14 de enero
Iº - Domingo de CUARESMA – C
Lectura del libro del
Deuteronomio 26, 4-10
Moisés hablo al pueblo
diciendo: - «El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos
los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tomarás la
palabra y dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi padre fue un arameo errante,
que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas, pero allí se
convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso Los egipcios nos maltrataron,
nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al
Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró
nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de
Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y
prodigios, y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana
leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo
que tú, Señor, me has dado." Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te
postrarás en presencia del Señor, tu Dios».
SALMO RESPONSRIAL 90, 1-2.
10-11. 12-13. 14-15
R. Está
conmigo, Señor, en la tribulación.
·
Tú que habitas al
amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor:
«Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.» R.
·
No se te acercará
la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado
órdenes para que te guarden en tus caminos. R.
·
Te llevarán en
sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y
víboras, pisotearás leones y dragones. R.
«Se puso junto a mí: lo
libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con
él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré.» R.
Segunda lectura de la
carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10, 8-13
Hermanos: ¿Qué dice la
Escritura? «La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el
corazón». Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas
con tus labios que Jesús es el Señor, y crees con tu corazón que Dios lo
resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para
alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado». En efecto,
no hay distinción entre judío y griego; porque uno mismo es el Señor de todos,
generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del
Señor será salvo».
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús,
lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando
durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En
todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo
le dijo: - «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.»
Jesús le contestó: - «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".»
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los
reinos del mundo y le dijo: - «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque
a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante
de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: - «Está escrito:
"Al Señor, tu Dios,
adorarás y a él solo darás culto"». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo
puso en el alero del templo y le dijo:
- «Si eres Hijo de Dios,
tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Ha dado órdenes a sus ángeles
acerca de ti, para que te cuiden", y también:
"Te sostendrán en sus
manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".»
Respondiendo Jesús, le
dijo: - «Está escrito:
"No tentarás al
Señor, tu Dios"». Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra
ocasión.
Las tentaciones de Jesús.
El primer domingo de Cuaresma se dedica siempre a
recordar el episodio de las tentaciones de Jesús. También los evangelios
sinópticos abren la vida pública de Jesús con ese famoso episodio. Es un relato
programático, para que el lector del evangelio sepa desde el primer momento
cómo orienta Jesús su actividad y los peligros que corre en ella. Para eso,
enfrentan a Jesús con Satanás, que encarna a todas las fuerzas de oposición al
plan de Dios, y que intentará apartar a Jesús de su camino.
Marcos habla de ellas de forma escueta y misteriosa:
“En seguida el Espíritu lo empujó al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta
días, y Satanás lo ponía a prueba; estaba con las fieras y los ángeles le
servían” (Mc 1,12-13). Tenemos los datos básicos que recogerán todos los
evangelios (menos Juan, que no habla de las tentaciones): lugar (desierto),
duración (40 días), la prueba. Pero Mc no habla del ayuno ni concreta en qué
consistían las tentaciones; y el servicio de los ángeles es continuo durante
esos días.
Mateo
y Lucas, utilizando una tradición paralela, han completado el relato de Marcos
con las tres famosas tentaciones que todos conocemos; al mismo tiempo,
presentan a Jesús ayunando durante esos cuarenta días (igual que Moisés en el
Sinaí) y relegan el servicio de los ángeles al último momento.
Las
tentaciones empalman directamente con el episodio del bautismo y explican cómo
entiende Jesús lo que dijo en ese momento la voz del cielo: “Tú eres mi Hijo
amado, mi predilecto”. ¿Significa esto que la vida de Jesús vaya a ser cómoda y
maravillosa como la de un príncipe?
1ª
tentación: utilizar el poder en beneficio propio
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo,
volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el
desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin
comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, dile a esta
piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "No sólo de pan vive el
hombre".
Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno,
la primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio.
