13 de marzo – Domingo -
5º de Cuaresma. Ciclo C.
Lectura
del libro de Isaías 43, 16-21
Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas
impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los héroes: caían
para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue.
«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo
algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto,
corrientes en el yermo. Me glorificarán las bestias salvajes, chacales y
avestruces, porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para
dar de beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que me he formado para que
proclame mi alabanza».
SALMO
RESPONSORIAL 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6
R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
R. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
· Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. R.
· Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande
con ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. R.
· Recoge, Señor a nuestros cautivos como los torrentes
del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. R.
· Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver,
vuelve cantando, trayendo sus gavillas. R.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 8-14
Hermanos: Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo
considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia
mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que
viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su
resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte,
con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que ya
haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como
yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el
premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome
hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacía el premio, al cual me
llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.
Lectura
del santo Evangelio según san Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se
presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose,
les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley
de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús,
inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle,
se incorporó y les dijo:
- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con
la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:
- «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
- «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
- «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
La adúltera y los hipócritas.
En el contexto de la Cuaresma, la liturgia
nos ofrece un evangelio muy adecuado, que habla de pecado y perdón, a partir de
un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado
condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que
plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado
los legisladores antiguos.
La
ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)
Es la
respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750
a.C. En el párrafo 129 dictamina: “Si la esposa de un hombre es sorprendida
acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si
el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su
súbdito.” Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la
condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.
La apedreamos (escribas y fariseos)
Los
escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida
en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras;
tú, ¿qué dices?" Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
El apedreamiento es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a
un culpable. Cosa lógica ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia,
y sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un
examen de Biblia por dos motivos.
1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo “apedrear” para hablar de un
castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar
sería este del Deuteronomio: “Si uno encuentra en un pueblo a una joven
prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de
la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del
pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo”
(Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación
(aparentemente consentida) de una muchacha.
2) Si tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían
haber traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en
adulterio y por él comienza la ley (“Si uno encuentra a una
joven…y se acuesta con ella”). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear
a la muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la
virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte
y lo denuncia, si la denuncia es verdadera “sacarán a la joven a la puerta de
la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por
haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre. (Dt
22,20-21).
¿Cómo puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos
errores elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la
forma más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo,
como dice Juan? Efectivamente, si la perdona, no cumple la ley; si dice que la
apedreen, demuestra que no tiene esa compasión de la que tanto presume.
La perdonamos (Jesús)
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en
preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que no tiene pecado, que le tire
la primera piedra." E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al
oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más
viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que
seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde
están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó:
"Ninguno, Señor." Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en
adelante no peques más."
Jesús no precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero
se calla la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen
tranquilados. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El
principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo,
sino la hipocresía.
Cuando se retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Una
imagen de gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer,
Jesús no es un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha
cometido adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves
(“¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?”) y a la absolución final: “Yo tampoco
te condeno. Ve y en adelante no peques más”.
A veces se habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera,
como si los abrazase y aceptase su forma de vida.
Pero a la
mujer no le dice: “No te preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes
que acudir la próxima vez”. Lo que le dice es: “en adelante no peques más”. Se
lo dice por su bien, no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso,
cambiando de género, se puede aplicar el proverbio bíblico: “El adúltero es
hombre sin juicio, el violador se arruina a sí mismo” (Prov 6,32). Eso es lo
que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a sí misma.
El buen
ejemplo de los escribas y fariseos
A pesar de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van
retirando poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los
que conocemos la opinión de Jesús, pero seguimos considerándonos buenos y no
vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con
piedras) a quien hemos elegido como víctima.
Un
texto escandaloso
Este pasaje del evangelio es de los más desconcertantes para los especialistas.
Forma parte del evangelio de Juan, pero falta en los mejores manuscritos,
códices y leccionarios; otros lo trasladan al final del evangelio de Juan; y algunos
lo traen en el evangelio de Lucas (después de 21,38s o de 24,53). Como si
hubiese sido una hoja suelta que muchos dudaban de incluir y otros no sabían
dónde meter.
No es raro que este pasaje provocase dificultades. Con el criterio “quien esté
libre de pecado que tire la primera piedra” podrían verse libres desde los
terroristas del Isis hasta los ladrones de guante blanco. Naturalmente, no es
eso lo que pretende Jesús. Sus palabras finales a la mujer, “no peques más”,
dejan claro que no defiende un mundo en el que cada cual hace lo que quiere.
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