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DE FEBRERO – VIERNES –
SANTA
VERÓNICA
SEMANA
DE CENIZA
Evangelio según san Mateo, 9, 14-15
En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le acercaron a Jesús
preguntándole: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y en cambio
tus discípulos no ayunan?”. Jesús les dijo: “¿Es que pueden guardar luto los
amigos del novio mientras el novio está con ellos?. Llegará un día en que se lleven al novio y
entonces ayunarán”.
1. En este breve
episodio, lo que queda claro es que los discípulos de Jesús no ayunaban. Sin duda alguna, aquellos discípulos no practicaban
el ritual del ayuno porque eso es lo que habían visto en Jesús. Y seguramente así se lo había recomendado el
mismo Jesús. Esto es lo más seguro que
se puede deducir de este texto, tal
como quedó recogido en el
evangelio de Mateo.
2. También se debe
destacar la relación que Jesús establece entre el ayuno y el entierro. Como la
relación opuesta entre el propio Jesús y la boda. De donde resulta una enseñanza obvia:
mientras que los ritos religiosos evocan la muerte, la presencia de Jesús nos
orienta hacia la vida, incluso hacia lo más gozoso de la vida, una
fiesta de boda, con lo que
supone de alegría, abundancia de comida y bebida, el enamoramiento y el
disfrute que conlleva la entrega mutua de los seres humanos.
3. Es verdad que los
cristianos ayunaron desde los primeros años del siglo segundo, como consta por
la Didaché (8,
1; cf. BilI. II, 242 s). Pero este texto no permite desarrollar una
teología del ayuno (U. Luz). Fueron sobre todo los monjes, a partir del. s.
III, quienes prestigiaron el ayuno en la ascética como ideal de santidad
cristiana (Atanasio,
Vita Ant. 46, 2). En todo caso, la Iglesia siempre ha recordado
la dura crítica que Isaías III hace del ayuno. Y sobre todo tendría que practicar la
propuesta que nos hace el Señor: “El ayuno que yo quiero es este: abrir las
prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los
oprimidos, romper todos los
cepos: partir tu pan con
el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que esta desnudo y no
cerrarte a tu propia carne” (Is 58, 6-7).
SANTA
VERÓNICA
Santa Verónica es la mujer que
compadeciéndose de ver a Jesús camino del Calvario
en la vía dolorosa, movida a compasión le secó la sangre del rostro con un
lienzo, en el que quedó marcada la cara de Cristo como si hubiese sido impresa.
Diversos hallazgos y tradiciones dieron vida a este episodio, y relevancia a la
mujer que tuvo tan generoso y arriesgado gesto con Jesús. El simple hecho de
ponerse del lado de un condenado a la pena más ignominiosa, acompañado de la
multitud que le insultaba y le escupía, era ya un gesto muy valiente. Si
añadimos que Jesús iba custodiado por soldados romanos en un país sometido,
cuya reacción era imprevisible, la acción de Verónica resplandece todavía más.
No nos dejó el Evangelio más datos de ella. Fue la tradición la que dotó a la
santa de una bella historia.
El nombre de Verónica
pasó a denominar, además de la santa, el lienzo en el que imprimió el rostro
del Señor. Lienzo que ha sido siempre considerado como una de las más preciosas
reliquias. La leyenda, que tuvo su momento de esplendor en la Edad Media (como
la del Santo Grial), tiene múltiples versiones. Según una de ellas, el
emperador Tiberio padecía una enfermedad y sabiendo que la Verónica tenía el
lienzo con el rostro de Cristo, acudió a ella y al mostrárselo ésta, quedando
la imagen del Salvador ante Tiberio, éste quedó sano de inmediato. Según otras
leyendas, es Vespasiano el que está enfermo y se cura gracias al santo lienzo.
Y otras leyendas, finalmente, hacen intervenir al evangelista Lucas, el pintor,
quien no consiguiendo representar la imagen de Cristo, tiene que acabar
copiándola del lienzo de la Verónica. La que se considera la auténtica efigie
de la Verónica se custodia en el Sancta Sanctorum de la
basílica de Letrán, en Roma. Los pintores más famosos han recreado tanto la
escena en que la Verónica limpia el rostro de Jesús, como el lienzo llamado
de La Santa Faz.
Tanto si miramos hacia la antigüedad clásica, como
si miramos hacia el cielo o si miramos hacia la Verónica del Evangelio, damos
de cara con el esplendor de un nombre que encierra nobleza, generosidad,
valentía y renombre.
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