21 DE AGOSTO
– LUNES –
20 – SEMANA DE T.O. – A
San Pio X, papa
Lectura
del libro de los Jueces (2,11-19):
En aquellos
días, los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba, dieron culto a los
ídolos; abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de
Egipto, y se fueron tras los otros dioses, dioses de las naciones vecinas, y
los adoraron, irritando al Señor.
Abandonaron al Señor y dieron culto a
Baal y a Astarté. El Señor se encolerizó contra Israel: los entregó a bandas de
saqueadores que los saqueaban, los vendió a los enemigos de alrededor, y los
israelitas no podían resistirles.
En todo lo que emprendían, la mano del
Señor se les ponía en contra, exactamente como él les había dicho y jurado,
llegando así a una situación desesperada.
Entonces el Señor hacía surgir jueces,
que los libraban de las bandas de salteadores; pero ni a los jueces hacían
caso, sino que se prostituían con otros dioses, dándoles culto, desviándose muy
pronto de la senda por donde habían caminado sus padres, obedientes al Señor.
No hacían como ellos.
Cuando el Señor hacía surgir jueces, el
Señor estaba con el juez; y, mientras vivía el juez, los salvaba de sus
enemigos, porque le daba lástima oírlos gemir bajo la tiranía de sus opresores.
Pero, en cuanto moría el juez, recaían y se portaban peor que sus padres, yendo
tras otros dioses, rindiéndoles adoración; no se apartaban de sus maldades ni
de su conducta obstinada.
Palabra de Dios
Salmo: 105,34-35.36-37.39-40.43-44
R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu
pueblo
No
exterminaron a los pueblos
que el Señor les había mandado;
emparentaron con los gentiles,
imitaron sus costumbres. R/.
Adoraron sus ídolos y cayeron en sus
lazos;
inmolaron a los demonios sus hijos y sus hijas. R/.
Se mancharon
con sus acciones
y se prostituyeron con sus maldades.
La ira del Señor se encendió contra su pueblo,
y aborreció su heredad. R/.
Cuántas veces
los libró;
más ellos, obstinados en su actitud,
perecían por sus culpas;
pero él miró su angustia,
y escuchó sus gritos. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (19,16-22):
En aquel
tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno
para obtener la vida eterna?»
Jesús le contestó:
«¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno
solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.»
Él le preguntó:
«¿Cuáles?»
Jesús le contestó:
«No matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu
prójimo como a ti mismo.»
El muchacho le dijo:
«Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me
falta?»
Jesús le contestó:
«Si quieres llegar hasta el final, vende
lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y
luego vente conmigo.»
Al oír esto, el joven se fue triste,
porque era rico.
Palabra del Señor
1. El Evangelio conocido como
del “joven rico”, se ha utilizado con frecuencia para fomentar vocaciones a la
vida sacerdotal o religiosa. Con eso se ha cometido un error. Por qué Jesús no
habla aquí a un cristiano para que se haga sacerdote o religioso, sino que se
dirige a un judío para que se haga seguidor de Jesús, lo que es el centro mismo
de la condición general de los cristianos.
2. En la respuesta de Jesús
hay que destacar un dato fundamental: Jesús recuerda los mandamientos del
decálogo. Pero no recuerda los tres primeros, que se refieren a la relación con
Dios, sino solo los siguientes, que se refieren a las relaciones con el prójimo.
Lo mismo hace san Pablo (Rom. 13,8-10).
El Dios de Jesús es el Dios encarnado,
fundido en lo humano, en cada ser humano. Por eso la correcta relación con Dios
se realiza en la correcta relación con cada ser humano. Recordemos el
mandamiento nuevo de Jesús en la última cena.
Es nuevo porque ahí ni se menciona a
Dios.
Jesús solo dejó en pie el amor al ser
humano. Porque el primero que se ha identificado totalmente con el
ser humano ha sido Dios.
Solo puede querer a Dios quien es
honrado y bueno con el ser humano, con cualquiera, sea quien sea.
3. La decisión de Jesús es clara y
recorre todo el Evangelio: “Sígueme”. Es el centro del Evangelio.
Seguir a Jesús es dejarse seducir por
Jesús de tal forma y hasta tal extremo, que nos quedamos sin nada. Y ponemos en
él nuestra “seguridad".
Cuando damos ese paso, desde la
pasividad y la totalidad del que se siente seducido por Jesús, su humanidad y
su proyecto—, ese es el que acierta con lo que Dios quiere.
San Pio X, papa
Nació en la aldea de
Riese, situada en la región véneta, el año 1835. Primero ejerció santamente
como presbítero, más tarde fue obispo de Mantua y luego patriarca de Venecia.
El año 1903 fue elegido papa.
