27 DE JUNIO - MARTES –
12ª - SEMANA DEL T. O.- A
Evangelio según san Mateo 7,6. 12-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"No deis lo santo a los perros, ni les
echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para
destrozaros.
Tratad a los demás como queréis que ellos os
traten; en esto consiste la ley y los profetas.
Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la
puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por
ellos.
¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el
camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos".
1. En las culturas modernas, se ha desarrollado
(y sigue creciendo) el respeto, el cuidado, la atención y hasta el cariño por
los animales. De ahí, por ejemplo,
la creciente resistencia (en España) a las
corridas de toros, las peleas de gallos y toda clase de festejos que divierten
a base de maltratar a los animales.
En las culturas
antiguas, perros y cerdos eran animales despreciables, cosa que se hace notar
en la Biblia (Lev 11,7; Prov 11, 22; Horacio, Epist.1, 1.26; 2,2).
Por eso, "lo
santo", que era lo dedicado al Señor (Ex 29, 33; Lev 2, 3), al igual que "lo
precioso" (las perlas) podía correr el peligro de ser despreciado y
rechazado, como si fuera un animal más, uno entre tantos otros.
Pues bien, todo esto supuesto,
la enseñanza de Jesús es clara: las cosas del Señor hay que tratarlas
con sumo respeto y no se pueden usar de manera
que den pie a cualquier tipo de desprecio.
2. Jesús presenta a continuación la llamada
"regla de oro", tan frecuente en las tradiciones religiosas de
diversas culturas. Una "regla de oro" que se ha recordado y transmitido,
tanto en su formulación positiva ("haced a otros..."), como negativa
("no hagáis a otros...").
Esta conocida regla
se encuentra ya en Herodoto (Hist. 3, 142), Isócrates (Demónico 14), Diógenes
Laercio (Vidas, 5, 21) y en la tradición judía (Lev 19, 18; Tob 4, 15,...).
Es la regla básica de
una "ética mínima", en la que todos los creyentes de todos los
pueblos y culturas
tendríamos que coincidir, para salvar a nuestra
humanidad perdida. Y sería el camino más directo y eficaz para superar las mil
formas de violencia que a
todos nos agobian y, con frecuencia, nos
angustian.
3. La pregunta, que hay que hacerse aquí, es si
las religiones disponen de mecanismos eficaces para contrarrestar la violencia
que genera el "orden", que los hombres hemos querido imponer y que,
en realidad, no es sino un brutal "desorden".
Por desgracia, la
experiencia nos enseña que las creencias religiosas han sido (y siguen siendo)
un factor más de violencia, que además ahonda y agrava las violencias (W.
Sofsky), mediante los fundamentalismos y fanatismos que la religión produce en mucha
gente.
Sin embargo, y por
más cierto que eso sea, la creencia religiosa, cuando es auténtica, tiene la
virtualidad de producir "convicciones" fuertes.
Pero, como es bien
sabido, "una convicción se define por el hecho de que orientamos
nuestro comportamiento conforme a
ella" (H. Habermas).
Es más, "la
convicción consiste en el hecho de que está uno dispuesto a dejarse guiar en su
actividad por la fórmula de la que está convencido" (S. Peirce).
El que está
convencido de que tiene que hacer algo, lo hace. Y si no lo hace, es que la
convicción no existe. En esto radica la enorme fuerza que tienen las
religiones. Lo que ocurre es que una cosa son las "costumbres"
religiosas y otra las "convicciones" que genera la fe, concretamente
la fe en el Evangelio.
El que está
convencido de que tiene que vivir conforme a lo que dice Jesús en el Evangelio,
ese es el que cree en Jesús. Y vive de forma que su conducta es la reproducción
de las bienaventuranzas.
El que cree en Jesús
es buena persona siempre.
NTRA. SRA. DEL PERPETUO SOCORRO
Patrona
de los Padres Redentoristas y de Haití.
El icono
original está en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso, muy cerca de la
Basílica de Santa María la Mayor en Roma.
El icono
de la Virgen, pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas, muestra a la Madre
con el Niño Jesús. El Niño observa a dos ángeles que le muestran los
instrumentos de su futura pasión. Se agarra fuerte con las dos manos de su
Madre Santísima quien lo sostiene en sus brazos. El cuadro nos recuerda la
maternidad divina de la Virgen y su cuidado por Jesús desde su concepción hasta
su muerte. Hoy la Virgen cuida de todos sus hijos que a ella acuden con plena
confianza.
