4 DE SEPTIEMBRE – DOMINGO –
23º del Tiempo Ordinario -
Ciclo C
SANTA TERESA DE CALCUTA
Lectura del libro de la Sabiduría (9,13-
18):
¿Qué
hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende
lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros
razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la
tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas
terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará
las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría,
enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos
de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los
salvó.
Salmo 89
R/. Señor, tú has sido
nuestro refugio
de
generación en generación
·
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna. R/.
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna. R/.
·
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R/.
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R/.
·
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R/.
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R/.
·
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
Filemón (9b-10.12-17):
Yo, Pablo, anciano y prisionero
por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la
prisión; te lo envió como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo
junto a mí, para que me sirviera en tu lugar, en esta prisión que sufro por el
Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este
favor, no a la fuerza, sino con libertad. Quizá se apartó de ti para que lo
recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano
querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y
como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí
mismo.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (14,25-33):
En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno se viene
conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a
sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo
mío.
Quien no lleve su
cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir
una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para
terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a
burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y
no ha sido capaz de acabar."
¿O que rey, si va a dar la batalla a otro rey,
no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso
del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos,
envía legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros:
el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Anti-campaña electoral.
El político que comenzase
su campaña electoral prometiendo bajar los salarios, subir los impuestos y
aumentar el paro, difícilmente despertaría mucho entusiasmo. Si encima añade:
“El que me vote, irá a la cárcel”, es probable que se quede completamente solo.
Jesús llevo a cabo una campaña más loca aún que ésta. Para ser discípulo suyo
exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la
fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico es pensar que Jesús, poniendo esas
condiciones, se quedaría sin un solo becario. ¿Ocurrió así?
La multitud y
los discípulos
Para entender el evangelio de hoy es importante distinguir entre estos dos
grupos. El evangelio de Lucas habla a menudo de la multitud de gente que
acude a escuchar a Jesús (5,1.19) y a ser curados (5,15); vienen de todas
partes (6,17), lo acompaña a Naín (7,11), lo siguen a las zonas descampadas
(9,14), lo siguen a miles (12,1). A estas personas les interesa lo que Jesús
dice y hace, se benefician de su enseñanza y sus milagros. Pero nada más.
Existe otro grupo mucho más reducido, el de los discípulos. El término
se aplica generalmente a los Doce; pero otras veces se habla de un gran número
de discípulos (6,17; 19,37), y de este grupo más amplio escoge a setenta y
dos para enviarlos de misión (10,1).
El problema
El evangelio de hoy comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a
Jesús sin ser discípulos suyos: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba
a Jesús. Es posible que por la mente de alguno de ellos pase la idea
de entrar a formar parte del grupo de los discípulos. Jesús, adelantándose
a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica las
condiciones.
Primera
condición: renuncia a lo más querido
‒ Si
alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a
sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
En el
Antiguo Testamento, la tribu de Leví era el modelo de servicio radical a Dios.
Las Bendiciones de Moisés comentan a propósito de ella:
Dijo
a sus padres: No os hago caso;
a sus hermanos: No os reconozco;
a sus hijos: No os conozco.
Cumplieron tus mandatos
y guardaron tu alianza (Deuteronomio
33,9)
Para los
levitas, el cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del amor a
padres, hermanos e hijos.
En línea parecida, pero más radical, formula Jesús su exigencia: para seguirle
hay que posponer a su padre y a su madre // a su mujer y a sus hijos //
a sus hermanos y a sus hermanas. La familia de la que uno procede
(padre y madre), la familia que uno ha creado (mujer e hijos), el entorno familiar
(hermanos y hermanas) simbolizan todo el mundo afectivo; colocarlos en segundo
plano significa una gran renuncia. Pero Jesús añade un séptimo elemento, el más
duro, que no se menciona a propósito de los levitas: hay que posponerse incluso
a sí mismo.
Segunda
condición: arriesgar la fama y la vida
Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.
Esta
exigencia ya ha aparecido en el evangelio de Lucas, formulada de manera más
radical aún, pero que aclara el sentido: Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada
día y venga conmigo (9,23).
La imagen, durísima, equivaldría a decir hoy: “El que quiera seguirme, cargue
con su silla eléctrica y venga conmigo”. Con la diferencia de que la silla
eléctrica no es transportable, mientras que la cruz la llevaba cada condenado
hasta el lugar donde iba a morir.
El hecho de que se hable de cargar con la cruz cada día demuestra
que es algo distinto de estar dispuesto a morir. La muerte en cruz era
considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves
delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz
cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de
la sociedad, e incluso la muerte.
Una pausa para reflexionar y desanimar
Lo dicho
basta para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha
enterado, Jesús propone dos comparaciones que invitan a no tomar decisiones
precipitadas con respecto a su seguimiento.
¿Quién de vosotros, si quiere construir
una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para
terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se
pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó
a construir y no ha sido capaz de acabar."
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar
si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y
si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones
de paz.
Lo mismo vosotros.
Por
consiguiente, antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo.
No sea que después fracases y hagas el ridículo. Evidentemente, Jesús no se
parecía en nada a esos directores espirituales que animaban a los y las jóvenes
a entrar en el seminario o el noviciado sin pensarlo seriamente.
Tercera
condición: renuncia a los bienes materiales
El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús
añade en tercer lugar la renuncia a los bienes materiales. Es lo que dice al
joven rico (aunque Lucas lo presenta como un jefe): Vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. Este personaje no fue capaz de
hacerlo. En cambio, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, lo
siguieron” (5,11). También Leví, “dejándolo
todo, se levantó y lo siguió” (5,28).
Nada nuevo
bajo el sol
Las
exigencias anteriores parecen terribles. Sin embargo, a quien ha leído con
atención el evangelio de Lucas le resultan conocidas. Coinciden con otros casos
en los que Jesús habla de las condiciones para seguirlo.
Mientras iban de camino, uno le dijo:
‒ Te seguiré adonde vayas.
Jesús le contestó:
‒ Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero este Hombre no
tiene donde recostar la cabeza.
A otro le dijo:
‒
Sígueme.
Le
contestó:
‒ Señor,
déjame ir primero a enterrar a mi padre.
Le replicó:
‒ Deja que
los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reinado de Dios.
Otro le dijo:
‒ Te
seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia.
Jesús le replicó:
‒ Uno
que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.
¿Exigencias para todos los cristianos?
En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el
término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que
acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén,
Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son
válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales?
El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los
bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén,
vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al
servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les
dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que
intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que, para formar parte de la
comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los
bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él
aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados.
Las dos primeras exigencias, que nos resultan tan duras, posiblemente sí
tuvieran que vivirlas bastante a menudo la mayoría de los cristianos. En una
época de frecuentes persecuciones, y en la que los cristianos eran
ridiculizados e insultados como criminales y enemigos del estado, hacerse
discípulo de Jesús supuso en muchos casos la ruptura con los seres más
queridos, la pérdida de la fama y la estima social, e incluso la muerte. La
situación no es muy distinta en bastantes comunidades actuales de África y
Asia, prescindiendo del desprestigio que supone en muchos ambientes
occidentales el hecho de confesarse cristiano.
El misterio
Jesús no
se quedó sin becarios. Al contrario, cuanto más difíciles eran las
circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, un
padre de la Iglesia que vivió entre los años 160-220: “La sangre de los
mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima de seguir a Jesús no son
sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes lo seguimos.
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