martes, 27 de septiembre de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 8 DE SEPTIEMBRE - MIÉRCOLES 26ª - SEMANA DEL T. O. - C Santos Lorenzo Ruiz y Wenceslao




8 DE SEPTIEMBRE - MIÉRCOLES
26ª - SEMANA DEL T. O. - C
Santos Lorenzo Ruiz y Wenceslao

       Evangelio según san Lucas 9, 57-62
  En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno:    “Te seguiré a donde vayas”,
        Jesús le respondió:
       “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
        A otro le dijo:
       “Sígueme”.
        Él respondió:
       “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”.
        Le contestó:
       “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el Reino de Dios”.
       Otro le dijo:
       “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”.
        Jesús le contestó:
       “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.

       1.   Lo primero que debemos tener presente, al interpretar este evangelio, es (como ya he dicho otras veces) que el “seguimiento” de Jesús es constitutivo de la “cristología”. Lo explicó con singular profundidad uno de los teólogos más importantes del s. XX, Johan B. Metz. Y ya antes lo había insinuado D. Bonhoeffer.
       Esto quiere decir que a Jesús no podemos conocerlo —para integrar su proyecto de vida en nuestras vidas— solo con el estudio y la reflexión intelectual. Leyendo libros no nos enteramos de quién es Jesús. Además de eso, e incluso antes que eso, necesitamos vivir la experiencia de aquello que es lo propio y específico de los seres humanos, la “sensibilidad simbólica”, que se basa en “nuestra aptitud simbólica” (lan Tattersall), cuya expresión más fuerte y honda es el cariño, que nace y crece en los humanos mediante la convivencia y la relación que generan “convicciones libres” de las que nace el cariño. Así, y solo así, los “humanos” nos “humanizamos” más hondamente.

       2.   Si tomamos todo esto en serio, la pregunta que se plantea es inevitable: ¿puede haber “exigencias religiosas” que sean más fuertes y decisivas que las “exigencias humanas”, como es tratar debidamente a la familia o enterrar al propio padre?
       Es decir, ¿puede haber exigencias “religiosas” que entren en conflicto con las exigencias “humanas” más elementales y necesarias?

       3.   Aquí es necesario dejar claro que cuando la “religiosidad” suplanta o anula la
“humanidad”, esa religiosidad no viene de Dios, ni lleva a Dios. Porque un Dios que entra en conflicto con lo humano es un Dios que se niega a sí mismo. Y otro tanto hay que decir de Jesús, ya que es la encarnación de Dios, la imagen de Dios, la presencia de Dios entre los humanos.
       Entonces, ¿por qué dijo Jesús lo que se lee en este relato?
       Porque, con demasiada frecuencia, la posesión de bienes, las relaciones de familia, y los deberes sociales o religiosos, todo eso se organiza y se gestiona de forma que no nos “humaniza”, sino que nos “des-humaniza”. Y eso, ni más ni menos, es lo que Jesús quiere evitar, a toda costa.
       El seguimiento de Jesús es la forma de humanización más profunda que podemos imaginar.
       Un “seguimiento” que no nos hace “más humanos” no es seguimiento, sino otra cosa, que seguramente a nosotros nos conviene o nos interesa, por lo que sea.

