26 - DE MAYO – DOMINGO –
8ª – SEMANA DEL T.O. - B
LA SANTISIMA TRINIDAD
SAN FELIPE NERI
Lectura del libro del Deuteronomio
4,32-34.39-40
Moisés habló al
pueblo, diciendo:
«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos,
que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra:
- ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como
ésta?; - ¿se oyó cosa semejante?; - ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú
has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; -
¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio
de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por
grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en
Egipto, ante vuestros ojos?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón,
que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la
tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo
hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días
en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.
Palabra de
Dios
Salmo: 32
Dichoso el pueblo que el Señor se
escogió como heredad.
La palabra del
Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. //R
La palabra del
Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió. //R
Los ojos del Señor
están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. //R
Nosotros
aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. //R
Lectura de la carta a los Romanos
8,14-17
Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de
Dios, ésos son hijos de Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de
esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que
nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un
testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él
para ser también con él glorificados.
Palabra de Dios
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 28,16-20
En aquel tiempo,
los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en
la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo
lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo.»
Palabra del
Señor
FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
El año litúrgico comienza con el
Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En
los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando
sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el domingo
pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos preparados
para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad. Esta fiesta
surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá
se pretendía (como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos
que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Cambiando el orden
de las lecturas subrayo la relación especial de cada una de ellas con el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios Padre (Deuteronomio 4, 32-34. 39-40)
Como es lógico, un texto del
Deuteronomio, escrito varios siglos antes de Jesús, no puede hablar de la
Trinidad, se limita a hablar de Dios. Su autor pretende inculcar en los
israelitas tres actitudes:
1) Admiración ante lo que el Señor ha
hecho por ellos, revelándose en el Sinaí y liberándolos previamente de la
esclavitud egipcia.
2) Reconocimiento de que Yahvé es el
único Dios, no hay otro; cosa que parece normal en un mundo como el nuestro,
con tres grandes religiones monoteístas, pero que suponía una gran novedad en
aquel tiempo. Este mensaje sigue siendo de enorme actualidad, ya que todos
corremos el peligro de crearnos falsos dioses (poder, dinero, etc.).
3) Fidelidad a sus preceptos, que no son
una carga insoportable, sino el único modo de conseguir la felicidad.
Dios Hijo (Mateo 28, 16-20)
El texto del evangelio, el más claro de
todo el Nuevo Testamento en la formulación de la Trinidad, pero al mismo tiempo
pone de especial relieve la importancia de Jesús.
A lo largo de su evangelio, Mateo ha
presentado a Jesús como el nuevo Moisés, muy superior a él. El contraste más
fuerte se advierte comparando el final de Moisés y el de Jesús. Moisés muere
solo, en lo alto del monte, y el autor del Deuteronomio entona su elogio
fúnebre: no ha habido otro profeta como Moisés, «con quien el Señor
trataba cara a cara, ni semejante a él en los signos y prodigios…» Pero ha
muerto, y lo único que pueden hacer los israelitas es llorarlo durante treinta
días.
Jesús, en cambio, precisamente después
de su muerte es cuando adquiere pleno poder en cielo y tierra, y puede
garantizar a los discípulos que estará con ellos hasta el fin del mundo. A
diferencia de los israelitas, los discípulos no tienen que llorar a Jesús sino
lanzarse a la misión para hacer nuevos discípulos de todo el mundo. ¿Cómo se
lleva a cabo esta tarea? Bautizando y enseñando. Bautizar en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo equivale a consagrar a esa persona a la
Trinidad. Igual que al poner nuestro nombre en un libro indicamos que es
nuestro, al bautizar en el nombre de la Trinidad indicamos que esa persona le
pertenece por completo.
En la primera lectura, Dios exigía a los
israelitas: «guarda los preceptos y mandamientos que yo te
prescribo»; en el evangelio, Jesús subraya la importancia de «guardar todo
lo que os he mandado».
Dios Espíritu Santo (Romanos 8, 14-17)
La formulación no es tan clara como en
el evangelio, pero Pablo menciona expresamente al Espíritu de Dios, al Padre, y
a Cristo. No lo hace de forma abstracta, como la teología posterior, sino
poniendo de relieve la relación de cada una de las tres personas con nosotros.
Lo que se subraya del Padre no es que
sea Padre de Jesús, sino Padre de cada uno de nosotros, porque nos adopta como
hijos.
Lo que se dice del Espíritu Santo no es
que «procede del Padre y del Hijo por generación intelectual», sino
que nos libra del miedo a Dios, de sentirnos ante él como esclavos, y nos hace
gritarle con entusiasmo: «Abba» (papá).
