viernes, 3 de mayo de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 4 - DE MAYO – SÁBADO – 5ª SEMANA DE PASCUA – B San José María Rubio Peralta

 

 


 4 - DE MAYO – SÁBADO –

  SEMANA DE PASCUA – B

San José María Rubio Peralta

 

      Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (16,1-10):

 

EN aquellos días, Pablo llegó a Derbe y luego a Listra. Había allí un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de una judía creyente, pero de padre griego.

Los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso que fuera con él y, puesto que todos sabían que su padre era griego, por consideración a los judíos de la región, lo tomó y lo hizo circuncidar.

Al pasar por las ciudades, comunicaban las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, para que las observasen. Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día.

Atravesaron Frigia y la región de Galacia, al haberles impedido el Espíritu Santo anunciar la palabra en Asia. Al llegar cerca de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado y bajaron a Tróade.

Aquella noche Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba:

«Pasa a Macedonia y ayúdanos».

Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio.

 

Palabra de Dios

                       

Salmo: 99,1-2.3-5

R/. Aclama al Señor, tierra entera

 

Aclama al Señor, tierra entera,

servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

 

El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Juan (15,18-21):

 

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.

Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.

Recordad lo que os dije:

 “No es el siervo más que su amo”.

Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.

Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».

                                                                    

Palabra del Señor

 

  1.  Estas palabras de Jesús fueron dichas en un contexto y en una situación, que suponen y se basan en un contenido claro y fuerte de violencia. Jesús habla de odio y de persecución.  Los seguidores de Jesús serán odiados y perseguidos porque no son del mundo. Por tanto, lo que aquí dice Jesús es que el mundo es un agente de violencia. Y eso lo han de tener muy claro los creyentes en Jesús. Porque, si de verdad creen en él, serán odiados y perseguidos.

O sea, serán víctimas de la violencia.

     - ¿Por qué?

 

2.  La palabra mundo es la traducción del término griego “kosmos”, que, en el lenguaje clásico, significa "orden" (Homero) y que se aplicaba al "orden impuesto por el gobierno" de los hombres (Herodoto). De ahí que el “kosmos” vino a designar el "orden del mundo" (Pitágoras).

Se ha dicho que estos conceptos no se asumen en el N. T. (H. Balz). Sin embargo, si este asunto se analiza, no desde la sola teología, sino desde las ciencias sociales (de las que no puede prescindir un análisis teológico serio), pronto se advierte que, efectivamente, existe una relación muy fuerte entre el "mundo" y la "violencia".

Por una razón clara: si ya los autores clásicos se dieron cuenta de que el mundo “kosmos” es el orden impuesto por los hombres, es decisivo recordar que el "orden" es el origen de la violencia.

- ¿Por qué?

La violencia engendra el caos, y el orden engendra violencia. Este dilema es insoluble. Fundado en el miedo a la violencia, el orden engendra él mismo miedo y violencia (W. Sofsky, H. Popitz).

 

3.  Y se comprende que así es en efecto.  Para imponer orden, no hay más remedio que hacerlo violentando a la gente.

Es la experiencia de la violencia la que une a los hombres. Por eso es verdad que "sobre el altar del orden se sacrifican libertades y numerosas vidas humanas" (Sofsky).

Así funciona la sociedad, desde los orígenes de la llamada "civilización". Ahora bien, Jesús representa la alternativa radical a este orden y a esta violencia.

Jesús basa la convivencia en la transformación interior del corazón, del deseo, del miedo...  Porque lo que une a los creyentes no es el miedo a la violencia, ni el orden impuesto, sino la bondad y el amor. Esto es una utopía. Pero una utopía que está en la base misma de la fe y es el fundamento de los que toman a Jesús en serio.

 

4.  Lo más doloroso y perjudicial, para la cultura de Occidente en la que se ha configurado y organizado el cristianismo, es que en esta cultura se haya impuesto la "tradición estoica", en la que "la pureza, más bien que la justicia, se ha convertido en el medio cardinal de la salvación" (E. R. Dodds). Y juntamente con eso, se ha marginado la "tradición dionisiaca", que nos recuerda Eurípides en las Bacantes, donde el coro entona    un himno a Dioniso en el que evoca el   mayor don que ese dios ha concedido a los humanos: la "felicidad suprema de la bacanal", que nos conduce a "poner    nuestras almas en común" (M. Daraki).

