3 DE FEBRERO
– MIÉRCOLES –
San
Blas
4ª SEMANA
DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio según san Mc 6,
1-6
En aquel tiempo, fue Jesús
a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a
enseñar en la sinagoga: la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De
dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos
milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de
Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí? Y
desconfiaban de él. Jesús les decía: “No desprecian a un profeta más que en su
tierra,
entre sus parientes y en su casa”. No
pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las
manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor
enseñando.
1. Es evidente que, según los evangelios, los
vecinos de Nazaret no tuvieron buenas relaciones con Jesús. Esto queda patente
en este relato. Y también en Mateo y Lucas (Mt 13, 53-58; Lc 4, 16-30). Incluso
en el evangelio de Juan, las referencias a Nazaret y los parientes de Jesús no
son precisamente elogiosas (Jn 1, 46; 7, 3-5). Ya
Plutarco, mucho antes que
los evangelios, había dicho que “las personas más sensibles y más sabias son
poco estimadas en sus propias ciudades de origen” (De Exilio, 604D). ¿Es esto
lo que ocurrió en el caso de Jesús?
2. Según Marcos, Jesús era consciente de que él
era un profeta y, como tal, se veía despreciado entre los suyos (Mc 6,4; cf. 2
Cr 24, 19; 36, 15-16; Neh 9, 26; Jub 1, 12). Un tema que se recuerda en el N. T. (Mt 5, 12; Lc 6, 23; Mt 23, 37; Lc 13, 33-34;
Hech 7, 52; 1 Tes 2, 15) (Joel Marcus). Según
lo que da de sí la condición humana, este desprecio es una de las experiencias
más duras que tuvo que soportar Jesús.
3. Pero en este relato hay algo de más graves
consecuencias. El primero de los hermanos de Jesús, que aquí se menciona, es
Santiago, que traduce el nombre del patriarca Jacob, el padre de las doce
tribus de Israel (E. Lohmeyer). Este Santiago fue uno de los dirigentes más
destacados en la Iglesia naciente, en Jerusalén (Gal 1, 19). Y Pablo lo reconoce como una de las
“columnas” de la Iglesia (Gal 2, 9) (W. Pratscher).
Pues bien, en el primer
conflicto serio que se produjo en la Iglesia, al tener que fijar cómo tenían que
vivir el Evangelio los gentiles (Hech 15), Santiago se puso de parte de los más
conservadores y se enfrentó a Pedro, poniéndose de parte de Pablo (Gal 2,
12-14) (J. D. G. Dunn). Este “hermano de Jesús” nunca comprendió la
originalidad del Evangelio frente al integrismo religioso. Jesús fue ya en
Nazaret, y sigue siéndolo hoy, desconcertante.
SAN BLAS,OBISPO Y MÁRTIR
(† ca. 316)
(† ca. 316)
La Iglesia conmemora en este día a
un santo muy
popular cual es San Blas, mártir, obispo de Sebaste.
La existencia de este
santo armenio, su episcopado en Sebaste, su glorioso martirio, su culto antiguo
extendido en la iglesia oriental y occidental, su fama de taumaturgo, la
popularidad de su devoción son hechos plenamente históricos que la tradición
cristiana ha encuadrado en la leyenda de San Blas, no del todo segura en cuanto
a todos los detalles, por proceder de fuentes históricas que no remontan más
allá del siglo IX aunque derivan de tradición y culto muy antiguos.
Cuatro son las Actas
de San Blas que traen los bolandistas. De ellas extraemos la semblanza del
Santo, que presentamos a continuación, modernizada y aumentada con notas
históricas referentes a su vida, devoción y culto.
Nació San Blas en
Armenia, en la ciudad de Sebaste, la actual Sivas, en la segunda mitad del siglo
III. Según quieren algunos, fue médico. El ejercicio de la medicina de los
cuerpos lo preparó y le dio a la vez ocasión para ejercer la medicina de las
almas, exigida por su fervoroso proselitismo cristiano. Ponderan las Actas las
virtudes de este ejemplar cristiano: su humildad. Mansedumbre. paciencia,
devoción, castidad, inocencia; en una palabra, su santidad.
