miércoles, 9 de marzo de 2016






10 DE MARZO –JUEVES –
Santos Cayo y Alejandro, mártires
4ª - SEMANA DE CUARESMA

       Evangelio según san Juan 5,31-47

       En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
       “Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido.  Hay otro que da testimonio de mí y sé que es válido el testimonio que da de mí.   Vosotros enviasteis mensajeros a Juan y él ha dado testimonio a la verdad.  No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis.  Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.  Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan; las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis.  Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; ¡pues ellas están dando testimonio de mí, y no queréis venir a mí para tener vida!  No recibo gloria de los hombres; además os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.  Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis;  si otro viene en nombre propio a ese sí lo recibiréis.  ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?  No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.  Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí; porque de mí escribió él.  Pero si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mi palabra?”.

       1.   Lo más fuerte, y que debe centrar nuestra atención en este evangelio, es que Jesús dice que quienes van por la vida buscando gloria, honores, dignidades y privilegios de los demás, no tienen fe, ni pueden tenerla. “¿Cómo os va a ser posible creer a vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que se recibe de Dios solo?” (Jn 5, 44).  Esto les dijo Jesús a los dirigentes de la religión de Israel.
       2.   El problema clave está en el tema capital de la “gloria” (“doxa”). Esta palabra expresa “el esplendor de poder de los reyes y los reinos” (Mt 4, 8; 6, 29; Ap 21, 24. 26; cf. Mt 19, 28; 25, 31. 34; Mc 10, 37; 1 Tes 2, 12 (H. Hegermann).
       Así lo había entendido la tradición judía, en la que el término equivalente, “kábód” significa el peso del prestigio y del honor (1 Re 3, 13).  Y ese es el significado que la “gloria” tiene en el IV evangelio (Jn 5, 44; 12, 43).  Jesús afirma, por tanto, que quienes van por la vida buscando gloria y poder, ni tienen fe, ni pueden tenerla.

       3.   En esto radica el problema central de los hombres de la religión.  Y este es, por eso, el problema más grave de la Iglesia.  Y, por extensión, el gran problema de los cristianos. Las religiones antiguas se orientaron hacia las clases dominantes y los representantes del poder.  Y esa fue la orientación que tomaron las iglesias cristianas (W.   Burkert).  ¿Consecuencia? Una religión espléndida de gloria y poder en Europa,
exportada al mundo entero.  Pero eso se logró a costa de aparcar, marginar y hasta anular, en demasiados casos, el Evangelio.  Así, la Iglesia se ha organizado como una institución de gloria y poder: una pirámide en la que quienes quieren llegar a lo más alto no tienen más remedio que trepar.  Y llegan a ser importantes.  Pero a costa de no creer en Jesús, ni poder creer en él.

Santos Cayo y Alejandro, mártires

 Se trata de un nombre muy popular en Roma. Significa "señor", "amo de su casa" y el femenino Caya significa "señora", "ama de su casa". En el contrato matrimonial la mujer pronunciaba la frase ritual Ubi tu Caius, ego Caia. (En tanto en cuanto tú seas señor, yo seré señora). Con ella daba a entender que entraba a formar parte de la familia del marido y tomaba el nombre gentilicio de éste.
San Cayo sufrió martirio hacia el 168, junto con Alejandro, bajo el imperio de Marco Antonino y Lucio Vero, en que volvió a arreciar la persecución contra los cristianos. Apolinar, obispo de Hierápolis, en su libro contra la herejía de los catafrigios, los nombra muy elogiosamente, ponderando la vida ejemplar que como cristianos llevaban, atrayendo así a numerosos romanos y romanas a la fe del Evangelio, y soportando con gran entereza el tormento que se les aplicó para hacerles renegar de su fe.
Al tratarse de un nombre tan popular en Roma, fueron muchos los primeros cristianos que lo llevaban, por lo que hay numerosos santos de este nombre. Destaca entre ellos San Cayo papa, nacido en Dalmacia. Su pontificado fue de los más largos por aquel entonces: fue consagrado obispo de Roma en 283 y murió el 296 de muerte natural. Le tocó en suerte vivir el período de paz anterior a la cruel persecución de Diocleciano. Fue enterrado en el cementerio catacumbal (subterráneo) de Calixto.
La onomástica de Cayo se celebra el 10 de marzo 
 Cayo, hijo de Marcos Agripa y de Julia, nieto del emperador Augusto, nació el año 19 antes de Cristo y murió el año 4 de nuestra era. Augusto lo adoptó cuando contaba sólo 3 años y a los 14 lo nombró cónsul. A los 15 le nombró príncipe de la juventud. Estuvo en la campaña de Germania bajo el mando de Tiberio y en Asia como procónsul, cargo que desempeñó de forma admirable, teniendo en cuenta su juventud. El joven Cayo prometía mucho, pero habiendo sido herido a traición por Addón, gobernador de Artageres, su salud decayó seriamente. Al acudir a Roma porque había sido llamado por su abuelo, murió en el camino. Tenía 23 años.
Es grande el número de Cayos ilustres que dejaron huella en la historia de Roma: Cayo Calígula, emperador, Cayo Casio, pretor ; Cayo Julio César; Cayo Clinio Mecenas, célebre porque se sirvió de su fortuna para alentar y proteger el talento de los demás; y un largo etcétera.


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