lunes, 29 de febrero de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 1 DE MARZO – MARTES San FÉLIX III, papa




1 DE MARZO – MARTES
San FÉLIX III, papa
3ª SEMANA DE CUARESMA

       Evangelio Mt 18, 21-35

       En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
       “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”.
        Jesús le contestó:
       “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
        Y les propuso esta parábola:
       “Se parece el Reino de los Cielos a un rey que quiso ajustarlas cuentas con sus empleados.
       Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: Págame lo que me debes. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré. Pero él se negó y
fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda”.
       Lo mismo hará con vosotros mi Padre del Cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

       1.   La pregunta de Pedro a Jesús no se limita al perdón de las ofensas o de las deudas. El pensamiento de Jesús abarca la totalidad de nuestras relaciones personales en la convivencia diaria, incluso en las cosas más pequeñas. En nuestro convivir con los demás, hay mil cosas que hacen los otros y nos resultan desagradables, molestas, insoportables. Y sobre todo ahí están las ofensas, los reproches, los insultos que (tantas veces) nos hacemos unos a otros. La parábola nos enseña cómo debemos comportarnos en esos casos, desde los más graves hasta los más vulgares y sencillos.

       2.   Así las cosas, la experiencia nos enseña que, por lo general, solemos ser tan intolerantes con los demás como indulgentes somos con nosotros mismos. Tenemos una sensibilidad hipertrofiada para el daño que los otros nos hacen. De la misma manera que tenemos una sensibilidad atrofiada para ver el daño que nosotros hacemos a los demás. Esta predisposición general, que nos acompaña toda la vida, es la fuente de incesantes complicaciones y hasta conflictos, que rompen amistades, familias, matrimonios... Y hacen muy dura la convivencia.

       3.  Así las cosas, el criterio de Jesús es muy claro: Dios te va a tratar exactamente con la misma intolerancia o con el mismo respeto con que tú trates a los demás. El trato que tú des a los otros es el trato que Dios te va a dar a ti. Es más, según la profunda intuición de san Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor” (Epist. 27). No hay otra solución.



San FÉLIX III, papa
Fue Pontífice del 483 al 492. Nació de una familia senatorial romana, y se dice que fue antepasado del Papa San Gregorio I (Magno). No se sabe nada sobre Félix hasta que sucedió al Papa San Simplicio en la Silla de San Pedro (483). En ese tiempo la Iglesia estaba en medio de su largo conflicto con la herejía de Eutiques. El año anterior el emperador Zenón, por sugerencia de Acacio, el pérfida patriarca de Constantinopla, emitió un edicto conocido como el Henoticon (o Acta de Unión), donde declaraba que no se recibiría ningún símbolo de fe, excepto el de Nicea, con las adiciones del 381 (vea Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla. El edicto intentaba ser un lazo de reconciliación entre católicos y eutiquianos, pero causó mayores conflictos que nunca y dividió la Iglesia Oriental en tres o cuatro facciones. Como los católicos en todas partes rechazaban el edicto, el emperador removió a los patriarcas de Antioquía y Alejandría de sus sedes. Pedro el Curtidor, un notorio hereje, se introdujo de nuevo en la sede de Antioquia, y Pedro Mongo, quien sería el verdadero causante de las dificultades durante el pontificado de Félix, tomaba la sede de Alejandría. En su primer sínodo Félix excomulgó a Pedro el Curtidor, al que Acacio ya había condenado en un sínodo en Constantinopla. En 484 Félix también excomulgó a Pedro Mongo---acto que causó un cisma entre Occidente y Oriente que duró treinta y cinco años. Este Pedro, siendo oportunista y de astuta disposición, se suscribió al Henoticon para congraciarse con el emperador y con Acacio, y para el desagrado de muchos obispos, Acacio nuevamente lo admite a la comunión.

Félix, habiendo convocado un sínodo, envió legados al emperador y a Acacio, pidiéndoles que expulsaran a Pedro Mongo de Alejandría y que Acacio personalmente fuera a Roma a explicar su conducta. Los legados fueron detenidos y encarcelados; luego, empujados por amenazas y promesas, entraron en comunión con los herejes al claramente colocar el nombre de Pedro III en los sagrados dípticos. Cuando Simeón, uno de los monjes “acoemetae”, informó en Roma sobre la traición, Félix convocó un sínodo de setenta y siete obispos en la Basílica de Letrán, donde Acacio y los legados papales fueron excomulgados. Apoyado por el emperador, Acacio ignoró la excomunión, removió el nombre del Papa de los sagrados dípticos y permaneció en su sede hasta su muerte, la cual acaeció uno o dos años después. Su sucesor Fravitas envió mensajeros a Félix asegurándole que no estaría en comunión con Pedro Mongo, pero al Papa supo que esto era un engaño, el cisma continuó. Mientras tanto murió Pedro (490), y Eutimio, sucesor de Fravitas, también procuró la comunión con Roma, pero el Papa se negó, pues Eutimio no removería los nombres de sus dos predecesores de los sagrados dípticos. Este cisma, conocido como el cisma de Acacio, no fue sanado hasta el 518 durante el reino de Justiniano.

En África los vándalos arrianos, Genserico y su hijo Hunerico, habían perseguido la Iglesia por más de 50 años y habían enviado al exilio a muchos católicos. Cuando se restauró la paz, muchos de aquéllos que habían caído en la herejía por temor y habían sido rebautizados por los arrianos deseaban retornar a la Iglesia. Al ser rechazados por los que se mantuvieron firmes, apelaron a Félix, quien convocó un sínodo para el año 487, y envió una carta a los obispos de África estipulando bajo cuáles condiciones podían ser recibidos de nuevo. Félix murió en el 492, habiendo reinado ocho años, once meses y veintitrés días.

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