Adoptó como lema de su pontificado: «Instaurare omnia in Christo», consigna
por la que trabajó intensamente con sencillez de espíritu, pobreza y fortaleza,
dando así un nuevo incremento a la vida de la Iglesia. Tuvo que luchar también
contra los errores doctrinales que en ella se filtraban.
Murió el día 20 de agosto del año 1914.
"Era uno de esos hombres
elegidos, de los que hay pocos, con una personalidad irresistible. Todos tenían
que sentirse conmovidos por su absoluta sencillez y su bondad angelical. Sin
embargo, era algo más lo que le hacía entrar en todos los corazones; ese
"algo" se puede definir mejor al observar que todo aquél que fue
admitido a su presencia salió con la profunda convicción de haber estado frente
a un santo. Y, entre más se sabe sobre él, mayor fuerza adquiere esta
convicción".
-Baron von Pastor,
historiador, sobre el Papa Pío X:
Nuestro Papa nació en
1835 con el nombre de Giuseppe (José) Sarto, hijo de un humilde cartero, en la
ciudad de Riese, en el Veneto. Fue el segundo de diez hijos de la pobre
familia. Asistió a la escuela elemental de Riese y, gracias a las instancias
del cura párroco, pasó a la escuela superior de Castelfranco, a una distancia
de ocho kilómetros, que el chico recorría a pié dos veces al día. Más tarde, en
virtud de una beca que se obtuvo para él, pudo asistir al seminario de Padua.
Por dispensa especial, se le ordenó sacerdote a la edad de veintitrés años y,
desde aquel momento, se entregó completamente al ministerio pastoral; al cabo
de dieciséis años, ascendió a canónigo en Treviso, donde prosiguió con mayor
ahínco su dura y generosa tarea sacerdotal.
En 1884, fue consagrado
obispo de Mántua, diócesis que se hallaba en bajas condiciones morales, debido
a su clero negligente hasta el extremo de haber provocado un cisma en dos
poblaciones. Fue tan limpio y brillante el triunfo que obtuvo el obispo en el
desempeño de aquel cargo plagado de dificultades que, en 1892, el Papa León
XIII consagró a Mons. Sarto como cardenal sacerdote de San Bernardo de los
Baños y, casi inmediatamente, lo elevó a la sede metropolitana de Venecia, que
comprende el título honorífico de patriarca. Ahí se transformó en un verdadero
apóstol para toda la región del Veneto y puso de manifiesto el valor de su
sencillez y su rectitud, en una sede que se ufanaba de su magnificencia y de su
pompa.
A la muerte de
León XIII, en 1903, era creencia general que habría de sucederle en la cátedra
de San Pedro el cardenal Rampolla del Tíndaro; las tres primeras votaciones del
cónclave indicaron que la opinión general estaba en lo cierto; pero entonces,
el cardenal Puzyna, arzobispo de Cracovia, comunicó a la asamblea de electores
que el emperador Francisco José de Austria imponía el veto formal contra la
elección de Rampolla. El anuncio causó una profunda conmoción; los cardenales
protestaron con energía por la intervención del emperador y las cosas llegaron
al punto de efervescencia, cuando Rampolla, con mucha dignidad, retiró su
candidatura. (Actualmente se afirma que Rampolla no habría sido elegido de ningún
modo).
Al cabo de otras cuatro
votaciones, resultó elegido el cardenal Giuseppe Sarto. Así llegó a la cátedra
de Pedro un hombre de humilde cuna, sin relevantes dotes intelectuales, sin
experiencia en las diplomacias eclesiásticas, pero con un corazón tan grande
que no le cabía en el pecho, y tan bueno que parecía irradiar gracias: "un
hombre de Dios que conocía los infortunios del mundo y las penurias de la
existencia y, en la grandeza de su corazón, solo quería arreglarlo todo y
consolar a todos".
Uno de los primeros
actos del nuevo Papa fue el de recurrir a la constitución "Commissum
nobis", a fin de terminar, de una vez por todas, con cualquier supuesto
derecho de cualquier poder civil para interferir en una elección papal, por el
veto u otro procedimiento. Más adelante, dio un paso cauteloso pero definitivo
hacia la reconciliación entre la Iglesia y el Estado, en Italia, al levantar
prácticamente el "Non Expedit". Su manera de hacer frente a la muy
crítica situación que no tardó en presentarse en Francia fue directa y tan
efectiva como cualquiera de los medios diplomáticos en uso. En 1905, luego de
numerosos incidentes, el gobierno francés denunció el concordato de 1801,
decretó la separación de la Iglesia y el Estado y emprendió una campaña agresiva
contra la Iglesia. El gobierno propuso crear una organización para que se
preocupara de las propiedades eclesiásticas, bajo el nombre de
"associations cultuelles", a la que muchos de los prominentes
personajes católicos de Francia deseaban someterse por vías de ensayo; pero,
tras una serie de consultas con los obispos franceses, el Papa Pío X emitió un
par de declaraciones enérgicas y dignas, por las que condenaba la ley de
separación y calificaba la "asociación" de anticanónica. A los que se
quejaban de que había sacrificado todas las posesiones de la Iglesia en
Francia, les respondió: "Aquellos se preocupaban demasiado por los bienes
materiales y muy poco por los espirituales". La separación ofreció la
ventaja de que, a partir de entonces, la Santa Sede pudo nombrar directamente a
los obispos franceses, sin la nominación previa de los poderes civiles.
