15 - DE MAYO – MIERCOLES –
7ª - SEMANA DE PASCUA – B –
San Isidro Labrador
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (20,28-38):
En
aquellos días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso:
«Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha
encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su
propia sangre. Ya sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos
feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros
deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta:
acordaos que, durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar
con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de
Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construiros y daros parte
en la herencia de los santos. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien
sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros.
Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los
necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en
dar que en recibir.”»
Cuando terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y rezó. Se
echaron a llorar y, abrazando a Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era
lo que había dicho, que no volverían a verlo. Y lo acompañaron hasta el barco.
Palabra de Dios
Salmo:
67,29-30.33-35a.35b. 36c
R/. Reyes
de la tierra, cantad a Dios
Oh, Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor
nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo. R/.
Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad
para el Señor, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza
su voz, su voz poderosa: «Reconoced el poder de Dios.» R/.
Sobre Israel resplandece su majestad, y su
poder, sobre las nubes. ¡Dios sea bendito! R/.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (17,11b-19):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los
ojos al cielo, oró, diciendo:
«Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que
sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a
los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la
perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en
el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu
palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy
del mundo.
No ruego que los retires del mundo, sino
que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo,
así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también
se consagren ellos en la verdad.»
Palabra del Señor
1. Jesús está pronunciando su oración final de
despedida. Y en ella pide para sus discípulos cuatro cosas:
1) Que se mantengan unidos.
2) Que tengan alegría, es decir, que sean felices.
3) Que jamás cedan al mal en el mundo.
4) Que se santifiquen en la verdad.
Por tanto, para Jesús, lo más importante en la vida es que vivamos
unidos, que seamos felices, que nunca le hagamos mal a nadie, que seamos
veraces siempre.
Es notable que, en esta oración final, Jesús no menciona nada que tenga que ver con "lo religioso",
"lo sagrado", "lo trascendente".
Ni la teología, ni los cristianos, hemos asimilado lo que el gran
teólogo que fue K. Rahner denominó el existencial sobrenatural: todo "lo
humano", que vivimos en nuestra existencia, nos lleva a Dios y nos une a
Dios.
2. Ser piadoso, ser devoto, ser observante de ciertos
rituales o costumbres, todo eso, es relativamente fácil. Lo difícil en la vida
es la honradez transparente, la bondad sin fisuras, la honestidad, el respeto,
la tolerancia, todo eso que hace a una persona buena de verdad.
Eso es lo que, ante todo, quería Jesús para los suyos.
3. En definitiva, Jesús presenta aquí un ideal de vida que no
está al alcance de lo que da de sí la condición humana. Esta
ejemplaridad es el signo de la presencia del Evangelio en el mundo. El signo,
por tanto, de que lo de Jesús es verdad. Y que el Evangelio es la fuerza que
puede transformar este mundo tan roto y causante de tanto sufrimiento.
Es el patrono
de los agricultores y de Madrid. Agricultor madrileño que destacó por su piedad
y su generosidad.
Vida de San Isidro Labrador
Le pusieron ese nombre en honor de San Isidoro, un santo muy apreciado en
España. Sus padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera
pudieron enviar a su hijo a la escuela. Pero en casa le enseñaron a tener temor
a ofender a Dios y gran amor de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio
por la oración y por la Santa Misa y la Comunión.
Huérfano y solo en el mundo cuando llegó a la edad de diez años Isidro se
empleó como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas un
dueño de una finca, cerca de Madrid. Allí pasó muchos años de su existencia
labrando las tierras, cultivando y cosechando.
Se casó con una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se
llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su
cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin
llover).
Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin
haber asistido antes a la Santa Misa. Varios de sus compañeros muy envidiosos
lo acusaron ante el patrón por "ausentismo" y abandono del trabajo.
El señor Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro
llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis
de la mañana a seis de la tarde) pero que mientras Isidro oía misa, un
personaje invisible (quizá un ángel) le aguaba sus bueyes y estos
araban juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo.
Los mahometanos se apoderaron de Madrid y de sus alrededores y los buenos
católicos tuvieron que salir huyendo. Isidro fue uno de los inmigrantes y
sufrió por un buen tiempo lo que es irse a vivir donde nadie lo conoce a uno y
donde es muy difícil conseguir empleo y confianza de las gentes. Pero sabía
aquello que Dios ha prometido varias veces en la Biblia: "Yo nunca te
abandonaré", y confió en Dios y fue ayudado por Dios.
Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para
el templo, otra para los pobres y otra para su familia (él, su esposa y su
hijito). Y hasta para las avecillas tenía sus apartados. En pleno invierno
cuando el suelo se cubría de nieve, Isidro esparcía granos de trigo por el
camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron
a un gran almuerzo. Él se llevó a varios mendigos a que almorzaran también. El
invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para
los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos
y sobró. Los domingos los distribuía así: un buen rato en el templo rezando,
asistiendo a misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando
pobres y enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa
y su hijito. Pero un día mientras ellos corrían por el campo, dejaron al niñito
junto a un profundo pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del chiquitín,
la canasta donde estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo. Alcanzaron a ver
esto los dos esposos y corrieron junto al pozo, pero este era muy profundo y no
había cómo rescatar al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar con toda fe y las
aguas de aquel aljibe fueron subiendo y apareció la canasta con el niño y a
este no le había sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de dar gracias a
Dios por tan admirable prodigio.
Volvió después a Madrid y se alquiló como obrero en una finca, pero los
otros peones, llenos de envidia lo acusaron ante el dueño de que trabajaba
menos que los demás por dedicarse a rezar y a ir al templo. El dueño le puso
entonces como tarea a cada obrero cultivar una parcela de tierra. Y la de
Isidro produjo el doble que las de los demás, porque Nuestro Señor le
recompensaba su piedad y su generosidad.
En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus
pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios
y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido
sepultado en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si
estuviera recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro.
Poco después el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los
médicos dijeron que se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los
restos de San Isidro del templo a donde los habían llevado cuando los
trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los restos salieron del templo,
al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos del santo se le
fue por completo la enfermedad. A causa de esto el rey intercedió ante el Sumo
Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros
muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San
Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Es patrono de los agricultores españoles, declarado así por Juan XXIII por
Bula del año 1960. También es patrono de Madrid y su festividad es celebrada en
gran número de pueblos españoles y de Hispanoamérica con solemnidad. En España
llevan su nombre multitud de Cooperativas del campo, Hermandades de
Agricultores y Ganaderos, iglesias y hasta poblaciones (por ejemplo: San
Isidro, en la República
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