16 de febrero -
MARTES –
San Macario
1ª –Semana de Cuaresma – C
Evangelio según san Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
“Cuando
recéis no uséis muchas palabras como los paganos, que se imaginan que por
hablar mucho les harán caso. No seáis
como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo
pidáis.
Vosotros rezad así:
Padre
nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan
nuestro, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que
nos han ofendido, no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del Maligno.
Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os
perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras culpas”.
1. Estamos tan acostumbrados a rezar el Padrenuestro, que con frecuencia
lo decimos de carrerilla y sin darnos cuenta de lo que estamos diciendo. Sin embargo, ya a comienzos del s. III,
Tertuliano decía que el Padrenuestro es un resumen de toda la enseñanza sobre
la fe: “breviarium totius Evangelii’ (cf. U. Luz). O sea, es una síntesis de
todo el Evangelio. Así pues, analizando
si lo que dice el Padrenuestro es la fórmula abreviada de nuestros deseos más
intensos, con eso sabemos si vivimos o no
vivimos el Evangelio.
2. Jesús le cambió el nombre a Dios. Era un nombre que impresionaba
tanto a los israelitas, que lo sustituían por otros nombres (el Cielo, los
Cielos...). Si Dios nos trasciende (no está a nuestro alcance), en realidad no
sabemos lo que decimos cuando pronunciamos la palabra Dios. En arameo, el
término “Padre” (Abba) nunca se
aplicaba a Dios (G. Schelbert). Jesús pensó que la experiencia del “padre” es
la que más nos puede ayudar para vivir nuestra relación con el Trascendente. Pero ocurre que este nombre es patriarcal y,
por tanto, no puede expresar nuestra relación con la “madre”. Pero, sobre todo, ¡qué misterio tan profundo
es tener un padre! El padre
nos da la vida y la seguridad en la vida. Pero el padre es poder y autoridad que nos somete
y nos limita la libertad. Todos los
humanos (sin saberlo) arrastramos este conflicto, que es fuente de otros
conflictos incontables.
3. Entonces, el Dios (Padre) que nos revela Jesús, ¿es solución?
¿Puede serlo? El Padre, que presenta Jesús, es siempre Bondad. Y solo Bondad,
nunca es Poder. Y menos aun dominación y
sometimiento. Es el Padre siempre Bueno con buenos malos,
con justos y pecadores (Mt 5, 45). Es,
pues, el Padre que acoge a todos,
siempre, sin pedir explicaciones, y haciendo fiesta de alegría por el
perdido que acude a Él, no porque se convierte, sino porque se muere de
necesidad extrema en la extrema miseria (Lc 15, 11-32). A partir de esta experiencia límite, nuestra
relación con Dios puede tener sentido y darnos sentido.
San MACARIO
San
Macario el Grande, presbítero y abad del monasterio de Scete, en Egipto, que,
considerándose muerto al mundo, vivía sólo para Dios, enseñándolo así a sus
monjes (c. 300 - 390).
Etimología: Macario = Aquel que ha encontrado la felicidad, es
de origen griego.
San Macario de Egipto, Macario significa: feliz, bienaventurado.
San Macario de Egipto, Macario significa: feliz, bienaventurado.
Macario nació en el alto Egipto, hacia el año 300, y pasó su
juventud como pastor. Movido por una intensa gracia, se retiró del mundo a
temprana edad, confinándose en una estrecha celda, donde repartía su tiempo
entre la oración, las prácticas de penitencia y la fabricación de esteras. Una
mujer le acusó falsamente de que había intentado hacerle violencia. A resultas
de ello, Macario fue arrastrado por las calles, apaleado y tratado de hipócrita
disfrazado de monje. Todo lo sufrió con paciencia, y aun envió a la mujer el
producto de su trabajo, diciéndose: "Macario, ahora tienes que trabajar
más, pues tienes que sostener a otro".
Pero Dios dio a conocer su inocencia: la mujer que le había
calumniado no pudo dar a luz, hasta que reveló el nombre del verdadero padre
del niño. Con ello, el furor del pueblo se tornó en admiración por la humildad
y paciencia del santo. Para huir de la estima de los hombres, Macario se
refugió en el vasto y melancólico desierto de Scete, cuando tenía alrededor de
treinta años. Ahí vivió sesenta años y fue el padre espiritual de innumerables
servidores de Dios que se confiaron a su dirección y gobernaron sus vidas con
las reglas que él les trazó. Todos vivían en ermitas separadas. Sólo un
discípulo de Macario vivía con él y se encargaba de recibir a los visitantes.
Un obispo egipcio mandó a Macario que recibiera la ordenación sacerdotal a fin
de que pudiese celebrar los divinos misterios para sus ermitaños. Más tarde,
cuando los ermitaños se multiplicaron, fueron construidas cuatro iglesias,
atendidas por otros tantos sacerdotes.
