27 DE AGOSTO
– DOMINGO –
21 –
SEMANA DE T.O. – A
SANTA MÓNICA
Lectura del libro de Isaías (22,19-23):
Así
dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio:
«Te
echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo,
a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré
tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de
Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie
lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio
firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.»
Palabra de Dios
Salmo
137,1-2a.2bc-3.6.8bc
R/. Señor, tu misericordia
es eterna,
no abandones la obra de tus manos
Te
doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles
tañeré para ti,
me postraré hacia tu
santuario,
daré gracias a tu
nombre. R/.
Por
tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a
tu fama;
cuando te invoqué, me
escuchaste,
acreciste el valor en mi
alma. R/.
El
Señor es sublime,
se fija en el humilde
y de lejos conoce al
soberbio.
Señor, tu misericordia es
eterna,
no abandones la obra de
tus manos. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,33-36):
¡Qué
abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué
insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! - ¿Quién conoció la
mente del Señor? - ¿Quién fue su consejero?
-¿Quién le ha dado
primero, para que él le devuelva?
Él
es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-20):
En
aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus
discípulos:
«¿Quién
dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos
contestaron:
«Unos
que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él
les preguntó:
«Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón
Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús
le respondió:
«¡Dichoso
tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y
hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora
te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder
del infierno no la derrotará.
Te
daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará
atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el
cielo.»
Y
les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor
Pedro, entre Dios y
Satanás.
El evangelio de este domingo y el del siguiente forman un díptico
indisoluble.
- En el de hoy, Pedro recibe una revelación de Dios y una misión.
- En el siguiente, se convierte en portavoz de Satanás.
De este modo, Mateo deja claro que lo importante es la misión
recibida, no la santidad del receptor.
El pasaje de este domingo se divide en tres partes:
1) Lo que piensa la gente
a propósito de Jesús;
2) Lo que afirma Pedro;
3) Las promesas de Jesús a
Pedro.
1. Lo que piensa la gente
a propósito de Jesús
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
― ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
― Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas.
¿Cómo es posible que la gente ofrezca respuestas tan extrañas? La culpa es
en gran parte de Jesús por usar una expresión que se presta a equívoco: bar
enosh puede entenderse de formas muy distintas, y podríamos traducirlo
con minúscula o con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca
de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen
madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este
hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este
hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6),
etc.
Con mayúscula, «Hijo
del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no
habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el
Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para
que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El
Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de
sus ángeles» (Mt 16,27).
La gente que escuchaba
a Jesús, como en La vida de Brian, podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la
expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o
de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen
los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de
mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final
de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los
grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al
Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un
profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista).
Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era
intencionadamente ambiguo.
2. Lo que afirma
Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Él les preguntó:
― Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
― Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Estamos tan acostumbrados a
escuchar la respuesta de Pedro que nos parece normal. Sin embargo, de normal no
tiene nada. Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje
extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista
político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social
(justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo
mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un grupo
de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres. Para
confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina.
3. Las promesas de Jesús
a Pedro
Jesús le respondió:
― ¡Dichoso tú, Simón hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie
de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra,
quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en
el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Esta tercera parte es exclusiva de Mateo. En los evangelios de Marcos y
Lucas, el pasaje de la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe termina con las
palabras: "Prohibió terminantemente a los discípulos decirle a nadie que
él era el Mesías". Sin embargo, Mateo introduce aquí estas palabras de
Jesús a Pedro.
Comienzan con una bendición, que subraya la importancia del título de
Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. No es un hereje ni un loco, sus
palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la memoria lo
dicho en 11,25-30: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el
Padre se lo quiere revelar".
Basándose en esta revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica
unas promesas:
1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia;
2) le dará las llaves del Reino de Dios;
3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida en la tierra será
refrendado en el cielo.
Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT,
la "roca" es Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el
mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que
difícilmente podrían haber inventado los cristianos posteriores. (La
escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las palabras "y
sobre esta piedra edificaré mi iglesia" se refiere a él mismo, no a Pedro,
es poco seria).
La segunda afirmación ("te daré las llaves del Reino de Dios") se
entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín,
tema de la primera lectura de hoy:
"Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra
nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá".
