7 DE AGOSTO
– LUNES –
18 –
SEMANA DE T.O. – A
SAN CAYETANO
Lectura del libro de los
Números (11,4b-15):
En aquellos
días, los israelitas dijeron:
«¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos
acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones
y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más
que maná.»
El maná se parecía a semilla de
coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían
en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con
ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el
campamento y, encima de él, el maná.
Moisés oyó cómo el pueblo, familia por
familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del
Señor; y disgustado, dijo al Señor:
«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le
concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo?
¿He concebido yo a todo este pueblo o lo
he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una
nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"?
¿De dónde sacaré pan para repartirlo a
todo el pueblo?
Vienen a mí llorando:
"Danos de comer carne."
Yo solo no puedo cargar con todo este
pueblo, pues supera mis fuerzas.
Si me vas a tratar así, más vale que me
hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»
Palabra de Dios
Salmo: 80,12-13.14-15.16-17
R/. Aclamad a Dios, nuestra
fuerza
Mi pueblo no
escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos. R/.
¡Ojalá me
escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!
En un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios. R/.
Los que aborrecen
al Señor te adularían,
y su suerte quedaría fijada;
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (14,13-21):
En aquel
tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí
en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por
tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y
curó a los enfermos.
Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos
a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde,
despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles
vosotros de comer.»
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes
y dos peces.»
Les dijo:
«Traédmelos.»
Mandó a la gente que se recostara en la
hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los
discípulos se los dieron a la gente.
Comieron todos hasta quedar satisfechos
y recogieron doce cestos llenos de sobras.
Comieron unos cinco mil hombres, sin
contar mujeres y niños.
Palabra del Señor
1. Los estudiosos de los evangelios mejor documentados están de acuerdo en que este relato de la multiplicación de los panes es uno de los llamados "milagros-dádiva", como es el caso de la boda de Caná (Jn 2, 1-12) (G. Theissen).
Por supuesto, este hecho tiene una
"explicación mítica" (D. F. Strauss).
La comida es la primera necesidad que el
ser humano experimenta en cuanto viene a este mundo.
Lo primero que el recién nacido hace, en
cuanto viene a este mundo, es ponerse a mamar. Lo cual es satisfacer
una necesidad biológica básica indispensable. Pero también entraña una
necesidad psicológica que no podemos dejar al descubierto: la necesidad de
recibir cariño y de dar cariño. La mamá y el hijo se funden en la unión que es
plenitud de vida, de satisfacción, de felicidad.
2. Por eso, la comida no
tiene solo la función de saciar el hambre y reparar las fuerzas del cuerpo. La
comida es también unión de personas, fusión de los sentimientos más hondos de
la vida humana. De ahí que la comida -que es tan necesaria para vivir— puede
ser fuente de felicidad o fuente de humillación.
Es felicidad compartir una comida con quien
uno se encuentra a gusto.
Pero es humillación tener que ir a
buscar un plato de comida que se me da como limosna.
Por eso las comidas de Jesús fueron
siempre con otros, comidas compartidas, comidas de plena humanidad. Y eso es la
base central de la eucaristía en la Iglesia. De ahí que haber trasladado la
eucaristía de la mesa al altar, y haber hecho, del acto central de la felicidad
humana, el acto central del ritual religioso ha sido desvirtuar lo que Jesús
quiso y lo que nos dejó como mandato: haced esto en memoria mía.
Porque así es cómo recordamos a Jesús.
3. La Iglesia, en los ss. III-IV, tuvo una expansión que se extendió por el Imperio como el contagio de una experiencia maravillosa en aquella época de angustia, cuando aquel Imperio se hundía.
Como se ha dicho con tanta precisión,
"debieron ser muchos los que experimentaron una sensación de
desamparo: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las
ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas
arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas
estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser
el único medio de conservar el respeto hacia sí mismo y dar a la propia vida
algún sentido.
Dentro de la comunidad se experimentaba
el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros en
este mundo y en el otro" (E. R. Dodds).
Este fenómeno, aunque cambiaron las
circunstancias, se prolongó en los siglos siguientes (Peter Brown).
Este tendría que ser el sentido de la
eucaristía en este tiempo de crisis. Ahí estaría la "memoria de
Jesús".