Y del Hijo no se exalta su relación con
el Padre y el Espíritu, sino su relación con nosotros: «coherederos con
Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados».
Reflexión final
La fiesta de la Trinidad provoca en
muchos cristianos la sensación de enfrentarse a un misterio insoluble, no es la
que más atrae del calendario litúrgico. Sin embargo, cuando se escuchan estas
tres lecturas la perspectiva cambia.
El Deuteronomio nos invita a recordar
los beneficios de Dios, empezando por el más grande de todos: su revelación
como único Dios. (Esto no debemos interpretarlo como una condena o
infravaloración de otras religiones).
El evangelio nos recuerda el
bautismo, por el que pasamos a pertenecer a Dios.
La carta a los Romanos nos ofrece una
visión mucho más personal y humana de la Trinidad.
Finalmente, las tres lecturas insisten
en el compromiso personal con estas verdades. La Trinidad no es solo un
misterio que se estudia en el catecismo o la Facultad de Teología. Implica
observar lo que Jesús nos ha enseñado, y unirnos a él en el sufrimiento y la
gloria.
Nació en Florencia en
1515; marchó a Roma y se dedicó al cuidado de los jóvenes; destacó en el camino
de la perfección cristiana y fundó una asociación para atender a los pobres.
Ordenado sacerdote en
1551 fundó la Congregación del Oratorio, en la que se cultivaba especialmente
la lectura espiritual, el canto y las obras de caridad. Brilló por sus obras de
caridad con el prójimo, por su sencillez y su alegría. Murió en el año 1595.
“Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe
lo que quiere; quien pida algo que no sea Cristo, no sabe lo que pide; quien no
trabaje por Cristo, no sabe lo que hace”, decía San Felipe Neri, patrono de
educadores y humoristas, así como fundador del Oratorio en Roma.
San Felipe Neri nació en Florencia (Italia)
en 1515. Muy pronto quedó huérfano de madre, pero la segunda esposa de su padre
fue para él y sus hermanos una verdadera mamá.
A los 17 años fue enviado a San Germano
para que aprendiera de negocios y tuvo una experiencia mística que el Santo
llamaría su “conversión”. Se fue a Roma sin dinero y sin proyecto alguno
confiando en la Divina Providencia.
Obtuvo trabajo educando a los hijos de un
aduanero florentino, quienes se portaban muy bien con la dirección de Felipe.
En sus ratos libres se dedicaba a la oración. Más adelante realizó estudios de
filosofía y teología, pero cuando se le abría una brillante carrera, abandonó
los estudios y se entregó al apostolado.
En la Víspera de Pentecostés de 1544 pedía en
oración los dones del Espíritu Santo cuando del cielo bajó un globo de fuego
que se dilató en su pecho. San Felipe cayó al suelo pidiendo al Señor que se
detenga, pero cuando recuperó plenamente la conciencia, tenía un bulto en el
pecho del tamaño de un puño, que jamás le causó dolor.
Más adelante fundó la Cofradía de la
Santísima Trinidad, conocida como la cofradía de los pobres. Fue ordenado
sacerdote y ejerció el apostolado del confesionario varias horas al día. Con
frecuencia caía en éxtasis en Misa y algunos llegaron a verlo levitando.
Organizó las conversaciones espirituales que
solía terminar con la visita al Santísimo. El pueblo los llamaba los
“oratorianos” porque se tocaba la campana para llamar a los fieles a rezar en
su oratorio. Como quería irse de misionero a la India, San Juan Evangelista se
le apareció y le dijo que su misión estaba en Roma.
Posteriormente inició la Congregación del
Oratorio. La Virgen se le apareció y lo curó de una enfermedad de la vesícula.
El Santo además tenía el don de la curación, de leer los pensamientos y de la
profecía.
Al final de su vida, el 25 de mayo de 1595,
día del Corpus Christi, San Felipe Neri estaba desbordante de alegría y no se
le había visto tan bien en los últimos años. Confesó durante todo el día y
recibió a los visitantes. Hacia la medianoche sufrió un ataque agudo y partió a
la Casa del Padre.
San Felipe decía: “¿Oh Señor que eres tan
adorable y me has mandado a amarte, por qué me diste tan solo un corazón y este
tan pequeño?” Tras la autopsia, se reveló que el Santo tenía dos costillas
rotas y que estaban arqueadas para dejar más sitio al corazón. Sus restos
reposan en la Iglesia de Santa María en Vallicela.
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