Se concede al personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad.
Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y
cerrar sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es la misma.
El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de
formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a
Pedro está en función de esta idea.
- ¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro?
- ¿Le guía una intención eclesiológica, para indicar cómo concibe Jesús a
su comunidad?
- ¿O tienen una finalidad mucho más práctica? Ambas ideas no se excluyen, y
la teología católica ha insistido básicamente en la primera: Jesús,
consciente de que su comunidad necesita un responsable último, encomienda esta
misión a Pedro y a sus sucesores.
Es posible que haya también de fondo una idea más práctica, relacionada con
el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se
plantearon desde el primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los
paganos en la comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de
los Apóstoles dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un
papel capital Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos
conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era
"el Papa", ni gozaba de la "infalibilidad pontificia", las
palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos.
"Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la
tierra quedará desatado en el cielo". Es Pedro el que ha recibido la
máxima autoridad y el que tiene la decisión última.
Apéndice 1. El papel de Pedro en la
iglesia primitiva
Un
detalle común a las más diversas tradiciones del Nuevo Testamento es la
importancia que se concede a Pedro. El dato más antiguo y valioso, desde el
punto de vista histórico, lo ofrece Pablo en su carta a los Gálatas, donde
escribe que tres años después de su conversión subió a Jerusalén «a conocer a
Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él» (Gálatas 1,18). Este simple
detalle demuestra la importancia excepcional de Pedro. Y catorce años más
tarde, cuando se plantea el problema de la predicación del evangelio a los
paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me habían confiado anunciar la buena
noticia a los paganos, igual que Pedro a los judíos; pues el que asistía a
Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía a mí en el mío con los
paganos» (Gálatas 2,7).
Esta primacía de Pedro queda reflejada en diversos episodios de los distintos
evangelios. Por no alargarme, basta recordar el triple encargo («apacienta mis
corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de
Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo.
Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la ascensión, es
Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto de Judas. El día de
Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los presentes. Su autoridad será
decisiva para la aceptación de los paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este
episodio capital es el mejor ejemplo práctico de la promesa: «lo que ates en la
tierra quedará atado en el cielo».
Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?
Lo
anterior ayuda a responder una pregunta elemental desde el punto de vista
histórico: si las promesas de Jesús a Pedro sólo se encuentran en el evangelio
de Mateo, - ¿no serán un invento del evangelista? Así piensan muchos autores.
Pero el término «invento» se presta a confusión, como si todo lo que se cuenta
fuera mentira. Los escritores antiguos tenían un concepto de verdad histórica
muy distinto del nuestro, para nosotros, la verdad debe ir envuelta en la
verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma de contarlo, debe ser cierto (esto en
teoría, porque infinitos libros de historia se presentan como verdaderos,
aunque mienten en lo que cuentan y en la forma de contarlo). Para los antiguos,
la verdad se podía envolver en un ropaje de ficción.
La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas,
Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la
iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como
reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas
palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía
de Pedro no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión
de Jesús.
Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que
leeremos el próximo domingo.
SANTA MÓNICA
Nació en Tagaste
(África) en el año 331, de familia cristiana. Muy joven, fue dada en matrimonio
a un hombre llamado Patricio, del que tuvo varios hijos, entre ellos san
Agustín, cuya conversión le costó muchas lágrimas y oraciones.
Fue un modelo de madres; alimentó su fe con la oración y la embelleció con
sus virtudes.
Murió en Ostia en el año 387.
Santa
Mónica es famosa por haber sido la madre de San Agustín y por haber logrado la
conversión de su hijo.
Mónica
nació en Tagaste (África del Norte) a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el
año 332.
FORMACION FUERTE:
Sus
padres encomendaron la formación de sus hijas a una mujer muy religiosa, pero
de muy fuerte disciplina. Ella no las dejaba estar tomando bebidas entre horas
(aunque aquellas tierras son de clima muy caliente) pues les decía: "Ahora
cada vez que tengan sed van a tomar bebidas para calmarla. Y después que sean
mayores y tengan las llaves de la pieza donde está el vino, tomarán licor y
esto les hará mucho daño." Mónica le obedeció los primeros años pero,
después ya mayor, empezó a ir a escondidas al depósito y cada vez que tenía sed
tomaba un vaso de vino. Más sucedió que un día regaño fuertemente a un obrero y
este por defenderse le grito ¡Borracha! Esto le impresiono profundamente y
nunca lo olvido en la vida, y se propuso no volver a tomar jamás bebidas alcohólicas.
