14 - DE
AGOSTO – LUNES –
19 – SEMANA DEL T. O. – C –
San
Maximiliano María Kolbe
Lectura del libro del
Deuteronomio (10,12-22):
Moisés habló
al pueblo, diciendo:
«Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige
el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo
ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que
guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy,
para tu bien. Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la
tierra y todo cuanto la habita; con todo, sólo de vuestros padres se enamoró el
Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los
pueblos, como sucede hoy.
Circuncidad vuestro corazón, no
endurezcáis vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y
Señor de señores, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta
soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, dándole pan
y vestido.
Amaréis al forastero, porque
forasteros fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te
pegarás a él, en su nombre jurarás. Él será tu alabanza, él será tu Dios, pues
él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran
tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho
numeroso como las estrellas del cielo.»
Palabra de Dios
Salmo: 147,12-13.14-15.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al
Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz
en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su
palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (17,22-27):
En aquel
tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo
Jesús:
«Al Hijo del hombre lo van a entregar en
manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.»
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que
cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron:
«¿Vuestro Maestro no paga las dos
dracmas?»
Contestó:
«Sí.»
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a
preguntarle:
«¿Qué te parece, Simón? Los reyes del
mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?»
Contestó:
«A los extraños.»
Jesús le dijo:
«Entonces, los hijos están exentos. Sin
embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer
pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y
págales por mí y por ti.»
Palabra del Señor
1. En estos tiempos, en los que con tanta frecuencia nos enteramos de noticias relativas a quienes defraudan a la Hacienda Pública, este evangelio tiene una sorprendente actualidad: al segundo anuncio de la pasión (Mt 17, 22-23), se añade, a renglón seguido, el tema del pago de los impuestos. Lo que enseguida salta a la vista, es que Jesús, ni estaba exento de pagar impuestos, ni quería estarlo. Jesús quiso, para él y para sus seguidores, que fueran ciudadanos normales, sin ninguna clase de privilegios. Eso, por lo menos, es lo que está fuera de duda, a la vista de este relato. Y sabemos que Jesús daba limosna a los pobres (Jn 12, 5-6; 13, 29).
Pero, si era necesario, se deja robar por el fisco, con tal de no portarse como un ciudadano que gozaba de privilegios fiscales.
2. El impuesto, por el que le
preguntan a Pedro, no era el impuesto civil, que se paga al Estado. En vida de
Jesús, ese impuesto de "las dos dracmas" (didrachma) era
el impuesto religioso que los judíos pagaban al Templo (Josefo, Filón).
Pero, después del año 70 (cuando se redactó
este evangelio), al no existir el destruido Templo de Jerusalén, se sabe que
los judíos, por decisión del emperador Vespasiano, tenían que pagar el impuesto
religioso al templo de Júpiter capitolino (Josefo, Dión Casio). Este
impuesto tenía un significado punitivo, que indicaba la superioridad del
Imperio sancionada por Júpiter (W. Carter).
La respuesta de Pedro, a la pregunta que le hacen sobre el impuesto, apunta claramente a que Jesús pagaba el impuesto del Templo de Jerusalén. Y también indica que los cristianos de los años posteriores al 70 también pagaban el impuesto al templo de Júpiter.
3. ¿Por qué los cristianos
pagaban este impuesto que obligaba a los judíos?
No es fácil encontrar una respuesta indiscutible. Y sabemos que sobre este asunto hay múltiples opiniones entre los estudiosos de los evangelios.
La explicación que ofrece el texto de Mateo sobre quiénes pagaban el impuesto y quienes no, admite explicaciones muy diversas. Lo único cierto que sabemos es que ni Jesús ni los primeros cristianos aceptaron privilegios fiscales.
Probablemente influyó, en este comportamiento, el empeño de la Iglesia naciente por integrarse en el Imperio y no dar argumentos para ser enjuiciada como una secta de subversivos rebeldes.
En cualquier caso, lo que está fuera de
duda es que ni Jesús ni los primeros cristianos toleraron privilegios
económicos.
El relato da a entender que toma este
asunto como una historia pintoresca o extravagante, tal como se refleja en la
historieta de la moneda en la boca del pez.
Sacerdote
franciscano polaco que fue asesinado por los Nazis en un campo de
concentración, tras entregar voluntariamente su vida a cambio de la de un padre
de familia.
San
Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de enero de 1894 en la ciudad de
Zdunska Wola (Pabiance), que en ese entonces se hallaba ocupada por Rusia. Fue
bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia parroquial. A los 13 años
ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov,
la cual a su vez estaba ocupada por Austria, y estando en el seminario adoptó
el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es ordenado
sacerdote.
Devoto
de la Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su
colaboración con la Gracia Divina para el avance de la Fe Católica. Movido por
esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento llamado "La
Milicia de la Inmaculada" cuyos miembros se consagrarían a la
bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los
medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el
mundo.
Verdadero
apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual "Caballero de
la Inmaculada", orientada a promover el conocimiento, el amor y el
servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con un
Tiraje de 500 ejemplares en 1922, para 1939 alcanzaría cerca del millón de
ejemplares.
En
1929 funda la primera "Ciudad de la Inmaculada" en el convento
franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que al paso del tiempo
se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen.
En
1931, luego de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como voluntario. En
1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów, y 3 años más
tarde, en plena II Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y
enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado poco
tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción.
Es
hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de
Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en
donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.
En
Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda huella de
personalidad tratándolos de manera inhumana e impersonal: como un número; a San
Max le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estadía en el campo
nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los demás, así como
su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.
La
noche del 3 de agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que
estaba asignado San Max escapa; en represalia, el comandante del campo ordena
escoger a 10 prisioneros al azar para ser ejecutados. Entre los hombres
escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San
Max, casado y con hijos. San Max, que no se encontraba dentro de los 10
prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo
acepta el cambio, y San Max es condenado a morir de hambre junto con los otros
nueve prisioneros.
Diez
días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le
administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941
En
1973 Paulo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo Segundo lo canoniza como Mártir
de la Caridad.
(Fuente: corazones.org)
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