jueves, 31 de marzo de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 1 DE ABRIL ~VIERNES ~ OCTAVA DE PASCUA




1 DE ABRIL ~VIERNES ~
OCTAVA DE PASCUA

       Evangelio según san Juan: 21,1-14

       En aquel tiempo Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades.
       Y se apareció de esta manera: estaban juntos  Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.  
       Simón Pedro les dice:
       “Me voy a pescar”.
       Ellos contestaron:
       “~Vamos también contigo~”.
        Salieron y se embarcaron, y aquella noche no cogieron nada.  Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;  pero los discípulos no sabían que era Jesús.  
       Jesús les dice:
       “~Muchachos, ¿tenéis pescado?”
       Ellos contestaron:
       “No”.
       Él les dice:
       Echad las redes a     la derecha de la barca y encontraréis”.  
       Las echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.  
       Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
       “Es el Señor”.
       Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.  Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.  
       Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
       Jesús les dice:
       “Traed de los peces que acabáis de coger”.     
       Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres.  Y, aunque eran tantos, no se rompió la red.
       Jesús les dice:
       “Vamos, almorzad”.
       Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.  
       Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.  Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

       1.    Esta aparición de Jesús es más elocuente de lo que muchos se imaginan. James LG. Duflfl nos ha ayudado a caer en la cuenta de que en este relato se palpa el recuerdo de unos discípulos que habían perdido, según parece, la motivación del seguimiento de Jesús.  Abandonan Jerusalén, se vuelven a su tierra (Galilea), a su lago, a su barca, a todo lo que habían abandonado cuando se pusieron a seguir a Jesús (Mc 1,16-19 par). Y se ponen a bregar en un trabajo estéril: “no pescaron nada”. (Jn. 21, 3b).     Volvieron a las andadas, a su primera esterilidad (Lc 5, 5), de la que los sacó Jesús (Lc 5, 9-11), pero a la que seguían aferrados.

       2.    Por eso Jesús los busca de nuevo.  Ahora no les pide renuncias y abandonos.  Les
prepara un desayuno.  No les dice nada.  Su presencia entre ellos es vida.  Como bien ha explicado  W. Marxen, “lo de Jesús sigue adelante”.  Y sigue con una particularidad que es clave para entender el cristianismo: a partir de la resurrección de Jesús, sus testigos “vinculan mensaje y persona.  El mensaje de Jesús no se convirtió en un ideario separado de su persona” (M. Fraijó).  Por tanto, en el evangelio, no es posible separar la doctrina de Jesús de la vida que llevó Jesús.  Lo que es un rechazo total de las teologías que han derivado hacia la pura especulación alejada de la vida. La que llevó Jesús. Y la que soportamos los humanos.

       3.   No nos enteramos del Evangelio.  No lo entendemos, ni nos interesa.  Porque lo hemos reducido a una doctrina.  Y eso, como mera doctrina, es infumable.  No dice nada.  Ni sirve para mucho.  El Evangelio es una forma de vivir.  Si no es eso, es nada.


miércoles, 30 de marzo de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 31 DE MARZO - JUEVES OCTAVA DE PASCUA




31 DE MARZO - JUEVES
OCTAVA DE PASCUA

       Evangelio según san Lucas 24, 35-48

       En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.  
       Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:
       “Paz a vosotros”.
       Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.
       Él les dijo:
        “¿Por qué os alarmáis?  ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?  Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.  Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que tengo”.
       Dicho esto, les mostró las manos y los pies; y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos,  les dijo:
       “¿tenéis ahí algo que comer?”
       Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado.  Él lo tomó y comió delante de ellos.  
       Y les dijo.
       “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse”.
       Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.  Y añadió:
       “Así estaba escrito: el Mesías padecerá resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén.  Vosotros sois testigos de esto”.