Es la tentación de las necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de
Israel repetidas veces durante los cuarenta años por el desierto. Al final,
cuando Moisés recuerda al pueblo todas las penalidades sufridas, le explica por
qué tomó el Señor esa actitud: “(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y
después te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el
hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3). En la
experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de necesidad (hambre)
y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber aprendido dos cosas.
La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que vivir es algo mucho
más amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las necesidades
primarias. En este concepto más rico de la vida es donde cumple un papel la
palabra de Dios como alimento vivificador. En realidad, el pueblo no aprendió
la lección. Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado. Mientras
no estuviesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de sentido la
palabra de Dios.
Lo que acabo de decir refleja el gran problema teológico de fondo. En la
práctica, la tentación se deja de sutilezas y va a lo concreto: “Si eres Hijo
de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús, el nuevo Israel, no
necesita quejarse del hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a Moisés.
Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero
Jesús, el nuevo Israel, demuestra que tiene aprendida desde el comienzo esa
lección que el pueblo no asimiló durante años: “Está escrito: No sólo de pan
vive el hombre”.
En realidad, la enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica
que resulta imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no
utilizar su poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios.
Pero quizá la idea más importante, expresada de forma casi subliminar, es esa
visión amplia y profunda de la vida como algo que va mucho más allá de la
necesidad primaria y se alimenta de la palabra de Dios.
2ª
tentación: Tener, aunque haya que arrastrarse
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en
un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
—Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí
me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí,
todo será tuyo.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a
él sólo darás culto".
La segunda tentación no es la tentación provocada por la necesidad
urgente, sino por el deseo de tener todo el poder y la gloria del mundo. ¿Es
esto malo, tratándose del Mesías? Los textos proféticos y algunos Salmos
hablaban de su dominio cada vez mayor, universal, concedido por Dios. Pero
Satanás parte de un punto de vista muy distinto, propio de la mentalidad
apocalíptica: el mundo presente es malo, no está en manos de Dios, sino en las
suyas; es él quien lo domina y entrega su poder a quien quiere. Solo pone como
condición que se postren ante él, que lo reconozcan como dios. Jesús se niega a
ello, citando de nuevo un texto del Deuteronomio: “Está escrito: al Señor tu
Dios adorarás, a él solo darás culto”.
El relato es tan fantástico que cabe el peligro de no advertir su
tremenda realidad. El ansia de poder y de gloria lo percibimos continuamente
(mucho más en España en tiempos de elecciones y de formación de gobierno), y
también queda clara la necesidad de arrastrarse para conseguir ese poder. Pero
este peligro no es solo de políticos, banqueros y grandes empresarios. Todos
nos creamos a menudo pequeños ídolos ante los que nos postramos y damos culto.
3ª tentación: pedir pruebas
que corroboren la misión encomendada.
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero
del templo y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, tírate de
aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de
ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no
tropiece con las piedras".
Jesús le contestó:
—Está mandado: "No tentarás al Señor, tu
Dios".
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó
hasta otra ocasión.
Desde el pináculo del Templo de Jerusalén,
donde se pueden contemplar la impresionante vista de las murallas de Herodes
prolongándose en la caída del torrente Cedrón. En ese escenario sitúa Satanás a
Jesús para invitarlo a que se tire, confiando en que los ángeles vendrán a
salvarlo.
Esta tentación se presta a interpretaciones muy distintas. Podríamos
considerarla la tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos
extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La multitud
congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como Hijo de
Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante: el tentador nunca
hace referencia a esa hipotética muchedumbre, lo que propone ocurre a solas
entre Jesús y los ángeles de Dios.
Por eso considero más exacto decir que la tentación consiste en pedir
pruebas que corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados
a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos
de Moisés (Ex 4,1‑7), Gedeón (Jue 6,36‑40), Saúl (1 Sam 10,2‑5) y Acaz (Is 7,10‑14).
Como respuesta al miedo y a la incertidumbre espontáneos ante una tarea
difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su misión. Da
lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos con el rocío
nocturno (Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de un gran
milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo
importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir la
tarea.