Santos Lorenzo Ruiz y Wenceslao



Hijo del rey de Bohemia, Ratislav, el joven príncipe nació en el 907 cerca de Praga. Su abuela, Santa Ludimila, se encargó de la educación de su nieto, inculcándole siempre el amor y servicio al Padre Celestial. Cuando era todavía muy joven, el santo perdió a su padre en una de las batallas contra los magiares; su madre asumió el poder e instauró -bajo la influencia de la nobleza pagana- una política anticristiana y secularista, que convirtió al pueblo en un caos total. Ante esta terrible situación, su abuela trató de persuadir al príncipe para que asumiese el trono para salvarguardia del cristianismo, lo que provocó que los nobles la asesinaran al considerarla una latente amenaza para sus intereses.
Sin embargo, por desconocidas circunstancias, la reina fue expulsada del trono, y Wenceslao fue proclamado rey por la voluntad del pueblo, y como primera medida, anunció que apoyaría decididamente a la Ley de la Iglesia de Dios. Instauró el orden social al imponer severos castigos a los culpables de asesinato o de ejercer esclavitud y además gobernó siempre con justicia y misericordia.
Por oscuros intereses políticos, Boleslao -que ambicionaba el trono de su hermano-, invitó a Wenceslao a su reino para que participara de los festejos del santo patrono y al terminar las festividades, Boleslao asesinó de una puñalada al santo rey. El pueblo lo proclamó como mártir de la fe, y pronto la Iglesia de San Vito -donde se encuentran sus restos- se convirtió en centro de peregrinaciones. Ha sido proclamado como patrón del pueblo de Bohemia y hoy su devoción es tan grande que se le profesa también como Patrono de Checoslovaquia.
El joven príncipe, que nació en Bohemia hacia el año 907, personifica el ideaI del héroe nacional, valientemente comprometido en la promoción cultural y religiosa del pueblo eslavo.
Cuando se derrumbó el reino moravio, en el 895 los príncipes bohemios, entrando en el juego diplomático de las potencies de ese entonces, se aliaron con el fuerte reino franco, y adoptando los principios de las antiguas civilizaciones comenzaron el proceso de europeización de los Estados de Europa central.
Lider de esta política de visión hacia el futuro fue el joven duque de Bohemia, Wenceslao. Él había sido educado cristianamente por la abuela Ludmila, venerada como santa. Tan pronto tuvo la edad requerida, sucedió al padre después de la breve regencia de la madre Draomira. Mujer intrigante, Draomira prefería al segundo hijo, Boleslao, y fomentó con todos los medios a su alcance la rivalidad entre los dos, hasta el punto de llevar al segundo a mancharse con el grave delito del fratricidio.
En la mañana del 28 de septiembre del 935, mientras Wenceslao salía de case para ir a Misa, Boleslao, que lo esperaba en un lugar solitario con un grupo de cómplices, le saltó encima para herirlo por la espalda. El joven rey, que todavía no tenía treinta años, detuvo el golpe y echó mano a su espada, pero cuando se dio cuenta que el asesino era su hermano bajó el arma, murmurando: “Podría matarte, pero la mano de un siervo de Dios no debe mancharse con el fratricidio”. Fue asesinado por los sicarios de Boleslao.
Este ejemplarísimo príncipe cristiano anteponía sus deberes religiosos a los de soberano, hasta el punto de llegar tarde a una importante asamblea de Worms, convocada por el emperador Otón, porque estaba en Misa. No era raro ver al joven rey mezclado con los otros fieles, con los pies descalzos, durante las procesiones penitenciales. Impuso a su cuerpo la dura disciplina del cilicio y las diarias mortificaciones.
Fue considerado como un rey renunciatario por haber buscado la alianza con los poderosos francos limítrofes, pero el mismo hermano Boleslao, que le sucedió, después de haberlo mandado asesinar, comprendió esa política realistica y la siguió. Boleslao comprendió el error de valoración respecto de su hermano, hacia quien la devoción popular creció de día en día, por los prodigios que se obraban sobre la tumba del mártir, venerado inmediata mente como santo, el primero de los pueblos eslavos.
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SAN LORENZO RUIZ Y 15 COMPAÑEROS, MÁRTIRES
       San Lorenzo Ruiz (c. 1600 - 29 de septiembre de 1637) fue un notario filipino, que murió martirizado en Okinawa. Es el primer beato filipino.
Los nuevos Santos hablan también hoy a todos los misioneros que, urgidos por el mandato de Cristo “ id y enseñad a todas las gentes ” (Mt 28, 19), 5), han salido por los caminos del mundo a anunciar la Buena Nueva de la salvación a todos los hombres, particularmente a los más necesitados.
Ellos, con su mensaje y su martirio, hablan a los catequistas, a los agentes de pastoral, a los laicos, a quienes la Iglesia, está dedicando particular atención y solicitud en el presente Sínodo de los Obispos. Ellos nos recuerdan que “morir por la fe es un don que se concede a algunos; pero vivir la fe es una llamada dirigida a todos” (Homilía durante la misa de beatificación de Laurencio Ruiz en Manila, n. 5, 18 de febrero de 1981).
La gran familia dominica, y en particular la Provincia del Santo Rosario que celebra el cuarto centenario de su creación, recibe hoy, con legítimo orgullo, entre sus Santos a estos mártires, algunos de los cuales estuvieron especialmente ligados al Colegio de Santo Tomás de Manila. Este centro, convertido hoy en Universidad, así como otras beneméritas instituciones eclesiales, han contribuido de modo notable a la implantación y desarrollo de la Iglesia en el lejano oriente.
Los misioneros que hoy son canonizados hablan a todos los fieles cristianos, en esta Jornada de oración por las misiones, y les exhortan a reavivar su conciencia misionera. “Todos los cristianos –nos dice el Concilio–, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo” Todo bautizado debe sentirse, pues, urgido por su vocación a la santidad. En esto los nuevos Santos han de servirnos de modelo a seguir con una entrega sin límites a la llamada de Dios. Uno de ellos, el Padre Lucas del Espíritu Santo escribía: “E1 beneficio que yo estimo más, es haberme enviado a esta tierra en compañía de tan grandes siervos de Dios, de los cuales, unos ya le están gozando, y otros tienen adquirido un gran tesoro delante de su divina Majestad” (Ad gentes, 11).
Ruiz nació en Binondo, Manila (Filipinas). Su padre, de origen chino le enseñó el idioma chino, y su madre filipina le enseñó tagalo. Ambos eran católicos. Lorenzo sirvió en el convento de la iglesia de Binondo como sacristán. Años más tarde, se hizo miembro de la Confraternidad del Santo Rosario.
Lorenzo fue falsamente acusado de asesinato y buscó asilo a bordo de una nave con tres sacerdotes dominicos, san Antonio González, san Guillermo Courtet y san Miguel de Aozaraza, además del sacerdote japonés san Vicente Shiwozuka de la Cruz, y un laico llamado san Lázaro de Kyoto, que padecía de lepra. El barco tocó tierra en Okinawa y el grupo fue arrestado por su religión cristiana. Aún torturados no abjuraron de su fe, y murieron mártires.
Lorenzo Ruiz fue beatificado en Manila de febrero el 18 de 1981 por el papa Juan Pablo II, que lo canonizó el 18 de octubre de 1987.



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