22 DE MARZO - MARTES
SANTO
Evangelio
según san Juan 13, 21-23. 36-38
En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo:
“Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar”.
Los discípulos se
miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, al que Jesús amaba tanto, estaba
a la mesa a su derecha. Simón Pedro le
hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús,
le preguntó:
“Señor, ¿quién es?”.
Le contestó Jesús:
“Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado”.
Y untando el pan se lo dio a Judas, hijo de Simón el
Iscariote. Detrás del pan, entró en él
Satanás.
Entonces Jesús le dijo:
“Lo que tienes que hacer hazlo enseguida”.
Ninguno de los comensales entendió a quién se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían
que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los
pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió dijo Jesús:
“Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado
en él”. (Si Dios es glorificado en él,
también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).
Simón Pedro le dijo:
“Señor, ¿a dónde vas?”.
Jesús le respondió:
“A donde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás
más tarde”.
Pedro replicó:
“Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”.
Jesús le contestó:
“¿Con que darás tu vida por mí?
Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado
tres veces”.
1. Lo que se relata en este evangelio, sucedió
durante la última cena. Si tenemos
en cuenta
que aquella cena, precisamente porque fue “la última”, fue obviamente la cena
de despedida; y además una despedida definitiva, ya que el mismo Jesús les dijo
a sus amigos que ya nunca más cenaría con ellos en este mundo (Mt 26, 29 par),
se palpa que allí se vivía un momento dramático en extremo. Y fue, en aquel momento precísamele, cuando
Jesús reveló dos secretos estremecedores relacionados con aquellos hombres que compartían
la cena con él: uno de ellos le iba a traicionar, otro lo iba a negar. Es decir, Jesús sabía que estaba cenando con
un traidor y con un cobarde. O algo
peor, como enseguida vamos a ver.
2. No
es fácil saber con seguridad los motivos que tuvieron aquellos dos hombres
(Judas y
Pedro) para hacer lo que hicieron aquella noche. Lo más probable es que actuaron con tremendas
dudas y oscuridades interiores. Judas
terminó suicidándose (Mt 27, 3-10; Hech 1, 18-19) Y Pedro “lloró amargamente” aquella misma
noche (Mt 26, 75 par). Lo que no es
seguro es que Judas (por el apodo de “Iscariote”) perteneciera a los “sicarios”
o revolucionarios violentos. Como
tampoco es seguro que Pedro, por llevar el machete (con el que le cortó la
oreja a un tal Malco) (Jn 18, 10), se justifique su afiliación a la violencia
revolucionaria de los galileos. Sea lo
que sea de todo esto, lo que no admite duda es que Judas y Pedro, cuando se
convencieron
de que Jesús
se entregaba sin oponer resistencia eso era el indicador más claro de
que no era
el Mesías que ellos esperaban y querían. ¿Qué nos indica esto?
3.
Aquella noche y en aquella cena, se enfrentaron dos proyectos
radicalmente opuestos. Si el Mesías era
el Salvador, Judas y Pedro pensaban que la “salvación” tenía que venir mediante
la resistencia, la lucha, el enfrentamiento y en definitiva, la violencia. Jesús,
por el contrario, estaba persuadido de que la sola políticas la economía y la
sola ciencia no salvan a este mundo. Si no
tenemos “convicciones”, que orienten
nuestras vidas hacia la solidaridad, este mundo no tiene arreglo. Pero sabemos que “una convicción se define por
el hecho de que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella” (J. Habermas
Ch. S. Peirce). Si no remediamos la aterradora
desigualdad (en derechos humanos), es que no estamos “convencidos” de que eso
es lo más urgente en este momento.
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