6 DE FEBRERO
- SÁBADO -
San
Pablo Miki y compañeros mártires
4ª - SEMANA
DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio
según san Marcos, 6, 30-34
En aquel tiempo, los apóstoles
volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y
enseñado. Él les dijo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar
un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni
para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los
vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron
corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús
vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin
pastor; y se puso a enseñarles con calma.
1. Lo primero que llama la atención aquí es la
humanidad de Jesús. Porque, cuando vio que los discípulos, después de un viaje
de misión venían cansados, necesitaban un tiempo y un sitio tranquilo para
descansar. Pero, además, cuando se encuentra con la gente que le busca, antepone
la necesidad de la gente al propio retiro y al propio descanso. Dos veces
recuerda Marcos que no les quedaba tiempo ni para comer (Mc 3, 20; 6, 31 b).
2. Lo que más destacan los evangelios es el
poder de seducción que tenía Jesús. Su bondad, su sensibilidad ante el
sufrimiento humano, su respuesta al hambre, al dolor, al desamparo de los
pequeños y de los últimos, todo eso, ejercía una seducción casi irresistible.
Jamás en la historia, esta cualidad de Jesús tuvo la actualidad
que tiene ahora. ¿Por qué?
El cambio más profundo, que se está produciendo a una velocidad de vértigo, es
el cambio en los seres humanos. Es la consecuencia del crecimiento desbocado de
las tecnologías. Sobre todo, las técnicas de la “comunicación” y del “consumo”.
Esto nos ha cambiado por completo, sin que nos demos cuenta de lo que las
técnicas están haciendo con nosotros. De forma que el poder, al
que nos sometemos, ya no
es el poder opresor, sino el poder seductor. Pero, ¡atención!: en la
modernidad, lo que seduce son las máquinas, fruto de la tecnología; en el
Evangelio, lo que seduce es la persona, fruto de la bondad.
3. El problema más grave, que todo esto nos
plantea, es que la comunicación y el consumo seducen. Pero seducen
esclavizando, produciendo desigualdad económica y social, desquiciando a las
personas. La esperanza está en comprender y vivir el Evangelio, no como una
religión más, sino como la fuerza increíble que tiene la bondad al servicio de
la misericordia. Esto es lo único que nos hace felices y libres.
"Llegado a
este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de
ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les
declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a
la religión cristiana, ser católico."
Fueron 26, martirizados
el mismo día, 5 febrero del año 1597.
En el año 1549 San
Francisco Javier llegó al Japón y convirtió a muchos paganos.
Ya en el año 1597 eran
varios los miles de cristianos en aquel país. Y llegó al gobierno un emperador
sumamente cruel y vicioso, el cual ordenó que todos los misioneros católicos
debían abandonar el Japón en el término de seis meses. Pero los misioneros, en
vez de huir del país, lo que hicieron fue esconderse, para poder seguir
ayudando a los cristianos. Fueron descubiertos y martirizados brutalmente. Los
que murieron en este día en Nagasaki fueron 26. Tres jesuitas, seis
franciscanos y 16 laicos católicos japoneses, que eran catequistas y se habían
hecho terciarios franciscanos.
Los mártires jesuitas
fueron: San Pablo Miki, un japonés de familia de la alta clase social, hijo de
un capitán del ejército y muy buen predicador: San Juan Goto y Santiago Kisai,
dos hermanos coadjutores jesuitas. Los franciscanos eran: San Felipe de Jesús,
un mexicano que había ido a misionar al Asia. San Gonzalo García que era de la
India, San Francisco Blanco, San Pedro Bautista, superior de los franciscanos
en el Japón y San Francisco de San Miguel.
Entre los laicos
estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un
Coreano: San León Karasuma, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa
a los sacerdotes: los niños: San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San
Totomaskasaky, cuyo padre fue también martirizado.
A los 26 católicos les
cortaron la oreja izquierda, y así ensangrentados fueron llevados en pleno
invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y
atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos.
Al llegar a Nagasaki
les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron,
atándolos a las cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos
al madero con una argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la
distancia de un metro y medio.
La Iglesia Católica
los declaró santos en 1862.
Testigos de su
martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente manera: "Una vez
crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los
sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la
salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los ojos fijos en el
cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias a la bondad de
Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del salmo 30:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El hermano Gonzalo
rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría".
Al Padre Pablo Miki le
parecía que aquella cruz era el púlpito o sitio para predicar más honroso que
le habían conseguido, y empezó a decir a todos los presentes (cristianos y
curiosos) que él era japonés, que pertenecía a la compañía de Jesús, o sociedad
de los Padres jesuitas, que moría por haber predicado el evangelio y que le
daba gracias a Dios por haberle concedido el honor tan enorme de poder morir
por propagar la verdadera religión de Dios. A continuación, añadió las
siguientes palabras:
"Llegado a este
momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes
va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues,
que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión
cristiana, ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras
y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que
perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los
que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan
instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar".
Luego, vueltos los
ojos hacia sus compañeros, empezó a darles ánimos en aquella lucha decisiva; en
el rostro de todos se veía una alegría muy grande, especialmente en el del niño
Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo
hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo. El niño
Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de
haber invocado los santísimos nombres de Jesús, José y María, se pudo a cantar
los salmos que había aprendido en la clase de catecismo. A otros se les oía
decir continuamente: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma
mía". Varios de los crucificados aconsejaban a las gentes allí presentes
que permanecieran fieles a nuestra santa religión por siempre.
Luego los verdugos
sacaron sus lanzas y asestaron a cada uno de los crucificados dos lanzazos, con
lo que en unos momentos pusieron fin a sus vidas.
El pueblo cristiano
horrorizado gritaba: ¡Jesús, José y María!
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