11 DE AGOSTO
– VIERNES –
18 –
SEMANA DE T.O. – A
Santa Clara de Asís
Lectura
del libro del Deuteronomio (4,32-40):
Moisés habló
al pueblo, diciendo:
«Pregunta, pregunta a los tiempos
antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre
la tierra:
¿hubo jamás, desde un extremo al otro
del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún
pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el
fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una
nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con
mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor,
vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?
Te lo han hecho ver para que reconozcas
que el Señor es Dios, y no hay otro fuera de él. Desde el cielo hizo resonar su
voz para enseñarte, en la tierra te mostró aquel gran fuego, y oíste sus
palabras que salían del fuego. Porque amó a tus padres y después eligió a su
descendencia, él en persona te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer
ante ti a pueblos más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus
tierras en heredad, cosa que hoy es un hecho.
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón,
que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la
tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo
hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días
en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»
Palabra de
Dios
Salmo: 76,12-13.14-15.16.21
R/. Recuerdo las proezas del
Señor
Recuerdo las
proezas del Señor;
sí, recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas. R/.
Dios mío, tus
caminos son santos:
¿qué dios es grande como nuestro Dios?
Tú, oh Dios, haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos. R/.
Con tu brazo
rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.
Guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (16,24-28):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que quiera venirse conmigo, que se
niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la
perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el
mundo entero, si arruina su vida?
¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque
el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y
entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los
aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con
majestad.»
Palabra del
Señor
1. Lo primero que debemos tener presente los cristianos es que, en el centro mismo de lo que es la Iglesia, se sitúan tres afirmaciones tan fuertes como exigentes:
1) La "roca" del papado.
2) El "escándalo" de Pedro.
3) El "seguimiento de la cruz"
de quienes aceptamos semejante proyecto.
2. Al decir estas cosas, Jesús no hablaba de ascética, de mortificación, de mística o de una forma de espiritualidad. Nada de lo que sugieren estas palabras se asociaba, en la mentalidad de las gentes de aquel tiempo, con la cruz, con un condenado a la ejecución de un crucificado.
Para los judíos de entonces, hablar de
la muerte en cruz era algo que se relacionaba con la maldición divina (Deut 23,
21; Gal 3, 13; 11QTemplo 64, 6-13).
¿Quién podía pensar, entre los oyentes
de Jesús, que aquel profeta de Dios quería para sus oyentes que terminaran sus
vidas como unos malditos por el Dios Altísimo?
3. Hablar de la cruz, en la cultura del Imperio romano, era hablar de la mayor vergüenza, del peor dolor, el rechazo social, la marginación, el fracaso y la condena. La cruz era una "ejecución cruel" (Tácito, Séneca, Josefo).
- ¿Por qué Jesús llamaba a la gente a
terminar su vida con un final tan espantoso?
Jesús ni quería, ni quiere, el
sufrimiento. Lo que Jesús quería, y quiere, es que luchemos contra los
causantes del sufrimiento, de la opresión, de la
deshumanización.
Ahora bien, asumir este proyecto en la
vida es lo mismo que tomar el mismo camino que él tomó. Un camino
que obliga, a quien lo toma, a vivir en los márgenes, a luchar por una utopía
que entraña un proyecto contracultural. Es el proyecto que ahora, quizá con las
inevitables equivocaciones y errores, asumen los "indignados", los
hijos de la "contra-cultura", que protestan de lo que tenemos, porque
quieren una vida y una convivencia más humana, más
transparente, más honrada. Esto es lo que entraña "cargar con
la cruz".
Santa Clara de Asís
Nació en Asís en el año 1193; imitó a su
conciudadano Francisco, siguiéndolo por el camino de la pobreza, y fundó la
Orden de las monjas llamadas Clarisas. Su vida fue de gran austeridad, pero
rica en obras de caridad y de piedad. Murió en el año 1253
Clara significa: "vida
transparente"
"El amor que no puede sufrir
no es digno de ese nombre" -Santa Clara.
