4 - DE MAYO – SÁBADO –
5ª SEMANA DE PASCUA – B
San José María Rubio
Peralta
Lectura del libro de los
Hechos de los apóstoles (16,1-10):
EN aquellos días, Pablo llegó a Derbe y luego a Listra. Había allí un
discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de una judía creyente, pero de padre
griego.
Los hermanos
de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso que fuera con él
y, puesto que todos sabían que su padre era griego, por consideración a los
judíos de la región, lo tomó y lo hizo circuncidar.
Al pasar por
las ciudades, comunicaban las decisiones de los apóstoles y presbíteros de
Jerusalén, para que las observasen. Las iglesias se robustecían en la fe y
crecían en número de día en día.
Atravesaron
Frigia y la región de Galacia, al haberles impedido el Espíritu Santo anunciar
la palabra en Asia. Al llegar cerca de Misia, intentaron entrar en Bitinia,
pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado
y bajaron a Tróade.
Aquella noche
Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba:
«Pasa a
Macedonia y ayúdanos».
Apenas tuvo
la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios
nos llamaba a predicarles el Evangelio.
Palabra de Dios
Salmo:
99,1-2.3-5
R/. Aclama al
Señor, tierra entera
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. R/.
Sabed que el Señor es Dios: que él nos
hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.
El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Juan (15,18-21):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si el mundo
os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais
del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino
que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo
que os dije:
“No es
el siervo más que su amo”.
Si a mí me
han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra,
también guardarán la vuestra.
Y todo eso lo
harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».
Palabra del Señor
1. Estas palabras de Jesús fueron dichas en un contexto y en una situación, que suponen y se basan en un contenido claro y fuerte de violencia. Jesús habla de odio y de persecución. Los seguidores de Jesús serán odiados y perseguidos porque no son del mundo. Por tanto, lo que aquí dice Jesús es que el mundo es un agente de violencia. Y eso lo han de tener muy claro los creyentes en Jesús. Porque, si de verdad creen en él, serán odiados y perseguidos.
O sea, serán
víctimas de la violencia.
- ¿Por qué?
2. La
palabra mundo es la traducción del término griego “kosmos”, que, en el lenguaje
clásico, significa "orden" (Homero) y que se aplicaba al "orden impuesto por el gobierno" de los hombres (Herodoto). De ahí que el
“kosmos” vino a designar el "orden del mundo" (Pitágoras).
Se ha dicho
que estos conceptos no se asumen en el N. T. (H. Balz). Sin embargo, si este
asunto se analiza, no desde la sola teología, sino desde las ciencias sociales
(de las que no puede prescindir un análisis teológico serio), pronto se
advierte que, efectivamente, existe una relación muy fuerte entre el "mundo"
y la "violencia".
Por una razón
clara: si ya los autores clásicos se dieron cuenta de que el mundo “kosmos” es
el orden impuesto por los hombres, es decisivo recordar que el
"orden" es el origen de la violencia.
- ¿Por qué?
La violencia
engendra el caos, y el orden engendra violencia. Este dilema es insoluble.
Fundado en el miedo a la violencia, el orden engendra él mismo miedo y
violencia (W. Sofsky, H. Popitz).
3. Y
se comprende que así es en efecto. Para imponer orden, no hay más
remedio que hacerlo violentando a la gente.
Es la
experiencia de la violencia la que une a los
hombres. Por eso es verdad que "sobre el altar del orden se sacrifican
libertades y numerosas vidas humanas" (Sofsky).
Así funciona
la sociedad, desde los orígenes de la llamada "civilización". Ahora
bien, Jesús representa la alternativa radical a este orden y a esta violencia.
Jesús basa la
convivencia en la transformación interior del corazón, del deseo, del
miedo... Porque lo que une a los creyentes no es el miedo a la
violencia, ni el orden impuesto, sino la bondad y el amor. Esto es una utopía.
Pero una utopía que está en la base misma de la fe y es el fundamento de los
que toman a Jesús en serio.
4. Lo
más doloroso y perjudicial, para la cultura de Occidente en la que se ha
configurado y organizado el cristianismo, es que en esta cultura se haya
impuesto la "tradición estoica", en la que "la pureza, más bien
que la justicia, se ha convertido en el medio cardinal de la salvación"
(E. R. Dodds). Y juntamente con eso, se ha marginado la "tradición
dionisiaca", que nos recuerda Eurípides en las Bacantes, donde el coro
entona un himno a Dioniso en el que evoca
el mayor don que ese dios ha concedido a los humanos: la
"felicidad suprema de la bacanal", que nos conduce a
"poner nuestras almas en común" (M. Daraki).
