26 – DE
FEBRERO – DOMINGO –
1ª SEMANA DE CUARESMA – A
SAN NECTOR
Lectura del libro del Génesis
(2,7-9;3,1-7):
EL Señor Dios
modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y
el hombre se convirtió en ser vivo.
Luego el Señor Dios plantó un jardín en
Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.
El Señor Dios hizo brotar del suelo toda
clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol
de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era más astuta que las demás
bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer:
«¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de
ningún árbol del jardín?».
La mujer contestó a la serpiente:
«Podemos comer los frutos de los árboles del
jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho
Dios:
“No comáis de él ni lo toquéis, de lo
contrario moriréis”».
La serpiente replicó a la mujer:
«No, no moriréis; es que Dios sabe que el
día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento
del bien y el mal».
Entonces la mujer se dio cuenta de que el
árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr
inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido,
que también comió.
Se les abrieron los ojos a los dos y
descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las
ciñeron.
Palabra de
Dios
Salmo: 50,3-4.5-6a.12-13.14.17
R/. Misericordia, Señor: hemos pecado
V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
V/. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.
V/. Oh, Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
V/. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Romanos (5,12-19):
HERMANOS:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado
en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los
hombres, porque todos pecaron...
Pues, hasta que llegó la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se
imputaba porque no había ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta
Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de
Adán, que era figura del que tenía que venir.
Sin embargo, no hay proporción entre el
delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón
la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han
desbordado sobre todos.
Y tampoco hay proporción entre la gracia y
el pecado de uno:
pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia,
a partir de muchos pecados, acabó en justicia.
Si por el delito de uno solo la muerte
inauguró su reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben
a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a
uno solo, Jesucristo.
En resumen, lo mismo que por un solo delito
resultó condena para todos, así también por un acto de justicia resultó
justificación y vida para todos.
Pues, así como por la desobediencia de un
solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia
de uno solo, todos serán constituidos justos.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (4,1-11):
EN aquel tiempo,
Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y
después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras
se conviertan en panes».
Pero él le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad
santa, lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque
está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en
sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».
Jesús le dijo:
«También está escrito: “No tentarás al
Señor, tu Dios”».
De nuevo el diablo lo llevó a un monte
altísimo y le mostró los
reinos del mundo y su gloria, y le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me
adoras».
Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al
Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se
acercaron los ángeles y lo servían.
Palabra del
Señor
Adán, Eva y
Jesús frente a la tentación.
Miguel Ángel.
Tentación y expulsión del paraíso
Al comenzar la Cuaresma, tiempo de conversión y preparación para celebrar
la Pascua, la Iglesia nos recuerda dos actitudes muy distintas frente a la
tentación: la de Adán y Eva, en la que podemos vernos reflejados todos
nosotros, y la de Jesús. En el primer caso triunfa la debilidad, la caída
inmediata; en el segundo, la fuerza, la capacidad de resistir en la prueba.
Pero esta contraposición no pretende desanimarnos ni denunciar lo débiles y
malos que somos. Al contrario, como afirma Pablo en la segunda lectura, «si por
la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre,
Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos».
La debilidad de Eva y Adán (1ª lectura: Génesis 2,7-9; 3,1-7)
El relato describe el proceso que lleva al pecado. No lo hace con un
lenguaje intelectual, sino mediante un dialogo vivo. Para ello introduce a la
serpiente, que ya en el poema mesopotámico de Gilgamesh, desempeñaba un papel
capital como enemiga del hombre, al que roba la planta de la vida y la
inmortalidad. Pero el autor de nuestro relato enfoque el tema de manera
distinta, más profunda. La serpiente no roba la planta de la vida, sino que
destruye al ser humano por dentro.
La tentación comienza con una mentira, exagerando y falseando la
prohibición de Dios (comparar sus palabras con 2,16‑17). Presenta al Señor como
alguien inhumano y cruel, que impone al hombre algo terrible. Sus palabras son
tan burdas que al principio es fácil rechazarlas. Pero la tentación insiste.
Niega la existencia de peligro. Y entonces surge la atracción por lo prohibido
y la apetencia. Hasta entonces, parece como si Eva y Adán no se hubiesen fijado
en el árbol. El simple miedo a morir los retrae de su contemplación. Ahora, «la
mujer vio que el árbol tentaba el apetito, era una delicia para los ojos y
apetecible para adquirir conocimiento» (3,6). A partir de ese momento, está
perdida, y también su marido.
Al punto, el pecado produce sus frutos. La serpiente había prometido que se
les abrirían los ojos (3,5). Efectivamente, se les abren y adquieren un
conocimiento nuevo (3,7). Pero lo que aprenden es que están desnudos, y esto
provoca vergüenza mutua y vergüenza y miedo ante Dios.
También surge el sentimiento de culpa, y el ansia de
descargar en otro la propia responsabilidad. En su deseo de justificarse, el
hombre culpa a la mujer, rompiendo con ello la solidaridad entre la pareja. La
mujer, sin otra alternativa, culpa a la serpiente. [Esta última parte no se lee
en la liturgia.]
