8
DE MARZO – MARTES -
San
Juan de Dios, religioso
4ª
- SEMANA DE CUARESMA
Evangelio
según san Juan 5, 1-3. 5-16
En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a
Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, una piscina que
llaman en hebreo “Betesda”. Esta tiene
cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos,
paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua. Estaba también allí un hombre que llevaba
treinta y ocho años enfermo. Jesús, al
verlo echado, y
sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le
dice: “¿Quieres quedar sano?”
El
enfermo le contestó:
“Señor,
no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para
cuando llego yo, otro se me ha adelantado”.
Jesús
le dice:
“Levántate,
toma tu camilla y echa a andar”.
Y
al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel
día era sábado y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
“Hoy
es sábado y no se puede llevar la camilla”.
Él
les contesto:
“El
que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”.
Ellos
le preguntaron:
“¿Quién
es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?
Pero
el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el
barullo de aquel sitio, se había alejado.
Más
tarde, lo encuentra Jesús en el Templo y le dice:
“Mira,
has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor”.
Se
marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
1. Lo más notable de
este relato es que está redactado de forma que, si prescindimos de los detalles
descriptivos relativos al sitio y la fiesta en que esto ocurrió, de lo que
queda se destacan, ante todo, las condiciones en que vivía aquel hombre: enfermo
de parálisis, de manera que no podía valerse por sí mismo y, además,
completamente solo en la
vida, sin poder contar con nadie que le acompañara o le pudiera echar una mano cuando
necesitaba ayuda. Era un indigente total: pobre. solo, desamparado. Ante
semejante desamparo, Jesús ve al desamparado y su reacción fue inmediata: le
devolvió la salud, sin reparar en el día que era. Y no se puso a buscar excusas
para dejar las cosas como estaban.
2. El contraste es la
conducta de “los judíos” que, en el vocabulario del IV evangelio, indica a los
“dirigentes religiosos” (Jn 1, 19; 11, 47; 19, 7. 12) o a “las autoridades supremas”
(Jn 8, 31; 11, 19; 12, 11) (J. Mateos). Los “hombres de la religión” (según parece)
jamás se habían interesado por aquel enfermo desamparado. Se fijaron en él
cuando lo vieron quebrantando sus normas y tradiciones. Eso es lo que les importaba
a ellos, tener a la gente sumisa. La salud,
la felicidad de los desamparados, les traía sin cuidado.
3. Es frecuente que la “gente de iglesia”, cuando sospecha
que, si hace o dice tal cosa, eso le puede crear problemas, en esos casos “lo
más prudente” (y lo más frecuente) es callarse, estarse quieto, no dar motivo
de malestar alguno en la curia diocesana o en la administración provincial. De
lo cual se siguen dos consecuencias: 1) Lo que está mal, sigue como estaba. 2) El que podría remediarlo, sigue siendo
visto como una persona “respetable”. ¿Soy responsable o dejo las cosas como
están?
San
Juan de Dios, religioso
San Juan de Dios Fundador de la Comunidad
de Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios
Año 1550
de Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios
Año 1550
Nació y murió un 8 de marzo. Nace
en Portugal en 1495 y muere en Granada, España, en 1550 a los 55 años de edad.
De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era
todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento.
En su juventud fue pastor, muy apreciado por el dueño de la
finca donde trabajaba. Le propusieron que se casara con la hija del patrón y
así quedaría como heredero de aquellas posesiones, pero él dispuso permanecer
libre de compromisos económicos y caseros pues deseaba dedicarse a labores más
espirituales.
Estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra,
Carlos V en batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y
sufrido.
La Stma. Virgen lo salvó de ser ahorcado, pues una vez lo
pusieron en la guerra a cuidar un gran depósito y por no haber estado lo
suficientemente alerta, los enemigos se llevaron todo. Su coronel dispuso
mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó con toda fe a la Madre de Dios y logró
que le perdonaran la vida. Y dejó la milicia, porque para eso no era muy
adaptado.
Salido del ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se
dedicó a hacer de vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.
Cuando iba
llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy necesitado y se
ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel "pobrecito" era la
representación de Jesús Niño, el cual le dijo: "Granada será tu
cruz", y desapareció.
Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros
religiosos, de pronto llegó a predicar una misión el famosos Padre San Luis de Ávila.
Juan asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el
predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodillo y
empezó a gritar: "Misericordia Señor, que soy un pecador", y salió
gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.
