martes, 23 de febrero de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 24 DE FEBRERO – MIÉRCOLES –






24 DE FEBRERO – MIÉRCOLES –
San Etelberto de Kent
2ª - SEMANA DE CUARESMA

Evangelio según san Mateo 20, 17-28

       En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los doce les dijo:        “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará”.
       Entonces se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.  Él le preguntó:
       “¿Qué deseas?”
       Ella contestó:
       “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.
       Pero Jesús replicó:
       “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”
       Contestaron:
       “Lo somos”.
       Él les dijo:
       “Mi cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi
derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre”.
       Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos.  Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo:
       “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. Al contrario, el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos”.

       1.-  Este relato es uno de los más impresionantes que hay en los evangelios. Porque presenta, con toda crudeza, la contradicción entre Jesús y sus discípulos más cercanos. Jesús “sube” (a Jerusalén) (Mt 20, 17. 18 par). ¿A qué? A fracasar: en el juicio, la condena, la tortura y la muerte. Los discípulos “suben”.  ¿Qué pretenden? Triunfar colocándose en los primeros puestos. Por eso entre ellos surge la división y el enfrentamiento.

       2.-  Jesús corta inmediatamente la situación. Y explica la contradicción indicando otra contradicción más fuerte: la que existe entre “los jefes de las naciones” y Jesús. Los políticos dominan, Jesús es un esclavo que sirve y da su vida (Mt 20, 25-28 par).  Pero lo grave es que, en este relato, lo que aparece es que los discípulos quieren ser “como los jefes de tas naciones”, no “como Jesús” (“no será así entre vosotros”)
20, 26 par).

       3.-  La raíz del problema es mucho más profunda. Desde sus orígenes, las religiones
gravitan hacia las clases dominantes y los representantes del poder. Más aún, la religión es generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implica dependencia, sumisión y subordinación a superiores invisibles (W. Burkert). Por eso a los dioses se les ve como “des pótês”, “týrannos” y su cualidad propia es “krátos” (fuerza).  Ya Menandro decía: “Todo lo que es poderoso es considerado un dios”. De ahí que los rituales religiosos son gestos de sumisión: arrodillarse, inclinarse, humillarse… (D. Morris, I. Eibl-Eibesfeld).  Jesús desplazó la religión: del “poder” a la “solidaridad” con los más débiles y desamparados.

San Etelberto de Kent



Etelberto, rey de Kent, se casó con una princesa cristiana llamada Berta, que era hija única de Chariberto, rey de París. Etelberto concedió a su esposa plena libertad para participar de su religión, y Berta llevó a Inglaterra a Liudardo, un obispo francés. La tradición habla de la piedad y las amables virtudes de Berta, que indudablemente impresionaron mucho a su marido; sin embargo, el rey no se convirtió hasta la llegada de San Agustín y sus compañeros.
Los misioneros enviados por San Gregorio el Grande, desembarcaron en Thanet, desde donde se comunicaron con el rey, anunciándole su llegada y las razones de su viaje. El rey les rogó que permanecieran en la isla y pocos días más tarde, fue personalmente a escucharlos. Luego de este encuentro, San Etelberto les concedió permiso para predicar en todo el pueblo, convertir a cuantos pudieran y les entregó la iglesia de San Martín para que pudiesen celebrar la Misa y otras liturgias.
Las conversiones empezaron a multiplicarse, y pronto el rey y su corte fueron bautizados en Pentecostés del año 597. El rey además les dio permiso para reconstruir las antiguas iglesias y construir otras nuevas. Su gobierno se distinguió por el empeño que puso en mejorar las condiciones de vida de sus súbitos; sus leyes le ganaron el aprecio de Inglaterra, en épocas posteriores, y su apoyo a la fe católica permitió que se construyesen muchos templos, monasterios y algunas diócesis, como la de Rochester.
El santo pronto se convirtió en un modelo por la nobleza de su conversión. La acogida que dio a los misioneros y su gesto de escucharles sin prejuicios son un caso extraordinario en la historia. Con su actitud de no imponer la fe en sus súbditos, a pesar de su celo por propagarla, favoreció enormemente la obra de los misioneros.
Después de cincuenta y seis años de reinado, falleció en el año 616, y fue sepultado en la Iglesia de San Pedro y San Pablo, donde descansaban los restos de la reina Santa Berta y San Liudardo.


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