30 DE JUNIO - VIERNES
12ª - SEMANA DEL T. O. -A
Evangelio según san Mateo 8, 1-4
En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.
En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo:
"Señor, si quieres, puedes
limpiarme".
Extendió la mano y lo tocó
diciendo:
"¡Quiero, queda limpio!" Y enseguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo:
"No se lo digas a nadie, pero para que
conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó
Moisés".
1. Jesús baja del monte de las bienaventuranzas,
ya que el relato sigue inmediatamente al final del sermón del monte. El descenso del monte evoca el descenso también
de Moisés cuando baja del Sinaí (Ex 34, 29).
Pero Moisés bajó para
castigar al pueblo idólatra. Jesús baja para sanar el dolor humano del
enfermo despreciado.
Se trataba, en
efecto, de un "leproso".
Por lepra se entendía
toda enfermedad de la piel que fuera contagiosa (Lev 13-14). Todo leproso era
un peligro de epidemia. Por eso era despreciado, excluido, marginado. Hasta el
extremo de que la religión le obligaba a ir por la vida gritando:
"¡Impuro,
impuro!" y se veía excluido de la ciudad o la aldea (Lev 13, 44-46; Nnn 5,
2).
La religión no curaba,
sino que humillaba y despreciaba al que ya se veía despreciado y humillado.
2. La reacción de Jesús fue inmediata: tocó al
leproso y quedó limpio.
Jesús no remueve más
la humillación de aquel hombre. Lo sana
por completo y enseguida.
Hay que tener en
cuenta que el Evangelio utiliza el verbo "kathariza", que, como es
sabido, significa no solo "limpiar", sino sobre todo
"purificar" de toda posible impureza del espíritu. De forma que así
devuelve la rehabilitación social, económica y religiosa (W. Carter). Por eso
Jesús, al final de este episodio, le dice al hombre (ya curado) que vaya a los
sacerdotes y cumpla el trámite legal (Lev 14, 4.10). Para que, cumpliendo ese
trámite, la reintegración social —en una sociedad tan religiosa— fuera total.
3. Al final, Jesús le
dice al hombre curado: "No lo digas a nadie". Algunos discuten si estas palabras son
expresión del llamado "secreto mesiánico", que tanto destaca el
evangelio de Marcos. Y aparece en relatos de Mateo (9, 30; 12, 16; 16, 20; 17,
9). No debe darse a estos textos un significado "moral" o "espiritual".
Como si es que Jesús pretendiera pasar inadvertido. No tiene sentido semejante
explicación. ¿
- Cómo iba a pasar
inadvertido, en aquellas aldeas de Galilea, que un ciego, un leproso o un
enfermo incurable, de pronto se había curado?
Lo más seguro es que
Jesús quería que la gente mantuviera cierta reserva en cuanto al tema del
Mesías, ya que eso, tal como Jesús lo entendía, no se podía empezar a
comprender hasta el final, hasta la muerte en cruz (J. J. Pilch, C. M.
Tuckett).
Si se hubiera
difundido que el Mesías ya estaba en Galilea, tal cosa, ni se habría entendido,
ni habría aportado nada positivo, además de preocupar antes de tiempo a los
romanos. Jesús era el Hijo de Dios, pero con los pies en el suelo. Y sabía muy
bien lo que hacía. Y cómo lo tenía que hacer.
PROTOMARTIRES DE
ROMA
Elogio: Santos Protomártires de
la santa Iglesia Romana, que, acusados de haber incendiado la Urbe, por orden
del emperador Nerón unos fueron asesinados después de crueles tormentos, otros,
cubiertos con pieles de fieras, entregados a perros rabiosos, y los demás, tras
clavarlos en cruces, quemados para que, al caer el día, alumbrasen la
oscuridad. Eran todos discípulos de los Apóstoles y fueron las primicias del
martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor.
Aquellos
confesores de los que sólo Dios sabe el número y los nombres, se mencionan en
el Martirologio Romano como «primicias del martirio que la iglesia de Roma
presentó al Señor». Es interesante hacer notar que el primero de los césares
que persiguió a los cristianos fue Nerón, el más vil, despiadado y falto de
principios entre los emperadores romanos. En el mes de julio del 64, cuando
habían transcurrido diez años desde que ascendió al trono, un terrible incendio
destruyó a Roma. El fuego nació junto al Gran Circo, en un sector de cobertizos
y almacenes atestados de productos inflamables, y de ahí se propagó rápidamente
en todas direcciones. Las llamas lo devoraron todo durante seis días y siete
noches, cuando pareció que habían sido sofocadas por la demolición de numerosos
edificios; pero volvieron a surgir de entre los escombros y continuaron su obra
devastadora durante tres días más. Cuando por fin fueron ahogadas
definitivamente, las dos terceras partes de Roma eran una masa informe de
ruinas humeantes.
