viernes, 11 de agosto de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 DE AGOSTO – JUEVES – 19 – SEMANA DE T.O. – A San Eusebio papa

 

 


 

17 DE AGOSTO – JUEVES –

19 – SEMANA DE T.O. – A

San Eusebio papa

 

      Lectura del libro de Josué (3,7-10a.11.13-17):

 

    En aquellos días, el Señor dijo a Josué:

    «Hoy empezaré a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú ordena a los sacerdotes portadores del arca de la alianza que cuando lleguen a la orilla se detengan en el Jordán.»

    Josué dijo a los israelitas:     «Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios.    Así conoceréis que un Dios vivo está en medio de vosotros, y que va a expulsar ante vosotros a los cananeos. Mirad, el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros. Y cuando los pies de los sacerdotes que llevan el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra pisen el Jordán, la corriente del Jordán se cortará: el agua que viene de arriba se detendrá formando un embalse.»

    Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza caminaron delante de la gente. Y, al llegar al Jordán, en cuanto mojaron los pies en el agua –el Jordán va hasta los bordes todo el tiempo de la siega–, el agua que venía de arriba se detuvo, creció formando un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adam, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba al mar del desierto, al mar Muerto, se cortó del todo. La gente pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos

 

Palabra de Dios

 

      Salmo: 113A,1-2.3-4.5-6

 

      R/. Aleluya

 

    Cuando Israel salió de Egipto,

los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,

Judá fue su santuario,

Israel fue su dominio. R/.

 

    El mar, al verlos, huyó,

el Jordán se echó atrás;

los montes saltaron como carneros;

las colinas, como corderos. R/.

 

   ¿Qué te pasa, mar, que huyes,

a ti, Jordán, que te echas atrás?

¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;

colinas, que saltáis como corderos? R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21–19,1):

 

    En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:

    «Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»

    Jesús le contesta:

    «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

    Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.

    El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:

    "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."

    El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

    Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:

    "Págame lo que me debes."

     El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:

    "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré."

    Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:

    "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"

    Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

    Lo mismo hará con vosotros m¡ Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

    Cuando acabó Jesús estas palabras, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

 

Palabra del Señor

 

     1.  Esta parábola confirma que, efectivamente, el texto inmediatamente anterior, el de la liturgia de ayer, se refiere con seguridad al problema del perdón de los pecados, las ofensas que nos hacemos unos a otros.

     Es importante recordar que, en el Nuevo Testamento, los diez mandamientos se reducen a siete.

     Lo mismo Jesús (Mt 19, 18-19 par) que Pablo (Rom 13, 9) reducen los textos de Ex 20, 13-17 y Deut 5, 17-21 a los mandamientos que se refieren a las relaciones con los demás y no mencionan los tres primeros, que se refieren a la relación con Dios.

 

     2.  La parábola es una exageración que da miedo. El término "myrior("miles") es en griego el número máximo. Como "tálanton" ("talentos") era la unidad monetaria máxima (W. G. Thompson; cf.  Clemente de Alejandría, Paed. 2, 10).

O sea, lo que el rey le perdonó al primer deudor fue una cantidad máxima, que más no podía ser. Por eso, aquellos números "conmocionarían a los oyentes".

Era una cantidad que no se podía pagar y que indicaba, no solo "dinero", sino también "pecado" (U. Luz).

     El contraste entre el primer deudor y el segundo es tan enorme, que basta pensar en que "un talento" equivalía a "6.000 denarios".

 

     3.  Esto supuesto, lo que más impresiona en la parábola es cómo los mortales somos de tal manera que tenemos una sensibilidad exagerada a la hora de valorar el daño que le hacen a cada uno, al tiempo que ni nos damos cuenta de las barbaridades que, tantas veces, uno mismo les hace a los demás.

      Tenemos dos varas de medir: la propia es enormemente grande; la que aplicamos a los demás es ridículamente pequeña y, a veces, ni siquiera existe.

 

     4.  Esta doble medida, y las conductas tan perversas que desencadena, son la ruina de la convivencia, de la justicia entre las personas, las instituciones y los pueblos. Y, por tanto, esto es lo que más nos aleja de Dios, sin que ni siquiera nos demos cuenta de lo que nos pasa.

 

San Eusebio papa

 



Martirologio Romano: En Sicilia, muerte de san Eusebio, papa, valeroso testigo de Cristo, que fue deportado por el emperador Majencio a esa isla, donde dejó la patria terrena para merecer la patria celestial. Trasladado su cuerpo a Roma, fue enterrado en el cementerio de Calixto (310).