       1.   Hay que decirlo con claridad y sin miedo. Los catecismos tradicionales y las teologías trasnochadas, en las que se basan las catequesis y las enseñanzas de religión cristiana, han deformado la mentalidad a muchos cristianos.  Porque les han hecho ver en el Evangelio al Hijo de Dios de tal manera, que Jesús deja de ser un hombre y se convierte en un “dios disfrazado” de hombre.  Algo así debían pensar aquellos discípulos cuando vieron al Resucitado y se pensaban ver un “fantasma”.  De ahí, el miedo que sintieron aquellos discípulos.  Era el “miedo reverencial” ante “lo numinoso”, “lo santo” (R. Otto).       Aquello fue la deformación de la imagen de Jesús.  Aquel grupo de personas no veían al Jesús auténtico.  Una representación de Jesús que muchas personas llevan en su cabeza.  Lo que les produce un sentimiento tan extraño que, ni siquiera, se atreven a pronunciar la palabra “Jesús”.  Son los que prefieren hablar de “Cristo” o de “Jesucristo”.  Les da miedo de hablar del Jesús del Evangelio.

       2.   Pero lo llamativo de este relato es que Jesús convirtió el miedo en alegría. Precisamente porque dejaron de ver un fantasma y empezaron a ver a Jesús.  Ahora bien, lo llamativo es que este cambio se produjo cuando Jesús les pidió que sacaran algo para comer.  De nuevo, la mesa compartida pone las cosas en su sitio, nos des- cubre a Jesús, espanta los fantasmas, devuelve la alegría y crea unión y comunidad.

       3.   En la Iglesia sobran ritos, normas, ceremonias, cultos sagrados y solemnes, observancias, preceptos y prohibiciones, anatemas y censuras.  Y escasea demasiado la unión, la comunión, los gestos de unidad, fomentar lo que nos une, nos acerca, nos ayuda al respeto la tolerancia, la comprensión.  Por ahí es por donde desandaremos la senda equivocada de los fantasmas y tomaremos el camino que nos lleva derechamente a Jesús. Hay gente que tiene en su cabeza un “dios” que les impide ver, en los evangelios, a “Jesús”, tal como fue y vivió.  Lo que podemos saber de “Dios”, nos lo revela “Jesús”.



lunes, 28 de marzo de 2016

PÁRATE UN MOMENTO:EVANGELIO DEL DIA 30 DE MARZO – MIÉRCOLES OCTAVA DE PASCUA


30 DE MARZO – MIÉRCOLES
OCTAVA DE PASCUA

       Evangelio según san Lucas: 24, 13-35

       En aquel tiempo, dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido.  Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.  Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.  Él les dijo:
       “¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?”.
       Ellos se detuvieron preocupados.  Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
       “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado allí estos días?
       Él les preguntó:
       “¿Qué?”
       Ellos le contestaron:
       “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron.        Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel.  Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto.  Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo.  Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron”.
       Entonces Jesús les dijo:
       “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!   ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?”
       Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.  
       Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante;  pero ellos le apremiaron diciendo:
       “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”.
        Y entró para quedarse con ellos.  
       Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.  
       A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.   Pero él desapareció.  
       Ellos comentaron:
       “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”.
        Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
       “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”.
       Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

       1.   En este relato de Emaús, Lucas nos dice que Jesús se nos da a conocer en la comensalía. Es decir, en la mesa compartida, cuando con él compartimos el mismo pan.  Y cuando, con Jesús, compartimos el pan de la vida con los demás.  Es entonces cuando se nos abren los ojos y nos damos cuenta de que tenemos, ante nosotros y junto a nosotros, en el gozo y la alegría del comer y el beber, a Jesús viviente, que nos acompaña en el camino de la vida (Eric Franklin, B. P. Robinsofl).

       2.   Ocurre ¡tantas veces! que, precisamente cuando nos sentimos más decepcionados y sin aliento para seguir adelante, exactamente entonces es cuando llevamos a Jesús junto a nosotros, andando el mismo camino nuestro, compartiendo nuestros problemas, soledades, desalientos, desengaños insoportables.  Y así es cuándo y cómo Jesús mismo nos abre los ojos y el conocimiento, para hacernos  comprender el sentido y el alcance de las Escrituras santas.  De forma que, cuando eso ocurre, el corazón nos arde.  Y le vemos sentido a lo que, hasta entonces carecía de cualquier posible significado.  El Resucitado está con nosotros cuando menos lo imaginamos, cuando ni podemos sospecharlo.

