domingo, 13 de marzo de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 14 DE MARZO – LUNES - Santa Matilde, reina




14 DE MARZO – LUNES -
Santa Matilde, reina
5ª ~ SEMANA DE CUARESMA

       Evangelio según san Juan 8, 12-20

       En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar a los fariseos:
       “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
       Le dijeron los fariseos:
       “Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es válido”.
       Jesús les contestó:
       “Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis por lo exterior; yo no juzgo a nadie; o, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino que estoy con el que me ha enviado, el Padre.
       Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me envió, el Padre”.
       Ellos le preguntaron:
       “¿Dónde está tu Padre?”
       Jesús contestó:
       “Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si
me conocierais a mi; conoceríais también a mi Padre”.
        Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora”.

       1.   La afirmación de Jesús “Yo soy la luz del mundo” plantea dos cuestiones fundamentales que los teólogos no han tenido debidamente en cuenta.  La palabra “kosmos” (mundo) remite a los significados de “mundo” - ”orden del mundo”-”universo” (H. BaIz).  Esto nos presenta una primera cuestión: si Jesús ilumina a todo el mundo, es evidente que Jesús no es patrimonio de una sola cultura (Occidente) o una sola religión (el cristianismo).  Jesús es patrimonio de la humanidad.  Por tanto, Jesús no es el fundador de una religión, sino que representa unos valores y unas convicciones que responden a deseos y anhelos de todo ser humano. Jesús responde a aquello en lo que todos los seres humanos coincidimos.

       2.   La segunda cuestión: Jesús es la luz del “kosmos”.  Pero el kosmos (orden) es lo opuesto al kaos (desorden, violencia).  De ahí, el dilema insoluble: “la violencia engendra el “caos”, y el orden engendra violencia” (W. Sofsky, H. Popitz). ¿Tiene solución este círculo vicioso?  A primera vista, no.  Porque el caos del desorden se resuelve cuando intervienen “las fuerzas del orden”.  Pero estas fuerzas imponen el orden pegando, multando, castigando..., es decir mediante la violencia, que es caos y desorden.  ¿No hay salida ni solución?

       3.   Si vemos en Jesús el “fundador” y el “centro” de una religión, Jesús nos divide,
nos separa, nos aleja y nos enfrenta a los creyentes de otras religiones.  Sin embargo,
si vemos en Jesús “la encarnación de Dios”, la “humanización de Dios”,  entonces lo que se produce es que quien se identifica con Jesús, por eso mismo “se humaniza”, se hace “profundamente humano”, ante todo, humano. Por eso, Jesús está donde hay humanidad, bondad, paz, cercanía al sufrimiento, lucha contra la violencia.  O sea, Jesús trasciende las religiones.  Porque está donde se imponen las “convicciones” de humanidad que nos humanizan hasta saciar las apetencias de “lo humano” = “la vida sin límites”.

Santa Matilde, reina

Era descendiente del famoso guerrero Widukind e hija del duque de Westfalia. Desde niña fue educada por las monjas del convento de Erfurt y adquirió una gran piedad y una fortísima inclinación hacia la caridad para con los pobres. 
Muy joven se casó con Enrique, duque de Sajonia (Alemania). Su matrimonio fue excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón primero, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto. Su esposo Enrique obtuvo resonantes triunfos en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de feroces extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones de su santa esposa Matilde. Enrique fue nombrado rey, y Matilde al convertirse en reina no dejó sus modos humildes y piadosos de vivir. 
En el palacio real más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido. Era extraordinariamente generosa en repartir limosnas a los pobres. Su esposo casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los más necesitados. 
Después de 23 años de matrimonio quedó viuda, y ofreció desprenderse de todas sus joyas y brillantes por el alama de su esposo recién muerto. 
Sus últimos años los pasó dedicada a fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres, y cuando cumplió 70 años se dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en sus habitaciones, y rodeada de sus hijos y de sus nietos, murió santamente el 14 de marzo del año 968.



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