23
DE FEBRERO – MARTES -
San
Policarpo, obispo y mártir
2ª
- SEMANA DE CUARESMA
Evangelio según san Mateo 23, 1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:
“En
la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y
cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen; porque ellos no
hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a
la gente en los hombros, pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y
ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los
banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias
por la calle y que la gente les llame “maestro”. Vosotros, en cambio, no os
dejéis llamar maestro porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois
hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es
vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es
vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que
se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
1. Deberíamos ser
siempre sumamente cuidadosos cuando leemos este texto. Conviene tener presente
que los numerosos estudios, que se han hecho sobre este discurso, han concluido
que el contenido básico del texto sin duda proviene de Jesús. Pero aquí quedó
recogido tal como le llegó al redactor último del texto, probablemente estaba
ya condicionado por los conflictos que, sobre todo a partir del año 70, se
produjeron entre cristianos y judíos.
2. Por tanto, lo
primero que se debe cuidar es que la lectura de este texto no se traduzca en
formas de antisemitismo. El aprecio, la estima y la cercanía a las demás confesiones
religiosas y a quienes las profesan honradamente debe caracterizar siempre a
toda persona de bien. Por lo demás, es claro que este discurso reproduce lo que
realmente ocurría, en tiempo de Jesús, con los observantes religiosos que se
enfrentaron a Jesús. Son elocuentes, en este sentido, los textos de Mc 12,
38-40 y Lc 20, 45-47.
3. Lo fundamental que
Jesús deja claro en este discurso es: 1) Abundan los observantes de las
prácticas y rituales religiosos que, con su observancia, tranquilizan sus
conciencias, al tiempo que su conducta es de gente corrupta e incluso
peligrosa. 2) A los dirigentes
religiosos les gusta la solemnidad, darse importancia, aparecer como gente que
tiene poder y es influyente. 3) Sin
duda, todo esto ocurre así porque las religiones, desde antiguo, tienen la
fuerte tendencia a instala en las clases dominantes y vinculadas a los
representantes del poder. La religión se
sirve con frecuencia, de Dios e invoca su santa voluntad para someter a la
gente y exigir obediencia a quienes frecuentan los templos y lugares sagrados.
Esta tendencia hace un daño incalculable a la religión misma, a sus
representantes y a quienes se someten al hecho religioso, desentendiéndose de
sus exigencias éticas. Son los clásicos “representantes del Evangelio” que
viven haciendo lo contrario de lo que dice ese mismo Evangelio.
San
Policarpo, obispo y mártir
San
Policarpo fue uno de los discípulos del apóstol San Juan Evangelista. Los
fieles le profesaban una gran admiración. Y entre sus discípulos tuvo a San
Ireneo y a varios santos más.
San Policarpo era obispo de la ciudad de Esmirna, en Turquía, y
fue a Roma a dialogar con el Papa Aniceto para ver si podían ponerse de acuerdo
para unificar la fecha de fiesta de Pascua entre los cristianos de Asia y los
de Europa. Y caminando por Roma se encontró con un hereje que negaba varias
verdades de la religión católica. El otro le preguntó: ¿No me conoces? Y el
santo le respondió: ¡Si te conozco! ¡Tú eres un hijo de Satanás!
Cuando San Ignacio de Antioquía iba hacia Roma, encadenado para
ser martirizado, San Policarpo salió a recibirlo y besó emocionado sus cadenas.
Y por petición de San Ignacio escribió una carta a los cristianos del Asia,
carta que, según San Jerónimo, era sumamente apreciada por los antiguos
cristianos.
El pueblo estaba reunido en el estadio y allá fue llevado
Policarpo para ser juzgado. El gobernador le dijo: "Declare que el César
es el Señor". Policarpo respondió: "Yo sólo reconozco como mi Señor a
Jesucristo, el Hijo de Dios". Añadió el gobernador: ¿Y qué pierde con
echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su Cristo y
salvará su vida. A lo cual San Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo así:
"Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado
en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a El ahora? Yo seré siempre amigo de
Cristo".
El gobernador le grita: "Si no adora al César y sigue
adorando a Cristo lo condenaré a las llamas”. Y el santo responde: "Me
amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero
es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga".
En ese momento el pueblo empezó a gritar: ¡Este es el jefe de
los cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses! ¡Que lo quemen! Y
también los judíos pedían que lo quemaran vivo. El gobernador les hizo caso y
decretó su pena de muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión
se fueron a traer leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y
quemarlo.
Hicieron un gran montón de leña y colocaron sobre él a
Policarpo. Los verdugos querían amarrarlo a un palo con cadenas, pero él les
dijo: "Por favor: déjenme así, que el Señor me concederá valor para
soportar este tormento sin tratar de alejarme de él". Entonces lo único
que hicieron fue atarle las manos por detrás.
Policarpo, elevando los ojos hacia el cielo, oró así en alta
voz: "Señor Dios, Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo: yo te
bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia
de formar parte del grupo de tus mártires, y me das el gran honor de poder
participar del cáliz de amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo que tomar antes
de llegar a su resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de ser admitido entre
el grupo de los que sacrifican su vida por Ti y haz que este sacrificio te sea
totalmente agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Cestial por tu santísimo
Hijo Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los
siglos de los siglos".
"Tan pronto terminó Policarpo de rezar su oración,
prendieron fuego a la leña, y entonces sucedió un milagro ante nuestros ojos y
a la vista de todos los que estábamos allí presentes (sigue diciendo la carta
escrita por los testigos que presenciaron su martirio): las llamas, haciendo
una gran circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el cuerpo de
Policarpo ya no parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan tostado, o
un pedazo de oro sacado de un horno ardiente. Y todos los alrededores se
llenaron de un agradabilísimo olor como de un fino incienso.
Los verdugos recibieron la orden de atravesar el corazón del
mártir con un lanzazo, y en ese momento vimos salir volando desde allí hacia lo
alto una blanquísima paloma, y al brotar la sangre del corazón del santo, en seguida
la hoguera se apagó".
"Los judíos y paganos le pidieron al jefe de la guardia que
destruyeran e hicieran desaparecer el cuerpo del mártir, y el militar lo mandó
quemar, pero nosotros alcanzamos a recoger algunos de sus huesos y los
veneramos como un tesoro más valioso que las más ricas joyas, y los llevamos al
sitio donde nos reunimos para orar".
El día de su martirio fue el 23 de febrero del año 155. Esta
carta, escrita en el propio tiempo en que sucedió el martirio, es una narración
verdaderamente hermosa y provechosa.
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