3 DE SEPTIEMBRE - SÁBADO
22ª - SEMANA DEL T. O. – C
San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia
Evangelio
según san Lucas 6, 1-5
Un sábado, Jesús
atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con
las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron:
“¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?”
Jesús les replicó:
“¿No habéis leído lo que hizo David cuando él y sus hombres
sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomo los panes presentados —que
solo pueden comer los sacerdotes—, comió él y se lo dio sus compañeros.
Y añadió:
“El Hijo del Hombre es
señor del sábado”.
1. Este
episodio se encuentra en los tres evangelios sinópticos (Mc 2, 13-27; Mt 1 1-7;
Lc 6, 1-5). Lo que indica la importancia que tuvo ya desde las primeras comunidades
cristianas. Sobre todo, si tenemos en cuenta el texto de Mc 2, 27, que no quedó
recogido por Mateo y Lucas.
Marcos dice: “el sábado se hizo para el
hombre y no el hombre para el sábado”.
Esta sentencia, que los más entendidos
aseguran que proviene del mismo Jesús, probablemente fue suprimida pronto por
causa de un cambio que, ya entonces, se estaba produciendo en la cristología,
en el sentido de que el Jesús humano comenzaba a tener menos presencia en
comparación con el Cristo resucitado, que es el centro de la teología sobre
Jesucristo (F. Bovon, que cita una bibliografía inmensa sobre este punto).
2. ¿Qué
importancia tiene este asunto?
La cosa es muy sencilla. Los discípulos de
Jesús, al arrancar espigas y frotarlas para comérselas, dado que eso lo
hicieron un sábado, por eso mismo desobedecieron a los maestros de la Ley, a
cuyas enseñanzas había que someterse estrictamente.
Eso, para los judíos observantes, era (y sigue
siendo) una falta muy grave.
El problema que allí se planteaba era si
lo primero, para Dios, es que el ser humano se quite el hambre o se someta a la
voluntad de los teólogos.
Ante esta disyuntiva, la respuesta de
Jesús es muy clara: lo primero que quiere Dios es que no pasemos hambre. Por muy
sábado que sea, antes que la “norma religiosa” está la “necesidad humana”.
Y por eso Jesús relata lo que hizo e rey
David y sus acompañantes cuando se comieron el pan que solo podían tocar 105 sacerdotes
(cf. 1 Sam 21, 1-6) (J. A. Grassi).
3. Lo
importante, en todo este problema, está en que la “mentalidad sumisa” del hombre
religioso se adueña de la cultura y de las costumbres en alimentación, vestimentas,
uso del tiempo, privación de cosas que nadie sabe para qué sirven ni porqué se
mandan o se prohíben.
En el fondo, el problema está en lo
dicho: mantener a raya la “mentalidad sumisa”, que es el medio indispensable para perpetuar
el poder de la religión.
Un poder que, si se analiza a fondo, pronto
se advierte que se trata de una fuerza íntima que se impone sobre la
conciencia, el santuario de la intimidad donde nadie más que la religión puede
mandar. Y esto es lo más delicado. Y lo más peligroso.
Porque de esta fuerza nacen los desequilibrios,
las patologías, los trastornos del espíritu y, sobre todo, los sufrimientos indecibles
que atormentan a tantas personas, los pacientes de psiquiatras y los enfermos
de hospitales psiquiátricos.
Dios no quiere eso.
San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia
El Papa Gregorio I, con más justicia
llamado "Magno", fue el primer Pontífice que fue monje y ascendió a
la silla apostólica cuando Italia se hallaba en una condición deplorable como
consecuencia de las luchas entre los ostrogodos y el emperador Justiniano, que
terminaron con la derrota y muerte de Totila, en el año 562.
Aunque
San Gregorio cumplía fiel y honrosamente sus funciones como prefecto, desde
hacía tiempo se sentía llamado a una vocación superior, hasta que por fin resolvió
apartarse del mundo y consagrarse al servicio de Dios, siendo ordenado séptimo
diácono de la Iglesia Romana y enviado como embajador ante la corte bizantina.
A principios del año 586, tras volver a Roma, se convirtió en abad del
monasterio de San Andrés.
En
el año 590, una terrible epidemia arrebató la vida al Papa Pelagio y el pueblo
escogió a Gregorio como nuevo Pontífice. Desde el momento que asumió el cargo
de Papa, se impuso el doble deber de catequizar y cumplir con la disciplina;
prohibió el cobro injusto de primas por entierros en iglesias, por ordenaciones
o por conferir el palio y no permitió a los diáconos dirigir la parte cantada
de la misa a menos que fueran escogidos por sus voces más que por su carácter.
También destacó como predicador escogiendo temas del Evangelio del día y, hasta
nosotros ha llegado algunas de sus homilías, llenas de elocuencia y sentido
común, terminadas con una enseñanza moral que podía adaptarse a cada caso. Fue
un excelente administrador de la Sede Pontificia pues todos los súbditos
estaban contentos con lo que les tocaba en la distribución de bienes y aún
entraba dinero a la tesorería.
De
toda su labor religiosa en occidente, la conversión de Inglaterra y el éxito
que coronó sus esfuerzos encaminados hacia esta dirección fue para él, el mayor
triunfo de su vida. Se le reconoce a San Gregorio la compilación del
Antiphonario, la revisión y reestructuración del sistema de música sacra, la
fundación de la famosa Schola Cantorum de Roma y la composición de varios
himnos muy conocidos. Pero su verdadera obra se proyecta en otras direcciones.
Se le venera como el cuarto Doctor de la Iglesia Latina, por haber dado una
clara expresión a ciertas doctrinas religiosas que aún no habían sido bien
definidas y quizá su mayor labor fue el fortalecimiento de la Sede.
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