20 de marzo
Domingo de Ramos.
Domingo de Ramos.
Comienza la
Semana Santa.
Lectura
del libro de Isaías 50, 4-7
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber
decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los
discípulos. El Señor Dios me abrió el
oído; yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban
mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
SALMO RESPONSORIAL 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
SALMO RESPONSORIAL 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
·
Al
verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que
lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere». R.
·
Me
acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran
las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R.
·
Se
reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes
lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.
·
Contaré
tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. «Los que teméis al
Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel». R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición
de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su
presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte
de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre
todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
EVANGELIO
Pasión
de nuestro Señor Jesucristo
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 22, 1-49
En
aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los
escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato. No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo
S. «Hemos encontrado que
este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos
al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilatos le
preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de
los judíos?».
C. Él le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna
culpa en este hombre».
C. Toda la muchedumbre
que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido,
se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo
habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Pero ellos insistían
con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo
enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar
aquí».
C. Pilato, al oírlo,
preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la
jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos
días, se lo remitió. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a
Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo,
porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas
preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban
allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con
sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole
una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato.
Aquel
mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban
enemistados entre si. Pilato entregó a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de
convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a
este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado
delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de
que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no
ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo
soltaré».
C. Ellos vociferaron en
masa:
S. «¡Quita de en medio a
ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido
metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos
seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo,
crucifícalo!».
C. Por tercera vez les
dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha
hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que
le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le
echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su
griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al
que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio),
y a Jesús se lo entregó a su voluntad. Hijas de Jerusalén, no lloréis por
mí
C. Mientras lo
conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y
le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran
gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos
por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que
vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que
no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a
decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”;
porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a
otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al
lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores,
uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con
sus ropas y los echaron a suerte. Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba
mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado;
que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él
también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de
los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por
encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro,
respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes
tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos
justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este
no ha hecho nada».
C. Y decía: S. «Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo:
hoy estarás conmigo en el paraíso».
C. Era ya como la hora
sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona,
porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús,
clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto,
expiró. Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. El centurión, al ver
lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este
hombre era justo».
¿QUÉ HACE DIOS EN UNA CRUZ?
Según
el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina
del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si
eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación.
Su respuesta es un silencio cargado de misterio.
Precisamente
porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Las
preguntas son inevitables: ¿Cómo es
posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo
que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una
religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?
Un
"Dios crucificado" constituye una revolución y un escándalo que nos
obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al
que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos
que las religiones atribuyen al Ser Supremo.
El
"Dios crucificado" no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y
feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado
que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios,
o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado
en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.
Ante el
Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que
sufre con nosotros. Nuestra miseria le
afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida
transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y
desgracias. Él está en todos los
Calvarios de nuestro mundo.
Este
"Dios crucificado" no permite una fe frívola y egoísta en un Dios
omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el
sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y
de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al
sufrimiento de cualquier crucificado.
Los
cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el
"Dios crucificado". Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra
mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante
nuestros ojos. Sin embargo, la manera más
auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión.
Sin esto, se diluye nuestra fe en el "Dios crucificado" y se abre la
puerta a toda clase de manipulaciones. Que
nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o
lejos de nosotros, viven sufriendo.
Estos
días de Semana Santa podemos mirar a Jesús Crucificado. ¿Qué sientes al verle
sufrir a Él?
Él sabe
muy bien lo que es estar mal y lo que es sentirse impotente. Él te está
acompañando de cerca, también ahora, cuando sufres. Él está siempre acompañando
a los que sufren.
Rezamos
desde dentro a nuestro Dios crucificado:
Señor,
confío en ti, tú estás sufriendo conmigo. Yo no sé cuándo, no sé cómo, pero un
día conoceré la paz contigo y conoceré, por fin, la Vida definitiva contigo,
Cristo ya, resucitado.
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