Pocos meses después fue bautizada (en ese tiempo bautizaban a la gente ya
entrada en años) y desde su bautismo su conversión fue admirable.
UN ESPOSO TERRIBLE:
Ella
deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad (como su nombre lo indica)
pero sus padres dispusieron que tenía que esposarse con un hombre llamada
Patricio. Este era un buen trabajador, pero terriblemente malgeniado, y además
mujeriego, jugador y sin religión, ni gusto por lo espiritual. La hará sufrir
lo que no está escrito y por treinta años ella tendrá aguantar los tremendos
estallidos de ira de su marido que grita por el menor disgusto, pero este jamás
se atreverá a levantar la mano contra ella. Tuvieron tres hijos: dos varones y
una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín,
la hizo sufrir por docenas de años.
VIUDA Y CON UN HIJO REBELDE:
Patricio
no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su
generosidad tan grande con los pobres, nunca se oponía a que ella se dedicara a
estas buenas obras. y quizás por eso mismo logro su conversión. Mónica rezaba y
ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzó de Dios la gracia de que en
el año de 371 Patricio se hiciera bautizar, y que lo mismo lo hiciera la
suegra, mujer terriblemente colérica que por meterse demasiado en el hogar de
su nuera le había amargado harto la vida a la pobre Mónica. Un año después de
su bautismo, murió santamente Patricio, dejando a la pobre viuda con el
problema de su hijo mayor.
EL MUCHACHO DIFICIL:
Patricio
y Mónica se habían dado cuenta de que su hijo mayor era extraordinariamente
inteligente, y por eso lo enviaron a la capital del estado, la ciudad de
Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Pero Agustín tuvo la
desgracia de que su padre no se interesaba nada de sus progresos espirituales.
Solo le importaba que sacara buenas notas, que brillara en las fiestas sociales
y que sobresaliera en los ejercicios físicos, pero acerca de la salvación de su
alma, no se interesaba ni le ayudaba en nada. Y esto fue fatal para él, pues
fue cayendo de mal en peor en pecados y errores.
UNA MADRE FUERTE:
Cuando
murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias
cada vez peores, de que el joven llevaba una vida nada santa. que en una
enfermedad, ante el temor a la muerte se había hecho instruir acerca de la
religión y propuesto hacerse católico, pero que sanado de la enfermedad había
abandonado el propósito de hacerlo. Y que finalmente, se había hecho socio de
una secta llamada de los Maniqueos, que afirmaban que el mundo no lo había
hecho Dios, sino el Diablo. Y Mónica que era bondadosa pero no cobarde, ni
floja, al volver su hijo a vacaciones y empezar a oírle mil barbaridades contra
la verdadera religión, lo hecho sin más de la casa y le cerró las puertas,
porque bajo su techo no quería alberga enemigos de Dios.
LA VISION ANIMADORA:
Pero
sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que vio que ella estaba en
bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo y que en ese momento se le
acercaba un personaje muy resplandeciente y le decía: "tu hijo volverá
contigo " y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narro al muchacho el
sueño tenido y él dijo lleno de orgullo que eso significaba que la madre se iba
a volver maniqueista como él. Pero ella le respondió: "En el sueño no me
dijeron, mama ira a donde su hijo, sino tu hijo volverá contigo" Esta
hábil respuesta impresionó mucho a su hijo, quien más tarde la consideraba como
una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437.
Faltaban
9 años para que Agustín se convirtiera-
LA RESPUESTA DE UN OBISPO:
Por
muchos siglos ha sido muy comentada la bella respuesta que un obispo le dio a
Mónica cuando ella le contó que llevaba años y años rezando, ofreciendo
sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de
Agustín. El obispo le respondió: "Este tranquila, es imposible que se
pierda el Hijo de tantas lágrimas". Esta admirable respuesta y lo que
había oído en el sueño, la llenaban de consuelo y esperanza, a pesar de que
Agustín no daba la menor señal de arrepentimiento.