La serpiente ha sido identificada:
1) con Satanás;
2) con una figura simbólica: el apetito humano, la curiosidad intelectual;
3) con una figura mitológica.
Es fundamental la idea de que ha sido creada por Yahvé. Sugiere el carácter
misterioso del mal.
2. La fortaleza de Jesús (evangelio: Mateo 4,1-11)
El contraste más fuerte con Eva y Adán lo representa Jesús en el momento de
las tentaciones. El relato más antiguo, el de Marcos, es muy breve y
misterioso. Mateo y Lucas lo completaron con las tres famosas tentaciones que
todos conocemos, y que empalman con el episodio del bautismo, en el que la voz
del cielo proclama: «Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco».
¿Cómo entiende Jesús su filiación divina? ¿Cómo un salvoconducto para
pasarlo bien y triunfar? Todo lo contrario. Inmediatamente después marcha al
desierto, y allí va a quedar claro cómo entiende su filiación.
Primera
tentación: solucionar las necesidades primarias
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al
desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar
cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, di que estas
piedras se conviertan en panes.
Pero él le contestó, diciendo:
—Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la
primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio. Es la tentación
de las necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel repetidas
veces durante los cuarenta años por el desierto. Al final, cuando Moisés
recuerda al pueblo todas las penalidades sufridas, le explica por qué tomó el
Señor esa actitud: «(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te
alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de
todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).
En la experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de
necesidad (hambre) y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber
aprendido dos cosas. La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que
vivir es algo mucho más amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las
necesidades primarias. En este concepto más rico de la vida es donde cumple un
papel la palabra de Dios como alimento vivificador. En realidad, el pueblo no
aprendió la lección. Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado.
Mientras no estuviesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de
sentido la palabra de Dios.
En el caso de Jesús, el tentador se deja de sutilezas y va a lo
concreto: «Si eres Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan
en panes». Jesús no necesita quejarse de pasar hambre, ni murmurar
como el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el
problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús tiene aprendida desde el comienzo
esa lección que el pueblo no asimiló durante años: «Está escrito: No
sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su
boca».
La enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta
imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su
poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la
idea más importante, expresada de forma casi subliminar, es la visión amplia y
profunda de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y
se alimenta de la palabra de Dios.
Segunda
tentación: pedir pruebas a Dios
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad
santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
—Si eres Hijo de Dios, tírate abajo,
porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te
sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús le dijo:
—También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios".
Pináculo del
templo de Jerusalén
La segunda tentación (tirarse desde el alero del templo) también se presta
a interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla la tentación del
sensacionalismo, de recurrir a procedimientos extravagantes para tener éxito en
la actividad apostólica. La multitud congregada en el templo contempla el
milagro y acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un
detalle importante. El tentador nunca hace referencia a esa hipotética
muchedumbre. Lo que propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios.
Por eso parece más exacto decir que la tentación consiste en pedir a
Dios pruebas que corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos
acostumbrados a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como
recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex 4,1-7), Gedeón (Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam
10,2-5) y Acaz (Is 7,10-14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre
espontáneos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso
que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés),
de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales
diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de
la tierra (Acaz). Lo importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice
y anime a cumplir la tarea.
Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido.
Basándose en la promesa del Salmo 91,11-12 («a sus ángeles ha dado órdenes para
que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no
tropiece en la piedra»), el tentador le propone una prueba espectacular y
concreta: tirarse del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de
Dios. Sin embargo, Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo
un texto del Deuteronomio: «No tentarás al Señor tu Dios» (Dt 6,16). La frase
del Dt es más explícita: «No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a
prueba, como lo tentasteis en Masá (Tentación)».
Contiene una referencia al episodio de Números
17,1-7. Aparentemente, el problema que allí se debate es el de la
sed; pero al final queda claro que la auténtica tentación consiste en dudar de
la presencia y la protección de Dios: «¿Está o no está con nosotros el Señor?»
(v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios encubre
una duda en la protección divina. Jesús no es así. Su postura supera con mucho
incluso a la de Moisés.
Tercera
tentación: el deseo de triunfar
Después el diablo lo lleva a una montaña
altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
—Todo esto te daré, si te postras y me
adoras.
Entonces le dijo Jesús:
—Vete, Satanás, porque está escrito:
"Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".
Entonces lo dejó el diablo, y se
acercaron los ángeles y le servían.
La tercera tentación, a tumba abierta por parte del tentador, consiste en
la búsqueda del poder y la gloria, aunque suponga un acto de idolatría. No es
la tentación provocada por la necesidad urgente o el miedo, sino por el deseo
de triunfar. Jesús rechaza la condición que le impone Satanás citando Dt 6,13.
Como prueba de la victoria, Satán se aleja y los ángeles se acercan a servirlo.
Para Mt, Jesús en el desierto es lo contrario de Israel en el desierto. En
aquella época, el pueblo sucumbió fácilmente a las pruebas inevitables de la
marcha: hambre, sed, ataques enemigos. Dudaba de la ayuda de Dios, se quejaba
de las dificultades. Jesús, nuevo Israel, sometido a tentaciones más fuertes,
las supera. Y las supera, no remontándose a teorías nuevas ni
experiencias personales, sino a las afirmaciones básica de la fe de Israel, tal
como fueron propuestas por Moisés en el Deuteronomio. Los judíos
contemporáneos de Mateo y de su comunidad no tienen derecho a acusar a su
fundador de no atenerse al espíritu más auténtico. Jesús es el verdadero hijo
de Dios, el único que se mantiene fiel a Él en todo momento.