El obispo de Nevers,
Mons.Gauthey dijo del Papa: "Pío X, nos emancipó de la esclavitud al costo
del sacrificio de nuestras propiedades. Que Dios le bendiga por siempre, por no
haber titubeado en imponernos ese sacrificio". La severa actitud del Papa
causó tantos trastornos y dificultades al gobierno francés que, veinte años más
tarde, se avino a concertar un nuevo acuerdo, dentro de los cánones, para la
administración de las propiedades de la Iglesia.
Contra
el Modernismo
El nombre de Pío X se
vincula generalmente y con toda razón, al movimiento que purgó a la Iglesia de
ese "resumen de todas las herejías", al que alguno tuvo la ocurrencia
de llamar "Modernismo". Un decreto del Santo Oficio fechado en 1907,
condenó a ciertos escritores y ciertas ideas; muy pronto le siguió la carta
encíclica "Pascendi dominici gregis", en la que se indicaban
peligrosas tendencias de alcance imprevisible, se señalaban y condenaban las
manifestaciones del modernismo en todos los campos. Pero también se adoptaron
medidas enérgicas y, a pesar de que hubo furiosas oposiciones, el modernismo en
la Iglesia fue desenmascarado. Ya había conquistado bastante terreno entre los
católicos y, sin embargo, no fueron pocos quienes opinaron que la condena del
Papa había sido excesiva y obscurantista.
Cinco años después, en
1910, la encíclica del Papa sobre San Carlos Borromeo fue mal interpretada y se
ofendieron los protestantes en Alemania. Pío X publicó la explicación oficial
del párrafo mal interpretado en el Osservatore Romano y ahí mismo recomendó a
los obispos alemanes que no hiciesen más comentarios ni publicidad en torno a
la encíclica, en el púlpito o en la prensa.
Renovarlo
todo en Cristo: Eucaristía y Palabra
En su primera encíclica
Pío X anunciaba que su meta primordial era la de "renovarlo todo en
Cristo" y, sin duda que con ese propósito en mente, redactó y aprobó sus
decretos sobre el sacramento de la Eucaristía. Por ellos, recomendaba y
encomiaba la comunión diaria, si fuese posible; que los niños se acercaran a
recibirla al llegar a la edad de la razón, y que se facilitara el suministro de
la comunión a los enfermos. (En la Edad Media y, posteriormente en la
época del jansenismo, los fieles católicos comulgaban rarísima vez. La comunión
diaria o muy frecuente se consideraba como algo extraordinario y aun indebido.)
También el Papa se
preocupó por la Palabra, puesto que instaba a la diaria lectura de la Biblia,
aunque en este caso las recomendaciones del Papa no fueron tan ampliamente
aceptadas. Desde 1903, y con el objeto de aumentar el fervor en el culto
divino, emitió motu proprio una serie de instrucciones sobre la música sacra,
destinadas a terminar con los abusos al respecto y a restablecer el uso del
canto llano en la Iglesia. Dio alientos a los trabajos de la comisión para la
codificación de las leyes canónicas y fue él quien llevó a cabo la completa
reorganización de los tribunales, oficinas y congregaciones de la Santa Sede.
También estableció Pío X una comisión correctora y revisora del texto Vulgata
de la Biblia (este trabajo les fue encomendado a los monjes benedictinos) y, en
1909, fundó el Instituto Bíblico para el estudio de las Escrituras y lo dejó a
cargo de la Compañía de Jesús.
A
favor de los Pobres
Siempre consagró sus
preocupaciones y actividades a los débiles y los oprimidos. Con inusitada
energía, denunció los malos tratos a que eran sometidos los indígenas en las
plantaciones de caucho del Perú. Creó y organizó una comisión de ayuda a los
damnificados, tras el desastroso terremoto de Messina y, por cuenta propia,
acogió a numerosos refugiados en el hospicio de Santa Marta, junto a San Pedro.