Jesús quiso
la justicia. Pero también quiso la comunión entre todos.
San José María Rubio
Peralta
José María Rubio y Peralta nació en
Dalías (Almería) el día 22 de julio de 1864, el mayor de doce hermanos del
matrimonio compuesto por don Francisco y doña Mercedes, campesinos. De él dijo
su abuelo materno, don Eugenio: “Yo me moriré, pero el que viva verá que este
niño será un hombre importante y que valdrá mucho para Dios”. En su pueblo
natal acudió a la escuela y después de las clases le gustaba leer las vidas de
santos. Con diez años un canónigo, José María, tío suyo, le hizo estudiar en un
Instituto de Bachillerato en la capital, pero, viendo que tenía vocación
sacerdotal, lo envió al seminario diocesano de Almería. En 1879 se trasladó al
seminario de San Cecilio en Granada, donde terminó los estudios filosóficos,
los cuatro de teología y dos de derecho canónico, siendo alumno aventajado de
otro canónigo, don Joaquín Torres, quien al pasar a Madrid, se llevó consigo a
José María. En 1887 lo inscribió en el Seminario diocesano de la Inmaculada y
de San Dámaso, de Madrid, que entonces estaba en la calle de La Pasa, y el 24
de septiembre de este mismo año fue ordenado sacerdote incardinado en esta
diócesis. Celebró su primera Misa el 8 de octubre siguiente en la entonces
catedral de San Isidro, en la capilla de la Virgen del Buen Consejo.
El 1 de noviembre de 1887 fue nombrado
coadjutor de la parroquia de Chinchón (Madrid), donde en tan solo nueve meses
ya empezó a tener fama de santo, mientras continuaba con dos cursos
facultativos de Teología en el Seminario para obtener en 1888 la Licenciatura
en Teología en Toledo. También allí obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico
en 1897. Antes del amanecer ya estaba en la Iglesia orando y dedicaba largas
horas a la catequesis de niños. Impresionaba a todos por su austeridad y
pobreza y por su caridad con los más pobres.
El 24 de septiembre de 1889 fue
trasladado de administrador parroquial a Estremera (Madrid) caracterizándose en
su apostolado parroquial por compaginar su vida de oración con la atención a
los pobres y enfermos, dando cuanto tenía a los demás. Se dejó convencer para
presentarse a unas oposiciones de canónigo en Madrid, que perdió, y a
consecuencia de eso fue nombrado profesor de Latín, Filosofía y Teología
pastoral en el Seminario madrileño y por ello tuvo que trasladarse a la capital
de España.
Fue nombrado notario del obispado y más
tarde encargado del registro. Se le designó también capellán de las religiosas
Bernardas y como tal permaneció durante trece años; este cargo le facilitaba
entregarse a un intenso apostolado que sería la característica principal de
toda su vida: atendía a muchísimas personas en el sacramento de la penitencia
como excelente confesor, daba catequesis a niñas pobres, en las “escuelas
dominicales”, se dedicaba a los “traperos”, “parados” y a los llamados “golfos”
y a la vez dirigía continuamente tandas de ejercicios espirituales. Pasaba
muchas noches en oración. Quienes le veían celebrar la Misa decían: “Parece que
habla con alguien”. En 1904 peregrinó a Roma y Tierra Santa. Le impresionaron
para siempre las dos visitas. De Roma, el Papa Pío X, las catacumbas y las
tumbas de Pedro y Pablo y de Jerusalén, el Santo Sepulcro y el Calvario.
Siendo sacerdote diocesano secular, tenía
una gran admiración por la Compañía de Jesús. Se llamaba a sí mismo “jesuita de
afición”. Toda su vida se centraba en “cumplir la voluntad de Dios”. Y el 11 de
octubre de 1906 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Granada. Hizo
sus primeros votos el 12 de octubre de 1908 y permaneció otro año en Granada
para profundizar en sus estudios teológicos mientras a la vez predicaba
misiones populares y daba tandas de ejercicios espirituales. Seguidamente trabajó
en obras apostólicas en la residencia jesuítica de Sevilla, dirigiendo la
Congregación mariana de jóvenes, la Comunión reparadora de los militares, el
Apostolado de la Oración, las Conferencias de San Vicente de Paúl y una escuela
vespertina para obreros. Atendía también el confesionario de la iglesia y la
predicación a los miembros de la Adoración nocturna. Era exigente pero siempre
con dulzura. “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de
vinagre”, decía con gracia. En septiembre de ese año se trasladó a Manresa
(Barcelona) para su “tercer año de probación” desde donde fue destinado a
Madrid y aquí, el 2 de febrero de 1917 emitió sus votos perpetuos.
