29 - DE MAYO – MIERCOLES –
8ª – SEMANA DEL T.O. - B
SAN PABLO VI, papa
(1897-1978)
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pedro (1,18-25):
Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil
recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a
precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes
de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro
bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos
y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis
llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e
intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino
de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque «toda
carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor
se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre.» Y esa palabra es el
Evangelio que os anunciamos.
Palabra de Dios
Salmo:147,12-13.14-15.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba
a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus
puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras, te
sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje
a la tierra, y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob, sus
decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les
dio a conocer sus mandatos. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (10,32-45):
En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de
Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que
seguían iban asustados.
Él tomó aparte otra vez a los Doce y
se puso a decirles lo que le iba a suceder:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén,
y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los
escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de
él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.»
Se le acercaron los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan, y le dijeron:
«Maestro, queremos que hagas lo que
te vamos a pedir.»
Les preguntó:
«¿Qué
queréis que haga por vosotros?»
Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria
uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís, ¿sois
capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo
con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron:
«Lo somos.»
Jesús les dijo:
«El cáliz que yo voy a beber lo
beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero
el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya
reservado.»
Los otros diez, al oír aquello, se
indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
«Sabéis que los que son reconocidos
como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen.
Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que
quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha
venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por
todos.»
Palabra del Señor
1. Lo
más fuerte que queda patente en este relato, es el contraste entre la conducta
de Jesús y la conducta de los discípulos. Jesús va deprisa al fracaso y a la
muerte. A los discípulos, mientras tanto, y estando, así las cosas, lo que les
interesa y les preocupa es subir, asegurarse que ellos van a estar los
primeros, que serán los más importantes, para tener poder y mandar sobre los
demás.
No puede ser mera casualidad que
Marcos haya organizado así el relato, uniendo la prisa de Jesús por llegar a la
pasión, que le espera en Jerusalén, y la prisa de los discípulos por tener
seguro un futuro de honor, poder y mando.
Este contraste
brutal, indignante, escandaloso, está en el centro del Evangelio. Es el centro
del Evangelio.
Este Evangelio en el que conocemos,
por medio de relatos breves, la "ontología" de Dios en la
"ética" de Jesús.
2. En la lectura y estudio
de los evangelios, tenemos el peligro de que el árbol nos tape el bosque. Analizamos
cada palabra, cada frase, cada giro gramatical. Discutimos cada detalle, le
damos la razón a un autor, se la quitamos a otro. Y, al final, nos quedamos sin
saber dónde y en qué está el fondo del asunto y la enseñanza capital que Jesús
nos dejó en cada relato y, sobre todo, en el conjunto del Evangelio.
Aquí, la cosa está clara: si Jesús es
el que nos revela a Dios, el que nos da a conocer quién es Dios y cómo es Dios,
lo que este relato nos dice es que Dios no es ni está en el poder y la gloria,
sino en aquello y aquellos que el orden de este mundo excluye:
en lo débil, lo pobre, lo injustamente tratado, lo simplemente humano. Ahí
y así es dónde y cómo encontramos a Dios, el Dios que nos reveló Jesús.
3. Pues bien, siendo esto
tan central y decisivo, la Iglesia -en muchos de sus dirigentes- ha tomado el
camino de los Apóstoles y ha abandonado el camino que llevó a Jesús a la Pasión
y a la muerte. Así las cosas, quienes leemos y queremos creer en el Evangelio
no podemos seguir con los brazos cruzados. Si nos callamos o nos quedamos como
estamos, nos hacemos cómplices del sufrimiento de las víctimas.
SAN PABLO VI, papa
(1897-1978)
Juan Bautista Montini nació el 26 de
septiembre de 1897 en Concesio, pueblo cerca de Brescia. Fue ordenado sacerdote
el 29 de mayo de 1920 prestando su ministerio en la Santa Sede hasta que fue
nombrado Arzobispo de Milán.
Fue elegido para la Cátedra de Pedro el 21 de junio de 1963. Continuó
felizmente el Concilio Vaticano II, promovió la vida eclesial, especialmente la
liturgia, el diálogo ecuménico y el anuncio del evangelio al mundo de nuestro
tiempo. Murió el 6 de agosto de 1978.
Segundogénito de Giorgio y de Giuditta Alghisi, Giovanni Battista Montini
nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. De familia
católica muy comprometida en el ámbito político y social, frecuentó la escuela
primaria y secundaria en el colegio Cesare Arici de Brescia dirigido por los
jesuitas, y la concluyó en el instituto estatal de la ciudad en 1916.
En otoño de ese año ingresó en el seminario de Brescia y cuatro años más
tarde, el 29 de mayo de 1920, recibió la ordenación sacerdotal. Después del
verano se trasladó a Roma, donde estudió filosofía en la Pontificia Universidad
Gregoriana y letras en la universidad estatal, obteniendo luego el doctorado en
derecho canónico y en derecho civil. Mientras tanto, tras un encuentro con el
sustituto de la Secretaría de Estado Giuseppe Pizzardo en octubre de 1921, fue
destinado al servicio diplomático y por algunos meses de 1923 trabajó en la
nunciatura apostólica de Varsovia.
