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DE MARZO – MIÉRCOLES -
San
Francisca Romana, religiosa
4ª
- SEMANA DE CUARESMA - C
Evangelio
según san Juan 5, 17-30
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
“Mi
Padre sigue actuando y yo también
Actúo”.
Por eso los judíos tenían más ganas de
matarlo: porque no solo violaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre
suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús
tomó la palabra y les dijo:
“Os
aseguro: el Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre.
Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y
le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para
vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida,
así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie,
sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo
como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre, que lo envió.
Os lo aseguro: quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida
eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os
aseguro que llega la hora, y ya está aquí en que los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque igual que el Padre dispone
de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado
potestad de juzgar, porque es el Hijo del Hombre.
No
os sorprenda que venga la hora en que los que están en el sepulcro oirán su
voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que
hayan hecho el mal, a una resurrección de condena. Yo no puedo hacer nada por
mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió”.
1. Ante todo, lo que
aquí dice Jesús es la respuesta que les dio a los dirigentes judíos para
explicarles por qué había curado al paralítico de la piscina precisamente un
sábado. Esta actuación de Jesús y el
hecho de decirle al paralítico que se fuera a su casa con la camilla (Jn 5, 8),
indignó a los “judíos” hasta el extremo, que el evangelio asegura que “trataban
de matarlo” (Jn 5, 18). Jesús había
violado provocativamente la interpretación oficial que los rabinos hacían de la
Torá (la Halaká, interpretación oral de la Ley escrita). Además, Jesús actuó así en Jerusalén y en
plena fiesta
(seguramente) de
Pentecostés (R. E. Brown). Y es que,
efectivamente, la violación consciente de la ley del sábado era castigada con
la lapidación.
2. Pues bien, ¿cómo
justificó Jesús lo que acababa de hacer, en tales condiciones?
En el relato mítico de la creación se dice que el día séptimo
“Dios descansó” (Gen 2, 2). Por eso los judíos observantes, hasta hoy, afirman que
“el Shabbat... es el día de la liberación, el día que, desde los albores de la
vida universal, triunfa de la fatalidad y proclama la absoluta libertad del
Creador” (La voz de la Torah, 1).
Así las cosas, lo que
Jesús les dijo a los observantes judíos que él hacía lo que ve que hace el
Padre (Jn 5, 19). Esa fue toda su argumentación.
3. ¿Qué significa esto?
Lo que el Padre hace constantemente
—también el sábado— es “dar vida”. Al
decir esto, Jesús afirma que todo lo que da vida, es fuente de vida, defiende
la vida y hace más digna la vida, ahí y en eso es donde está Dios. Esto es lo que Dios hace. Dios no está en el que se desentiende del
sufrimiento, de la vergüenza y del dolor de los últimos.
San
Francisca Romana, religiosa
Francisca nació en Roma en el año 1384. Y en cada año, el 9 de
marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su tumba en el Templo que a
ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el convento que ella fundó allí
mismo y que se llama "Torre de los Espejos".
Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán
después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña
creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la
religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás
no aceptaron esa vocación, sino que le consiguieron un novio de una familia muy
rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la
nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la contemplación, en la
vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le preguntó
la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella sentía una inmensa
inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la habían obligado a
formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le sucedía lo mismo, y
le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas excelentes madres de
familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a ayudar a los pobre y
enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el
consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar
hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer pobres. La suegra quería
oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que ellas en el hogar eran
tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir en esta caritativa
acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las gentes de Roma por
su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella tuvo siempre la
cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un don que le
concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una
conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por
educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guio
siempre, aun después de que él se casó, por el camino de todas las virtudes.
A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le
sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido para que la ayudara
en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración y se iba a
colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender cinco
veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía: "Muy
buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles enorme
importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las más
desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y a la
mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su
familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada sus bienes en una
terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo
Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue
despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una
casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los
enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas
enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que
estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente
malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la vida a Francisca
y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella soportaba todo en
silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó gravemente enferma
y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad impresionantemente
exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y quedó curada también
de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y
admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones.
Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz
entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban,
empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los
admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones.
Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.
Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a
atender a los más necesitados. Les puso por nombre "Oblatas de
María", y su casa principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio
que se llamaba "Torre de los Espejos". Sus religiosas vestían como
señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una mujer de toda su confianza, pero
cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y por unanimidad
las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad tomó por nombre
"Francisca Romana".
Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y por eso
acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar los
problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don de consejo, por
el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a conseguir la solución
de sus dificultades.
Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos
al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de
contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a
varios sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a los
enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y
horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y
visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director espiritual, y
llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba tratar con ella una
sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas que sabía que
hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro
empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas
palabras: "El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las
alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió hacia el
convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su
agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos
llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y
así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que
"toda la ciudad de Roma se movilizó", para asistir a los funerales de
Francisca.
Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la
noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho
más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que
aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa
Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa
Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre: que nos
dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes que
tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la generosidad posible
a ayudar a los pobres y necesitados y a ser extraordinariamente amables con
todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios que así sea.
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