Jesús,
a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en
la promesa del Salmo 91,11‑12 (“a sus ángeles ha dado órdenes para que te
guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en
la piedra”), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse
del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios.
Sin
embargo, Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto
del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16). La frase del
Deuteronomio es más explícita: “No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo
a prueba, como lo tentasteis en Masá”. ¿Qué ocurrió en Masá? Lo cuenta el libro
de los Números en el c.17,1-7: el pueblo, durante la marcha por el desierto, se
queja por falta de agua para beber. Y en esta queja se esconde un problema
mucho más grave que el de la sed: la auténtica tentación consiste en dudar de
la presencia y la protección de Dios: "¿Está o no está con
nosotros el Señor?" (v.7). En el fondo, cualquier petición de
signos y prodigios encubre una duda en la protección divina. Jesús confía
plenamente en Dios, no quiere signos ni los pide. Su postura supera con mucho
incluso la de Moisés.
Cuando termina el relato de las tentaciones, Lucas añade que “el tentador
lo dejó hasta otro momento”. Ese momento será al final de la vida de Jesús,
cuando esté crucificado.
Nuestras tentaciones
Las tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para
toda la comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las
necesidades, miedos y apetencias y nuestro grado de interés por Dios.
1) La necesidad primaria: afecto, comprensión.
2) ¿Está Dios en medio de nosotros?
3) La tentación de tener.
4) La tentación del dejarse arrastrar, dejar hacer a los demás, callar.
1ª lectura: recordar nuestra
historia con gratitud (Deuteronomio 26, 4-10)
El texto del Deuteronomio recoge la oración que
pronuncia el israelita cuando, después de la cosecha, ofrece a Dios las
primicias de los frutos. Va recordando la historia del pueblo, desde Jacob (“mi
padre era un arameo errante”), la opresión de Egipto, la liberación y el don de
la tierra. En el contexto de la cuaresma, esta lectura nos invita a pensar en
los beneficios recibidos de Dios y a ser generosos con él. El agradecimiento a
Dios es más importante incluso que la mortificación cuaresmal.
Dijo Moisés
al pueblo:
—El sacerdote
tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del
Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:
"Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas
personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y
numerosa. Los egipcios nos
maltrataron y nos
oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, yel Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo
y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de
gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y
miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has
dado".
Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu
Dios».
2ª lectura: confesar al
Señor e invocarlo (Romanos 10, 8-13)
En este breve pasaje Pablo comenta dos frases de
la Escritura, aplicándolas al tema de la salvación personal (1ª cita) y de toda
la humanidad (2ª cita). ¿Cómo se alcanza la salvación? Confesando que Jesús es
el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos. Algo que estamos tan
acostumbrados a repetir que no valoramos rectamente. A mediados del siglo I,
confesar a Jesús como Señor (Kyrios), cuando el Emperador romano era
considerado el único Kyrios (César), suponía mucho valor. Y confesar que Dios
lo había resucitado podía provocar más sonrisas y escepticismo del que podemos
imaginar.
La
segunda cita «Nadie que cree en él quedará defraudado» la interpreta Pablo de forma
revolucionaria. Para un judío, estas palabras sólo podrían aplicarse a los
judíos, al pueblo elegido. Ellos serían los único en no quedar defraudados. En cambio,
Pablo la aplica a toda la humanidad, judíos y griegos. Cualquiera que invoca el
nombre del Señor alcanzará la salvación.
Hermanos:
La Escritura dice:
«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios
profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón
llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.
Dice la Escritura:
«Nadie que cree en él quedará defraudado».
Porque no hay
distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos,
generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se
salvará».
Sería
bueno vivir esta Cuaresma leyendo cada día un pasaje del
Evangelio; preguntarnos ¿con qué nos alimentamos por dentro? ¿de dónde
sacamos fuerzas para vivir día a día? Nos ayudará a conocer mejor a
Jesús, ¿escuchando con más profundidad la Palabra de Dios? Nos hará bien.
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