Sus caridades, en todas las partes del mundo donde se necesitaban socorros,
eran tan abundantes y frecuentes, que las gentes de Roma y de toda Italia se
preguntaban de dónde saldría tanto dinero. La sencillez de sus hábitos
personales y la santidad de su carácter se ponían de manifiesto en su costumbre
de visitar cada domingo, alguno de los patios, rinconadas o plazuelas del
Vaticano, para predicar, explicar y comentar el Evangelio de aquel día, a todo
el que acudiera a escucharle. Era evidente que Pío X se sentía desconcertado y
tal vez un poco escandalizado, ante la pompa y la magnificencia del ceremonial
en la corte pontificia. Cuando era patriarca de Venecia, prescindió de una
buena parte de la servidumbre y no toleró que nadie, fuera de sus hermanas, le
preparase la comida; como Pontífice, eliminó la costumbre de conferir títulos
de nobleza a sus familiares. "Por disposición de Dios, solía decir, mis
hermanas son hermanas del Papa. Eso debe bastarles". En una ocasión, antes
de cierta ceremonia, exclamó ante un viejo amigo suyo: "¡Mira cómo me han
vestido!" y se echó a llorar. A otro de sus amigos, le confesó: "No
cabe duda de que es una penitencia verse obligado a aceptar todas estas
prácticas. ¡Me condujeron entre soldados, como a Jesús cuando le apresaron en
Getsemaní!".
Estas anécdotas
describen la grandeza de corazón y la sencillez de la bondad de Pío X. A un
joven inglés, protestante convertido al catolicismo y que deseaba ser monje,
pero sentía el escrúpulo de haber estudiado muy poco, le dijo el Papa:
"Para alabar a Dios bien, no se necesita ser sabio". Un escritor de
Mántua publicó un libro de carácter sensacionalista en el que lanzaba infames
acusaciones contra Pío X; éste no quiso emprender ninguna acción legal, pero,
en cuanto supo que el calumniador se hallaba en bancarrota, el Papa le envió
ayuda: "Un hombre tan desdichado, comentó, necesita oraciones más que
castigos".
Aún durante su vida,
Dios utilizó al Papa Pío X como instrumento de sus milagros y, hasta en esos
casos sobrenaturales, se puso de manifiesto su perfecta modestia y sencillez.
Durante una audiencia pública, uno de los asistentes mostró su brazo paralizado
al tiempo que decía: "¡Cúrame, Santo Padre!" El Papa se acercó
sonriente, tocó el brazo tumefacto y dijo amablemente: "Si, sí". Y,
el hombre quedó curado. En otra audiencia privada, una niña de once años que
estaba paralítica pidió lo mismo. "¡Quiera Dios concederte lo que
deseas!", dijo el Pontífice. La niña se levantó y anduvo por sí misma. Una
monja que sufría de una tuberculosis muy avanzada, le pidió la salud.
"Sí", fue todo lo que repuso Pío X, mientras ponía las manos sobre la
cabeza de la religiosa. Aquella tarde, el médico declaró que estaba
completamente sana.
Primera
Guerra Mundial
El 24 de junio de 1914,
la Santa Sede firmó un concordato con Serbia; cuatro días más tarde, el
archiduque Francisco de Austria y su esposa fueron asesinados en Sarajevo; a la
medianoche del 4 de agosto, Alemania, Francia, Austria, Rusia, Gran Bretaña,
Serbia y Bélgica estaban en guerra. Era el undécimo aniversario de la elección
del Papa. Pío X no solo había vaticinado aquella guerra europea, como otros
muchos, sino que profetizó que estallaría definitivamente para el verano de
1914. Aquel conflicto fue para el Papa un golpe fatal. "Esta será la
última aflicción que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a
mis pobres hijos de esta terrible calamidad". Pocos días más tarde sufrió
una bronquitis; al día siguiente, 20 de agosto, murió. Fue, en verdad, víctima
de la Guerra.
"Nací pobre, he vivido
en la pobreza y quiero morir pobre", dijo en su testamento. Demostró la
verdad de aquellas palabras: su pobreza era tanta que hasta la prensa
anticlerical quedó admirada.
Después del funeral en
la basílica de San Pedro, Mons. Cascioli, escribió lo siguiente: "No tengo
la menor duda de que este rincón de la cripta se convertirá, muy pronto, en un santuario,
un centro de peregrinación . . . Dios glorificará ante el mundo a este Papa
cuya triple corona fue la pobreza, la humildad y la bondad". Y así fue,
por cierto. El Pontificado de Pío X no fue tranquilo y el Papa mostró
resolución en su política. Hubo muchos que le criticaron, lo mismo dentro
que fuera de la Iglesia. Pero, al morir, todas las voces fueron una; desde
todas partes, desde todas las clases surgió un llamado para que se reconociera
la santidad de Pío X, el que fuera Giuseppe Sarto, hijo del cartero.
En 1923, los cardenales
de la curia decretaron que se había abierto su causa, firmada por veintiocho
prelados. En 1954, el Papa Pío XII canonizó solemnemente a su predecesor ante
una enorme multitud que llenaba la Plaza de San Pedro, en Roma. Aquel fue el primer
Papa al que se canonizaba desde Pío V, en 1672.
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