24 DE MARZO - JUEVES -
JUEVES SANTO
Evangelio
según san Juan 13, 1-15
Antes
de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo. Estaban cenando
(ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas
Iscariote, el de Simón, que lo entregara)
y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de
Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una
toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies
a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó
a Simón Pedro y este le dijo: “Señor,
¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús
le replicó:
“Lo
que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo:
“No
me lavarás los pies jamás”.
Jesús
le contestó:
“Si
no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”.
Simón
Pedro le dijo:
“Señor,
no solo los pies, sino también las manos y
la cabeza”.
Jesús
le dijo:
“Uno
que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está
limpio. También vosotros estáis
limpios, aunque no todos”.
(Porque sabía quién lo iba a
entregar, por eso dijo:
“No todos estáis limpios”).
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto,
se lo puso otra vez y les dijo:
“¿Comprendéis
lo que he hecho con vosotros? Vosotros
me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo,
el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros
los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con
vosotros, vosotros también lo hagáis”.
1. Se
duda si esta acción de Jesús —lavar los pies a los discípulos— ocurrió
realmente
así. O si es, más bien, un relato simbólico que
“recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús” (J. A. Pagola). Sea lo que sea de esta cuestión, lo que
importa es que este gesto de Jesús expresa, de forma que impresiona, lo que Jesús
hizo en verdad. El apóstol Pablo afirma
que, en Jesús, Dios “tomó la condición de esclavo” (Fil 2, 7). Y la asumió hasta el extremo de que eso, condensado
en el nombre de “Jesús”, es lo que exaltó para siempre (Fil 2, 9-11). Por eso Jesús, que se puso como ejemplo a
imitar, ya tenía dicho que “el que quiera ser el primero entre vosotros, será
esclavo de todos” (Mc 10, 43-44; 9, 35).
2. Esto
es lo que a Pedro no le entraba en su cabeza. De ahí, su resistencia a que Jesús le lavase
los pies. Como sus tres negaciones de
conocer a Jesús —tres negaciones de fe— durante el juicio contra Jesús. Y, mucho antes, el enfrentamiento que tuvo
directamente con Jesús cuando el Señor anunció cómo iba a ser su final (Mt 16,
22 par). A lo que Jesús replicó diciéndole
a Pedro que era un “¡Satanás!” (Mt 16, 23 par). Señal evidente de que Jesús VIO que en esto se
jugaba el ser o no ser del verdadero discipulado, de la verdadera fe, de la
auténtica fidelidad al Dios que Jesús enseñaba.
3. Lo
que da miedo pensar es que esto, que no le cabía a Pedro en su cabeza, no nos
cabe tampoco a nosotros en la nuestra. Ni
le cabe a casi nadie en la Iglesia. Nos encanta
el triunfo de Pedro, la fama mundial del papado y el poder del sucesor de Pedro.
Sinceramente, nos entusiasma todo eso
mucho más que el fracaso de Jesús, el desamparo de Jesús, la humillación de
Jesús, la esclavitud de Dios en Jesús. Y
¡es natural! Así somos los humanos.
Seguramente porque el Evangelio no nos ha entrado a nosotros tampoco en la
cabeza. Por eso no nos hemos enterado de
que la fuente de la felicidad NO está en la grandeza de la divinidad (imaginada
por nosotros), sino en la sencillez de la humanidad, afirmada con trazo fuerte
en la imagen del esclavo.
4. Pero
queda un tema capital por aclarar. Los esclavos de la antigüedad eran esclavos
porque no tenían más remedio que serlo. Aquellos esclavos eran lo que eran
porque carecían de derechos. Jesús no
enseñó eso. Lo que propone Jesús es que
libremente elijamos en la vida, siempre y con todos, vivir al servicio de los
otros. Nunca para dominar a nadie, para imponernos a nadie, para ser más
importantes que los demás. Quien va como
esclavo por la vida, contagia felicidad, bienestar, esperanza. Así —dijo Jesús— trascendemos las limitaciones
de este mundo. Porque “lo inhumano” se transfigura en “lo humano”. Eso es lo que hizo Dios al “encarnarse” en
Jesús.
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