Jesús quiso la justicia. Pero también quiso la comunión entre todos.

 

San José María Rubio Peralta

 



José María Rubio y Peralta nació en Dalías (Almería) el día 22 de julio de 1864, el mayor de doce hermanos del matrimonio compuesto por don Francisco y doña Mercedes, campesinos. De él dijo su abuelo materno, don Eugenio: “Yo me moriré, pero el que viva verá que este niño será un hombre importante y que valdrá mucho para Dios”. En su pueblo natal acudió a la escuela y después de las clases le gustaba leer las vidas de santos. Con diez años un canónigo, José María, tío suyo, le hizo estudiar en un Instituto de Bachillerato en la capital, pero, viendo que tenía vocación sacerdotal, lo envió al seminario diocesano de Almería. En 1879 se trasladó al seminario de San Cecilio en Granada, donde terminó los estudios filosóficos, los cuatro de teología y dos de derecho canónico, siendo alumno aventajado de otro canónigo, don Joaquín Torres, quien al pasar a Madrid, se llevó consigo a José María. En 1887 lo inscribió en el Seminario diocesano de la Inmaculada y de San Dámaso, de Madrid, que entonces estaba en la calle de La Pasa, y el 24 de septiembre de este mismo año fue ordenado sacerdote incardinado en esta diócesis. Celebró su primera Misa el 8 de octubre siguiente en la entonces catedral de San Isidro, en la capilla de la Virgen del Buen Consejo.

El 1 de noviembre de 1887 fue nombrado coadjutor de la parroquia de Chinchón (Madrid), donde en tan solo nueve meses ya empezó a tener fama de santo, mientras continuaba con dos cursos facultativos de Teología en el Seminario para obtener en 1888 la Licenciatura en Teología en Toledo. También allí obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico en 1897. Antes del amanecer ya estaba en la Iglesia orando y dedicaba largas horas a la catequesis de niños. Impresionaba a todos por su austeridad y pobreza y por su caridad con los más pobres.

El 24 de septiembre de 1889 fue trasladado de administrador parroquial a Estremera (Madrid) caracterizándose en su apostolado parroquial por compaginar su vida de oración con la atención a los pobres y enfermos, dando cuanto tenía a los demás. Se dejó convencer para presentarse a unas oposiciones de canónigo en Madrid, que perdió, y a consecuencia de eso fue nombrado profesor de Latín, Filosofía y Teología pastoral en el Seminario madrileño y por ello tuvo que trasladarse a la capital de España.

Fue nombrado notario del obispado y más tarde encargado del registro. Se le designó también capellán de las religiosas Bernardas y como tal permaneció durante trece años; este cargo le facilitaba entregarse a un intenso apostolado que sería la característica principal de toda su vida: atendía a muchísimas personas en el sacramento de la penitencia como excelente confesor, daba catequesis a niñas pobres, en las “escuelas dominicales”, se dedicaba a los “traperos”, “parados” y a los llamados “golfos” y a la vez dirigía continuamente tandas de ejercicios espirituales. Pasaba muchas noches en oración. Quienes le veían celebrar la Misa decían: “Parece que habla con alguien”. En 1904 peregrinó a Roma y Tierra Santa. Le impresionaron para siempre las dos visitas. De Roma, el Papa Pío X, las catacumbas y las tumbas de Pedro y Pablo y de Jerusalén, el Santo Sepulcro y el Calvario.

Siendo sacerdote diocesano secular, tenía una gran admiración por la Compañía de Jesús. Se llamaba a sí mismo “jesuita de afición”. Toda su vida se centraba en “cumplir la voluntad de Dios”. Y el 11 de octubre de 1906 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Granada. Hizo sus primeros votos el 12 de octubre de 1908 y permaneció otro año en Granada para profundizar en sus estudios teológicos mientras a la vez predicaba misiones populares y daba tandas de ejercicios espirituales. Seguidamente trabajó en obras apostólicas en la residencia jesuítica de Sevilla, dirigiendo la Congregación mariana de jóvenes, la Comunión reparadora de los militares, el Apostolado de la Oración, las Conferencias de San Vicente de Paúl y una escuela vespertina para obreros. Atendía también el confesionario de la iglesia y la predicación a los miembros de la Adoración nocturna. Era exigente pero siempre con dulzura. “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”, decía con gracia. En septiembre de ese año se trasladó a Manresa (Barcelona) para su “tercer año de probación” desde donde fue destinado a Madrid y aquí, el 2 de febrero de 1917 emitió sus votos perpetuos.

