra de sus angustias a los
justos
V/. Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
V/. Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.
V/. Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.
V/. Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(6,7-15):
EN aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas
palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán
caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes
de que lo pidáis.
Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la
tentación, y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus
ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a
los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».
Palabra del Señor
1. La oración es, antes que ninguna otra cosa, la expresión de un deseo. Por tanto, lo que importa es la oración y lo que realmente pedimos en ella es lo que deseamos. Pero eso no depende de que la oración sea repetitiva, rezando "de carrerilla" plegarias que uno se imagina que, por repetirla mucho, van a ser más eficaces.
Es verdad que Jesús oraba toda la noche
(Mt 14, 23-25) o repetidamente (Mt 26, 36-46). Pero lo que aquí se rechaza es
la idea de los que piensan que serán oídos precisamente por la fuerza de sus
muchas jaculatorias, sus muchos salmos, las largas letanías. En la piedad
judía, se prevenía contra la tentación de los rezos prolongados (Ecl 5, 2-3; Is
1, 15; Edo 7, 14).
Lo determinante no es el mucho tiempo
que se reza, sino la sinceridad, la verdad, la transparencia de nuestro
"deseo" hecho oración.
2. El "Padre
nuestro" es una oración comunitaria. Todo en ella está dicho en
plural, de forma que el centro de cuanto se desea no es el "yo", sino
el "nosotros".
O sea, el orante no es una persona
centrada en sí misma, en lo que a ella le conviene, lo que le interesa o lo que
teme. Lo central, en la vida del discípulo de Jesús, es lo que afecta al grupo
humano, a la sociedad, al mundo.
Esta creciente apertura a los demás, a
los otros en general, es específica de quien cree en Jesús. Esto significa que
la fe en Jesús supera lo meramente instintivo, que tiene su centro en el yo.
Lo determinante, en la vida del
creyente, no es "lo propio", sino "lo común". Solo cuando
este espíritu se va haciendo vida, en nuestra vida, solo entonces podemos rezar
con sentido el "Padre nuestro".
3. Las tres primeras peticiones
conciernen a Dios: tu nombre, tu reinado, tu voluntad. Es decir:
1) Que el nombre de Dios sea respetado y
no se use jamás para lo que no se debe usar.
2) Que Dios reine de verdad, por encima
de otros intereses o poderes.
3) Que hagamos las cosas como Dios
quiere, no como nos interesan a nosotros.
Las tres peticiones siguientes
conciernen a los orantes: nuestro pan, nuestras ofensas, nuestras tentaciones.
La comida, las relaciones mutuas, las
fuerzas que nos inclinan a hacer daño, todo eso, que se tenga, se desarrolle o
se supere según lo que más necesitamos, lo que nos da vida y felicidad, lo que
nos hace más buenas personas, más honrados, más útiles para lo que realmente
conviene a este mundo.
Estos han de ser los contenidos de lo
que deseamos y le pedimos a Dios. Orar es expresar lo que se desea. Pues bien,
se trata de que nuestros deseos estén siempre orientados al bien de todos y no
a las conveniencias propias.
4. San Agustín decía que el Padre
nuestro es el corazón de la Sagrada Escritura. Orar y meditar el Padre nuestro
al comienzo de nuestro recorrido cuaresmal es una invitación a repasar el
objeto de nuestros deseos. Jesús desea la santificación del nombre del Padre,
es decir, que todos lo amen, que le den su lugar y busquen hacer su voluntad.
Su «alimento», lo que sostiene su vida, es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn
4,34). Que se cumpla el deseo original de Dios sobre cada uno de nosotros es lo
primero que debemos buscar; esto complace a Dios y, al mismo tiempo, llena de
sentido nuestra vida.
SAN ROMAN
Abad
Martirologio
Romano: En el monte Jura, en la región lugdunense de
la Galia, sepultura del abad san Román, que, siguiendo los ejemplos de los
antiguos monjes, primero abrazó la vida eremítica y después fue padre de
numerosos monjes (460).