Se confesó con San Juan de Ávila y se propuso una penitencia muy
especial: hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir
muchísimo.
Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña
librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia
a Dios por todos sus pecados.
La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y
golpes.
Al fin lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron
fuertes palizas, pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a
los locos: azotarlos fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se disgustaba
por los azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios. Pero al mismo
tiempo corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal
que tenían de tratar a los pobres enfermos.
Aquella
estadía de Juan en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue
verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran error que es
pretender curar las enfermedades mentales con métodos de tortura. Y cuando
quede libre fundará un hospital, y allí, aunque él sabe poco de medicina,
demostrará que él es mucho mejor que los médicos, sobre todo en lo relativo a
las enfermedades mentales, y enseñará con su ejemplo que a ciertos enfermos hay
que curarles primero el alma si se quiere obtener después la curación de su
cuerpo. Sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y
con grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de la
bondad y de la comprensión, en vez del rigor de la tortura.
Cuando San Juan de Ávila volvió a la ciudad y supo que a su
convertido lo tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no
hiciera más la penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por las
gentes. Ahora se dedicará a una verdadera "locura de amor": gastar
toda su vida y sus energías a ayudar a los enfermos más miserables por amor a
Cristo Jesús, a quien ellos representan.
Juan alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier
enfermo, mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda.
Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de
enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos.
Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.
Pronto se hizo popular en toda Granada el grito de Juan en las
noches por las calles. Él iba con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced
el bien hermanos, para vuestro bien! Las gentes salían a la puerta de sus casas
y le regalaban cuanto les había sobrado de la comida del día. Al volver cerca
de medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se
echaba a dormir un rato debajo de una escalera. Un verdadero héroe de la
caridad.
El señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan
estaba haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a
llamarlo "Juan de Dios", y así lo llamó toda la gente en adelante.
Luego, como este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los
harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio una
túnica negra como uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han vestido
sus religiosos por varios siglos.
Un día su hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces
por entre las llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de
enormes llamaradas no sufría quemaduras, y logró salvarles la vida a todos
aquellos pobres.
Otro día el
río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos troncos y palos. Juan
necesitaba abundante leña para el invierno, porque en Granada hace mucho frío y
a los ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera. Entonces se fue
al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven, se adentró
imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la corriente. El santo
se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y como el río bajaba supremamente
frío, esto le hizo daño para su enfermedad de artritis y empezó a sufrir
espantosos dolores.
Después de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer
el bien, y resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios se
debilitó totalmente. El hacía todo lo posible porque nadie se diera cuenta de
los espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero al fin ya no fue
capaz de simular más. Sobre todo, la artritis le tenía sus piernas retorcidas y
le causaba dolores indecibles. Entonces una venerable señora de la ciudad
obtuvo del señor obispo autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un
poco. El santo se fue ante el Santísimo Sacramento del altar y por largo tiempo
rezó con todo el fervor antes de despedirse de su amado hospital. Le confió la
dirección de su obra a Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y
había logrado que se hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro
hombre a quien Antonio odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le
ayudaran en su obra en favor de los pobres, como dos buenos amigos.
Al llegar él la casa de la rica señora, exclamó Juan: "OH,
estas comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable
pecador". Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era demasiado
tarde.
El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se
arrodilló en el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me
encomiendo", y quedó muerto, así de rodillas. Había trabajado
incansablemente durante diez años dirigiendo su hospital de pobres, con tantos
problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de
las muchísimas deudas que tenía; y con tanta humildad, que siendo el más grande
santo de la ciudad se creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado
como loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo
el pueblo, como un santo.
Después de
muerto obtuvo de Dios muchos milagros en favor de sus devotos y el Papa lo
declaró santo en 1690. Es Patrono de los que trabajan en hospitales y de los
que propagan libros religiosos.
San Juan de Dios: alcánzanos de Dios un gran amor hacia
los enfermos y los pobres.
NOTA: Los
religiosos Hospitalarios de San Juan de Dios son 1,500 y tienen 216 casas en el
mundo para el servicio de los enfermos. Los primeros beatos de Colombia
pertenecieron a esta santa Comunidad.
Todo lo que hicisteis con cada uno de estos mis hermanos
enfermos, conmigo lo hicisteis (Jesucristo Mt. 25,40).
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