18 de febrero - JUEVES –
San Sadot, obispo y compañeros
mártires
1ª - Semana
de Cuaresma – C
Evangelio según
san Mateo 7, 7-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: “Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis, llamad y seos abrirá; porque quien pide recibe, quien
busca encuentra, y al que llama se le abre.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo
pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?
Pues si vosotros, que sois malos, sabéis
dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará
cosas buenas a los que se las piden?
Tratad a los demás como queréis que ellos
os traten: en esto consiste la ley y los profetas”.
1. En las enseñanzas finales del sermón del monte, Jesús insiste en
la importancia de la oración de petición. Porque la petición supone
dependencia. Pero también entraña confianza. La dependencias unida a la confianza,
no es “servilismo” (y pérdida de libertad), sino que es “intimidad”. Una persona
que le dice a otra: “dependo de ti, pero me fío a ciegas de ti”, eso es
indicativo de una intimidad, de una estima y de una seguridad mutua que expresa
la mejor forma de relación humana que se puede dar entre dos personas. Así
tiene que ser nuestra relación con Dios. Por eso es tan importante la oración
de petición.
2. A lo dicho, Jesús añade la famosa “regla de oro”, que ha tenido
una vigencia universal, desde Confucio en China, pasando por las religiones de
la India, así como en Grecia desde Herodoto (U. Luz; L. PhilippidiS, A. Dihle).
Se encuentra en formulación positiva (“haced a otros...”) y negativa (“no
hagáis a otros...”). En la Biblia, está en Lev 19, 18 y Tob 4, 15. Como es
lógico, la formulación positiva suele ser más exigente que la negativa. Porque
los posibles deseos del otro son interminables, en tanto
que los rechazos se suelen basar, no en posibilidades; sino en hechos
que el otro ha
padecido. En todo caso, lo que aquí proclama Jesús es que todo cuanto
Dios quiere de nosotros (la Ley y los profetas) se resume en esta convicción
universal.
3. ¿Qué nos dice todo esto? Que el Evangelio es fundamentalmente una
“ética”, una forma de vida, de relacionarnos con los demás. Una forma de
conducta que consiste en ir por la vida tratando a todo el mundo como yo quiero
que los demás me traten a mí. La medida de la bondad, del respeto, del cariño,
de la estima... lo que yo quiero para mí. Ahora bien, si esto efectivamente es
así, lo primero que tenemos que preguntarnos es esto: ¿creo en el Evangelio? O
sea, ¿creo en Jesús? tanta gente que afirma ser gente cristiana y gente de
Iglesia, ¿en qué creen? ¿No estará en esto la causa de que la Iglesia tenga tan
poca influencia en la sociedad y en la vida de tantas personas?
San Sadot, obispo y compañeros
mártires
San
Sadoth parece haber actuado como diácono del obispo de
Seleucia-Ctesifonte san Simón Barsabas, a quien representó en el Concilio de
Nicea en el año 325. Cuando el obispo sufrió martirio durante la terrible
persecución de Sapor II, Sadoth fue elegido para sucederle en la sede, la más
importante en el reino de Persia, y a la vez la más expuesta a la tormenta.
Esta se volvió más violenta, y por un breve tiempo Sadoth y algunos de sus
clérigos tuvieron que refugiarse en un escondite desde el que poder dar
asistencia y aliento a su afligido rebaño. En este período san Sadoth tuvo una
visión que parecía indicar que había llegado para él el momento de sellar su fe
con su sangre. Él mismo narró el sueño a sus presbíteros y diáconos reunidos:
"Vi en mi sueño una escalera rodeada de luz y extendida desde la tierra al
cielo. En la parte superior se encontraba san Simeón en gran gloria, me vi a mí
mismo en la parte inferior, y me dijo con una sonrisa: 'Sube, Sadoth. No tengas
miedo. Yo subí ayer y hoy es su turno'. Esto significa que así como él fue
asesinado el año pasado, voy a seguirlo yo este año".
El rey Sapor
llegó a Seleucia, y san Sadoth fue aprehendido, junto con muchos clérigos y
otros creyentes, 128 personas en total. Fueron arrojados en mazmorras, donde
durante cinco meses sufrieron una miseria y unos tormentos increíbles. Tres
veces fueron puestos en el potro: sus piernas estaban atadas con cuerdas que
fueron estiradas con tanta fuerza que sus huesos se rompían y se escuchaban
astillarse como palos en un haz de leñas. En medio de estas torturas los
oficiales les gritaban: "Adorad el sol y obedeced al rey, si deseáis
salvar vuestras vidas". Sadoth respondió en nombre de todos que el sol no
era más que una criatura, obra de Dios, hecho para la humanidad, y que no iban
a adorar a nadie más que al Creador. Los oficiales dijeron: "¡Obedeced! O
la muerte es segura e inmediata." Los mártires clamaron a una voz:
"No vamos a morir, sino vivir y reinar eternamente con Dios y su Hijo,
Jesucristo".
Estaban
encadenados en parejas y fueron conducidos fuera de la ciudad, cantando
alegremente por el camino. La oración y la alabanza no cesó hasta la muerte del
último de la bienaventurada compañía. El propio san Sadoth, sin embargo, fue
separado de su grey y llevado a Bait-Lapat, donde fue decapitado después de
haber sido obispo por menos de un año.
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