28 DE MARZO - LUNES
OCTAVA DE PASCUA
Evangelio
según san Mateo 28, 8-15
En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del
sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los
discípulos. De pronto, Jesús les salió
al encuentro y les dijo:
“Alegraos”.
Ellas
se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les
dijo:
“No
tengáis miedo: id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me
verán”. Mientras las mujeres iban
de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos
sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos,
reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una
fuerte suma, encargándoles:
“Decid
que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros
dormíais. Y si esto llega a oídos del
gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros”.
Ellos
tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre
los judíos hasta hoy.
1. El
apóstol Pablo afirma que Jesús fue “constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu
de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor”
(Rom 1, 4). La resurrección representó,
por tanto, para Jesús la “plenitud de la divinidad”. Pero no fue solamente eso.
Porque juntamente con eso —e inseparablemente
de ello— representó también la “plenitud de la humanidad”. Por eso, en los capitulos finales de los
evangelios, donde se habla del Resucitado, en esos capítulos precisamente es
donde se descubre al Jesús más profundamente humano. Es sorprendente. Pero así es.
2.
En efecto, el Jesús resucitado, porque es el “más divino” de los
evangelios, por eso es también el “más humano” que aparece en todo el
Evangelio. Porque, en la más original y
profunda tradición cristiana, el Trascendente se ha fundido con lo inmanente de
forma que “lo más divino” (utilizando nuestra limitada y tosca forma de expresar
estas realidades que nos rebasan por completo) se muestra, se conoce, se palpa,
precisamente en “lo más humano”. Por
eso, ni más ni menos, el Resucitado es el ser más humano y entrañable de cuanto
podemos imaginar y desear.
3. Esto
es lo que explica que a quien primero se aparece el Resucitado es precisamente al
colectivo más marginado de aquella cultura, las mujeres (Mc 16, 1-8; Mt 28,
1-8;Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-10). Y esto es también lo que explica las comidas de
Jesús resucitado con los discípulos (Mc 16, 14; Lc 24, 30. 41-42; in 21, 10-14;
Hech 10, 41). Como la alegría que
contagia en todas sus apariciones, en las que Jesús no se queja ni de la
traición de Judas, ni del abandono cobarde de los demás apóstoles, ni de las negaciones
de Pedro. Todo lo contrario, Jesús le
demanda su cariño preferente y hasta le encarga que apaciente su rebaño (Jn 21,
15-19). El Resucitado nos enseña, entre
otras cosas, una que es fundamental: no
somos más divinos porque no somos más humanos. Esto es capital y decisivo.
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