SÁBADO SANTO
¿QUÉ CELEBRAMOS ESTE DÍA?
El Sábado Santo (denominado hasta la reforma litúrgica de 1955 Sábado
de Gloria) es el nombre que algunas denominaciones cristianas dan al sábado de
la semana del primer plenilunio de primavera (boreal).
Es el tercer día del Triduo Pascual, que concluye con las
primeras Vísperas del Domingo de Resurrección culminando así para los
cristianos la Semana Santa.
Tras conmemorar el día anterior la muerte de Cristo en la Cruz, se
espera el momento de la Resurrección. Es la conmemoración de Jesús en el
sepulcro y su Descenso al Abismo. Una vez ha anochecido, tiene lugar la
principal celebración cristiana del año: la Vigilia Pascual.
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del
Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando
en oración y ayuno su resurrección.
Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al
sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en
voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El
sagrario, abierto y vacío.
La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un
paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su
propio dolor el mal de la humanidad.
Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de
dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él,
que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la
cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro. Descansa:
"consummatum est", "todo se ha cumplido".
Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El
anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis mysterium":
"resplandece el misterio de la Cruz."
El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe,
ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos
en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos
de Emaús.
Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que
nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver
su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron
en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo
una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).
Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni
un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro,
ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una
persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa.
Callada, como él.
El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la
muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro.
Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos
cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús:
muerto, sepultado, resucitado:
"...se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el
estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el
tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en
que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del
descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo
depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de
realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo
entero".
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