En el
tercer día del incendio, Nerón llegó a Roma, procedente de Ancio, para
contemplar la escena. Se afirma que se recreó en aquella contemplación y que,
ataviado con la vestimenta que usaba para aparecer en los teatros, subió a lo
más alto de la torre de Mecenas y ahí, con el acompañamiento de la lira que él
mismo pulsaba, recitó el lamento de Príamo por el incendio de Troya. El bárbaro
deleite del emperador que cantaba al contemplar el fuego destructor, hizo nacer
la creencia de que él había sido el autor de la catástrofe y que, no sólo había
mandado quemar a Roma, sino que había dado órdenes para que no se combatiese el
fuego. El rumor corrió de boca en boca hasta convertirse en una abierta
acusación. Las gentes afirmaban haber visto a numerosos individuos misteriosos
arrojar antorchas encendidas dentro de las casas, por mandato expreso del
emperador. Hasta hoy se ignora si Nerón fue responsable o no de aquel incendio.
En vista de los numerosos incendios que se han declarado en Roma desde
entonces, puede decirse que también aquél, quizá el más devastador entre todos,
se debió a un simple accidente. Sin embargo, quedaba el hecho de la
complacencia de Nerón y, tanto se divulgaron las sospechas contra él, que se
alarmó y, para desviar las acusaciones que se hacían en su contra, señaló a los
cristianos como autores directos del incendio.
«Puesto
que circulaban rumores de que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón
presentó como culpables, castigándolos con penas gravísimas, a aquellos que,
odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba 'cristianos'» (Tácito, Anales,
XV). No obstante que nadie creyó que fuesen culpables del crimen, los
cristianos fueron perseguidos, detenidos, expuestos al escarnio y la cólera del
pueblo, encarcelados y entregados a las torturas y a la muerte con increíble
crueldad. Algunos fueron envueltos en pieles frescas de animales salvajes y
dejados a merced de los perros hambrientos para que los despedazaran; muchos
fueron crucificados; otros quedaron cubiertos de cera, aceite y pez, atados a
estacas y encendidos para que ardiesen como teas. Muchas de estas atrocidades
tuvieron lugar durante una fiesta nocturna que ofreció Nerón en los jardines de
su palacio. El martirio de los cristianos fue un espectáculo extra en las
carreras de carros, donde el propio Nerón, vestido con las plebeyas ropas de un
auriga, divertía a sus invitados al mezclarse con ellos y al manejar a los
caballos que tiraban de un carro. Entre muchos de los romanos que presenciaron
la salvaje crueldad de aquellas torturas, surgió el sentimiento de horror y el
de piedad por las víctimas, no obstante que la población entera tenía
encallecidos sus sentimientos, acostumbrada, como estaba, a los sangrientos
combates de los gladiadores.
Tácito,
Suetonio, Dion Casio, Plinio el Viejo y el satírico Juvenal, hacen mención del incendio;
pero solamente Tácito se refiere al intento de Nerón para que la culpa recayera
sobre una secta determinada. Tácito específica a los cristianos por su nombre,
pero Gibbon y otros investigadores sostienen que el historiador incluye a los
judíos en la denominación, puesto que, por aquella época, los que habían
abrazado la religión de Cristo no eran tan numerosos como para causar alarma
entre las autoridades de Roma. Sin embargo, este punto de vista, que parece
destinado a disminuir la influencia del cristianismo, no tiene muchos adeptos.
Debe apuntarse que los cristianos, aunque eran una minoría en Roma, no estaban
bien distinguidos de los judíos en ese momento -es conocida la frase que trae
Suetonio: «en el barrio judío se pelean por un tal Cresto»...-, y se les
atribuían monstruosidades, como las de realizar sacrificios humanos, comer
carne de niños, etc, los cristianos, como decía Tácito, eran «odiados por sus
abominaciones», así que aunque no estuvieran dispuestos a creer que habían
provocado el incendio, seguramente era creencia popular que el castigo era
igualmente merecido.
Oración:
Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la
sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos
infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
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