27 DE SEPTIEMBRE - MARTES
26ª - SEMANA DEL T. O. – C
San Vicente de Paul, presbítero
Evangelio
según san Lucas 9,51-56
Cuando se iba cumpliendo el tiempo
de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió
mensajeros por delante.
De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle
alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le
preguntaron:
Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe
con ellos?”
Él se volvió y les regañó.
Y se marcharon a otra aldea.
1. Tal
como se habían puesto las cosas, en las relaciones de Jesús con los dirigentes judíos,
él sabía perfectamente que iba a morir pronto. Y que iba a morir de muerte violenta.
Jesús era consciente de cómo acababan los
profetas en Israel (Mt 23, 29-33.37-39; Lc 11, 47-51; 13, 34).
Pues bien, en una situación tan
peligrosa, fue el propio Jesús el que tomó la decisión de ir precisamente a la
capital, Jerusalén, donde estaba el Templo, donde residían los sumos sacerdotes,
donde, por tanto, el peligro era máximo. Pero donde también, por eso mismo, él
tenía que hacer la denuncia suprema de la corrupción de aquellos dirigentes y
de aquel sistema religioso, tal como lo tenían organizado los funcionarios del
Templo.
2. Pues
bien, al pasar por Samaria, aunque Jesús había mantenido siempre la mejor relación
posible con los samaritanos (Jn 4, 40-43; Lc 10, 25-37; 17, 11-19), sin embargo,
en la aldea que aquí se menciona no quisieron ni verlo, simplemente porque iba a
Jerusalén. Es evidente que las religiones son fuentes de violencia: dividen,
enfrentan, alejan a las personas y crean conflictos entre los pueblos. Aquí se ve de forma patente. De ahí que,
con los evangelios en las manos (y sobre todo en el corazón), tendríamos que
afrontar un proyecto mundial de reeducación en el “hecho religioso”, su
presencia y sus consecuencias, en la historia de los pueblos, de las culturas y
de los individuos.
Tendríamos que preguntarnos, con
profundidad y urgencia, si la opinión pública mundial tiene conciencia clara de
que no podemos identificar a Dios con la religión.
Dios es el “ser trascendente”. La
religión es un “hecho cultural”.
La religión es el “medio” para
relacionarnos con el “fin”, que es Dios.
Si las religiones nos deshumanizan, no
nos llevan a Dios, sino que se convierten en instrumentos de poder y dominación
al servicio de intereses canallas. Con esto hay que acabar.
3. Los
discípulos de Jesús reaccionaron, ante el desprecio de los samaritanos, intentando
responder con la mayor violencia. Con violencia “del cielo”. Ellos, sin duda,
creían en un cielo violento, en una religión de venganza, de agresión y muerte.
Pero Jesús pensaba —y piensa— de manera radicalmente opuesta a todo lo que sea
violencia o venganza. Jesús no tolera eso. Para Jesús, es inconcebible
cualquier forma de enfrentamiento por motivos religiosos.
Una religión que produce violencia, sea
de la forma que sea, es la “anti-religión”. Y debe desaparecer.
San Vicente de Paul, presbítero
Fundador Año 1660
El
Señor Dios que es tan bueno, siga enviando al mundo muchos
Vicentes
como este, para bien de todos los necesitados.
Dichoso
el que se compadece del pobre.
Dios
lo bendecirá (Salmo 41).
Vicente significa: "Vencedor,
victorioso".
Nació San Vicente en el pueblecito
de Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en el campo, ayudando a sus
padres en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño era sumamente generoso
en ayudar a los pobres.
Los papás lo enviaron a estudiar con
los padres franciscanos y luego en la Universidad de Toulouse, y a los 20 años,
en 1600 fue ordenado de sacerdote.
Dice el santo que al principio de su
sacerdocio lo único que le interesaba era hacer una carrera brillante, pero
Dios lo purificó con tres sufrimientos muy fuertes.
1º. El Cautiverio. Viajando por el mar, cayó en
manos de unos piratas turcos los cuales lo llevaron como esclavo a Túnez donde
estuvo los años 1605, 1606 y 1607 en continuos sufrimientos.
2º. por meses
estuvo acusándolo de ladrón Logró
huir del cautiverio y llegar a Francia, y allí se hospedó en casa de un amigo,
pero a este se le perdieron 400 monedas de plata y le echó la culpa a Vicente y
por meses estuvo acusándolo de ladrón ante todos los que encontraba. El santo
se callaba y solamente respondía: "Dios sabe que yo no fui el que robó ese
dinero". A los seis meses apareció el verdadero ladrón y se supo toda la
verdad. San Vicente al narrar más tarde este caso a sus discípulos les decía:
"Es muy provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome
nuestra defensa".
3º. La tercera prueba fue una terrible
tentación contra la fe,
que aceptó para lograr que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo. Esto
lo hizo sufrir hasta lo indecible y fue para su alma "la noche
oscura". A los 30 años escribe a su madre contándole que amargado por los
desengaños humanos piensa pasar el resto de su vida retirado en una humilde
ermita. Cae a los pies de un crucifijo, consagra su vida totalmente a la
caridad para con los necesitados, y es entonces cuando empieza su verdadera
historia gloriosa.
Hace voto o juramento de dedicar
toda su vida a socorrer a los necesitados, y en adelante ya no pensará sino en
los pobres. Se pone bajo la dirección espiritual del Padre Berule (futuro
cardenal) sabio y santo, hace Retiros espirituales por bastantes días y se
lanza al apostolado que lo va a volver famoso.
Dice el santo "Me di cuenta de
que yo tenía un temperamento bilioso y amargo y me convencí de que con un modo
de ser áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo de las almas. Y
entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme,
en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por
transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable". Y en verdad
que lo consiguió de tal manera, que varios años después, el gran orador
Bossuet, exclamará: "Oh Dios mío, si el Padre Vicente de Paúl es tan
amable, ¿Cómo lo serás Tú?".
San Vicente contaba a sus
discípulos: "Tres veces hablé cuando estaba de mal genio y con ira, y las
tres veces dije barbaridades". Por eso cuando le ofendían permanecía
siempre callado, en silencio como Jesús en su santísima Pasión".
Se propuso leer los escritos del
amable San Francisco de Sales y estos le hicieron mucho bien y lo volvieron
manso y humilde de corazón. Con este santo fueron muy buenos amigos.
Vicente se hace amigo del Ministro
de la marina de Francia, y este lo nombra capellán de los marineros y de los
prisioneros que trabajan en los barcos. Y allí descubre algo que no había
imaginado: la vida horrorosa de los galeotes. En ese tiempo para que los barcos
lograran avanzar rápidamente les colocaban en la parte baja unos grandes remos,
y allá en los subterráneos de la embarcación (lo cual se llama galera) estaban
los pobres prisioneros obligados a mover aquellos pesados remos, en un ambiente
sofocante, en medio de la hediondez y con hambre y sed, y azotados
continuamente por los capataces, para que no dejaran de remar.
San Vicente se horrorizó al
constatar aquella situación tan horripilante y obtuvo del Ministro, Sr. Gondi,
que los galeotes fueran tratados con mayor bondad y con menos crueldad. Y hasta
un día, él mismo se puso a remar para reemplazar a un pobre prisionero que
estaba rendido de cansancio y de debilidad. Con sus muchos regalos y favores se
fue ganando la simpatía de aquellos pobres hombres.
El Ministro Gondi nombró al Padre
Vicente como capellán de las grandes regiones donde tenía sus haciendas. Y allí
nuestro santo descubrió con horror que los campesinos ignoraban totalmente la
religión. Que las pocas confesiones que hacía eran sacrílegas porque callaban
casi todo. Y que no tenían quién les instruyera. Se consiguió un grupo de
sacerdotes amigos, y empezó a predicar misiones por esos pueblos y veredas y el
éxito fue clamoroso. Las gentes acudían por centenares y miles a escuchar los
sermones y se confesaban y enmendaban su vida. De ahí le vino la idea de fundar
su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir y ayudar a las
gentes más necesitadas. Son ahora 4,300 en 546 casas.
