martes, 28 de mayo de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 - DE MAYO – JUEVES – 8ª – SEMANA DEL T.O. - B SAN FERNANDO

 

 

 


 30 - DE MAYO – JUEVES –

 8ª – SEMANA DEL T.O. - B

SAN  FERNANDO

 

       Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro2,2-5. 9-12

 

      Queridos hermanos: Como niños recién nacidos, ansiad la leche espiritual, no adulterada, para que con ella vayáis progresando en la salvación, ya que «habéis gustado qué bueno es el Señor».

      Acercándoos a él, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo.

     Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Los que antes erais «no-pueblo», ahora sois «pueblo de Dios», los que antes erais «no compadecidos», ahora sois «objeto de compasión».

       Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma. Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnien como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida.

 

Palabra de Dios.

 

      Salmo 99 •—

      Entrad en la presencia del Señor con vítores.

 

      Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. R/

 

      Sabed que el Señor es Dios:

que él nos hizo y somos suyos,

su pueblo y ovejas de su rebaño. R/

 

      Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre. R/

 

      El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. R/

 

       Lectura del santo evangelio según san Marcos10,46-52

 

      En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo:  «Llamadlo».

      Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

     Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?»

     El ciego le contestó: «“Rabbuní”, que recobre la vista».

     Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado».

     Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

 

  Palabra del Señor.

 

        1.   Este relato empieza recordando una situación desesperada.  Un ciego, que vive mendigando, a la salida de la ciudad.  Es el momento en que este hombre se entera que pasa Jesús por allí.  Y fue la última vez que pasó. Si el ciego pierde aquella oportunidad, ciego y mendigo se habría quedado para el resto de sus días.  Jesús pasa.  Y el paso de Jesús cambia por completo la situación de aquel hombre tan desdichado, al que la gente no le dejaba ni expresar su desgraciada situación.  Sin embargo, el relato termina hablando de fe, de salvación, de seguimiento de Jesús.

       El paso de Jesús cambia radicalmente la vida de aquel mendigo ciego y menospreciado. Jesús hizo que la ceguera, la pobreza, el desprecio de la gente, todo aquello, se convirtiera en salud, esperanza, alegría y un futuro denso de las mejores ilusiones.

 

       2.   La ceguera simbolizaba, en Oriente, las tinieblas del espíritu y la dureza de corazón (Jn 6,9 s; Mt 15, 14; 23, 16-26; Jn 9,41; 12, 40; Rom 2, 19; 2 Cor 4,4; 2 Pe 1,9; 1Jn 2, 11; Ap 3, 17) (X. Léon-Dufour).

       Al devolver la vista a los ciegos, Jesús realiza un signo, que va asociado a la fe y a la salvación (Mc 10, 52; Jn 9, 38).  Quien reconoce este signo, está en disposición, como Pablo, de recobrar la vista (Hech 9, 8. 17 ss; 22, Ti. 13; Ap 3, 18).

       Jesús, en definitiva, es “luz del mundo” (Jn 9, 5).

 

       3.   Se puede “ser ciego” o —lo que es más frecuente— “estar ciego”.  Estamos ciegos cuando no vemos la realidad tal cual es.  O cuando no vemos las causas que motivan que las cosas vayan bien o mal.  Teniendo en cuenta que, para ver la realidad, es indispensable que estemos atentos a un principio fundamental: no es posible que veamos la realidad de lo que ocurre en la sociedad, si no vemos la sociedad como totalidad (Th. W. Adorno, J. Habermas).

       El que no está atento a la totalidad de lo que lo que ocurre en la sociedad, andará por la vida como ciego.  No se dará cuenta de las cosas que ocurren.  Ni de las causas que provocan lo que ocurre.  Y es claro que cuando el Evangelio no nos cura de esta ceguera, nuestra fe está mutilada.

 

SAN  FERNANDO

 


Rey de Castilla y de León 

Fernando III el Santo nació en el año 1198 en el reino leonés, probablemente cerca de Valparaíso (Zamora), y murió en Sevilla el 30 de mayo de 1252. Hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela, reina de Castilla, unió definitivamente las coronas de ambos reinos. Ini­ciado el proceso de canonización probado el culto inmemorial, fue elevado a la gloria de los altares el 4 de febrero de 1671.

Es patrono de varias instituciones españolas. También los cautivos, desvalidos y gobernantes lo invocan como su especial protector.

 Santo seglar, que "no conoció el vicio ni el ocio", Fernando III -el más grande de los reyes de Castilla, dice Menéndez y Pelayo- nació en 1198; fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y primo de san Luis IX, rey de Francia. Guerreó con los moros, que ocupaban gran parte de España, unió las coronas de Castilla y de León, y conquistó los reinos de Úbeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla.

En sus dilatadas campañas, triunfó siempre en todas las batallas. No buscó su propia gloria ni el acrecentamiento de sus dominios. Para él el reino verdadero era el reino de Dios. Pedía a diario el aumento de la fe católica y elevaba sus plegarias a la Virgen, de quien se llamaba siervo. Caballero de Cristo, Jesús le había otorgado la gracia de los éxtasis y las apariciones divinas. Amaba a sus vasallos y procuraba no agravar los tributos, a pesar de las exigencias de la guerra. A este respecto era conocido su dicho: "Más temo las maldiciones de una viejecita pobre de mí reino que a todos los moros del África". Llevaba siempre consigo una imagen de nuestra Señora, a la que entronizó en Sevilla y en múltiples lugares de Andalucía, a fin de que ésta fuera llamada tierra de María Santísima.

La muerte del rey san Fernando constituye un ejemplo de fe y humildad. Abandonó el lecho y, postrándose en tierra, sobre un montón de cenizas, recibió los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos, y se despidió de ellos después de haberles dado sabios consejos.

Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen por alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de 1252. Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los hombres, como afirman las crónicas de él. Su nombre significa "bravo en la paz".

Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a nuestra Señor. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.

Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el nombre de Alfonso el Sabio.

 

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