SAN CAYETANO
Nació en Vicenza en el año 1480. Estudió derecho en Padua y, después de
recibida la ordenación sacerdotal, instituyó en Roma la Sociedad de Clérigos
Regulares o Teatinos, con el fin de promover el apostolado y la renovación
espiritual del clero. Esta sociedad se propagó luego por el territorio de
Venecia y el reino de Nápoles.
San Cayetano
se distinguió por su asiduidad en la oración y por la práctica de la caridad
para con el prójimo. Murió en Nápoles en el año 1547.
Su padre, militar, murió defendiendo la
ciudad contra un ejército enemigo. El niño quedó huérfano, al cuidado de su
santa madre que se esmeró intensamente por formarlo muy buen.
Estudió en la Universidad de Padua donde
obtuvo dos doctorados y allí sobresalía por su presencia venerable y por su
bondad exquisita que le ganaba muchas amistades.
Se fue después a Roma, y en esa ciudad
capital llegó a ser secretario privado del Papa Julio II, y notario de la Santa
Sede.
A los 33 años fue ordenado
sacerdote. El respeto que tenía por la Santa Misa era tan grande, que entre su
ordenación sacerdotal y su primera misa pasaron tres meses, tiempo que dedicó a
prepararse lo mejor posible a la santa celebración.
En Roma se inscribió en una asociación
llamada "Del Amor Divino", cuyos socios se esmeraban por llevar una
vida lo más fervorosa posible y por dedicarse a ayudar a los pobres y a los
enfermos.
Viendo que el estado de relajación de los
católicos era sumamente grande y escandaloso, se propuso fundar una comunidad
de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida lo más santa posible y a
enfervorizar a los fieles. Y fundó los Padres Teatinos (nombre que les viene a
Teati, la ciudad de la cual era obispo el superior de la comunidad, Msr.
Caraffa, que después llegó a ser el Papa Pablo IV).
San Cayetano le escribía a un amigo: "Me
siento sano del cuerpo, pero enfermo del alma, al ver cómo Cristo espera la
conversión de todos, y son tan poquitos los que se mueven a convertirse".
Y este era el más grande anhelo de su vida: que las gentes empezaran a llevar
una vida más de acuerdo con el santo Evangelio.
Y donde quiera que estuviese
trabajó por conseguirlo.
En ese tiempo estalló la revolución de Lutero
que fundó a los evangélicos y se declaró en guerra contra la Iglesia de Roma.
Muchos querían seguir su ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la santa
Iglesia Católica, pero San Cayetano les decía: "Lo primero que hay que
hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo".
San Cayetano era de familia muy rica y se
desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. En una carta
escribió la razón que tuvo para ello: "Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me
atreveré a seguir viviendo como rico?" Veo a mi Cristo humillado y
despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que ganas siento de
llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor
Crucificado".
En Nápoles un señor rico quiere regalarle
unas fincas para que viva de la renta, junto con sus compañeros, diciéndole que
allí la gente no es tan generosa como en otras ciudades. El santo rechaza la
oferta y le dice: "Dios es el mismo aquí y en todas partes, y Él nunca nos
ha desamparado, si siquiera por un minuto".
Fundó asociaciones llamadas "Montes de
piedad" (Montepíos) que se dedicaban a prestar dinero a gentes muy pobres
con bajísimos intereses.
Sentía un inmenso amor por Nuestro Señor, y
lo adoraba especialmente en la Sagrada Hostia en la Eucaristía y recordando la
santa infancia de Jesús. Su imagen preferida era la del Divino Niño Jesús.
La gente lo llamaba: "El padrecito que
es muy sabio, pero a la vez muy santo".
Los ratos libres los dedicaba, donde quiera
que estuviera, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los
más abandonados y repugnantes.
Un día en su casa de religioso no había nada
para comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres. San
Cayetano se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario
donde estaban las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: "Jesús
amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para comer". Al poco rato
llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de provisiones, y los arrieros
no quisieron decir de dónde las enviaban.
En su última enfermedad el médico aconsejó
que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: "Mi Salvador
murió sobre una tosca cruz. Por favor permítame a mí que soy un pobre pecador,
morir sobre unas tablas". Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en
Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la
santificación de las almas.
En seguida empezaron a conseguirse milagros
por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.
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