1 DE OCTUBRE - SÁBADO
26ª - SEMANA DEL T. O. - C
Santa Teresita del Niño Jesús
Evangelio según san Lucas 10,
17-24
En aquel tiempo, los setenta y
dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús:
“Señor, hasta los
demonios se nos someten en tu nombre”-
Él les contestó:
“Veía a Satanás
caer del cielo como un rayo.
Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes
y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno.
Sin embargo, no
estéis alegres porque se os sometan los espíritus; estad alegres porque vuestros
nombres están inscritos en el cielo”.
En aquel momento,
lleno de alegría
del Espíritu Santo, exclamó:
“Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, que has escondido estas cosas a los
sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Si Padre,
porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha
entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Y volviéndose a sus
discípulos, les dijo aparte:
“¡Dichosos los ojos
que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que
muchos profetas y reyes
desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; y oir lo que oís y no lo
oyeron”
1. Las últimas palabras de
Jesús, en este texto, son la clave de todo el Evangelio: en la historia de la
humanidad, hubo desde antiguo muchos hombres importantes, profetas de Dios y
reyes de los pueblos, que (seguramente sin saberlo) desearon ver y oír lo que
estaban viendo y oyendo los discípulos de Jesús.
¿A quién estaban viendo y oyendo los discípulos?
A Jesús, es decir, a un hombre, todo lo genial que queramos, pero
era un hombre, a quien “se veía” y a quien “se oía”.
O sea: Dios, en Jesús, entraba por los sentidos.
Ahora bien, lo inexplicable, aterrador y genial, todo a la vez, es
que en aquel hombre, se veía y se oía a Dios. Porque Dios estaba “presente” y
“se daba a conocer” en aquel hombre.
2. Así tuvo que ser.
Porque, según afirma Jesús, “el Padre se lo ha entregado todo”.
Entregar la “totalidad” es una forma de decir que incluso Dios —y
sobre todo Dios—
se ha entregado
a aquel hombre que los pobres galileos veían y oían.
De ahí que Jesús explica: “Nadie conoce quién es el Padre sino el
Hijo”, como es también cierto que “nadie conoce al Hijo sino el Padre”.
El conocimiento “exclusivo” y “único” del Padre (Dios) está en
Jesús (hombre).
El “ser” de Dios no está a nuestro alcance, el “conocimiento” de
Dios está en lo que sabemos y conocemos de Jesús.
En otras palabras, Dios no
es el “infinito”, sino que es “el ser absolutamente incomunicable’.
La “trascendencia” en efecto, no significa simplemente ser “infinitamente
superior”,
sino “ser
incomunicable al ser de un orden absolutamente distinto que”... (Sophie
Nordmaflfl).
“Infinito” quiere decir que “lo nuestro” no tiene fin. Pero no
salimos de “lo nuestro”.
Dios no es lo nuestro sin fin. Dios es una realidad que nunca
podremos saber en qué consiste.
3. Por eso, Satán se vino
abajo. Por eso no hay veneno ni peligro humano que pueda con quienes se
identifican con Dios, al identificarse con Jesús. Porque, en Jesús, el misterio
de Dios se pone a nuestra altura, se acerca a lo humano, se identifica con los
humanos. Y en cuanto eso ocurre, los llamados poderes satánicos y similares no
tienen nada que hacer.
Santa Teresita del Niño Jesús
Santa
Teresa del Niño Jesús nació en la ciudad francesa de Alençon, el 2 de enero de
1873, sus padres ejemplares eran Luis Martin y Acelia María Guerin, ambos
venerables.
Murió
en 1897, y en 1925 el Papa Pío XI la canonizó, y la proclamaría después patrona
universal de las misiones. La llamó «la estrella de mi pontificado», y definió
como «un huracán de gloria» el movimiento universal de afecto y devoción que
acompañó a esta joven carmelita. Proclamada "Doctora de la Iglesia"
por el Papa Juan Pablo II el 19 de Octubre de 1997 (Día de las misiones) «Siempre
he deseado, afirmó en su autobiografía Teresa de Lisieux, ser una santa, pero,
por desgracia, siempre he constatado, cuando me he parangonado a los santos,
que entre ellos y yo hay la misma diferencia que hay entre una montaña, cuya
cima se pierde en el cielo, y el grano de arena pisoteado por los pies de los
que pasan. En vez de desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar
deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la
santidad; llegar a ser más grande me es imposible, he de soportarme tal y como
soy, con todas mis imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al
Cielo por un camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente
nuevo. Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús,
porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección».
Teresa
era la última de cinco hermanas - había tenido dos hermanos más, pero ambos
habían fallecido - Tuvo una infancia muy feliz. Sentía gran admiración por sus
padres: «No podría explicar lo mucho que amaba a papá, decía Teresa, todo en él
me suscitaba admiración”. Cuando sólo tenía cinco años, su madre murió, y se
truncó bruscamente su felicidad de la infancia. Desde entonces, pesaría sobre
ella una continua sombra de tristeza, a pesar de que la vida familiar siguió transcurriendo
con mucho amor. Es educada por sus hermanas, especialmente por la segunda; y
por su gran padre, quien supo inculcar una ternura materna y paterna a la vez.
Con él aprendió a amar la naturaleza, a rezar y a amar y socorrer a los pobres.
Cuando tenía nueve años, su hermana, que era para ella «su segunda mamá», entró
como carmelita en el monasterio de la ciudad. Nuevamente Teresa sufrió mucho,
pero, en su sufrimiento, adquirió la certeza de que ella también estaba llamada
al Carmelo. Durante su infancia siempre destacó por su gran capacidad para ser
«especialmente» consecuente entre las cosas que creía o afirmaba y las
decisiones que tomaba en la vida, en cualquier campo. Por ejemplo, si su padre
desde lo alto de una escalera le decía: «Apártate, porque si me caigo te
aplasto», ella se arrimaba a la escalera porque así, «si mi papá muere no
tendré el dolor de verlo morir, sino que moriré con él»; o cuando se preparaba
para la confesión, se preguntaba si «debía decir al sacerdote que lo amaba con
todo el corazón, puesto que iba a hablar con el Señor, en la persona de él».
Cuando
sólo tenía quince años, estaba convencida de su vocación: quería ir al Carmelo.
Pero al ser menor de edad no se lo permitían. Entonces decidió peregrinar a
Roma y pedírselo allí al Papa. Le rogó que le diera permiso para entrar en el
Carmelo; él le dijo: «Entraréis, si Dios lo quiere. Tenía ‹dice Teresa‹ una
expresión tan penetrante y convincente que se me grabó en el corazón».
En
el Carmelo vivió dos misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello,
solicitó llamarse sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a
Dios como su instrumento. Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la
vida cristiana consistiera en una serie de grandes empresas, y de recorrer de
buena gana y con buen ánimo «el camino del niño que se duerme sin miedo en los
brazos de su padre».
A
los 23 años enfermó de tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus
hermanas del Carmelo. En los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos
padres misioneros, uno de ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y les
acompañó constantemente con sus oraciones. Por eso, Pío XII quiso asociarla, en
1927, a san Francisco Javier como patrona de las misiones.
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