Desde entonces Madrid fue el campo de su intenso apostolado. Vivía en la residencia jesuítica de la calle de La Flor y era buscado y requerido por todo el mundo. Con sotana y roquete, la cabeza ligeramente inclinada, destellaba tal bondad que atraída sobrenaturalmente. Aunque no hablaba retóricamente como otros oradores, sin embargo, sus sermones atraían a la gente y convencía porque vivía lo que predicaba. Repetía como lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Organizó, predicó y atendió personalmente a distintas misiones populares en pueblos pequeños de Madrid. Vivió una temporada de escrúpulos, pero eso no le impidió dedicarse a promover obras de apostolado que hicieran bien a cuanta más gente pudiera, por eso su fama de santidad era extraordinaria en todo el Madrid de su tiempo. Intentó fundar “los discípulos de San Juan” e incluso fue sometido a un registro policial acusado de crear un nuevo instituto religioso. Cuando los superiores le prohibieron esta actividad, lo aceptó de tan buena forma diciendo: “No busco más que cumplir la santísima voluntad de Dios”. Cuando le removieron de su cargo de director de las Marías de los Sagrarios y de un Boletín del Sagrado Corazón, manifestó: “Debo ser tonto. No me cuesta obedecer”.

Mientras tanto, había que permanecer más de tres horas en la fila para confesarse con él. Atendía a todos por igual y por orden, lo mismo a marquesas que a pobres. Gozaba de dones místicos e incluso de gracias especiales sobrenaturales, como el don de profecía y de videncia. Comprobaron estar a la vez y a la misma hora en el confesionario y visitando a un enfermo.

Escuchaba íntimamente llamadas de socorro a distancia y hasta el aviso de una madre fallecida para ir a atender a su hijo incrédulo. Un día de carnaval, un grupo de comparsa le había preparado una trampa, llamándolo a una casa de citas para administrar los últimos sacramentos a un enfermo. Uno de ellos, en la cama se hacía pasar por moribundo para que se rieran los demás y dar ocasión de fotografiar al Padre Rubio en esta ocasión “ridícula”. Al entrar él en el prostíbulo con intención de atender al enfermo, descubrió que estaba realmente muerto. Fue tal la impresión que dos de aquel grupo se hicieron religiosos poco después.

La Ventilla. Ejerció su ministerio pastoral con una dimensión social en los suburbios más pobres de Madrid, singularmente en el de La Ventilla, donde los movimientos revolucionarios encendían a la clase obrera. Fundó escuelas, predicó la Palabra de Dios y fue formador de muchos cristianos que morirían mártires durante la persecución religiosa en España.

Su testamento, en una charla a las “Marías de los Sagrarios”, fue el de exhortar a realizar una “liga secreta” de personas que vivieran la perfección en medio del mundo, promoviendo así una forma de consagración que más tarde se concretaría en los institutos seculares. Presintió su propia muerte y hasta llegó a despedirse de sus amigos. A finales de abril de 1929, viéndolo debilitado por su intenso trabajo y por su dolorosa enfermedad, los superiores lo transfirieron al noviciado de Aranjuez para que reposara. Allí, después de haber roto por humildad sus apuntes espirituales, decía:

“Señor, si quieres llevarme ahora, estoy preparado”. “Abandono, abandono”.

A los tres días después de su llegada, el 2 de mayo de 1929, en una butaca dijo:

“Ahora me voy” y expiró por una angina de pecho. En todo Madrid no se hablaba de otra cosa: “¡Ha muerto un santo!”. Miles de personas asistieron a su funeral y entierro. Sus restos fueron inhumados en el cementerio del mismo noviciado, pero en 1953 fueron trasladados a la nueva Casa Profesa de Madrid.

Fue beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985, sus reliquias están en una Casa de la Compañía, en el claustro junto a la iglesia parroquial del Sagrado Corazón y San Francisco de Borja, Maldonado, nº 1, y su memoria litúrgica se viene celebrando el 4 de mayo.

 

 

 

 


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