San
Vicente de Paul. El santo fundaba en todas partes a donde llegaba, unos grupos
de caridad para ayudar e instruir a las gentes más pobres. Pero se dio cuenta
de que para dirigir estas obras necesitaba unas religiosas que le ayudaran. Y
habiendo encontrado una mujer especialmente bien dotada de cualidades para
estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con ella fundó a las hermanas
Vicentinas, que son ahora la comunidad femenina más numerosa que existe en el
mundo. Son ahora 33,000 en 3,300 casas y se dedican por completo a socorrer e
instruir a las gentes más pobres y abandonadas, según el espíritu de su
fundador.
San Vicente poseía una gran cualidad
para lograr que la gente rica le diera limosnas para los pobres. Reunía a las
señoras más adineradas de París y les hablaba con tanta convicción acerca de la
necesidad de ayudar a quienes estaban en la miseria, que ellas daban cuánto
dinero encontraban a la mano. La reina (que se confesaba con él) le dijo un
día: "No me queda más dinero para darle", y el santo le respondió:
"¿Y esas joyas que lleva en los dedos y en el cuello y en las
orejas?", y ella le regaló también sus joyas, para los pobres.
Parece
casi imposible que un solo hombre haya podido repartir tantas, y tan grandes
limosnas, en tantos sitios, y a tan diversas clases de gentes necesitadas, como
lo logró San Vicente de Paúl. Había hecho juramento de dedicar toda su vida a
los más miserables y lo fue cumpliendo día por día con generosidad heroica.
Fundó varios hospitales y asilos para huérfanos. Recogía grandes cantidades de
dinero y lo llevaba a los que habían quedado en la miseria a causa de la
guerra.
Se dio cuenta de que la causa
principal del decaimiento de la religión en Francia era que los sacerdotes no
estaban bien formados. Él decía que el mayor regalo que Dios puede hacer a un
pueblo es dale un sacerdote santo. Por eso empezó a reunir a quienes se
preparaban al sacerdocio, para hacerles cursos especiales, y a los que ya eran
sacerdotes, los reunía cada martes para darles conferencias acerca de los
deberes del sacerdocio. Luego con los religiosos fundados por él, fue
organizando seminarios para preparar cuidadosamente a los seminaristas de
manera que llegaran a ser sacerdotes santos y fervorosos. Aún ahora los Padres
Vicentinos se dedican en muchos países del mundo a preparar en los seminarios a
los que se preparan para el sacerdocio.
San Vicente caminaba muy agachadito
y un día por la calle no vio a un hombre que venía en dirección contraria y le
dio un cabezazo. El otro le dio un terrible bofetón. El santo se arrodilló y le
pidió perdón por aquella su falta involuntaria. El agresor averiguó quien era
ese sacerdote y al día siguiente por la mañana estuvo en la capilla donde le
santo celebraba misa y le pidió perdón llorando, y en adelante fue siempre su
gran amigo. Se ganó esta amistad con su humildad y paciencia.
Siempre
vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba:
"Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para venirme a la
ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y ordinario".
En sus últimos años su salud estaba
muy deteriorada, pero no por eso dejaba de inventar y dirigir nuevas y
numerosas obras de caridad. Lo que más le conmovía era que la gente no amaba a
Dios. Exclamaba: "No es suficiente que yo ame a Dios. Es necesario hacer
que mis prójimos lo amen también".
El 27 de septiembre de 1660 pasó a
la eternidad a recibir el premio prometido por Dios a quienes se dedican a amar
y hacer el bien a los demás. Tenía 80 años.
El Santo Padre León XIII proclamó a
este sencillo campesino como Patrono de todas las asociaciones católicas de
caridad.
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