Estas virtudes contribuyeron a que, vacante el
obispado de Sebaste, fuera propuesto por voz unánime del clero y pueblo para
ocupar la sede.
Terribles eran las circunstancias. La persecución
desencadenada por Diocleciano a principios del siglo IV y continuada por sus
sucesores Galeno, Máximo y Daia y Licinio, se ensañó particularmente en la
iglesia de Sebaste, e hizo allí ilustres mártires: San Eustracio y compañeros.
San Carcerio y consortes, San Blas, los famosos cuarenta soldados mártires. Los
cristianos vivían perseguidos y escondidos, como si fueran alimañas. San Blas
fue el pastor prudente, celoso e intrépido elegido por la Providencia para
presidir aquellas trágicas cuanto gloriosas circunstancias.
Escasas son las noticias que nos dan las Actas
acerca de su gobierno pastoral. San Blas, oculto por la persecución, sostenía,
alentaba y edificaba ocultamente a los cristianos con su palabra y con el
ejemplo de su santa Vida.
Las Actas nos han
conservado, sin embargo, un episodio que revela el temple apostólico del Santo.
San Eustracio se encuentra en la cárcel condenado a próxima muerte. Sale su
obispo del escondrijo; obtiene por amero el acceso a la prisión; besa
emocionado las cadenas del confesor de Cristo; lo conforta; pasan toda la noche
en celestiales coloquios; le administra la santa Eucaristía. Eustracio entrega
a San Blas su testamento, confiándole la ejecución del mismo. Al rayar el alba
se despiden dándose el ósculo de paz. San Blas vuelve a su escondite y
Eustracio al día siguiente rubrica su fe con glorioso martirio.
Arreciando más la
persecución bajo el prefecto Agrícola, comisionado por Licinio para exterminar
el cristianismo, San Blas, siguiendo el consejo de Cristo, huye a las montañas
(Armenia es país muy montañoso), y se refugia en una gruta del monte Argeo.
Allí hace vida eremítica, entregado a la penitencia y a la contemplación,
privado de todo consuelo humano, pero abundando en consuelos celestiales. Cual
otro Moisés, ora San Blas en el monte por su dispersa y desolada grey.
La leyenda, al relatar
la estancia de San Blas en las soledades del Argeo, nos describe escenas paradisíacas. Al perseguido por los hombres le hacen compañía las fieras, que
se agrupan en tropel a la entrada de la gruta, esperando respetuosas a que el
santo anacoreta termine su oración, para recibir de él su bendición y obtener
también la curación de sus dolencias. Así lo encontraron los satélites del
prefecto Agrícola en una cacería organizada por aquellos montes, quedando
estupefactos ante el nunca visto espectáculo. Comunican el caso al prefecto y
ordena éste que le traigan al obispo solitario.
En la noche precedente
a la prisión se le aparece por tres veces el Salvador instándole para que le
ofrezca el sacrificio, entendiendo San Blas que el Señor lo llamaba para
ofrecer el cáliz del martirio. Se levanta, ofrece los sagrados misterios y se
presentan los ministros del prefecto. "Salte de tu gruta. le dicen: el
prefecto te flama". Responde el Santo a la citación con rostro sonriente y
palabras cariñosas.
"Bienvenidos
seáis, hijitos míos. Me traéis una buena nueva. Vayamos prontamente. y sea con
nosotros mi Señor Jesucristo que desea la hostia de mi cuerpo".
El traslado de San
Blas a Sebaste constituyó una apoteosis popular. Las gentes, incluso los mismos
paganos, acudían en tropel para presenciar el paso del santo obispo, implorando
su bendición, el remedio de los males, la curación de las dolencias. San Blas,
olvidado de su extrema necesidad propia, atendía a las súplicas, repartía
bendiciones, encomendaba al Señor las necesidades.