De sus cartas: Atiende a la
pobreza, la humildad y la caridad de Cristo
Clara nació en Asís, Italia, en 1193. Su
padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su madre,
Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy cristiana,
de ardiente piedad y de gran celo por el Señor.
Desde sus primeros años Clara se vio dotada
de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía otra cosa de ella,
siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación. Siempre mostró
gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día
en su vida espiritual.
Ya en ese entonces se oía de los Hermanos
Menores, como se les llamaba a los seguidores de San Francisco. Clara sentía
gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verlos y
hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las criadas.
Le llamaba mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías
cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían le llamaba mucho la
atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión.
Su llamada y su encuentro con San Francisco.
Cofundadora de la orden
La conversión de Clara hacia la vida de plena
santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando
ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones
de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a
Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al oír las
palabras: "este es el tiempo favorable... es el momento... ha llegado el
tiempo de dirigirme hacia El que me habla al corazón desde hace tiempo... es el
tiempo de optar, de escoger..", sintió una gran confirmación de todo lo
que venía experimentando en su interior.
Durante todo el día y la noche, meditó en
aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Tomó esa
misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún
obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en El
toda su fuerza y entereza.
Cuando su corazón comprendió la amargura, el
odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la guerra comprendió
que esta forma de vida era como la espada afilada que un día traspasó el
corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor más
que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la
Eucaristía para alimentarnos diariamente. El que en la oscuridad es la Luz y
que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro Amor. Renace en ella un
ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.
Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación
de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a
Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la
presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional
forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y
sus privilegios. A los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad,
mientras que los ricos comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por
contraste sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto era muy grande.
Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal
entendida.
Santa Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo
de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la gran aventura de su vocación. Se
sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al
llamado que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde Capilla de
la Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores y se
consagra al Señor por manos de Francisco.
Empiezan
las renuncias
De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la
promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a
una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó
unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza
un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí
cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa.
Para Santa Clara la humildad es pobreza de
espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de
darse sin límites a los demás.
Días más tardes fue trasladada temporalmente,
por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de
su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta
al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años,
obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes, San
Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de
Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue
una de las mayores colaboradoras en la expansión de la Orden y la hija (si se
puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica.
San Francisco les reconstruye la capilla de
San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole,
"Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor habían llegado a lo
más profundo de su ser y lo llevó al más grande anonadamiento y abandono en el
Señor. Gracias a esa respuesta de amor, de su gran "Si" al Señor,
había dado vida a una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad
Franciscana, de la cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial,
siendo cofundadora con San Francisco en la Orden de las Clarisas.
Cuando se trasladan las primeras Clarisas a
San Damián, San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de Las
Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por su gran
humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del
Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le impone,
entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser verdaderamente
esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo
fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.
Desde que fue nombrada Madre de la Orden,
ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus
hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en
plenitud.
Siempre atenta a las necesidades de cada una
de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos que
aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro más rico de las que hoy
son sus hijas, Las Clarisas Pobres.
Sta. Clara acostumbraba a tomar los trabajos
más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los
detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa
verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en
sus manos.
Por el testimonio de las mismas hermanas que
convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se
levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran más delicadas les cedía su
manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente
su cuerpo.
Cuando hacía falta pan para sus hijas,
ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella
lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor
al servicio y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe
calar nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir verdaderamente
la voluntad de Dios para ella.
Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase
de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy
evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue
el mayor ejemplo que dio a sus hijas.
La humildad brilló grandemente en Santa Clara
y una de las mas grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el
convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y
su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la
utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que
ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se
exigía mas de lo que pedía a sus hermanas.
Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y
protección a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies a las que
llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no
había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con
suprema humildad.
"En una ocasión, después de
haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana,
resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó
el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz,
volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo besó."
Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de
no poseer nada mas que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella
la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su
mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin
fue otorgado por el Papa Inocencio III.
Para Santa Clara la pobreza era el camino en
donde uno podía alcanzar mas perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por
la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del
mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada
ni exigió nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del
Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz.
Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar.
La vida de Sta. Clara fue una constante lucha
por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le
limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la
salvación de las almas.
La pobreza la conducía a un verdadero
abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en
la pobreza ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran
exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y
la manera de mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su
Evangelio.
Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su
maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas
ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de
bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo
Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo
padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me
absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue
Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les
respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta
a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros".
Mortificación de su cuerpo
Si hay algo que sobresale en la vida de Santa
Clara es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda
íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama
compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a cambiar
por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.
Los ayunos.
Siempre vivió una vida austera y comía tan
poco que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se explicaban como podía
sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar
bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y
todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que la
consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a
su amado Jesús.
Por su gran severidad en los ayunos, sus
hermanas, preocupadas por su salud, informaron a San Francisco quien intervino
con el Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan
que no fuese menos de una onza y media.
La
vida de Oración
Para Santa Clara la oración era la alegría,
la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para
el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.
Ella acostumbraba pasar varias horas de la
noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las
palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía
encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la
presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los
pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres.
Se postraba rostro en tierra ante el Señor y,
al meditar la pasión las lágrimas brotaban de lo mas íntimo de su corazón.
Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de grandes
perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando
Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran
tan ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido
amor por el Señor.
Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos
años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se excedía, ella
contestaba: Estos excesos son necesarios para la redención, "Sin el
derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación". Ella
añadía: "Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven
para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar
y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio
espiritual la tierra sería destrozada por el maligno". Santa Clara aportó
de una manera generosa a este equilibrio.
Milagros
de Santa Clara
La
Eucaristía ante los sarracenos
En 1241 los sarracenos atacaron la ciudad de
Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda de la loma,
en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy
asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota al Santísimo
Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se les
enfrentó a los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan terrible
oleada de terror que huyeron despavoridos.
En otra ocasión los enemigos atacaban a la
ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas oraron con fe
ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.
El
milagro de la multiplicación de los panes
Cuando solo tenían un pan para que comieran
cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro,
partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la
repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas
comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía,
el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus
esposas pobres?"
En una de las visitas del Papa al Convento,
dándose las doce del día, Santa Clara invita a comer al Santo Padre pero el
Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para que
queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "quiero que seas tu la que
bendigas estos panes". Santa Clara le dice que sería como un irespeto muy
grande de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces,
le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo
los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa
sobre todos los panes.
Larga
agonía
Santa Clara estuvo enferma 27 años en el
convento de San Damiano, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad con
paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El
Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita
necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita".
Cardenales
y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.
San Francisco ya había muerto pero tres de
los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le
leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía:
"Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro
Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman, sino que me
consuelan".
El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años y
41 años de ser religiosa, y dos días después de que su regla sea aprobada por
el Papa, se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla
bendita, por la que ella dio su vida.
Cuando el Señor ve que el mundo está tomando
rumbos equivocados o completamente opuestos al Evangelio, levanta mujeres y
hombres para que contrarresten y aplaquen los grandes males con grandes bienes.
Podemos ver claramente en la Orden
Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la
opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales etc., suscita en dos
jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de
pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir
que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la
cabeza. Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el
mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros
reciban de ella.
El Señor en su gran sabiduría y siendo el
buen Pastor que siempre cuida de su pueblo y de su salvación, nunca nos abandona
y manda profetas que con sus palabras y sus vidas nos recuerdan la verdad y nos
muestran el camino de regreso a El. Los santos nos revelan nuestros caminos
torcidos y nos enseñan como rectificarlos.
Tras
los pasos de Santa Clara en Asís
En la Basílica de Sta. Clara encontramos su
cuerpo incorrupto y muchas de sus reliquias.
En el convento de San Damiano, se recorren
los pasillos que ella recorrió. Se entra al cuarto donde ella pasó muchos años
de su vida acostada, se observa la ventana por donde veía a sus hijas. También
se conservan el oratorio, la capilla, y la ventana por donde expulsó a los
sarracenos con el poder de la Eucaristía.
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