Las austeridades de Macario eran increíbles. Sólo comía una vez por semana. En una ocasión, su discípulo Evagrio, al verle torturado por la sed, le rogó que tomase un poco de agua; pero Macario se limitó a descansar brevemente en la sombra, diciéndole: "En estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni dormido lo suficiente para satisfacer a mi naturaleza". Su cuerpo estaba debilitado y tembloroso; su rostro, pálido. Para contradecir sus inclinaciones, no rehusaba beber un poco de vino, cuando otros se lo pedían, pero después se abstenía de toda bebida durante dos o tres días. En vista de lo cual, sus discípulos decidieron impedir que los visitantes le ofrecieran vino. Macario empleaba pocas palabras en sus consejos, y recomendaba el silencio, el retiro y la continua oración -sobre todo esta última- a toda clase de personas. Acostumbraba decir: "En la oración no hace falta decir muchas cosas ni emplear palabras escogidas. Basta con repetir sinceramente: Señor, dame las gracias que Tú sabes que necesito. O bien: Dios mío, ayúdame". Su mansedumbre y paciencia eran extraordinarias, y lograron la conversión de un sacerdote pagano y de muchos otros.
Las austeridades de Macario eran increíbles. Sólo comía una vez por semana. En una ocasión, su discípulo Evagrio, al verle torturado por la sed, le rogó que tomase un poco de agua; pero Macario se limitó a descansar brevemente en la sombra, diciéndole: "En estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni dormido lo suficiente para satisfacer a mi naturaleza". Su cuerpo estaba debilitado y tembloroso; su rostro, pálido. Para contradecir sus inclinaciones, no rehusaba beber un poco de vino, cuando otros se lo pedían, pero después se abstenía de toda bebida durante dos o tres días. En vista de lo cual, sus discípulos decidieron impedir que los visitantes le ofrecieran vino. Macario empleaba pocas palabras en sus consejos, y recomendaba el silencio, el retiro y la continua oración -sobre todo esta última- a toda clase de personas. Acostumbraba decir: "En la oración no hace falta decir muchas cosas ni emplear palabras escogidas. Basta con repetir sinceramente: Señor, dame las gracias que Tú sabes que necesito. O bien: Dios mío, ayúdame". Su mansedumbre y paciencia eran extraordinarias, y lograron la conversión de un sacerdote pagano y de muchos otros.
Macario ordenó a un joven que le pedía consejos que fuese a un
cementerio a insultar a los muertos y a alabarlos. Cuando volvió el joven,
Macario le preguntó qué le habían respondido los difuntos. "Los muertos no
contestaron a mis insultos, ni a mis alabanzas", le dijo el joven.
"Pues bien, --le aconsejó Macario--, haz tú lo mismo y no te dejes
impresionar ni por los insultos, ni por las alabanzas. Sólo muriendo para el
mundo y para ti mismo, podrás empezar a servir a Cristo".
A otro le aconsejó: "Está pronto a recibir de la mano de
Dios la pobreza, tan alegremente como la abundancia; así dominarás tus pasiones
y vencerás al demonio". Como cierto monje se quejara de que en la soledad
sufría grandes tentaciones para quebrantar el ayuno, en tanto que en el
monasterio lo soportaba gozosamente, Macario le dijo: "El ayuno resulta
agradable cuando otros lo ven, pero es muy duro cuando está oculto a las
miradas de los hombres". Un ermitaño que sufría de fuertes tentaciones de
impureza, fue a consultar a Macario. El santo, después de examinar el caso,
llegó el convencimiento de que las tentaciones se debían a la indolencia del
ermitaño; así pues, le aconsejó que no comiera nunca antes de la caída del sol,
que se entregara a la contemplación durante el trabajo, y que trabajara sin
cesar. El otro siguió estos consejos y se vio libre de sus tentaciones. Dios
reveló a Macario que no era tan perfecto como dos mujeres casadas que vivían en
la ciudad.
El santo fue a visitarlas para averiguar los medios que
empleaban para santificarse, y descubrió que nunca decían palabras ociosas ni
ásperas; que vivían en humildad, paciencia y caridad, acomodándose al humor de
sus maridos, y que santificaban todas sus acciones con la oración, consagrando
a la gloria de Dios todas sus fuerzas corporales y espirituales.
Un hereje de la secta de los hieracitas, que negaban la
resurrección de los muertos, había inquietado en su fe a varios cristianos.
Sozomeno, Paladio y Rufino relatan que San Macario resucitó a un muerto para
confirmar a esos cristianos en su fe. Según Casiano, el santo se limitó a hacer
hablar al muerto y le ordenó que esperase la resurrección en el sepulcro.
Lucio, obispo arriano que había usurpado la sede de Alejandría, envió tropas al
desierto para que dispersaran a los piadosos monjes, algunos de los cuales
sellaron con su sangre el testimonio de su fe. Los principales ascetas.
Isidoro, Pambo, los dos Macarios y algunos otros, fueron desterrados a una
pequeña isla del delta del Nilo, rodeada de pantanos. El ejemplo y la
predicación de los hombres de Dios convirtió a todos los habitantes de la isla,
que eran paganos. Lucio autorizó más tarde a los monjes a retornar a sus
celdas.
Sintiendo que se acercaba a su fin, Macario hizo una visita a
los monjes de Nitria y les exhortó, con palabras tan sentidas, que estos se
arrodillaron a sus pies llorando. "Sí, hermanos, --les dijo Macario--,
dejemos que nuestros ojos derramen ríos de lágrimas en esta vida, para que no
vayamos al sitio en que las lágrimas alimentan el fuego de la tortura".
Macario fue llamado por Dios a los noventa años, después de haber pasado
sesenta en el desierto de Scete. Según el testimonio de Casiano, Macario fue el
primer anacoreta de este vasto desierto. Algunos autores sostienen que fue
discípulo de San Antonio, quien vivía a unos quince días de viaje del sitio en
donde estaba Macario.
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