El
problema de la historicidad
El relato de Mt nos obliga a preguntarnos si se trata de hechos históricos
o ficticios. Porque el diálogo con el tentador, el viaje a la ciudad santa y el
otro a una montaña altísima no parecen tener nada de histórico.
Es interesante recordar que el cuarto evangelio no contiene un episodio de
las tentaciones, pero habla de ellas a lo largo de la vida de Jesús. La más
fuerte es la del poder, en el momento en que los galileos quieren nombrar a
Jesús rey. Y tentaciones muy parecidas en su contenido, no en la forma, se
repiten al final de la vida de Jesús, en la cruz: «Si eres Hijo de Dios,
sálvate y baja de la cruz» (Mt 27,40). Estas tentaciones reflejan otro dato de
gran interés: los tentadores son los hombres, no Satanás.
Reflexión final
La tentación es un hecho real en la vida de Jesús, a la que se vio sometida
por ser verdadero hombre.
Mt ha recogido este tema para dejarnos claro desde el principio cómo
entiende Jesús su filiación divina: no como un privilegio, sino como un
servicio.
En el fondo, las tres tentaciones se reducen a
una sola: colocarse por delante de Dios, poner las propias necesidades, temores
y gustos por encima del servicio incondicional al Señor, desconfiando de su
ayuda o queriendo suplantarlo.
Las tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para
toda la comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las
necesidades, miedos y apetencias, y nuestro grado de interés por Dios.
En Perge, en Panfilia, pasión de san
Néstor, obispo de Magido y mártir, que en la persecución bajo el emperador
Decio fue condenado por el prefecto de la provincia a morir en una cruz, para
que sufriese la misma pena del Crucificado a quien confesaba.
Polio, gobernador de
Panfilia y Frigia durante el reinado de Decio, trató de ganarse el favor del
emperador, aplicando cruelmente su edicto de persecución contra los cristianos.
Néstor, el obispo de Magido, gozaba de gran estima entre los cristianos y los
paganos. Aunque comprendió que el martirio no se haría esperar, no pensó en sí
mismo, sino en su grey y se dedicó a buscar sitios de refugio para sus fieles,
pero él mismo no se ocultó, aguardando tranquilamente su hora. Cuando se
hallaba orando, le avisaron que los oficiales de justicia le buscaban. Tras
recibir sus respetuosos saludos, el obispo les dijo: «¿Qué os trae por aquí,
hijos míos?» Ellos replicaron: «El irenarca y los magistrados de la curia
desean veros». San Néstor hizo la señal de la cruz, se cubrió la cabeza y les
siguió hasta el foro. Cuando el obispo entró, toda la corte se puso de pie como
señal de respeto. Los oficiales le hicieron sentar en un sitial frente a los
magistrados. El irenarca le preguntó:
-Señor, ¿estáis al tanto de la orden del
emperador?
-Yo sólo conozco la orden del Todopoderoso,
no la del emperador- respondió el obispo.
El magistrado replicó:
-Os aconsejo que procedáis con calma para
que no tenga yo que condenaros.
Como San Néstor se mostrase inflexible, le
amenazó con la tortura, pero el obispo replicó:
-La única tortura que temo es la que Dios
pueda infligirme. Puedes estar seguro de que, en el tormento y fuera de él, no
dejaré de confesar a Dios.
Contra su voluntad, la
corte tuvo que enviarle ante el gobernador. El irenarca le condujo, pues, a
Perga. Aunque no tenía amigos en esa ciudad, su fama le había precedido de
suerte que los magistrados empezaron por rogarle amable y cortésmente que
abjurase de su religión. Néstor se negó con firmeza. Entonces Polio ordenó que
le tendiesen en el potro. En tanto que el verdugo le desgarraba con garfios los
costados, Néstor cantaba: «En todo tiempo daré gracias al Señor y mi boca no se
cansará de alabarle». El juez le preguntó si no se avergonzaba de poner su
confianza en un hombre que había muerto crucificado. Néstor contestó:
-Bendita sea entonces mi vergüenza y la de
todos los que invocan al Señor.
Polio le dijo:
- ¿Vas a ofrecer
sacrificios, o no?
- ¿Estás con Cristo o con
nosotros?
El mártir replicó:
-Con Cristo ahora y siempre: con Él estoy
ahora y con Él estaré eternamente.
Entonces Polio le sentenció
a morir crucificado. Desde la cruz, san Néstor exhortó y alentó a los
cristianos que le rodeaban. Su muerte fue un verdadero triunfo, pues, cuando el
obispo pronunció sus últimas palabras: «Hijos míos, postrémonos y oremos a Dios
por Nuestro Señor Jesucristo», cristianos y paganos se arrodillaron a orar, en
tanto que el mártir exhalaba el último suspiro.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler»
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