       3.   La misa se le ha hecho a mucha gente algo insignificante, pesado, una ceremonia que no entienden ni les interesa.  La “Cena del Señor” tendría que seguir siendo lo que empezó siendo, “una cena”.  De manera que nos traslademos del “altar” a la “mesa” del “orden eclesial”  al “mundo social del banquete” (D. E. Smith).  No se trata de prescindir de la eucaristía.  Se trata de recuperar su significado original.  Cuando Jesús dijo:  “Haced esto en memoria mía”, lo que Jesús les decía a sus discípulos es que repitieran el gesto de la mesa compartida, el “simposio” de la vida y la alegría vivida con los demás.  Cuando eso sea el centro, lo demás (el significado de la presencia de Jesús y del rito eucarístico)  irá adquiriendo las formas y símbolos que hoy podemos entender, ofrecer y vivir con los humanos, sean quienes sean.  Esto requerirá un proceso, sin duda lento y largo, de evolución y cambio, de la liturgia actual, a otras formas (más actuales y humanas) de vivir y expresar los símbolos que representan lo que fue originalmente la Cena del Señor, “la cena que recrea y enamora” (san Juan de la Cruz).



Párate un momento: Evangelio del día 29 DE MARZO – MARTES - OCTAVA DE PASCUA




29 DE MARZO – MARTES -
OCTAVA DE PASCUA

Evangelio según san Juan 20, 11-18

       En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera, llorando.  Mientras lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntaron:
       “Mujer, ¿por qué lloras?”.
       Ella les contestó:
       “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.
       Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús.
        Jesús le dice:
       “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?’     
       Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
       “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”.
       Jesús le dice:
       “¡María!”.
       Ella se vuelve y le dice:
        “¡Rabboni!’ (que significa Maestro).
       Jesús le dice:
       “Suéltame, que todavía no he subido al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”.
       María Magdalena fue y anunció a los discípulos:
       “He visto al Señor y ha dicho esto”.

       1.   Este relato destaca, aún más que otros, la singular y hasta desconcertante bondad de Jesús.  Una bondad y una humanidad que se palpan más de cerca en el Resucitado.
       Se advierte fácilmente que Jesús tuvo una especial delicadeza con esta mujer de la que el evangelio de Lucas afirma que habían salido siete demonios (Lc 8, 2).  Cosa que, en el vocabulario de la antigua aritmología, representa la plenitud de todos los males. Y, sin embargo, Jesús la estimó tanto y tanta bondad derrochó con ella.

       2.   Más en concreto, el relato da a entender que entre Jesús y esta mujer hubo una delicada relación de respeto, de confianza, de atención y de transparencia.  No hay datos que hagan pensar que entre Jesús y la Magdalena hubo otro tipo de relación.
       En definitiva, lo que Jesús y ella cultivaron fue una fe tan honda como ejemplar.  Era la amistad limpia que más nos humaniza.

       3.   Pero, como ya se ha dicho, aquí aparece de nuevo “lo divino” y “lo humano” fundidos en una unidad que nunca acabamos de creer y aceptar.  Jesús habla de “mi Padre” y “vuestro Padre”, de “mi Dios” y “vuestro Dios”.  No se trata de que haya dos “Padres” o dos “Dioses”. Ni tampoco se trata de que haya dos tipos de relación con el Padre y con Dios.  No.  Se trata de que el mismo Padre y el mismo Dios es tan de Jesús como nuestro.  Jesús nos ha fundido en una misma relación, que es suya y nuestra, con el Padre y con Dios.  Esto, seguramente, es el fruto más hondo de la Resurrección, la de Jesús y la nuestra.  Por eso, cuando leemos los evangelios y, más que eso, cuando recordamos al perpetuo “Viviente”,  que es Jesús, tenemos que acostumbrarnos a ver y sentir en él al hombre que vivió en Palestina, en el siglo primero,  y a Dios eterno y Santo por excelencia.  Ambas realidades, fundidas en una realidad.  La única realidad que tenemos a nuestro alcance, que es su humanidad.  Y es en esa humanidad donde encontramos y palpamos a Dios.  Siempre divino.  Pero visto en nuestra humanidad, la que vivió y constituyó a Jesús.



