23 DE MARZO - MIÉRCOLES SANTO -
Evangelio
según san Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue
a los sumos sacerdotes y les preguntó:
“¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?”
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión
propicia para entregarlo. El primer día de los ácimos se acercaron los
discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde
quieres que te preparemos la cena de Pascua?”
Él contestó:
“Id a casa de Fulano y decidle: “El Maestro dice: mi momento
está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”.
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon
la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían
dijo:
“Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.
Ellos consternados se pusieron a preguntarle uno tras otro:
“¿Soy yo acaso, Señor?”
Él respondió:
“El que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a
entregar. El Hijo del Hombre se va como
está escrito de él; pero, ¡Ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a
entregar:
“¿Soy yo acaso,
Maestro?”.
Él respondió:
“Tú lo has dicho”.
1. Jesús
no celebró la cena de despedida en el día de la Pascua judía (el Pessah). El evangelio de Juan puntualiza este asunto cuando
corrige a los sinópticos y precisa que todo esto ocurrió “antes de la fiesta de
pascua” (Jn 13, 1; 18, 28b). Así se pensó
en los primeros siglos de la Iglesia. Orígenes, Apolinar de Laodicea, Juan
Crisóstomo y la tradición exegética occidental así lo atestiguan. Esta idea se
mantuvo en la Iglesia hasta el s. XVI (U. Luz). Por tanto, la última cena no fue un acto “religioso”
o “sagrado”, sino una “cena de despedida”, un “simposio”, por la importancia
que tenía el banquete en la cultura de aquellos tiempos (D. E. Smith).
2. Entre
las cosas que ocurrieron aquella noche, llama la atención la importancia que le
conceden los evangelios a Judas en el relato de la Pasión. La liturgia de Semana Santa insiste también en
ello. Los textos que recuerdan a este
siniestro personaje son abundantes (Mt 10, 4; 26, 14. 25. 47; Mc 3, 19; 14, 10.
43; Lc 6, 16; 22. 3. 47. 48; Jn 6, 71; 12, 4; 13, 2. 26. 29; 14, 22; 18, 2. 3.
5; Hch 1, 16). Sin duda la Iglesia vio
siempre, en este personaje, el testimonio de una figura detestable que, por desgracia,
perdura en la Iglesia. Es la figura del
que, taimadamente, a ocultas y con disimulo, entre los mismos apóstoles, sigue
traicionando a Jesús, a su Evangelio, por mantener sus ideas, sus intereses, su
codicia por el dinero, su cargo de privilegio.
3. Por
desgracia, tener un cargo en la Iglesia o ser “católico practicante” son denominaciones
que dan categoría y que, en no pocos ambientes, hacen “fiable” a una persona. Por desgracia, son muchos los que se sirven de
la religiosidad o de la “carrera eclesiástica” sencillamente para trepar o para
vivir mejor en este mundo.
Los “judas” de siempre están siempre minando
la credibilidad del Evangelio. Y seguramente
ni se dan cuenta del daño que se hacen a sí mismos. Y del daño que le hacen a tanta gente.
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