Breve Biografía
Son escasas las noticias que han llegado hasta nosotros de este ilustre
ermitaño y célebre fundador de Monasterios, sobre todo de su juventud y
formación intelectual. Parece que apenas tenía estudios, pero sí gozaba de una
sabiduría e inteligencia nada comunes y que en su hogar familiar había recibido
una esmerada educación cristiana que, a pesar de las no pocas dificultades por
las que el trajín de la vida le arrastró, jamás llegó a olvidar.
Su vida se mueve en aquellos años tan difíciles cuando el Imperio Romano de
Occidente se desmorona y cuando los pueblos bárbaros venidos del norte de
Europa amenazan avasallarlo todo. De hecho, reina la barbarie y la desolación.
El cristianismo que hace poco ha conocido los aires de la libertad, al poder
celebrar sus actos fuera de las catacumbas, encuentra ahora este enemigo al que
tan sólo le interesa el materialismo y la barbarie, polos opuestos a la dulzura
y valores eternos que predica la fe de Jesucristo.
La Divina Providencia iba dirigiendo los pasos de Román y poco a poco le
hacía ver que aquella vida que llevaba no podía satisfacer ni llenar las ansias
de su corazón. Estaba dotado de un carácter vivo, fogoso y expansivo. Por otra
parte, también le arrastraba la soledad y la entrega a Dios en el silencio y la
oración. ¿Quién vencerá la batalla?
Es ordenado sacerdote en Besancón por el ilustre Hilario de Arlés en tiempos
tan difíciles para la Iglesia. No por cobardía, sino por necesidad interior,
renuncia a todas las prebendas que podía ofrecerle su Ordenación sacerdotal y
se retira a la soledad para vivir la vida eremítica. Allí pasa unos años no
teniendo otra compañía que los árboles, las plantas y algunos animales. Toda su
jornada la pasa entregado a la oración, a la mortificación y hace también
algunos trabajos manuales.
Pronto se enteran algunos hombres, igual que él hambrientos de vida de mayor
entrega al Señor, y le piden los acepte en su compañía... Así van echándose los
cimientos de aquel género de vida que llamará la atención por aquellos
alrededores y que será foco de virtudes cristianas. Román conocía bien la vida
y escritos de los Padres del Desierto de Egipto, la Tebaida, etc... y pensó
que, sin abandonar su Patria, en la misma Galia, podía él y los suyos organizar
el mismo género de vida que aquellos Padres... De aquí surgió su célebre
convento de Condat que será después la semilla de otros muchos Monasterios o
una especie de lauras aglutinadas en torno al abad o padre espiritual de todo
el Monasterio.
Cierto día se sumó a aquellos monjes el mismo hermano de Román, llamado
Lupicino, que después también será inscrito en el Catálogo de los Santos. Entre
los dos llevaban la dirección del Monasterio. Lupicino era más fogoso que Román
y a veces era un tanto duro en las penitencias que él se imponía y quería
también para los demás. Entonces aparecía Román, y con su gran bondad, traía la
paz y descargaba a los monjes de penitencias exageradas.
Gracias al buen hacer de Román no hubo nunca escisiones en el Monasterio y
todos vivían como verdaderos hermanos, teniendo, como dice el libro de los
Hechos "un mismo sentir y siendo todo común entre ellos".
Román también supo ser duro e intransigente con los príncipes y nobles
cuando veía que los derechos humanos y de la Iglesia eran pisoteados por ellos.
Condat se había convertido en una de las escuelas más famosas de su tiempo y de
allí salían fervorosos misioneros y trabajadores para todos los campos en la
viña del Señor. Famosos se hicieron aquellos cenobios por su sabiduría, copia
de códices, enseñanza de idiomas antiguos, composición de preciosos tratados de
vida espiritual y obradores de muchos prodigios. Lleno de méritos expiraba el
año 460.
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