sábado, 5 de agosto de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 7 DE AGOSTO – LUNES – 18 – SEMANA DE T.O. – A SAN CAYETANO

 

 

 



7 DE AGOSTO – LUNES –

18 – SEMANA DE T.O. – A

SAN  CAYETANO

 

       Lectura del libro de los Números (11,4b-15):

 

En aquellos días, los israelitas dijeron:

«¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.»

El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y, encima de él, el maná.

Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor:

«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo?

¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"?

¿De dónde sacaré pan para repartirlo a todo el pueblo?

Vienen a mí llorando:

"Danos de comer carne."

Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas.

Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 80,12-13.14-15.16-17

 

    R/. Aclamad a Dios, nuestra fuerza

 

Mi pueblo no escuchó mi voz,

Israel no quiso obedecer:

los entregué a su corazón obstinado,

para que anduviesen según sus antojos. R/.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo

y caminase Israel por mi camino!

En un momento humillaría a sus enemigos

y volvería mi mano contra sus adversarios. R/.

Los que aborrecen al Señor te adularían,

y su suerte quedaría fijada;

te alimentaría con flor de harina,

te saciaría con miel silvestre. R/.

 

      Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,13-21):

 

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.

Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:

«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»

Jesús les replicó:

«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»

Ellos le replicaron:

«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.»

Les dijo:

«Traédmelos.»

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.

Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras.

Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

 

Palabra del Señor

 

1.  Los estudiosos de los evangelios mejor documentados están de acuerdo en que este relato de la multiplicación de los panes es uno de los llamados "milagros-dádiva", como es el caso de la boda de Caná (Jn 2, 1-12) (G. Theissen).

Por supuesto, este hecho tiene una "explicación mítica" (D. F. Strauss).

La comida es la primera necesidad que el ser humano experimenta en cuanto viene a este mundo.  

Lo primero que el recién nacido hace, en cuanto viene a este mundo, es ponerse a mamar.  Lo cual es satisfacer una necesidad biológica básica indispensable. Pero también entraña una necesidad psicológica que no podemos dejar al descubierto: la necesidad de recibir cariño y de dar cariño. La mamá y el hijo se funden en la unión que es plenitud de vida, de satisfacción, de felicidad.

 

2.  Por eso, la comida no tiene solo la función de saciar el hambre y reparar las fuerzas del cuerpo. La comida es también unión de personas, fusión de los sentimientos más hondos de la vida humana. De ahí que la comida -que es tan necesaria para vivir— puede ser fuente de felicidad o fuente de humillación.

Es felicidad compartir una comida con quien uno se encuentra a gusto.

Pero es humillación tener que ir a buscar un plato de comida que se me da como limosna.

Por eso las comidas de Jesús fueron siempre con otros, comidas compartidas, comidas de plena humanidad. Y eso es la base central de la eucaristía en la Iglesia. De ahí que haber trasladado la eucaristía de la mesa al altar, y haber hecho, del acto central de la felicidad humana, el acto central del ritual religioso ha sido desvirtuar lo que Jesús quiso y lo que nos dejó como mandato:  haced esto en memoria mía. Porque así es cómo recordamos a Jesús.

 

3.  La Iglesia, en los ss. III-IV, tuvo una expansión que se extendió por el Imperio como el contagio de una experiencia maravillosa en aquella época de angustia, cuando aquel Imperio se hundía.   

Como se ha dicho con tanta precisión, "debieron ser muchos los que experimentaron una sensación de desamparo:  los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos.  Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismo y dar a la propia vida algún sentido. 

Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros en este mundo y en el otro" (E. R. Dodds).

Este fenómeno, aunque cambiaron las circunstancias, se prolongó en los siglos siguientes (Peter Brown).

Este tendría que ser el sentido de la eucaristía en este tiempo de crisis. Ahí estaría la "memoria de Jesús".

 

SAN  CAYETANO

 




Nació en Vicenza en el año 1480. Estudió derecho en Padua y, después de recibida la ordenación sacerdotal, instituyó en Roma la Sociedad de Clérigos Regulares o Teatinos, con el fin de promover el apostolado y la renovación espiritual del clero. Esta sociedad se propagó luego por el territorio de Venecia y el reino de Nápoles.

San Cayetano se distinguió por su asiduidad en la oración y por la práctica de la caridad para con el prójimo. Murió en Nápoles en el año 1547.

 

Su padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra un ejército enemigo. El niño quedó huérfano, al cuidado de su santa madre que se esmeró intensamente por formarlo muy buen.

Estudió en la Universidad de Padua donde obtuvo dos doctorados y allí sobresalía por su presencia venerable y por su bondad exquisita que le ganaba muchas amistades.

Se fue después a Roma, y en esa ciudad capital llegó a ser secretario privado del Papa Julio II, y notario de la Santa Sede.

los 33 años fue ordenado sacerdote. El respeto que tenía por la Santa Misa era tan grande, que entre su ordenación sacerdotal y su primera misa pasaron tres meses, tiempo que dedicó a prepararse lo mejor posible a la santa celebración.

En Roma se inscribió en una asociación llamada "Del Amor Divino", cuyos socios se esmeraban por llevar una vida lo más fervorosa posible y por dedicarse a ayudar a los pobres y a los enfermos.

Viendo que el estado de relajación de los católicos era sumamente grande y escandaloso, se propuso fundar una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida lo más santa posible y a enfervorizar a los fieles. Y fundó los Padres Teatinos (nombre que les viene a Teati, la ciudad de la cual era obispo el superior de la comunidad, Msr. Caraffa, que después llegó a ser el Papa Pablo IV).

San Cayetano le escribía a un amigo: "Me siento sano del cuerpo, pero enfermo del alma, al ver cómo Cristo espera la conversión de todos, y son tan poquitos los que se mueven a convertirse". Y este era el más grande anhelo de su vida: que las gentes empezaran a llevar una vida más de acuerdo con el santo Evangelio.

donde quiera que estuviese trabajó por conseguirlo.

En ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San Cayetano les decía: "Lo primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo".

San Cayetano era de familia muy rica y se desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. En una carta escribió la razón que tuvo para ello: "Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico?" Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado".

En Nápoles un señor rico quiere regalarle unas fincas para que viva de la renta, junto con sus compañeros, diciéndole que allí la gente no es tan generosa como en otras ciudades. El santo rechaza la oferta y le dice: "Dios es el mismo aquí y en todas partes, y Él nunca nos ha desamparado, si siquiera por un minuto".

Fundó asociaciones llamadas "Montes de piedad" (Montepíos) que se dedicaban a prestar dinero a gentes muy pobres con bajísimos intereses.

Sentía un inmenso amor por Nuestro Señor, y lo adoraba especialmente en la Sagrada Hostia en la Eucaristía y recordando la santa infancia de Jesús. Su imagen preferida era la del Divino Niño Jesús.

La gente lo llamaba: "El padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo".

Los ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los más abandonados y repugnantes.

Un día en su casa de religioso no había nada para comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres. San Cayetano se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario donde estaban las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: "Jesús amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para comer". Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las enviaban.

En su última enfermedad el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: "Mi Salvador murió sobre una tosca cruz. Por favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas". Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas.

En seguida empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.

 

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