Desde entonces Madrid fue el campo de su
intenso apostolado. Vivía en la residencia jesuítica de la calle de La Flor y
era buscado y requerido por todo el mundo. Con sotana y roquete, la cabeza
ligeramente inclinada, destellaba tal bondad que atraída sobrenaturalmente.
Aunque no hablaba retóricamente como otros oradores, sin embargo, sus sermones
atraían a la gente y convencía porque vivía lo que predicaba. Repetía como
lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Organizó, predicó y
atendió personalmente a distintas misiones populares en pueblos pequeños de
Madrid. Vivió una temporada de escrúpulos, pero eso no le impidió dedicarse a
promover obras de apostolado que hicieran bien a cuanta más gente pudiera, por
eso su fama de santidad era extraordinaria en todo el Madrid de su tiempo.
Intentó fundar “los discípulos de San Juan” e incluso fue sometido a un
registro policial acusado de crear un nuevo instituto religioso. Cuando los
superiores le prohibieron esta actividad, lo aceptó de tan buena forma
diciendo: “No busco más que cumplir la santísima voluntad de Dios”. Cuando le
removieron de su cargo de director de las Marías de los Sagrarios y de un
Boletín del Sagrado Corazón, manifestó: “Debo ser tonto. No me cuesta
obedecer”.
Mientras tanto, había que permanecer más
de tres horas en la fila para confesarse con él. Atendía a todos por igual y
por orden, lo mismo a marquesas que a pobres. Gozaba de dones místicos e
incluso de gracias especiales sobrenaturales, como el don de profecía y de
videncia. Comprobaron estar a la vez y a la misma hora en el confesionario y
visitando a un enfermo.
Escuchaba íntimamente llamadas de socorro
a distancia y hasta el aviso de una madre fallecida para ir a atender a su hijo
incrédulo. Un día de carnaval, un grupo de comparsa le había preparado una
trampa, llamándolo a una casa de citas para administrar los últimos sacramentos
a un enfermo. Uno de ellos, en la cama se hacía pasar por moribundo para que se
rieran los demás y dar ocasión de fotografiar al Padre Rubio en esta ocasión
“ridícula”. Al entrar él en el prostíbulo con intención de atender al enfermo,
descubrió que estaba realmente muerto. Fue tal la impresión que dos de aquel
grupo se hicieron religiosos poco después.
La Ventilla. Ejerció su ministerio
pastoral con una dimensión social en los suburbios más pobres de Madrid,
singularmente en el de La Ventilla, donde los movimientos revolucionarios
encendían a la clase obrera. Fundó escuelas, predicó la Palabra de Dios y fue
formador de muchos cristianos que morirían mártires durante la persecución
religiosa en España.
Su testamento, en una charla a las
“Marías de los Sagrarios”, fue el de exhortar a realizar una “liga secreta” de
personas que vivieran la perfección en medio del mundo, promoviendo así una
forma de consagración que más tarde se concretaría en los institutos seculares.
Presintió su propia muerte y hasta llegó a despedirse de sus amigos. A finales
de abril de 1929, viéndolo debilitado por su intenso trabajo y por su dolorosa
enfermedad, los superiores lo transfirieron al noviciado de Aranjuez para que
reposara. Allí, después de haber roto por humildad sus apuntes espirituales,
decía:
“Señor, si quieres llevarme ahora, estoy
preparado”. “Abandono, abandono”.
A los tres días después de su llegada,
el 2 de mayo de 1929, en una butaca dijo:
“Ahora me voy” y expiró por una angina
de pecho. En todo Madrid no se hablaba de otra cosa: “¡Ha muerto un santo!”.
Miles de personas asistieron a su funeral y entierro. Sus restos fueron
inhumados en el cementerio del mismo noviciado, pero en 1953 fueron trasladados
a la nueva Casa Profesa de Madrid.
Fue beatificado en Roma por el Papa Juan
Pablo II el 6 de octubre de 1985, sus reliquias están en una Casa de la
Compañía, en el claustro junto a la iglesia parroquial del Sagrado Corazón y
San Francisco de Borja, Maldonado, nº 1, y su memoria litúrgica se viene
celebrando el 4 de mayo.
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