viernes, 19 de febrero de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 20 de Febrero - SÁBADO – San León, obispo






20 de Febrero  - SÁBADO –
San León, obispo
1ª  - Semana de Cuaresma – C

Evangelio según san Mateo 5,43-48

       En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:        “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian.  Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?  ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario?  ¿No hacen lo mismo también los paganos?  Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

       1.   Se puede realmente amar a un enemigo? ¿No es eso contradictorio con los instintos más básicos del ser humano?  Aquí es determinante establecer una distinción elemental que nos ayude a precisar lo que el Evangelio quiere decir. El amor se puede entender como emoción o sentimiento. Y se puede entender también como conducta. Los seres humanos, por lo general, no podemos controlar nuestros sentimientos. Pero sí podemos controlar nuestras conductas. Cuando Jesús dijo lo que relata este evangelio, estaba hablando a israelitas, que podían entender estas recomendaciones de Jesús a partir de lo que se dice en Lev 19, 18 y Ex 23, 4 s.

        2.  Esto nos viene a decir que el centro del mensaje de Jesús no es una “doctrina” dogmática, ni es un “ritual” religioso, sino que es una “ética”.  Es decir, lo original y especifico del cristianismo no está ni en las creencias religiosas, ni en las observancias de la religiosidad (oficial o popular).  Lo que distingue a los “hijos del Padre-Dios es la conducta que supera el mal, el odio, la enemistad.

       3.  Si se puede (y se debe) decir que esta enseñanza de Jesús es siempre importante, en tiempos de crisis económica lo es indeciblemente más. Concretamente, en la crisis que estamos todavía soportando, se ha producido el fenómeno espantoso del enriquecimiento fulminante de unos pocos ricos a costa del empobrecimiento de la clase media y de las clases trabajadoras. Es la consecuencia de un sistema económico que produce, no solo este desastre, sino incluso la destrucción de las energías de la Tierra del equilibrio ecológico y del tejido social.  ¿Tiene esto solución?  La tiene. Pero tal solución solo puede provenir de energías capaces de producir y fomentar “convicciones” que nos hagan ver a los humanos que el sentido de la vida no va por el camino que nos marca la llamada “civilización”, que nos ha arrastrado al desastre en que vivimos.  El proyecto de vida, que nos marca el Evangelio, nos indica esas convicciones.

San León, obispo
Vida de San León IX papa

Los condes de Alsacia tuvieron un hijo en el año 1002 y le pusieron de nombre Bruno. Estudia en la escuela episcopal -probablemente el único modo de estudiar algo en su época- de Toul. La familia atribuye a san Benito la curación de una enfermedad grave que sufrió. Como son gente bien relacionada, no les fue difícil obtener para Bruno del pariente emperador alemán, Conrado II, un importante y alto cargo eclesiástico. Por esta época, sobresale en su bondad y comienzan a llamarle "el buen Bruno".
El año 1026 es obispo de Toul, desde que muere el anterior obispo, Hermann. Aceptó por ser Toul una iglesia pobre. Y desde ese hecho, se manifiesta en él un celo infatigable. Su empeño es llevar a cabo la reforma en la Iglesia que ya comenzaron los cluniacenses. Para ello, convoca sínodos, mantiene buenas relaciones con los obispos vecinos, fomenta los estudios eclesiásticos, cuida esmeradamente el trato con las Órdenes religiosas y prima las iniciativas reformistas de Cluny.
No es de extrañar que fuera elegido para Sumo Pontífice. Era el año 1048; se había puesto fin al terrible cisma, pero ni el papa Clemente VIII (1046-1047) ni su sucesor Dámaso II (1047-1048) tuvieron tiempo de iniciarla. Papa electo, con el visto bueno de Enrique III en la Dieta de Worms, toma el nombre de León IX y comienza su mandato con el punto de mira fijo en la reforma.
Supo rodearse de los promotores más significativos: Hugo de Cluny -alma del movimiento cluniacense-, Halinard -arzobispo de Lyon- y san Pedro Damiano. También la Curia romana nota la tendencia reformista cuando hace llamar a Hildebrando para nombrarlo Archidiácono y hacerlo Secretario pontificio.
En el 1049 despliega una actividad incesante por amor a Dios y a su Iglesia. Lo primero es un solemne sínodo cuaresmal en Roma y la petición de secundar la iniciativa con otros sínodos en las demás provincias. También ese año lo conoce como papa peregrino por Italia, Alemania y Francia. Ha de llevar a la Iglesia el convencimiento de que es el papa quien gobierna en ella. No lo tuvo fácil en el concilio de Reims por las continuas dificultades que ponía Enrique I, rey de Francia; pero estaba decidido a luchar por suprimir los abusos fundamentales existentes, aplicando remedios eficaces contra la simonía, la usurpación por los laicos de los cargos eclesiásticos y el disfrute de los bienes de la Iglesia por los nobles a los que debían favores los emperadores y reyes; era urgente corregir de modo definitivo el concubinato de los eclesiásticos y poner punto final al desprecio de las sagradas leyes del matrimonio. Luego, en el otro concilio del mismo año, en Maguncia, se renovaron las proclamaciones de Reims. Fue el principio de todo un resurgimiento de lo espiritual y disciplinar.
No supo o no pudo ser tan afortunado en asuntos temporales. Con los normandos lo pasó mal; perdió la guerra de junio del año 1053 y llegó a ser su prisionero; tuvo que cederles territorios para lograr la libertad que disfrutó poco tiempo por sobrevenirle la muerte en el mes de abril del 1054.
Tampoco con las iglesias Orientales hubo acierto. Durante su pontificado se maduró y culminó la separación definitiva de estas Iglesias de la Iglesia de Roma; el Patriarca Miguel Cerulario se dejó abandonado a la ambición de verse convertido en Cabeza de la Iglesia Griega y consumó la separación tres meses después de la muerte de León IX, tornando infelices las conversaciones con los legados enviados por Roma.


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