10 de septiembre – sábado –
23ª – Semana del T. O. – C
San Nicolás de Tolentino, presbítero
Evangelio según san Lucas, 6,
43-49
En aquel tiempo, decía Jesús a
Sus discípulos:
“No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni
árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan
higos de las zarzas ni se vendimian racimos de las espigas. El que
es bueno, de la bondad que
atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal;
Porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca ¿Por qué me llamas “Señor
Señor” y no haces lo que digo?
El que se acerca a
mi escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece:
se parece a un hombre que edificaba su casa: cavo, ahondo y puso los cimientos
sobre roca. Vino una tormenta, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo
tambalearla. Porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone por obra se parece a
uno que edifico una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el
río, y en seguida se derrumbó desplomándose.»
1. La primera enseñanza
que Jesús nos deja, en este discurso, es que al cristiano se le conoce por los
efectos que se siguen de su conducta: “cada árbol se conoce por su fruto”.
Aquí es capital recordar la importancia que el Nuevo Testamento, más
en Concreto, los evangelios le conceden al tema de los frutos. En efecto, el término
griego “karpo5” (“fruto») se repite hasta 66 veces en el N. T., casi todas las
(9 veces en Pablo) en los evangelios.
Sin duda alguna en una sociedad Cuya economía se fundamentaba en
la productividad de la agricultura Jesús utiliza con frecuencia y una
insistencia que resulta elocuente por sí sola, el argumento de “frutos” que
cada cual produce mediante su vida y su conducta, para destacar la importancia
central y decisiva que tiene la conducta ética en el “proyecto de Jesús que nos
plantea el Evangelio.
2. Seguramente lo más
elocuente, en el sentido indicado, es el material sobre todo el árbol y el
fruto, que se destaca en el sermón del monte (Mt) o el de la llanura (Lc). Las formulaciones
se repiten una y otra vez (Mt Z 16 b par; Lc 6, 44 b; Mt 7, 17~ par; Lc: 43; Mt
2, 16 a par; Lc 6, 44 a). De forma que la conclusión obligatoria es que la
calificación del discípulo se deduce de los frutos que produce.
La misma conclusión se obtiene de las enseñanzas de Jesús en las
parábolas: la tierra buena es la que produce fruto abundante (Mc 4, 2 ss; EvTom
9); la semilla que crece secretamente (Mc 4, 26 ss), como la tierra que produce
buen fruto, por contraste con la cizaña (Mt 13, 24 Ss).
El tema se repite en el IV evangelio, la imagen de la vid y los
sarmientos (Jn 15, 2 a; 5-5,) Y alcanza una formulación fuerte en la sentencia
según la cual la semilla tiene que morir para dar fruto (Jn 12, 24).
En el fondo, este material
se refiere al seguimiento de Jesús, que se interpreta como relacionado
directamente con la muerte de Jesús.
Porque el mismo Jesús fue el primero que con su muerte produjo el
fruto máximo
y decisivo
(Th. Wrege).
3. La teología cristiana, la moral y la espiritualidad no han
tenido debidamente en
cuenta que
lo central y decisivo para el
cristiano no
es ni el dogma, ni la práctica religiosa, ni siquiera la devoción o la piedad.
Lo central del cristianismo es la “conducta
ética”. La
conducta que consiste en la bondad.
San Nicolás de Tolentino, presbítero
Es
preciosa la vida de este gran santo agustino. Las crónicas de su tiempo le
pintan encarnando en sí a dos hombres o naturalezas: al apostólico y lleno de
celo por el bien de sus hermanos y al entregado a la soledad y maceración de su
cuerpo en una vida de total oración. Ambos caminos los supo recorrer y lo hizo
bien.
De
sus padres dice el Proceso de Beatificación: "Eran personas de mucha fe
bien vivida y buenos cristianos y frecuentaban las prácticas de piedad... De
ellos se decía comúnmente que eran buenas personas, que se abstenían de hacer
el mal y obraban el bien". Y el mismo hijo, nuestro Nicolás, nos presta
este hermoso testimonio: "Mi padre y mi madre me dijeron en muchas
ocasiones que, a pesar de no ser personas ni de talento ni ricas en medios
económicos, deseaban hijos y para ello hicieron votos a San Nicolás de Bari que
si el Señor les daba prole por su intercesión la consagrarían a la vida
religiosa igual que fuese hijo que hija. Hecho el voto, fueron peregrinos a
Bari para alcanzar cuanto le habían pedido. Al volver mi madre, me dio a luz
como ella me refirió. Pero ya está bien, tú no quieras saber más y a nadie
cuentes cuanto te he dicho".
¿Cómo
vivió su niñez este niño así, milagrosamente obtenido? Es otro testigo quien
nos cuenta: "Era muy devoto y frecuentaba todas las funciones religiosas a
pesar de su niñez. Conocía el espíritu de penitencia y hasta las tres de la
tarde que volvía de la escuela no probaba bocado. Nunca se le veía quedarse por
la calle para jugar con los otros niños. Era el limosnero de la familia Gurutti
y distribuía con gran caridad y piedad cuanta limosna pedía, especialmente a
los niños pobres. Era voz común en Castel Sant' Angelo que Nicolás era santo y
llamado a escalar una gran santidad".
Ya
entonces recibió gracias especiales del Señor, como ya mayor y poco antes de
morir revelará a otro religioso con gran sigilo:
"Hermano mío, la inocencia de que hablamos se
pierde con los años. En verdad, yo que soy un pecador, como tú bien conoces, en
aquella inocente edad, asistiendo al sacrificio de la Misa, veía con estos mis
ojos a un Niño todo vestido de blanco, lleno de resplandor que a la elevación
de la Hostia, me decía: "Los inocentes y los buenos me son muy
queridos". Con los años quedó privado de aquella visión.
Desde
muy niño conoció a los ermitaños agustinos y dijo: "Yo también quiero
hacerme agustino". Y aquel deseo de niño se convirtió en realidad cuando
ya tuvo la edad necesaria. Quizá fue por el 1259-60 cuando nuestro joven se
entregaba en profundidad a vivir la vida religiosa del noviciado agustino,
tratando de asimilar la doctrina de su Santo Padre fundador y todas las
prácticas de la vida religiosa...
Progresó
en los estudios, se ordenó sacerdote y se entregó de lleno a toda clase de
apostolados, sobre todo, al de la predicación y obras de caridad.
Los
procesos de su Beatificación lo pintan así: Puro, modesto, sin ambición,
tranquilo, amable, comunicativo, leal, humilde, discreto... Llevaba una vida de
gran mortificación. Pasaba largas temporadas sin probar bocado y llenaba su
cuerpo de cilicios.
Las
conversiones que obraba y los prodigios que el Señor hacía por su medio corrían
de boca en boca. Todos le tenían como santo mientras él se juzgaba por un gran
pecador.
Recibió
grandes consuelos de parte del Señor y de la Virgen a la que profesaba tierna
devoción. Ella se le apareció pocos días antes de morir para anunciarle que se
lo llevaría al cielo dentro de diez días. El 10 de septiembre del 1305, a los
setenta años, diciendo "Me ofrezco en sacrificio de alabanza a Vos,
Señor" expiró.
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