Historia
En el
siglo XV un comerciante acaudalado de la isla de Creta (en el Mar Mediterráneo)
tenía la bella pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Era un hombre
muy piadoso y devoto de la Virgen María. Cómo habrá llegado a sus manos dicha
pintura, no se sabe. ¿Se le habría confiado por razones de seguridad, para
protegerla de los sarracenos? Lo cierto es que el mercader estaba resuelto a
impedir que el cuadro de la Virgen se destruyera como tantos otros que ya
habían corrido con esa suerte.
Por
protección, el mercader decidió llevar la pintura a Italia. Empacó sus
pertenencias, arregló su negocio y abordó un navío dirigiéndose a Roma. En ruta
se desató una violenta tormenta y todos a bordo esperaban lo peor. El comerciante
tomó el cuadro de Nuestra Señora, lo sostuvo en lo alto, y pidió socorro. La
Santísima Virgen respondió a su oración con un milagro. El mar se calmó y la
embarcación llegó a salvo al puerto de Roma.
Cae la pintura en manos de una familia
Tenía el
mercader un amigo muy querido en la ciudad de Roma así que decidió pasar un
rato con él antes de seguir adelante. Con gran alegría le mostró el cuadro y le
dijo que algún día el mundo entero le rendiría homenaje a Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro.
Pasado
un tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus días estaban
contados, llamó a su amigo a su lecho y le rogó que le prometiera que, después
de su muerte, colocaría la pintura de la Virgen en una iglesia digna o ilustre
para que fuera venerada públicamente. El amigo accedió a la promesa, pero no la
llegó a cumplir por complacer a su esposa que se había encariñado con la
imagen.
Pero la
Divina Providencia no había llevado la pintura a Roma para que fuese propiedad
de una familia sino para que fuera venerada por todo el mundo, tal y como había
profetizado el mercader. Nuestra Señora se le apareció al hombre en tres
ocasiones, diciéndole que debía poner la pintura en una iglesia, de lo
contrario, algo terrible sucedería. El hombre discutió con su esposa para
cumplir con la Virgen, pero ella se le burló, diciéndole que era un visionario.
El hombre temió disgustar a su esposa, por lo que las cosas quedaron igual.
Nuestra Señora, por fin, se le volvió a aparecer y le dijo que, para que su
pintura saliera de esa casa, él tendría que irse primero. De repente el hombre
se puso gravemente enfermo y en pocos días murió. La esposa estaba muy apegada
a la pintura y trató de convencerse a sí misma de que estaría más protegida en
su propia casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse de la imagen. Un
día, su hijita de seis años vino hacia ella apresurada con la noticia de que
una hermosa y resplandeciente Señora se le había aparecido mientras estaba
mirando la pintura. La Señora le había dicho que le dijera a su madre y a su
abuelo que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro deseaba ser puesta en una
iglesia; y, que, si no, todos los de la casa morirían.
La mamá
de la niñita estaba espantada y prometió obedecer a la Señora. Una amiga, que
vivía cerca, oyó lo de la aparición. Fue entonces a ver a la señora y
ridiculizó todo lo ocurrido. Trató de persuadir a su amiga de que se quedara
con el cuadro, diciéndole que, si fuera ella, no haría caso de sueños y
visiones. Apenas había terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos
dolores tan terribles, que creyó que se iba a morir. Llena de dolor, comenzó a
invocar a Nuestra Señora para que la perdonara y la ayudara. La Virgen escuchó
su oración. La vecina tocó la pintura, con corazón contrito, y fue sanada
instantáneamente. Entonces procedió a suplicarle a la viuda para que obedeciera
a Nuestra Señora de una vez por todas.
Accede la viuda a entregar la pintura
Se
encontraba la viuda preguntándose en qué iglesia debería poner la pintura,
cuando el cielo mismo le respondió. Volvió a aparecérsele la Virgen a la niña y
le dijo que le dijera a su madre que quería que la pintura fuera colocada en la
iglesia que queda entre la basílica de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de
Letrán. Esa iglesia era la de S. Mateo, el Apóstol.