Fue el 31º Papa de la Iglesia Católica, desde abril de 309 hasta agosto de 309.

Eusebio nació en Grecia y era hijo de un médico. Fue elegido para suceder al Papa San Marcelo; pero su pontificado duró apenas unos meses. El pontificado de San Marcelo se había visto turbado por el problema del trato que debía darse a los que habían apostatado durante la persecución de Diocleciano. Un tal Heraclio y sus seguidores se opusieron al Pontífice; muy probablemente Heraclio era uno de los que habían apostatado y quería ser admitido nuevamente en la comunión de la Iglesia sin penitencia alguna. Una inscripción del Papa San Dámaso en la tumba de San Eusebio, quien fue sepultado en el cementerio de Calixto, recuerda que la disputa se prolongó hasta el pontificado de nuestro santo y produjo numerosos desórdenes y pleitos en la Iglesia de Roma.

A lo que parece, los "lapsos" o apóstatas intentaron introducirse por la fuerza en las reuniones de los fieles. El tumulto fue tan grande, que el emperador Majencio desterró a San Eusebio y a Heraclio de la ciudad. El Pontífice se trasladó a Sicilia, donde murió poco después.

Como el destierro fue una consecuencia de la firmeza con que exigió el cumplimiento de los cánones, el pueblo cristiano le veneró como mártir en una época. San Dámaso le da también el título de mártir.

      Fue enterrado en la catacumba de Calixto I en Roma.

     Más tarde su cuerpo fue trasladado en San Sebastián Extramuros.

 

Sucesor del Papa San Marcelo I, su pontificado fue corto, en el año 309 ó 310. El Catálogo Liberiano dice que duró sólo cuatro meses, del 18 de abril al 17 de agosto de 309 ó 310.

Sabemos algunos detalles de su carrera de un epitafio en su tumba, que fue mandado a hacer por el Papa San Dámaso I. Este epitafio llegó a nosotros a través de transcripciones antiguas. Unos pocos fragmentos del original, junto con una copia en mármol del siglo VI hecha para sustituir el original después de su destrucción, fueron hallados por De Rossi en la capilla papal, en las catacumbas de San Calixto.

De este epitafio surge que las graves disensiones internas causadas en la Iglesia Romana por la readmisión de los apóstatas (lapsi) durante la persecución de Diocleciano, y que habían surgido ya bajo Marcelo, continuaron durante el papado de Eusebio. Ese último mantenía la actitud de la Iglesia Romana, adoptada después de la persecución de Decio (250-251), que los apóstatas no debían ser excluidos por siempre de la comunión eclesiástica, sino por otro lado, debían ser readmitidos sólo después de haber hecho una adecuada penitencia (Eusebius miseros docuit sua crimina flere).

Una facción de cristianos en Roma bajo el liderazgo de un tal Heraclio se oponía a este punto de vista. No se ha determinado si Heraclio y sus seguidores propugnaban una interpretación de la ley más rigurosa (novacianismo) o más indulgente. Esta última, sin embargo, es por mucho más probable en la hipótesis de que Heraclio era el jefe de un partido compuesto por apóstatas y sus seguidores, que demandaban la inmediata restauración al cuerpo de la Iglesia. Dámaso describe en términos muy fuertes el conflicto que sobrevino (seditcio, cœdes, bellum, discordia, lites). Es probable que Heraclio y sus adeptos buscaran por la fuerza su admisión al culto divino, lo cual resentían los fieles reunidos en Roma alrededor de Eusebio. En consecuencia, ambos Eusebio y Heraclio fueron desterrados por el emperador Maxentio. Eusebio, en particular, fue exiliado a Sicilia, donde murió muy pronto.

El Papa San Melquíades ascendió a la Silla Papal el 2 de julio de 311. El cuerpo de su predecesor fue traído a Roma, probablemente en 311, y el 26 de septiembre (según el "Depositio Episcoporum" en el cronógrafo de 354) fue colocado en un cubículo separado de la catacumba de San Calixto.

        Su firme defensa de la disciplina eclesiástica y el destierro que sufrió por ello causaron que fuera venerado como un mártir, y en su epitafio el Papa Dámaso honró a Eusebio con dicho título.

 

Fuente: Kirsch, Johann Peter. "Pope St. Eusebius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <newadvent.org>.

 

 

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