4 DE AGOSTO
– VIERNES –
17 –
SEMANA DE T.O. – A
San Juan María
Vianney,
Cura de Ars
Lectura del libro del Levítico
(23,1.4-11.15-16.27.34b-37):
El Señor dijo
a Moisés:
«Estas son las festividades del Señor,
en las que convocarán a asambleas litúrgicas.
El día catorce del primer mes, al
atardecer, es la fiesta de la Pascua del Señor.
El día quince del mismo mes es la fiesta
de los panes sin levadura, dedicada al Señor. Comerán panes sin levadura
durante siete días.
El primer día de éstos se reunirán en
asamblea litúrgica y no harán ningún trabajo. Los siete días harán ofrendas al
Señor. El día séptimo se volverán a reunir en asamblea litúrgica y no harán
ningún trabajo de siervos».
El Señor volvió a hablar a Moisés y le
dijo:
«Di a los israelitas: Cuando entren en
la tierra que yo les voy a dar y recojan la cosecha, le llevarán la primera
gavilla al sacerdote, quien la agitará ritualmente en presencia del Señor, el
día siguiente al sábado para que sea aceptada.
Pasadas siete semanas completas,
contando desde el día siguiente al sábado en que lleven la gavilla para la
agitación ritual, hasta el día siguiente al séptimo sábado, es decir, a los
cincuenta días, harán una nueva ofrenda al Señor. El día diez del séptimo mes
es el día de la expiación. Se reunirán en asamblea litúrgica, harán penitencia
y presentarán una ofrenda al Señor.
El día quince de este séptimo mes
comienza la fiesta de los Campamentos, dedicada al Señor, y dura siete días. El
primer día se reunirán en asamblea litúrgica. No harán trabajos serviles. Los
siete días harán ofrendas al Señor. El octavo día volverán a reunirse en
asamblea litúrgica y a hacer una ofrenda al Señor. Es día de reunión religiosa
solemne. No harán trabajos serviles.
Estas son las festividades del Señor, en
las que se reunirán en asamblea litúrgica y ofrecerán al Señor oblaciones,
holocaustos y ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones, según corresponde
a cada día».
Palabra de
Dios
Salmo:
80
R/. Aclamemos al Señor, nuestra
fuerza.
Entonemos un
canto
al son de las guitarras y del arpa.
Que suene la trompeta en esta fiesta
que conmemora nuestra alianza. R/.
Porque ésta es
una ley en Israel,
es un precepto que el Dios de Jacob
estableció para su pueblo,
cuando lo rescató de Egipto. R/.
«No tendrás
otro Dios fuera de mí
ni adorarás a dioses extranjeros.
Pues yo, el Señor, soy el Dios tuyo,
el que te sacó de Egipto, tu destierro». R/.
Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (13,54-58):
En aquel
tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga,
de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban:
«¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría
y esos poderes milagrosos?
¿No es el hijo del carpintero?
¿No es María su madre, y no son sus
hermanos Santiago, José, Simón y Judas?
¿No viven entre nosotros todas sus
hermanas?
¿De dónde, pues, ha sacado todas estas
cosas?»
Y se negaban a creer en él.
Entonces Jesús les dijo:
«Un profeta no es despreciado más que en
su patria y en su casa».
Y no hizo muchos milagros allí por la
incredulidad de ellos.
Palabra del Señor
1. Sin
duda alguna, Jesús se dirigía a Nazaret, como indica Marcos en el relato paralelo (Mc 6, 1-6). Un pueblo sin importancia, del que no cabía
esperar que de allí viniera a este mundo nadie importante (Jn 1,46).
Además, en una aldea así, Jesús se situaba entre la gente más baja en la escala
social.
En este evangelio se hace referencia a
su padre, a su madre y a sus hermanos. Y los vecinos están de acuerdo en que
aquel pobre artesano (tékton) no tenía ni formación, ni cualidades demostradas,
para ser una persona que pudiera destacar. Por eso, la pregunta lógica: ¿de
dónde saca todo eso?
2. A los parientes y vecinos no les cabía en la cabeza que un hijo de aquella familia pudiera ser un personaje que hablaba con éxito a la gente y en público.
Todo aquello, a los vecinos del pueblo y a sus parientes les resultaba
escandaloso.
¿Por qué el escándalo?
Porque, para un israelita piadoso, de
Dios solo podía hablar quien tuviera formación intelectual y la preparación
debida para ello. Y los nazarenos sabían que Jesús no tenía tal formación, ni
había hecho estudios, ni se había preparado en una escuela de rabinos
competentes.
De la gente vulgar y sin títulos
adecuados, ¿cómo se podía esperar que saliera una palabra creíble sobre Dios,
sobre la ley o sobre la religión?
3. Los vecinos de Nazaret
pensaban en lo que estaban presenciando, desde "la lógica de la
religión" que habían aprendido.