De pronto. una madre
le presenta a su hijo moribundo, a causa de una espina atravesaba en la
garganta, clamando: ¡Siervo de Nuestro Salvador Jesucristo, apiádate de mi
hijo; es mi único hijo! Compadecido San Blas, impone la mano sobre el
agonizante, signa su garganta con la señal de la cruz, ora por Él..., y
devuelve el niño, sano y salvo, a la desolada madre. Y dilatando su caridad a
través del tiempo y del espacio, pide que cuantos recurran a su intercesión en
trances semejantes obtengan la protección del cielo.
Presentado San Blas al
prefecto, éste le propone con blandas palabras la renuncia al cristianismo y la
adoración de los dioses. Rechaza San Blas con santa indignación la idolátrica
propuesta. En consecuencia es apaleado terriblemente. El brutal castigo no
arranca de San Blas tina queja.. Los esbirros, cansados, lo encierran en la
cárcel.
Otro día intentan
quebrantar su fortaleza suspendiéndolo de un madero y desgarrando sus carnes
con garfios de hierro... Pero el santo pastor no habla de ofrecer solo el
sacrificio; lo hablan de acompañar sus ovejas y corderos. Al volver a la
prisión regando el suelo con sangre, siete fervorosas cristianas recogen su
sangre y se ungen con ella. Detenidas por ello, confiesan intrépidas su fe en
Jesucristo sin que hagan vacilar su fortaleza los más crueles y variados
tormentos y alentadas por el ejemplo de su pastor perseveran firmes, hasta ser decapitadas.
Una de estas heroínas encomienda a San Blas sus dos hijitos, que querían
seguirla por la senda celestial del martirio.
No tardó el pastor en
consumar su sacrificio. El prefecto lo condena a la decapitación con los dos
niños. Y en las afueras de Sebaste es sacrificado el pastor con los dos
corderos. Ocurrió el glorioso martirio, según la opinión más probable. el año
316.
El culto de San Blas
se extendió prontamente por toda la Iglesia. En el Oriente se celebra su fiesta
desde muy antiguo con culto solemne el 11 de febrero. En Constantinopla había
un templo dedicado a San Blas. En Armenia existió la Orden Militar de San Blas.
El culto de San Blas es también muy antiguo en Occidente. Según el cardenal
Schuster, en la Edad Media se erigieron en Roma no menos de 35 iglesias en
honor de San Blas. Una de ellas llegó a ser contada entre las 24 abadías
privilegiadas de Roma.
La república
independiente de Ragusa (Yugoslavia) lo tenía por patrón principal. Lo honraba
con fiesta de precepto muy solemne. Su efigie figuraba en las monedas. Uno de
los principales monumentos de Ragusa es el templo de San Blas. En el calendario
romano figuraba la fiesta de San Blas con rito simple, pero muchas diócesis de
Europa occidental la celebran con rito doble. En muchas iglesias se conservan
reliquias insignes.
Paralela al culto
oficial ha sido la devoción del pueblo cristiano a San Blas, devoción popular y
típica. Se le cuenta entre los 14 santos protectores, llamados
así porque se les tiene por abogados eficaces en las penalidades de la vida.
Se le invoca
especialmente como abogado en las enfermedades de la garganta. Como tal lo
reconoce el Ritual. Es considerado como especial protector de los niños: San
Blas bendito, que se ahoga este angelito.
En Rusia es el patrón
de los ganados. En otras naciones también se le atribuye cierto patronato sobre
los mismos. Los cardadores y sombrereros lo veneraban por patrón. En el día de
su fiesta se bendicen pan, vino, agua y frutos que se dan después a hombres y
ganados. En muchas diócesis de Alemania, Bohemia, Suiza y también de otras
naciones se da la bendición de San Blas por medio de dos velas cruzadas que se
ponen sobre la cabeza de los fieles y con ellas se toca la garganta. En Roma y
otras partes por unción del cuello con una candela mojada en aceite bendecido.
San Blas es el santo
humano, bondadoso, accesible. Invoquémoslo en nuestras necesidades en las
enfermedades de la garganta no sólo materiales, sino también espirituales:
respeto humano para confesar nuestra fe, angustias de pecados mortales
ocultados, intemperancias en la bebida, etc. En este sentido hay una hermosa
oración indulgenciada en el Enquiridión de Indulgencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario