jueves, 22 de septiembre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 23 DE SEPTIEMBRE - VIERNES 25ª ~ SEMANA DEL T.O.-C San Pío de Pietrelcina, presbiterio




23 DE SEPTIEMBRE - VIERNES
25ª ~ SEMANA DEL T.O.-C
San Pío de Pietrelcina, presbiterio

       Evangelio según san Lucas 9, 18-22
    Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
       “¿Quién dice la gente que soy yo?”
       Ellos contestaron:
        “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.
       Él les dijo:
       “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
       Pedro tomó la palabra y dijo:
       “El Mesías de Dios”.
       Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
       “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.


       1.   Lo que importa sobre todo, en este evangelio, no es que Pedro, en nombre de los demás apóstoles, confesó su fe en que Jesús es el Mesías.
       Lo que importa, más que todo, es cómo realiza Jesús el hecho de ser el Mesías.
       Sin duda, los apóstoles sabían que Jesús era el Mesías. El problema que tenían aquellos hombres es que ellos se imaginaban, esperaban y querían “otro modelo” de mesianismo. O sea, esperaban y querían un Mesías distinto.
       Lo que suscita varias preguntas:
       -¿por qué este asunto es tan importante? -     -¿En qué consistía la equivocación de los apóstoles?
       -¿Qué consecuencias tiene eso para nosotros y para la Iglesia?

       2.   Lo más importante de este relato no es la confesión de Pedro, sino la equivocación de Pedro.
       Es verdad que Lucas no hace mención del enfrentamiento de Jesús con Pedro al llamarle “¡Satanás!” (Mc 8, 33; Mt 16, 23). Pero lo importante es que, a continuación de la confesión de Pedro (Lc 9, 18-21), Lucas explica ampliamente de qué manera Jesús va a ser el Mesías (Lc 9, 22-27). Lo va a ser, no mediante el poder y la gloria (Sumo Sacerdote y Rey) (E. Kutsch), sino en el fracaso y la exclusión, en “la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (G. Theissen).
       Y esto precisamente era lo que Pedro y sus compañeros no estaban dispuestos a aceptar.

       3.   Esta frustración de la imagen popular del Mesías es de tal manera determinante para entender el Evangelio, que necesita alguna explicación.
       El punto capital, en este asunto, está en lo siguiente: en el A. T. hay dos personas, investidas de un cargo importante, que expresamente son calificadas de “mesías”, es decir, “ungidas” por Dios para salvar al pueblo. Estas dos personas fueron el “Sumo Sacerdote” y el “Rey.
       Esta teología de Mesías estuvo determinada por el recuerdo glorioso y triunfante del rey David, el primer rey de Judá (cf. Is 9, 1-6; 11, 1 ss).
       Por eso el motivo predominante del mesianismo, en Israel, estaba tan profundamente asociado a la realeza dominante y gloriosa (K. H. Rengstorf). Y esto es lo que explica la frustración de los discípulos cuando Jesús les anunció el final que le aguardaba.
       Lo que menos se podían imaginar aquellos hombres era un “mesías crucificado”, es decir, fracasado, excluido. Y excluido precisamente por los Sumos Sacerdotes, los representantes oficiales de la religión.
       Esto era incomprensible para un judío del s. 1. Y lo sigue siendo para la mayoría de los cristianos del s. XXI. En esto radica nuestro problema capital.
El problema que no tiene resuelto la Iglesia.