La
señora se apresuró a entrevistarse con el superior de los Agustinos quienes
eran los encargados de la iglesia. Ella le informó acerca de todas las
circunstancias relacionadas con el cuadro. La pintura fue llevada a la iglesia
en procesión solemne el 27 de marzo de 1499. En el camino de la residencia de
la viuda hacia la iglesia, un hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso
de un brazo que tenía paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de
la iglesia, en donde permaneció casi trescientos años. Amado y venerado por
todos los de Roma como una pintura verdaderamente milagrosa, sirvió como medio
de incontables milagros, curaciones y gracias.
En 1798,
Napoleón y su ejército francés tomaron la ciudad de Roma. Sus atropellos fueron
incontables y su soberbia, satánica. Exilió al Papa Pío VII y, con el pretexto
de fortalecer las defensas de Roma, destruyó treinta iglesias, entre ellas la
de San Mateo, la cual quedó completamente arrasada. Junto con la iglesia, se
perdieron muchas reliquias y estatuas venerables. Uno de los Padres Agustinos,
justo a tiempo, había logrado llevarse secretamente el cuadro.
Cuando
el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma, le dio a los
agustinos el monasterio de S. Eusebio y después la casa y la iglesia de Sta.
María en Posterula. Una pintura famosa de Nuestra Señora de la Gracia estaba ya
colocada en dicha iglesia por lo que la pintura milagrosa de Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro fue puesta en la capilla privada de los Padres Agustinos, en
Posterula. Allí permaneció sesenta y cuatro años, casi olvidada.
Hallazgo de un sacerdote Redentorista
Mientras
tanto, a instancias del Papa, el Superior General de los Redentoristas,
estableció su sede principal en Roma donde construyeron un monasterio y la
iglesia de San Alfonso. Uno de los Padres, el historiador de la casa realizó un
estudio acerca del sector de Roma en que vivían. En sus investigaciones, se
encontró con múltiples referencias a la vieja Iglesia de San Mateo y a la
pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Un día
decidió contarle a sus hermanos sacerdotes sobre sus investigaciones: La
iglesia actual de San Alfonso estaba construida sobre las ruinas de la de San
Mateo en la que, durante siglos, había sido venerada, públicamente, una pintura
milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Entre los que escuchaban, se
encontraba el Padre Michael Marchi, el cual se acordaba de haber servido muchas
veces en la Misa de la capilla de los Agustinos de Posterula cuando era niño.
Ahí en la capilla, había visto la pintura milagrosa. Un viejo hermano lego que
había vivido en San Mateo, y a quien había visitado a menudo, le había contado
muchas veces relatos acerca de los milagros de Nuestra Señora y solía añadir:
"Ten presente, Michael, que Nuestra Señora de San Mateo es la de la
capilla privada. No lo olvides". El Padre Michael les relató todo lo que
había oído de aquel hermano lego.
Por
medio de este incidente los Redentoristas supieron de la existencia de la
pintura, no obstante, ignoraban su historia y el deseo expreso de la Virgen de
ser honrada públicamente en la iglesia.
Ese
mismo año, a través del sermón inspirado de un jesuita acerca de la antigua
pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, conocieron los Redentoristas la
historia de la pintura y del deseo de la Virgen de que esta imagen suya fuera
venerada entre la Iglesia de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. El
santo Jesuita había lamentado el hecho de que el cuadro, que había sido tan
famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido sin revelar ninguna
señal sobrenatural durante los últimos sesenta años. A él le pareció que se debía
a que ya no estaba expuesto públicamente para ser venerado por los fieles. Les
imploró a sus oyentes que, si alguno sabía dónde se hallaba la pintura, le
informaran dueño lo que deseaba la Virgen.
Los
Padres Redentoristas soñaban con ver que el milagroso cuadro fuera nuevamente
expuesto a la veneración pública y que, de ser posible, sucediera en su propia
Iglesia de San Alfonso. Así que instaron a su Superior General para que tratara
de conseguir el famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión,
decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le narró la
historia de la milagrosa imagen y sometió su petición.
El Santo
Padre escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la Santísima Virgen y le
alegraba que fuera honrada. Sacó su pluma y escribió su deseo de que el cuadro
milagroso de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera devuelto a la Iglesia
entre Sta. María la Mayor y S. Juan de Letrán. También encargó a los
Redentoristas de que hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera
conocida en todas partes.
Aparece y se venera, por fin, el cuadro de
Nuestra Señora
Ninguno
de los Agustinos de ese tiempo había conocido la Iglesia de San Mateo. Una vez
que supieron la historia y el deseo del Santo Padre, gustosos complacieron a
Nuestra Señora. Habían sido sus custodios y ahora se la devolverían al mundo
bajo la tutela de otros custodios. Todo había sido planeado por la Divina
Providencia en una forma verdaderamente extraordinaria.
A
petición del Santo Padre, los Redentoristas obsequiaron a los Agustinos una
linda pintura que serviría para reemplazar a la milagrosa.
La
imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevada en procesión solemne
a lo largo de las vistosas y alegres calles de Roma antes de ser colocado sobre
el altar, construido especialmente para su veneración en la Iglesia de San
Alfonso. La dicha del pueblo romano era evidente. El entusiasmo de las veinte
mil personas que se agolparon en las calles llenas de flores para la procesión
dio testimonio de la profunda devoción hacia la Madre de Dios
A toda
hora del día, se podía ver un número de personas de toda clase delante de la
pintura, implorándole a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que escuchara sus
oraciones y que les alcanzara misericordia. Se reportaron diariamente muchos
milagros y gracias.
Hoy en
día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha difundido por todo
el mundo. Se han construido iglesias y santuarios en su honor, y se han
establecido archicofradías. Su retrato es conocido y amado en todas partes.
Signos de la imagen de Nuestra Madre del
Perpetuo Socorro
(conocida en el Oriente bizantino
como el icono de la Madre de Dios de la Pasión)
Aunque
su origen es incierto, se estima que el retrato fue pintado durante el
decimotercero o decimocuarto siglo. El icono parece ser copia de una famosa
pintura de Nuestra Señora que fuera, según la tradición, pintada por el mismo
San Lucas. La original se veneraba en Constantinopla por siglos como una
pintura milagrosa, pero fue destruida en 1453 por los Turcos cuando capturaron
la ciudad.
Fue
pintado en un estilo plano característico de iconos y tiene una calidad
primitiva. Todas las letras son griegas. Las iniciales al lado de la corona de
la Madre la identifican como la “Madre de Dios”. Las iniciales al lado del Niño
“ICXC” significan “Jesucristo”. Las letras griegas en la aureola del Niño: owu
significan “El que es”, mientras las tres estrellas sobre la cabeza y los
hombros de María santísima indican su virginidad antes del parto, en el parto y
después del parto.
Las
letras más pequeñas identifican al ángel a la izquierda como “San Miguel
Arcángel”; el arcángel sostiene la lanza y la caña con la esponja empapada de
vinagre, instrumentos de la pasión de Cristo. El ángel a la derecha es
identificado como “San Gabriel Arcángel”, sostiene la cruz y los clavos. Nótese
que los ángeles no tocan los instrumentos de la pasión con las manos, sino con
el paño que los cubre.
Cuando
este retrato fue pintado, no era común pintar aureolas. Por esta razón el
artista redondeó la cabeza y el velo de la Madre para indicar su santidad. Las
halos y coronas doradas fueron añadidas mucho después. El fondo dorado, símbolo
de la luz eterna da realce a los colores más bien vivos de las vestiduras. Para
la Virgen el maforion (velo-manto) es de color púrpura, signo de la divinidad a
la que ella se ha unido excepcionalmente, mientras que el traje es azul,
indicación de su humanidad. En este retrato la Madona está fuera de proporción
con el tamaño de su Hijo porque es -María- a quien el artista quiso enfatizar.
Los
encantos del retrato son muchos, desde la ingenuidad del artista, quien quiso
asegurarse que la identidad de cada uno de los sujetos se conociera, hasta la
sandalia que cuelga del pie del Niño. El Niño divino, siempre con esa expresión
de madurez que conviene a un Dios eterno en su pequeño rostro, está vestido
como solían hacerlo en la antigüedad los nobles y filósofos: túnica ceñida por
un cinturón y manto echado al hombro. El pequeño Jesús tiene en el rostro una
expresión de temor y con las dos manitas aprieta la derecha de su Madre, que
mira ante sí con actitud recogida y pensativa, como si estuviera recordando en
su corazón la dolorosa profecía que le hiciera Simeón, el misterioso plan de la
redención, cuyo siervo sufriente ya había presentado Isaías.
En su
doble denominación, esta bella imagen de la Virgen nos recuerda el centralismo
salvífico de la pasión de Cristo y de María y al mismo tiempo la socorredora
bondad de la Madre de Dios y nuestra.
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