jueves, 17 de marzo de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 18 DE MARZO – VIERNES – San Cirilo de Jerusalén, doctor de la Iglesia




18 DE MARZO – VIERNES –
San Cirilo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
5ª ~ SEMANA DE CUARESMA ~ C

Evangelio según san Juan 1O,3142

       En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.  Él les replicó:
“Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?»
Los judíos le contestaron:
“No te apedreamos por una obra buena sino
por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios”.
Jesús les replicó:
“¿No está escrito en vuestra Ley, “Yo os digo que sois dioses”?  Y la Escritura llama dioses a
aquellos a quienes vino la palabra de Dios (Y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís Vosotros que blasfema porque dice que es Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mi creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”.
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había
bautizado Juan y se quedó allí.  Muchos acudieron a él y decían:
“Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que Juan dijo de este era verdad”. 
Muchos creyeron en él allí.

1.   Lo que los dirigentes judíos no podían entender es que, en aquel hombre que ellos veían, oían, palpaban, en aquel “ser humano” estaba fundido y presente el “ser divino” al que ellos ni se atrevían a nombrar.  No les cabía en la cabeza la “humanización de Dios” en Jesús. Por eso, lo que Jesús decía de sí mismo les sonaba a blasfemia. Y a un blasfemo había que matarlo. En esto estuvo todo el nudo del Evangelio.
Y como este nudo no se desató, por eso —ni más ni menos— ocurrió el drama y la tragedia que recordamos en la Semana Santa.

2.   La prueba argumentativa que Jesús ofrece para demostrar que él es la “representación” de Dios, la imagen de Dios y la encarnación de Dios, consiste y se reduce, en
última instancia, a un solo argumento. No es un argumento “filosófico” (una teoría).  Es un argumento “histórico” (unos hechos). Lo que Jesús ofrece como argumento credencial de su identidad con Dios es lo que él hace, sus obras que todo el mundo ve. Jesús lo dice claramente: “aunque no me creáis a mí, creed mis obras” (Jn 10, 38).
Lo que Jesús puso en marcha, con su vida, no fue un “catecismo» de verdades, ni un “código” de normas. Y, menos todavía aún un “ritual” de ceremonias religiosas. Lo de Jesús solo se puede entender si se piensa como una forma de vivir, una conducta.

3.   Se trata de la conducta que se concreta en unos hechos, unas obras. Hechos que dan vida, salud, alegría, dignidad respeto, bondad honradez, sensibilidad ante el dolor de cualquier ser humano Esas son las obras en las que se revela Dios. Y solo el que produce esas obras es el que cree en Jesús y lo toma en serio.

San Cirilo de Jerusalén, doctor de la Iglesia

 San Cirilo, obispo de Jerusalén y doctor de la Iglesia, que a causa de la fe sufrió muchas injurias por parte de los arrianos y fue expulsado con frecuencia de la sede. Con oraciones y catequesis expuso admirablemente la doctrina ortodoxa, las Escrituras y los sagrados misterios (444).
Etimológicamente: Cirilo = Aquel que es un gran Rey, es de origen griego.
Breve Biografía
Desde el periodo apostólico hizo su aparición la herejía en la Iglesia; pero sin causar en las comunidades eclesiales esas profundas heridas producidas por el arrianismo y el nestorianismo en los siglos IV y V.
Pero si este pulular de herejías frenó un poco la evangelización de los paganos, suscitó también grandes figuras de pastores, de teólogos, de predicadores, de escritores que, con sus obras, por medio de una catequesis sistemática, las homilías y los sermones, lograron exponer claramente la doctrina cristiana y penetrar en el mismo ambiente pagano. La defensa de la ortodoxia hizo más consciente y vívida la fe en el pueblo cristiano. Una de las figuras más representativas de este período de apasionadas batallas teológicas es la del obispo de Jerusalén, san Cirilo, que dirigió esa Iglesia desde el 350 hasta su muerte, en el 386.
Cirilo nació de padres cristianos en el año 315. Tuvo alguna simpatía por los arrianos; pero se separó de ellos muy pronto y se adhirió a los semiarrianos homoiusianos, esto es, a esa orientación teológica que se inclinaba a los convenios, que proponía el término “homoiousios” (de naturaleza semejante) en vez de “homo-ousios” (de la misma naturaleza, es decir, el Verbo de la misma naturaleza que el Padre): se trataba sólo de añadir una letra, pero era suficiente para eliminar la idea de la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo. Cirilo abandonó también a los semiarrianos y se adhirió a la doctrina ortodoxa de Nicea. Por esto fue varias veces desterrado, bajo los emperadores Constancio y Valente. El primer concilio ecuménico de Constantinopla, en el que participó Cirilo, reconoció la legitimidad de su episcopado.
Las primeras incertidumbres de su pensamiento teológico demoraron, en Occidente, el reconocimiento de su santidad. En efecto, su fiesta fue instituida sólo en 1882. El Papa León XIII le concedió el título de doctor de la Iglesia por las 24 Catequesis que Cirilo compuso probablemente al comienzo de su episcopado y que él dirigía a los catecúmenos que se preparaban para recibir los sacramentos. De las primeras 19, trece están dedicadas a la exposición general de la doctrina, y cinco, llamadas mistagógicas, están dedicadas al comentario de los ritos sacramentales de la iniciación cristiana.
Las Catequesis de San Cirilo nos llegaron gracias a la transcripción de un estenógrafo, en la íntegra naturalidad y sencillez con que el santo obispo las comunicaba a la comunidad cristiana en los tres principales santuarios de Jerusalén, es decir, en los mismos lugares de la redención, en los que, según la expresión del predicador, no sólo se escucha, sino que “se ve y se toca”.





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