Pero, por lo visto, no tenían ni idea de
"la lógica del Evangelio" que Jesús enseñaba. Y, si es que hablamos
de la lógica del Evangelio, ya nos estamos refiriendo a otra cosa, que tiene
que ver poco con la sabiduría del orden presente de este
mundo. Jesús había dicho que las cosas de Dios están escondidas a
los sabios y entendidos. Y, por el contrario, quienes las conocen son la gente
sencilla (Mt 11, 25).
Es la sorprendente sabiduría de los
pequeños, los sin importancia, los nadies, esos son los que contagian lo que
Jesús transmitía.
- ¿Y por qué los más simples son los
que aciertan con lo que Jesús comunicaba? Porque lo que Jesús
vio que todos más necesitamos, no son saberes humanos, sino humanidad, bondad,
integridad propia de personas de una pieza. Esto no les cabe en la cabeza a los
que aspiran a títulos, saberes y cargos. Solo es entendible para los que
anhelan ser profundamente humanos. Esos son los que dan con el Dios de Jesús.
Nació cerca de Lyon en el año 1786. Tuvo
que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se
le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo, con una
activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó,
y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual.
Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual
hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes para escuchar sus santos
consejos.
Murió en el año 1859.
Martirologio Romano: Memoria de san Juan María
Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera
admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de
Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y
ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba
a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la
Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho
de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (†1859).
Breve
Biografía
Uno de los santos más populares en los
últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él
se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a
los ojos del mundo, para confundir a los grandes".
Era un campesino de mente rústica, nacido en
Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la
Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él
y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones
hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque
había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión.
La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración
nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos
de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su
viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro
de muerte, si los sorprendían las autoridades.
Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su
padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le
trabajaba en el campo. Además, no era fácil conseguir seminarios en esos
tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos
los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los
reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el
camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a
presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y
cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades
le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se
encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde
debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el
otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente
lejos del batallón.
Y al llegar a un pueblo, Juan María se
fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a
quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al
joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando
escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo
entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin
en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un
decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y
Vianney pudo volver otra vez a su hogar.
Trató de ir a estudiar al seminario pero su
intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores
exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le
queda nada". Y lo echaron.
Se fue en peregrinación de muchos días hasta
la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo
su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más
inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las
dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que
le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre
de Bautista.
El Padre Balley había fundado por su cuenta
un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se
desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él
le enseñaba, Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena
voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo
imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.
Después de prepararlo por tres años, dándole
clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario.
Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores
tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de
sacerdote.
Su gran benefactor, el Padre Balley, lo
siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que
examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se
dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de
conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de
ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas
cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le
respondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el
seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió
el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues, aunque le falte ciencia, con
tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".
Y así el 12 de agosto de 1815, fue
ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la
necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su
siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros
tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y
admirador.
Unos curitas muy sabios habían dicho por
burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar
con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".
Y el 9 de febrero de 1818 fue enviado a
la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa
los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó
escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferencian
de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba
lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante
41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.
El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un
método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar
mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi
nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando
horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué
el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a
las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se
alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena
y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado
igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches
las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero
también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y
sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra
los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas
con las que el diablo quiere perderlos.
Cuando el Padre Vianney empieza a volverse
famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador
a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este
predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.
El prelado le pregunta: "¿Tienen algún
defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos.
Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre
habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el
infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones?
- pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se
conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban
antes".
El Obispo satisfecho y sonriente exclamó:
"Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros
tres defectos".
Los primeros años de su sacerdocio, duraba
tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo.
Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole
su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se
arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar,
encomendando al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al
empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le
decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado
bien antes de predicar.
Pocos santos han tenido que entablar luchas
tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía
ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan
sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de
prenderle fuego a su habitación. Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez
le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y
si no ya me lo habría llevado al abismo".
Un día en una misión en un pueblo, varios
sacerdotes jóvenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros
cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el
dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron
los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en
pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a
volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor
y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora
parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al
maldito Satanás.
Cuando concedieron el permiso para que lo
ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo
pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien:
ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían
mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones
del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de
tonto orgullo.
Tenía que pasar 12 horas diarias en el
confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con
él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario
conseguía conversiones impresionantes.
Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas
cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde
sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars
fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban
los que iban a confesarse.
A las 12 de la noche se levantaba el
santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y
empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una
cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de
las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la
Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el
Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.
De ocho a once confesaba mujeres. A las 11
daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el
templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las doce iba a tomarse un ligerísimo
almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes
pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traído. Por la calle
la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.
De una y media hasta las seis seguía
confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les
leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían
quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.
En el confesionario sufría mareos y a ratos
le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba
copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía:
"El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo".
Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por la noche leía un rato, y a las ocho se
acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.
Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a
misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se
cerraron muchas cantinas y bailaderos.
En Ars todos se sentían santamente orgullosos
de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente
trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en
los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.
Siempre se creía un miserable pecador. Jamás
hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle
le escribió una carta humildísima pidiéndole perdón por todo, como si él
hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo
elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le
concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor:
"Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del
ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.
El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su
premio en la eternidad.
Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el
Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.
Fuente: EWTN.com
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