sábado, 26 de marzo de 2016

PÁRATE UN MOMENTO: 28 DE MARZO - EVANGELIO DEL LUNES OCTAVA DE PASCUA






28 DE MARZO - LUNES
OCTAVA DE PASCUA

       Evangelio según san Mateo 28, 8-15

       En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.  De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
       “Alegraos”. 
       Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron     los pies.  Jesús les dijo:
       “No tengáis miedo: id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.        Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido.  Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:     
       “Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais.  Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros”.
       Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones.  Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

       1.   El apóstol Pablo afirma que Jesús fue “constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor” (Rom 1, 4).  La resurrección representó, por tanto, para Jesús la “plenitud de la divinidad”. Pero no fue solamente eso.  Porque juntamente con eso —e inseparablemente de ello— representó también la “plenitud de la humanidad”.  Por eso, en los capitulos finales de los evangelios, donde se habla del Resucitado, en esos capítulos precisamente es donde se descubre al Jesús más profundamente humano.  Es sorprendente. Pero así es.

       2.   En efecto, el Jesús resucitado, porque es el “más divino” de los evangelios, por eso es también el “más humano” que aparece en todo el Evangelio.  Porque, en la más original y profunda tradición cristiana, el Trascendente se ha fundido con lo inmanente de forma que “lo más divino” (utilizando nuestra limitada y tosca forma de expresar estas realidades que nos rebasan por completo) se muestra, se conoce, se palpa, precisamente en “lo más humano”.  Por eso, ni más ni menos, el Resucitado es el ser más humano y entrañable de cuanto podemos imaginar y desear.
      
       3.   Esto es lo que explica que a quien primero se aparece el Resucitado es precisamente al colectivo más marginado de aquella cultura, las mujeres (Mc 16, 1-8; Mt 28, 1-8;Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-10). Y esto es también lo que explica las comidas de Jesús resucitado con los discípulos (Mc 16, 14; Lc 24, 30. 41-42; in 21, 10-14; Hech 10, 41).  Como la alegría que contagia en todas sus apariciones, en las que Jesús no se queja ni de la traición de Judas, ni del abandono cobarde de los demás apóstoles, ni de las negaciones de Pedro.  Todo lo contrario, Jesús le demanda su cariño preferente y hasta le encarga que apaciente su rebaño (Jn 21, 15-19).  El Resucitado nos enseña, entre otras cosas, una que es fundamental:  no somos más divinos porque no somos más humanos.  Esto es capital y decisivo.



Párate un momento: 27 de Marzo Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor: Misa del día.






27 de Marzo
      Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor: Misa del día. 

     Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43 

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
- «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan.  Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.  Nosotros somos testigos de todo lo que hizo la tierra de los judíos y en Jerusalén.  A este lo mataron, colgándolo de un madero.  Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.  Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos.  De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

SALMO RESPONSORIAL 117, 1-2. l6ab-17. 22-23

R./ Éste es el día en que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

·     Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. R. 
·     «La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa». No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. R. 

·     La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.  Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.  Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, gloriosos, juntamente con él. 

SECUENCIA

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua.  Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza. Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.  «¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?»  «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja.  ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua».  Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda.  Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 1-9 

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.  Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
- «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.   Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.  Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.  Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.  Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Una elección extraña

            Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.
            Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: 
― Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. 

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.
Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.
El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.
El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

 Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:
a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

….Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos.   …..que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. 


viernes, 25 de marzo de 2016

SÁBADO SANTO ¿QUÉ CELEBRAMOS ESTE DÍA?




SÁBADO SANTO
¿QUÉ CELEBRAMOS ESTE DÍA?

El Sábado Santo (denominado hasta la reforma litúrgica de 1955 Sábado de Gloria) es el nombre que algunas denominaciones cristianas dan al sábado de la semana del primer plenilunio de primavera (boreal).        

Es el tercer día del Triduo Pascual, que concluye con las primeras Vísperas del Domingo de Resurrección culminando así para los cristianos la Semana Santa.

Tras conmemorar el día anterior la muerte de Cristo en la Cruz, se espera el momento de la Resurrección. Es la conmemoración de Jesús en el sepulcro y su Descenso al Abismo. Una vez ha anochecido, tiene lugar la principal celebración cristiana del año: la Vigilia Pascual.

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección.

Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.

La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.

Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro. Descansa: "consummatum est", "todo se ha cumplido".

Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."

El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.

Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).

Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.

El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:


"...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero".