11 de junio Domingo,
LA STMA.
TRINIDAD
Lectura del libro del Éxodo
(34,4b-6.8-9):
En aquellos días, Moisés subió de madrugada al
monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas
de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció
el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él, proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.»
Moisés, al momento, se inclinó y se echó por
tierra. Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya
con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y
pecados y tómanos como heredad tuya.»
Salmo: Dn 3,52-56
R/. A ti gloria y alabanza por los siglos
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y glorioso. R/.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R/.
Bendito eres sobre el trono de tu reino. R/.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos. R/.
Bendito eres en la bóveda del cielo. R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (13,11-13):
Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo
sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os
saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(3,16-18):
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no
cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Fiesta de la
Santísima Trinidad
El año litúrgico comienza
con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al
mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de
Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el
domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos
preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.
Esta fiesta surge bastante
tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía
(como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban
la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje
usado en el Prefacio sea más propio de una clase de teología que de una
celebración litúrgica. En cambio, las lecturas son breves y fáciles de
entender, centrándose en el amor de Dios.
La única
definición bíblica de Dios
La primera lectura, tomada
del libro del Éxodo, ofrece la única definición (mejor, autodefinición) de Dios
en el Antiguo Testamento y rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento
es un Dios terrible, amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento
propuesto por Jesús, que sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de
costumbre, ha mutilado el texto. Pero conviene conocerlo entero.
Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria,
a lo que el Señor responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y
pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el
nombre y la persona se identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé»
equivale a darse a conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde,
cuando el Señor pasa ante Moisés proclamando:
«Yahvé, Yahvé, el Dios compasivo y clemente,
paciente y misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la
milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja
impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos»
(Éxodo 34,6-7).
Así es como Dios se autodefine. Con cinco
adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia,
fidelidad. Nada de esto tiene que ver con el Dios del terror y del castigo. Y
lo que sigue tira por tierra ese falso concepto de justicia divina que «premia
a los buenos y castiga a los malos», como si en la balanza divina castigo y
perdón estuviesen perfectamente equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el
mal. Pero su capacidad de perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así
lo expresa la imagen de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende
a mil, el castigo sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No
hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase
arbitrariamente a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el
texto es el contraste entre mil y cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y
la escasa capacidad de castigar. Esta idea la recogen otros pasajes del
AT:
«Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,
paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15).
«El Señor es compasivo y clemente,
paciente y misericordioso;
no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padre siente cariño por sus hijos,
siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14).
«El Señor es clemente y compasivo,
paciente y misericordioso;
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9).
«Sé que eres un dios compasivo y clemente,
paciente y misericordioso,
que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2).
El amor de Dios al mundo
El evangelio insiste en este tema del amor de
Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata sólo de que Dios
perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su amor es tan
grande que nos entrega a su propio hijo para que nos salvemos y obtengamos la
vida eterna.
Tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen
en él, sino que tengan vida eterna….
Nuestra respuesta: el amor mutuo
En la carta de Pablo a los
corintios Dios se convierte en modelo para los cristianos. La misma unión y
acuerdo que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre
nosotros, teniendo un mismo sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos
en lo necesario, siempre alegres.
Hermanos: Alegraos,
enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y
de la paz estará con vosotros...
…La gracia
del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté
siempre con todos vosotros.
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