UN HIJO QUE SE FUGA Y UNA MADRE QUE LO VA SIGUIENDO:
Cuando
tenía 29 años, el joven decidió ir a Roma a dar clases allá. Ya era todo un
doctor. Mama se propuso irse con él para librarlo de todos los peligros
morales. Pero Agustín le hizo una jugada tramposa (de la cual se arrepintió
mucho más tarde) Al llegar junto al mar le dijo a Mónica que se fuera a rezar a
un templo, mientras iba a visitar a un amigo, y lo que hizo fue subirse al
barco y salir rumbo a Roma, dejándola sola allí, pero Mónica no era mujer débil
para dejarse derrotar tan fácilmente. Tomo otro barco y se dirigió hasta Roma.
UN PERSONAJE QUE INFLUYO MUCHO:
En
Milán; Mónica se encontró con el Santo más famoso de la época, San Ambrosio,
arzobispo de esa ciudad. En él se encontró un verdadero padre lleno de bondad y
de sabiduría que la fue guiando con prudentes consejos. Además, Agustín se
quedó impresionado por su enorme sabiduría y la poderosa personalidad de San
Ambrosio y empezó a escucharle con profundo cariño y a cambiar sus ideas y
entusiasmarse por la fe católica.
LA CONVERSION:
Y sucedió
que en año 387, Agustín al leer unas frases de San Pablo sintió una impresión
extraordinaria y se propuso cambiar de vida. Envió lejos a la mujer con la cual
vivía en unión libre, dejo sus vicios y malas costumbres. Se hizo instruir en
la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo
bautizar.
YO PUEDO MORIR TRANQUILA:
Agustín,
ya convertido, dispuso volver con s madre y su hermano, a su tierra, en el
África, y se fueron al puerto de Hostia a esperar el barco. Pero Mónica ya
había conseguido todo lo que anhelaba es esta vida, que era ver la conversión
de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa
junto al mar, por la noche al ver el cielo estrellado platicando con Agustín
acerca de cómo serán las alegrías que tendremos en el cielo, y ambos se
emocionaban comentando y meditando los goces celestiales que nos esperan. En
determinado momento exclamo entusiasmada: " ¿Y a mí que más me puede
amarrar a la tierra? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico.
Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco después le invadió la
fiebre, y en pocos días se agravo y murió. Lo único que pidió a sus dos hijos
es que no dejaran de rezar por el descanso de su alma.
Murió
en el año 387 a los 55 años.
Miles
de madres y de esposas se han encomendado en todos estos siglos a Santa Mónica,
para que les ayude a convertir a sus esposos e hijos, y han conseguido
conversiones admirables.
La
pintan como vestida de monja (porque así se vestían en ese tiempo las mujeres
que se dedicaban a la vida espiritual, huyendo de los adornos y de la vanidad)
y con un bastón de caminante, en recuerdo que hizo de los viajes buscando a su
hijo para convertirlo, y con un libro en la mano, para no olvidar que fue la
lectura de una página de la Biblia lo que obtuvo que Agustín se decidiera a
convertirse definitivamente.
Oración a Santa Mónica
¡Oh
gloriosa Santa Mónica, espejo de esposas, modelo de madres, consuelo de viudas,
mujer admirable, a quien Dios infundió el espíritu de oración y concedió aquel
don de lágrimas con que supisteis hacer violencia al Dios de las misericordias
para que se compadeciera de vuestros gemidos, escuchara vuestras plegarias y os
concediera el fin de todos vuestros deseos!, a vuestras plantas venimos hoy las
que sufrimos y lloramos en los tristes caminos de la vida, a suplicaros que nos
alcancéis el espíritu de oración que Vos tuvisteis y la compunción que merecen
nuestras culpas, para que derramando con humildad nuestro corazón ante el Dios
de toda piedad y misericordia, alcancemos la gracia de vivir la santa vida que
Vos vivisteis en la tierra, y merezcamos la gloria que Vos gozáis ahora en el
cielo, en compañía de nuestros padres, esposos e hijos, y de todos los que por
la sangre y el afecto nos pertenecen y son en Jesucristo, Señor nuestro, amados
y queridos de nuestro corazón. Amén.
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