17 DE SEPTIEMBRE - SÁBADO
24ª - SEMANA DEL T.O.-C
San Roberto Belarmino, obispo y doctor
Evangelio
según san Lucas 8, 4-15
En aquel tiempo, se
le juntaba a Jesús mucha gente, y, al pasar por los pueblos, otros se iban
añadiendo.
Entonces les dijo esta parábola:
“Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo
cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco
cayó en terreno pedregoso, y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro
poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena, y, al crecer, dio fruto al ciento por uno”.
Dicho esto, exclamó:
“El que tenga oídos para oír, que oiga”. Entonces le preguntaron los discípulos: ¿Qué
significa esa parábola?”
Él les respondió:
“A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino
de Dios; a los demás, solo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no
entiendan.
El sentido de la parábola es este:
La semilla es la Palabra de Dios. Los del borde del camino son
los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones,
para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben
la Palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo
creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero con los
afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran.
Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y
generoso escuchan la Palabra, la guardan y dan fruto perseverando”.
1. Una
de las cosas, que hay que explicar aquí, es lo que dice Jesús (y. 10) a los
discípulos sobre las parábolas como “revelación” y “ocultamiento” de la Palabra
de Dios.
La explicación está en que la parábola es
un relato que contiene algo de “extravagancia” o de “impertinencia” con lo
cotidiano de nuestras vidas. Por eso la clave está en lo que acertadamente supo
decir Franz Kafka: “Si practicarais las parábolas, vosotros mismos os
convertiríais en parábola, y de este modo os veríais libres de la fatiga
diaria” (cf. W. Harnisch, P. Ricoeur, E. Jüngel).
Los que siguen a Jesús entienden las
parábolas de Jesús. Los que no le siguen no se enteran.
Cuando nuestra vida es parábola, entonces
entendemos la extravagancia y la impertinencia del Evangelio en este mundo,
perdido de tanta “sensatez insensata”.
2. Lo
segundo que necesitamos tener claro es que la Palabra de Dios no da fruto en nosotros
cuando somos duros como la tierra de un camino, cuando nuestra vida tiene espinas
que pinchan al que se nos acerca, y cuando los afanes de la vida, las preocupaciones
por la riqueza y los placeres nos acaparan de forma que en nuestro corazón no
queda sitio para ver el dolor, la soledad y el sufrimiento de tanta gente
inocente.
Cuando nos
ocurre algo de esto, es imposible que demos fruto. Somos tierra estéril.
3. Si
vemos la parábola desde el punto de vista de la tierra que recibe la semilla,
lo que queda claro es que, si mi vida produce buenos frutos, es que soy terreno
que da vida.
Cada cual acoge la Palabra de Dios en la
medida en que su rectitud ética y su honradez así lo dejan patente. No es
cuestión de escuchar sermones. Es cuestión de honestidad profesional. Y de
bondad.
San Roberto Belarmino, obispo y doctor
Roberto
significa: "el que brilla por su buena fama". (Ro: buena fama. Bert:
brillar).
Belarmino
quiere decir: "guerrero bien armado". (Bel: guerrero. Armin: armado).
Este
santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra
los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de
argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó
al leer uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay
cómo responderle".
San
Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana
del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia
superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria
muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En
las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo
escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó
escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de
grandes éxitos para el futuro".
Por
ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello
aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la
vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De
pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de
repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo
y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de
religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni
cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo.
Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios:
él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque
los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el
único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno
de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala
salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá
que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender
a los débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a
las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas.
Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya
de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino
atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la
facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes.
Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los
oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras
parecían inspiradas desde lo alto.
Belarmino
era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde
Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego:
"Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente
bien, como habla el padre Roberto".
San Roberto Belarmino era el predicador preferido por los
universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se
apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar.
Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre
Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr
verlo y escucharlo.
Al
principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos,
y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de
pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con
anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa
predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se
sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más
conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido
antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su
modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos
tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a
los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después
de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más,
fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que
los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que
escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla.
Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55
idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente
superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el
Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de
sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró
ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se
llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual cada contendor
va presentando los argumentos que tiene contra el otro y los argumentos que
defienden lo que él dice.
Los
protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie
de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el
Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a
los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó
una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus
alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo
titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría,
pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo.
Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los
sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los
argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados
que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a
discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo
de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus
famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de
pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación
económica".
Los
protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones,
decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un
equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él
únicamente, de su propio cerebro.
El
Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello
lo siguiente: "Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".
Belarmino
se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía
de Jesús prohíben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió
que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo
pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió
viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo
cuando era un simple sacerdote.
Al
llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas
que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres,
diciendo: "Las paredes no sufren de frío".
Los
superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual
de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que
fue mi discípulo".
En
los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y
semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer
tan humildemente como si fuera un sencillo novicio.
En
la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la
mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres
tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara
de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco
antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera
entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su
entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente)
y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los
funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que
estaban asistiendo al entierro de un santo.
Murió
el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una
escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo
Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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