San Pío de Pietrelcina, presbítero

 
Heredero espiritual de San Francisco de Asís, el Padre Pío de Pietrelcina ha sido el primer sacerdote en llevar impreso sobre su cuerpo las señales de la crucifixión. Él ya fue conocido en el mundo como el "Fraile" estigmatizado. El Padre Pío, al que Dios donó particulares carismas, se empeñó con todas sus fuerzas por la salvación de las almas. Los muchos testimonios sobre su gran santidad de Fraile, llegan hasta nuestros días, acompañados por sentimientos de gratitud. Sus intercesiones providenciales cerca de Dios fueron para muchos hombres causa de sanación en el cuerpo y motivo de renacimiento en el Espíritu.
El Padre Pío de Pietrelcina que se llamó Francesco Forgione, nació en Pietrelcina, en un pequeño pueblo de la provincia de Benevento, el 25 de mayo de 1887. Nació en una familia humilde donde el papá Grazio Forgione y la mamá Maria Giuseppa Di Nunzio ya tenían otros hijos.
Desde la tierna edad Francesco experimentó en sí el deseo de consagrarse totalmente a Dios y este deseo lo distinguiera de sus coetáneos. Tal "diversidad" fue observada de su padre Pio, de sus parientes y de sus amigos. Mamá Peppa contó - "no cometió nunca ninguna falta, no hizo caprichos, siempre obedeció a mí y a su padre, cada mañana y cada tarde iba a la iglesia a visitar a Jesús y a la Virgen. Durante el día no salió nunca con los compañeros. A veces le dije: "Francì sal un poco a jugar. Él se negó diciendo: no quiero ir porque ellos blasfeman". Del diario del Padre Agostino de San Marco in Lamis, quien fuè uno de los directores espirituales del Padre Pío, se enteró de que el Padre Pío, desde el 1892, cuando apenas tenía cinco años, ya vivió sus primeras experiencias carismáticas espirituales. Los Éxtasis y las apariciones fueron tan frecuentes que al niño le pareció que eran absolutamente normales.
Con el pasar del tiempo, pudo realizarse para Francesco lo que fue el más grande de sus sueños: consagrar totalmente la vida a Dios. El 6 de enero de 1903, a los dieciséis años, entró como clérigo en la orden de los Capuchinos.  Fue ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento, el 10 de agosto de 1910. Tuvo así inicio su vida sacerdotal que, a causa de sus precarias condiciones de salud, se desarrollará primero en muchos conventos de la provincia de Benevento. Estuvo en varios conventos por motivo de salud, luego, a partir del 4 de septiembre de 1916 llegó al convento de San Giovanni Rotondo, sobre el Gargano, dónde se quedó hasta el 23 de septiembre de 1968, día de su sentida muerte. 
En este largo período el Padre Pío iniciaba sus días despertándose por la noche, muy antes del alba, se dedicaba a la oración con gran fervor aprovechando la soledad y silencio de la noche.  Visitaba diariamente por largas horas a Jesús Sacramentado, preparándose para la Santa Misa, y de allí siempre sacó las fuerzas necesarias, para su gran labor para con las almas, al acercarlas a Dios en el Sacramento Santo de la Confesión, confesaba por largas horas, hasta 14 horas diarias, y así salvó muchas almas.
Uno de los acontecimientos que señaló intensamente la vida del Padre Pío fuè lo que se averiguó la mañana del 20 de septiembre de 1918, cuando, rogando delante del Crucifijo del coro de la vieja iglesia pequeña, el Padre Pío tuvo el maravilloso regalo de los estigmas. Los estigmas o las heridas fueron visibles y quedaron abiertas, frescas y sangrantes, por medio siglo. Este fenómeno extraordinario volvió a llamar, sobre el Padre Pío la atención de los médicos, de los estudiosos, de los periodistas pero sobre todo de la gente común que, en el curso de muchas décadas fueron a San Giovanni Rotondo para encontrar al  santo fraile.
En una carta al Padre Benedetto, del 22 de octubre de 1918, el Padre Pío cuenta su "crucifixión": “¿Qué cosa os puedo decir a los que me han preguntado cómo es que  ha ocurrido mi crucifixión? ¡Mi Dios que confusión y que humillación yo tengo el deber de manifestar lo que Tú has obrado en esta tu mezquina criatura!
Fue la mañana del 20 del pasado mes (septiembre) en coro, después de la celebración de la Santa Misa, cuando fui sorprendido por el descanso en el espíritu, parecido a un dulce sueño. Todos los sentidos interiores y exteriores, además de las mismas facultades del alma, se encontraron en una quietud indescriptible. En todo esto hubo un total silencio alrededor de mí y dentro de mí; sentí enseguida una gran paz y un abandono en la completa privación de todo y una disposición en la misma rutina.
Todo esto ocurrió en un instante. Y mientras esto se desarrolló; yo vi delante de mí un misterioso personaje parecido a aquél visto en la tarde del 5 de agosto. Éste era diferente del primero, porque tenía las manos,  los pies y el costado que emanaban sangre. La visión me aterrorizaba; lo que sentí en aquel instante en mí; no sabría decirlo. Me sentí morir y habría muerto, si Dios no hubiera intervenido a sustentar mi corazón, el que me lo sentí saltar del pecho.
La vista del personaje desapareció, y me percaté de que mis manos, pies y costado fueron horadados y chorreaban sangre. Imagináis el suplicio que experimenté entonces y que voy experimentando continuamente casi todos los días. La herida del corazón asiduamente sangra, comienza el jueves por la tarde hasta al sábado. Mi padre, yo muero de dolor por el suplicio y por la confusión que yo experimento en lo más íntimo del alma. Temo morir desangrado, si Dios no escucha los gemidos de mi pobre corazón, y tenga piedad  para retirar de mí esta  situación....”
Por años, de cada parte del mundo, los fieles fueron a este sacerdote estigmatizado, para conseguir su potente intercesión cerca de Dios. Cincuenta años experimentados en la oración, en la humildad, en el sufrimiento y en el sacrificio, dónde para actuar su amor, el Padre Pío realizó dos iniciativas en dos direcciones: un vertical hacia Dios, con la fundación de los "Grupos de ruego", hoy llamados “grupos de oración” y la otra horizontal hacia los hermanos, con la construcción de un moderno hospital: "Casa Alivio del Sufrimiento." 
En septiembre los 1968 millares de devotos e hijos espirituales del Padre Pío se reunieron en un congreso en San Giovanni Rotondo para conmemorar juntos el 50° aniversario de los estigmas aparecidos en el Padre Pío y para celebrar el cuarto congreso internacional de los Grupos de Oración. Nadie habría imaginado que a las 2.30 de la madrugada del 23 de septiembre de 1968, sería el doloroso final de la vida terrena del Padre Pío de Pietrelcina. De este maravilloso fraile, escogido por Dios para derramar su Divina Misericordia de una manera tan especial.



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