sábado, 19 de marzo de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 23 DE MARZO - MIÉRCOLES SANTO -




23 DE MARZO - MIÉRCOLES SANTO -

       Evangelio según san Mateo 26, 14-25

       En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les preguntó:
       “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?”
       Ellos se ajustaron con él en treinta monedas.  Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:      “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”
       Él contestó:
       “Id a casa de Fulano y decidle: “El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”.
       Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.  
       Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo:
       “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.
       Ellos consternados se pusieron a preguntarle uno tras otro:
       “¿Soy yo acaso, Señor?”
       Él respondió:
       “El que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a entregar.  El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡Ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!,  más le valdría no haber nacido”.   Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
        “¿Soy yo acaso, Maestro?”.
        Él respondió:
       “Tú lo has dicho”.

       1.   Jesús no celebró la cena de despedida en el día de la Pascua judía (el Pessah).  El evangelio de Juan puntualiza este asunto cuando corrige a los sinópticos y precisa que todo esto ocurrió “antes de la fiesta de pascua” (Jn 13, 1; 18, 28b).  Así se pensó en los primeros siglos de la Iglesia.  Orígenes, Apolinar de Laodicea, Juan Crisóstomo y la tradición exegética occidental así lo atestiguan. Esta idea se mantuvo en la Iglesia hasta el s. XVI (U. Luz).  Por tanto, la última cena no fue un acto “religioso” o “sagrado”, sino una “cena de despedida”, un “simposio”, por la importancia que tenía el banquete en la cultura de aquellos tiempos (D. E. Smith).

       2.   Entre las cosas que ocurrieron aquella noche, llama la atención la importancia que le conceden los evangelios a Judas en el relato de la Pasión.  La liturgia de Semana Santa insiste también en ello.  Los textos que recuerdan a este siniestro personaje son abundantes (Mt 10, 4; 26, 14. 25. 47; Mc 3, 19; 14, 10. 43; Lc 6, 16; 22. 3. 47. 48; Jn 6, 71; 12, 4; 13, 2. 26. 29; 14, 22; 18, 2. 3. 5; Hch 1, 16).  Sin duda la Iglesia vio siempre, en este personaje, el testimonio de una figura detestable que, por desgracia, perdura en la Iglesia.  Es la figura del que, taimadamente, a ocultas y con disimulo, entre los mismos apóstoles, sigue traicionando a Jesús, a su Evangelio, por mantener sus ideas, sus intereses, su codicia por el dinero, su cargo de privilegio.

       3.   Por desgracia, tener un cargo en la Iglesia o ser “católico practicante” son denominaciones que dan categoría y que, en no pocos ambientes, hacen “fiable” a una persona.  Por desgracia, son muchos los que se sirven de la religiosidad o de la “carrera eclesiástica” sencillamente para trepar o para vivir mejor en este mundo.
       Los “judas” de siempre están siempre minando la credibilidad del Evangelio.  Y seguramente ni se dan cuenta del daño que se hacen a sí mismos.  Y del daño que le hacen a tanta gente.



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