13 DE SEPTIEMBRE - MARTES
24ª - SEMANA DEL T. O.-C
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor
Evangelio
según san Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba
Jesús camino de una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y mucho
gentío.
Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar
a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de
la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: “No llores”.
Se acercó al ataúd, lo
tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
“¡Muchacho, a ti te lo digo,
levántate!”. El muerto se incorporó
y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios: “Un gran profeta ha
surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.
La noticia del hecho se
divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
1. Lo
primero, que se debe dejar claro al analizar este extraño relato, es que a lo más
que se puede aspirar, en estos episodios de “resurrecciones de muertos”, es saber
si estamos ante una simple creación de la Iglesia naciente; o si lo que aquí se
relata se remonta a algún suceso acaecido durante el ministerio público de
Jesús, y que tenga algo que ver con el episodio que aquí hemos leído.
Es posible que, en la cultura de aquel
tiempo, se tuviera la idea de que un personaje famoso tenía poderes como para
devolver la vida a un difunto. Más allá de esto, un historiador no puede llegar
(J. E. Meier).
2. Por
otra parte, está fuera de duda que el evangelio de Lucas, en su capítulo séptimo,
destaca la intención de presentar a Jesús como un “profeta” (Lc 7, 16. 39), un
“gran profeta” (prophétes megas). Y para eso, relata un hecho que tiene
notables paralelismos con los primeros profetas de Israel: Elías (1 Re 17,
8-24) y Eliseo (2 Re 4,18-36), que ambos resucitaron a dos niños, hijos de
mujeres extranjeras, una viuda de Sarepta y una sunamita. Así, el evangelio de Lucas elogia la misión
profética de Jesús, es decir, presenta a Jesús como el más grande de los
profetas que Dios envió a su pueblo. Es la idea que se apunta en la tradición
romana cuando se menciona el milagro de Apolonio de Tiana (en la antigua
Capadocia), que, según Flavio Filóstrato, resucitó también a un muerto.
3. La
enseñanza religiosa, que contienen estas referencias a Jesús como “profeta”, y
profeta de entrañable misericordia ante el sufrimiento de una pobre viuda que llora
la muerte de su único hijo, destaca que la bondad de Dios hacia su pueblo se revela,
no en la “misión sagrada” de los sacerdotes, sino en la “humanidad bondadosa”
de los profetas.
Es sabida la tensión que ha existido, en
la tradición judeocristiana, entre sacerdotes y profetas. En el gran relato del
evangelio, esta tensión sobrepasa el límite último de lo admisible, ya que
fueron los sacerdotes los que asesinaron al profeta, que fue Jesús.
Al presentar así las cosas, los
evangelios no pretenden afirmar que Jesús “suprimió” la religión del templo y
los sacerdotes. No la suprimió, sino que la “desplazó”.
Jesús, en efecto, sacó la religión del
“templo” y la puso en la “vida”. En el conjunto de la vida de los seres
humanos. Y esto es lo que quedó patente cuando el “cortejo de la vida” (Jesús y
sus discípulos) se encuentra con el “cortejo de la muerte” (el difunto, su
madre y los acompañantes en el entierro) (E. Bovon, W. Grundmann).
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor
San
Juan Crisóstomo nació en Antioquía el año 344. Su Padre, Segundo, era un
guerrero belicoso. Su madre, es la mujer fuerte de la Biblia. Pronto muere su marido,
y ella es la encargada de la educación del hijo.
A
los veinte años ya sobresalía como orador y le comparaban con demóstenes. Juan
acudió al obispo de Antioquía y pidió el bautismo. Después deseó imitar a los
anacoretas y pensó retirarse al desierto de Sira.
Un
día su gran amigo Basilio le visitó y le comunicó que querían hacerles obispos.
Ellos se oponían. Llegado al día de la consagración. sólo encontraron a
Basilio. Juan había huido al desierto.
Allí
escribió diálogo sobre el sacerdocio. Distribuía su tiempo entre el estudio y
la oración. Pero su voz, sublime no podía apagarse en el desierto. El patriarca
Flaviano lo reclamó y volvió a la ciudad.
Sacerdote
y ayudante de su obispo, se entrega al ministerio de la palabra, y se convierte
en Juan Crisóstomo, el de la boca de oro. Predica a todas horas, ataca los
vicios, exhorta, aconseja, deslumbra con su palabra.
Sus
veinte discursos sobre las estatuas los publicó en un momento delicado. El
pueblo se amotinó contra el emperador Teodosio. Teodosio pensaba castigarles
duramente. El Crisóstomo serenó los ánimos.
Predicaba
a toda horas. Pero no se contentaba con el entusiasmo pasajero de los oyentes.
Quería ver el fruto, las obras. No admitía una respuesta sólo de palabras. No
basta, dice, adornar el templo. ¿Qué te dirá Dios si no te has preocupado de
atender a tu hermano?
El
año 397 es nombrado patriarca de Constantinopla. Seguirá predicando contra las
injusticias de la corte y de los poderosos, lo mismo ahora en el Bósforo que
antes en el Orontes. Los vicios se encontraban con la protesta de su palabra,
como un día harán Hildebrando y Tomás Becket.
Ante
la debilidad del emperador Arcadio, se alzaba con todo el poder el ambicioso
Eutropio, convertido en cónsul. El que se le oponía era eliminado, como el cónsul
Primasio y su hijo. Quiso eliminar también a la viuda, que invocó el derecho de
asilo en la iglesia. Eutropio la reclamó, pero se encontró frente a frente con
el patriarca y tuvo que retroceder.
Cambiaron
las cosas. El que había abolido el derecho de asilo cayó en desgracia. La
multitud quería asesinarlo. Acude al derecho de asilo. Y ahora es Juan el que
sale en su defensa, les calma y consigue el perdón.
La
corte tornadiza, que tanto debía al Crisóstomo, ahora se vuelve contra él, por
dar gusto a los resentidos y por agradar al patriarca de Alejandría, rival de
Constantinopla. Juan no se asusta. No me importa la muerte, grita. Mi vida es
Cristo y una ganancia el morir.
Fue
desterrado. Un temblor de tierra asustó a la supersticiosa emperatriz Eudosia,
considerado como un signo de la cólera divina. Le llaman y vuelve. El Bósforo
se iluminó para recibirle. Juan se pone en manos de Dios.
Otra
vez es desterrado a la frontera de Armenia, por censurar los lujos y frivolidad
de la emperatriz. Sigue predicando en el destierro. Mantiene correspondencia
con todas las Iglesias del orbe. Al Papa Inocencio I le dice que su afecto
hacia él le consuela de todos los sufrimientos.
Cuando
iba a ser trasladado a la costa oriental del Mar Negro, al pie del Cáucaso, al
llegar a una ermita del pueblo de Comano, enfermó y agotado expiró. Ha sido
llamado el teólogo de la Eucaristía y el mejor intérprete de San Pablo. Sus
restos reposaron en Constantinopla. Actualmente se hallan en Roma, en la
basílica de San Pedro del Vaticano.
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