Comenzó a prestar servicio en la secretaría de Estado el 24 de octubre de
1924. En ese período acompañó a los estudiantes universitarios católicos
reunidos en la fuci, de la que fue consiliario eclesiástico nacional de 1925 a
1933. Mientras tanto, a comienzos de 1930, fue nombrado secretario de Estado el
cardenal Eugenio Pacelli, del que llegó a ser progresivamente uno de sus más
estrechos colaboradores, hasta que en 1937 fue promovido a sustituto de la
Secretaría de Estado. Función que mantuvo también cuando a Pacelli —que fue
elegido Papa en 1939 tomando el nombre de Pío XII— le sucedió el cardenal Luigi
Maglione. Ocho años más tarde, en 1952, fue nombrado prosecretario de Estado
para los asuntos ordinarios.
Fue él quien preparó el borrador del extremo aunque inútil llamamiento de
paz que el Papa Pacelli lanzó por radio el 24 de agosto de 1939, en vísperas
del conflicto mundial: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la
guerra».
El 1 de noviembre de 1954 recibió inesperadamente el nombramiento como
arzobispo de Milán, donde inició su ministerio el 6 de enero de 1955. Como guía
de la Iglesia ambrosiana se comprometió plenamente a nivel pastoral, dedicando
una especial atención a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración
y de las periferias, donde promovió la construcción de más de cien nuevas
iglesias.
Fue el primer cardenal que recibió la púrpura cardenalicia de manos de Juan
XXIII, el 15 de diciembre de 1958. Participó en el Concilio Vaticano II, donde
sostuvo abiertamente la línea reformadora. Tras fallecer Roncalli, el 21 de
junio de 1963, fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo, con una referencia
clara al apóstol evangelizador.
En los primeros actos del pontificado quiso destacar la continuidad con el
predecesor, en particular con la decisión de retomar el Vaticano II, que volvió
a abrirse el 29 de septiembre de 1963. Condujo los trabajos conciliares con
atenta mediación, favoreciendo y moderando la mayoría reformadora, hasta su
conclusión que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1965 y precedida por la mutua
anulación de las excomuniones surgidas en 1054 entre Roma y Constantinopla.
Se remonta también al período del Concilio los primeros tres de los nueve
viajes que durante su pontificado le llevaron a los cinco continentes (diez
fueron, en cambio, sus visitas en Italia): en 1964 visitó Tierra Santa y luego
India, y en 1965 Nueva York, donde pronunció un histórico discurso ante la
asamblea general de las Naciones Unidas. Ese mismo año inició una profunda
modificación de las estructuras del gobierno central de la Iglesia, creando
nuevos organismos para el diálogo con los no cristianos y los no creyentes,
instituyendo el Sínodo de los obispos —que durante su pontificado tuvo cuatro
asambleas ordinarias y una extraordinaria entre 1967 y 1977— y reformando el
Santo Oficio.
Su voluntad de diálogo en el seno de la Iglesia, con las diversas
confesiones y religiones y con el mundo estuvo en el centro de la primera
encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida por otras seis: entre estas hay que
recordar la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos y
la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control
de la natalidad, que suscitó numerosas polémicas incluso en ambientes
católicos. Otros documentos significativos del pontificado son la carta
apostólica Octogesima adveniens de 1971 para el pluralismo del compromiso
político y social de los católicos, y la exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.
Comprometido en la no fácil tarea de aplicar las indicaciones del Concilio,
aceleró el diálogo ecuménico a través de encuentros e iniciativas importantes.
El impulso renovador en el ámbito del gobierno de la Iglesia se tradujo luego
en la reforma de la Curia en 1967, de la corte pontificia en 1968 y del
Cónclave en 1970 y en 1975. También en la liturgia realizó un paciente trabajo
de mediación para favorecer la renovación pedida por el Vaticano II, sin lograr
evitar las críticas de los sectores eclesiales más avanzados y la oposición de
los conservadores.
Con la creación de 144 purpurados, la mayor parte no italianos, en seis
consistorios remodeló notablemente el Colegio cardenalicio y acentuó su
carácter de representación universal. Durante el pontificado desarrolló,
además, la acción diplomática y la política internacional de la Santa Sede,
comprometiéndose en favor de la paz —gracias a la institución también de una
especial jornada mundial celebrada desde 1968 el 1 de enero de cada año— y
prosiguiendo el diálogo con los países comunistas de Europa central y oriental
comenzado por Juan XXIII.
En 1970, con una decisión sin precedentes, declaró doctoras de la Iglesia a
dos mujeres, santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena. Y en 1975 —tras
el jubileo extraordinario que tuvo lugar en 1966 para la conclusión del
Vaticano II y el Año de la fe celebrado entre 1967 y 1968 con ocasión del XIX
centenario del martirio de los santos Pedro y Pablo— convocó y celebró un Año
santo.
Murió el 6 agosto de 1978, por la tarde, en la residencia de Castelgandolfo,
casi improvisamente. Tras el funeral que se celebró el 12 en la plaza de San
Pedro, fue sepultado en la basílica vaticana.
El 11 de mayo de 1993 se inició en la diócesis de Roma la causa de
canonización. El 9 de mayo pasado el Papa Francisco autorizó a la Congregación
para las causas de los santos la promulgación del decreto relativo al milagro
atribuido a su intercesión.
Pablo VI fue beatificado el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco.
Fue canonizado por el Papa francisco en la Plaza de San Pedro el 14 de
octubre de 2018.
L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
n. 43, 24 de octubre de 2014.
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